Discurso de Blas Piñar (1964)
Fuente del texto de presentación del discurso: Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español. 1939 – 1966. Tomo 26. 1964. Manuel de Santa Cruz. Páginas 145 – 146.
DISCURSO DE DON BLAS PIÑAR
Había pronunciado un discurso en esta misma concentración de Montejurra el año anterior; entre ambas, también intervino en otros actos públicos carlistas y de otros signos. Se estaba configurando como un nuevo y vigoroso leader de masas. La revista “Montejurra”, del mes de junio, antes de su discurso, que de ella vamos a copiar, pone la siguiente entradilla: «Éste es el interesante discurso de Blas Piñar, que no perteneciendo a la Comunión Tradicionalista, representa el pensamiento de una importante masa de opinión.» En este discurso leemos: «Yo, que no estoy sino en el vértice de confluencia del movimiento político español, en nombre de esa masa de opinión difusa, de españoles anónimos…». Era como oponer al plan carlista de atraer a sí a unos afines, su propio proyecto inverso de atraer él al Carlismo a su propio movimiento. En este discurso se encuentra ya la gran paradoja de toda su vida política: clamaba contra la Revolución que había roto el frente, y, a la vez, idolatraba a Franco, que era el cómplice o el vencido de la misma.
Fuente del texto del discurso: Montejurra, Número 41, Junio 1964, página 12.
[Los subrayados del texto no son míos, sino del documento original]
PALABRAS DE BLAS PIÑAR
«Aquí estamos haciendo la auténtica unidad española, en torno a la Monarquía popular, social, católica y tradicional que vosotros defendisteis desde hace ciento treinta años y que no puede ser arrebatada por el Liberalismo»
Éste es el interesante discurso de Blas Piñar que, no perteneciendo a la Comunión Tradicionalista, representa el pensamiento de una importante masa de opinión.
Carlistas, españoles, amigos:
Una vez más, en Montejurra y en Estella, nos reunimos los valientes y empecinados carlistas y los españoles que estamos en el punto de convergencia de las fuerzas políticas que dieron contenido ideológico y combatientes, doctrina y fuerza, junto al Ejército, a la Cruzada nacional.
Nos hemos reunido aquí, en el veinticinco aniversario de la victoria. Fijaos bien que no pongo el énfasis en los veinticinco años de paz, porque nuestra paz no es una paz burguesa, vegetativa, aséptica (aplausos), sino que es una paz enraizada en la victoria. El día primero de abril decía yo a los excombatientes vallisoletanos, y a los españoles que sienten de verdad los ideales de la Cruzada, que nosotros rechazamos esa paz oficial que se nos brinda con palomas que parecen de Picasso (aplausos) y cornúpetos para una fiesta de toros, porque nuestra paz y los veinticinco años de la victoria de un movimiento social, revolucionario y tradicionalista, como el nuestro, exigen carteles inmensos representando victorias aladas, sobre fondos blancos como el armiño, con grandes y rojas cruces de San Andrés, con yugos y flechas en las manos, y con soldados vigilantes que tengan en sus manos aquellas espadas bruñidas de que hablaba José Antonio, y que han sido olvidadas por algunos de los que fueron sus seguidores (gritos de ¡muy bien! y fuertes aplausos), montando incansables su guardia viril a las puertas sagradas de nuestra paz.
No hagáis caso a aquéllos que turbiamente tratan de romper esta sagrada unidad de los combatientes; esta sagrada unidad política de los españoles. Los que azuzaban a la Falange contra vosotros, ya no están con ella. Fueron los teóricos de la Falange, los poetas de la Falange, los intérpretes de la Falange (fuertes aplausos), que se pusieron todas las camisas y todos los gorros y todas las botas e iban a la cama con uniforme, pero que se quitaron todo y se desnudaron o cambiaron de traje, cuando otras brisas corrían por Europa. Hoy, la Falange auténtica, noble, revolucionaria y española, está aquí presente, con el alma (aplausos), porque sabe que todo lo otro era puro mimetismo. Aquí estamos haciendo la auténtica unidad española, en torno a la Monarquía popular, social, católica y tradicional que vosotros defendéis desde hace ciento treinta años y que no puede ser arrebatada por el Liberalismo (gritos de ¡muy bien1 y grandes aplausos).
Ha dicho el Ministro de Información y Turismo en un discurso reciente: “Hemos aprendido duras lecciones, hemos aprendido a sacrificarnos, para sacar al país del caos. Hubo una generación española, hace veinticinco años, que tuvo que arriesgarlo todo para salvarlo todo de una vez y para siempre. La paz no está en el ornamento exterior, sino en las pilastras y en los cimientos”. Pues bien, si nuestra paz está en las pilastras y en los cimientos, vamos a defender nuestros cimientos, no vayamos a consentir que los roa la polilla del enemigo (aplausos).
Porque, carlistas, españoles y amigos, ¿qué ha pasado en este año último, desde el pasado Montejurra a acá? ¿Es que acaso el enemigo no está agazapado, no está esperando el instante en que la tolerancia, la apertura o la falsa libertad le abra las puertas para arrebatarnos la paz y arrebatarnos con ella la victoria?
