PIDIENDO ÁRNICA

JUAN MANUEL DE PRADA



Hay que dejarse de peticiones memas y asumir cuál es el rol que el régimen revolucionario ha asignado a la facción conservadora


RESULTA, en verdad, hilarante la pretensión de ciertos sectores de la derecha, que ahora piden árnica a los socialistas, proponiéndoles alianzas contra Podemos. Y son, además, sectores de lo más variopinto: desde el más astracanesco, que canta el Cara al Sol en Ferraz (¡manda huevos!) hasta la lideresa Aguirre (que, después de morder el polvo, sufre el síndrome de Boabdil el Chico), pasando por una legión de tertulianos que, para disimular el aliento de salchichas de Frankfurt y hacerlo pasar por empacho de lecturas del Frankfurter Allgemeine, exclaman con gran patetismo: «¡Große Koalition!». Todas estas peticiones de árnica demuestran, amén de flojedad sentimentaloide, una ignorancia profunda del funcionamiento de la Revolución.

Hay que dejarse de peticiones memas y asumir cuál es el rol que el régimen revolucionario ha asignado a la facción conservadora. Dicho rol incluye dos cometidos: uno, más práctico y cortoplacista, consiste en reparar los estragos económicos que perpetra la facción revolucionaria; el otro, mucho más esencial y duradero, consiste en estabilizar los «avances» de la facción revolucionaria, para lo cual deben pervertir a sus seguidores, ayudándolos a abjurar (muy suavemente y sin traumas) de los principios que profesaban sus antepasados. Ambos cometidos los ha desempeñado bravamente la facción conservadora: la propaganda gubernativa nos repite machaconamente que ha resuelto con éxito la crisis (risum teneatis); y, desde luego, ha cumplido a la perfección el segundo, «acompañando» a sus votantes en la aceptación de un progresismo de derechas, consistente en dimitir de todos los principios que profesaron sus antepasados, a cambio de conservar el chalé y el dinero en el banco (¡y de ganar derechos de bregueta, oiga!). Alguien dijo muy sabiamente que los conservadores acaban convirtiéndose, tarde o temprano, en conservaduros; pero ni siquiera los conservaduros están demasiado contentos con la facción conservadora, que los ha cosido a impuestos.

Una vez cumplido este doble cometido, la facción conservadora debe ceder paso (como hacen las «liebres» en las carreras de fondo, después de mantener durante un rato el ritmillo), para que los revolucionarios sigan «avanzando», según el plan previsto. No es cierto que Podemos venga a dinamitar ninguna institución, por la sencilla razón de que tales instituciones ya fueron antes reducidas a escombros (con la facción conservadora actuando como garante de su paulatina demolición). A Podemos no le resta sino continuar la labor revolucionaria, profundizando en los «avances» que la facción conservadora ha hecho suyos. Puede ser, ciertamente, que Podemos madrugue entretanto algún dinerillo a los conservaduros; pero no hay que angustiarse: de aquí a ocho años, los estragos causados por la facción revolucionaria volverán a ser demasiado gravosos; y entonces la facción conservadora podrá regresar a repararlos, consolidando todas las leyes que en esos ocho años se hayan aprobado. Incluidas, por supuesto, las leyes de Podemos, salvo aquellas en las que se respire una mínima brisa de justicia social, que serán de inmediato derogadas, para que los conservaduros respiren aliviados, creyendo que han sido salvados in extremis de la dictadura comunista.


Observaba Belloc que, en los períodos revolucionarios, aún existe una mínima posibilidad de reacción en las conciencias. En los períodos moderados, en cambio, las conciencias permanecen hibernadas. Por supuesto, el sistema no permitirá que exista verdadera reacción; por eso se saca de la manga, a modo de placebo, «marcas blancas» como Ciudadanos, para consuelo de conservadores y conservaduros enfurruñados.







Histórico Opinión - ABC.es - lunes 8 de junio de 2015