Nos decía el Teniente Coronel Sequeiros que ha habido un escrito de intelectuales o pseudo intelectuales con acusaciones graves, y una de dos: O esas acusaciones graves eran ciertas y aquéllos que cometieron el delito hubieran de ser castigados, o eran inciertas, al servicio del enemigo, y entonces los suscriptores debieron ser realmente y en justicia severamente amonestados.
Más aún, hemos visto también cómo se ha organizado en la Universidad de Madrid –esa Universidad por la que dieron sus vidas tantos estudiantes frente al comunismo, azotada hoy por los enemigos de la Cruzada, sobre todo por algunos Catedráticos– una semana de Renovación Universitaria (aplausos), en la que se autorizó que hablara un Profesor que a sí mismo se titula Presidente del Partido socialista español y hubo que suspenderla porque se estaba atacando al Movimiento y a la Iglesia ¡y aún se nos dice que la Universidad tiene que ser apolítica! Lo contrario, lo que se precisa es una Universidad que eduque políticamente en los ideales de nuestro Movimiento a la Juventud Universitaria española.
Nosotros estamos deseando y deseosos de que esta vigilancia de los cimientos de nuestra paz no sea un puro vocabulario, sino una realidad combativa y auténtica. Necesitamos, lo decía hace muy poco tiempo en Madrid en una Conferencia sobre Gibraltar, que no se arrebaten a la juventud las grandes banderas. Cuando la juventud universitaria de Madrid desfilaba por nuestras calles pidiendo la devolución de Gibraltar, la manifestación universitaria fue disuelta por la Policía. A partir de entonces, en vez de poner en manos de nuestra juventud una gran bandera, hemos dejado, torpes y estúpidos, que otros coloquen en sus manos pañuelos y banderitas (¡muy bien!).
Os digo más: que mientras una ley aprobada por las Cortes españolas exige a los funcionarios un juramento de fidelidad a los principios políticos del Movimiento, obtienen Cátedras quienes han estado en Munich y fueron desterrados (ovación) y se prende en los pechos de las gentes poco o nada adictas, a juzgar por sus conductas, las más honrosas condecoraciones que en su historia ha ido bordando España para los hombres de honor (gritos de ¡muy bien!).
Nosotros luchamos por la unidad de las tierras, por la unidad de los hombres de España y hemos visto con estupor cómo en esa españolísima región de Cataluña, aquí representada por los Requetés catalanes, por los del Tercio de Montserrat, entre otros, alguien, amparado por hábitos sagrados y saliendo al exterior, ha hecho declaraciones contra esta sagrada unidad de España, sin que ello tenga consecuencias. Debiéramos decir a éstos que salen al exterior y se esconden tras los muros sagrados: aprendan, como catalanes, a amar a España; la grandeza de España es la grandeza de Cataluña; aprended de esos sacerdotes catalanes, ejemplares y españolísimos, que se llamaron Sardá y Salvany, San Antonio María Claret, el Cardenal Gomá –con quien tiene contraída España una deuda de gratitud, que todavía no ha saldado– y Mosén Domingo y Sol, el catalán de Tortosa, cuyos restos yacen bajo la imagen hermosa y varonil del Ángel tutelar de España (fuertes aplausos).
Hemos luchado por la unidad de los hombres de España y por la unidad del hombre, por una unidad consigo mismo, con sus hermanos y con Dios y, por consiguiente, por la limpieza de nuestras costumbres familiares y sociales, y de pronto, por no sé qué plato de lentejas llegado del exterior, hemos abierto o estamos empezando abrir las puertas a la pornografía en el cine y en el teatro, para corromper a nuestro pueblo, que es lo que quiere el enemigo (aplausos).
Se discutía en el último Consejo Nacional entre dos grandes posiciones políticas que se definían así: de una parte el quietismo, el inmovilismo; y de otra parte, la evolución. Y yo pregunto: ¿Acaso debajo de estas fórmulas y de estas etiquetas, la lucha verdadera, el dilema, no está planteado entre la fidelidad a nuestros ideales, la fidelidad a nuestros muertos, o la liquidación, subasta y almoneda de la Cruzada? (gritos de ¡muy bien! y grandes aplausos).
En la vida política española, tomados del Evangelio, podríamos encontrar dos tipos de hombres. El tipo simbolizado por Pedro, que niega a Jesucristo, como los españoles que han negado un día a España, pero que después, cuando han visto a España destrozada por sus pecados, por sus durezas y por sus errores, han entrado en arrepentimiento, han llorado lágrimas de amargura y se han consagrado al servicio de la Patria, y los que, por el contrario, como Judas, reconociendo públicamente a España, con el nombre de España en los labios, con la constante preocupación por nuestro porvenir, la besan, con el peor de los besos, que es el beso de la traición, para después, cuando España se encuentre deshecha y destruida, colgarse como pecadores impenitentes, de cualquier encina de la comarca (aplausos).
No queremos dejar de traer aquí un pensamiento que, fijaros bien, está lejos, en cuanto a mí se refiere, de incidir en un problema político o dinástico. Hablo de la boda de vuestro Príncipe, de la boda de la Princesa Irene de Holanda (fuertes aplausos). Se nos habla hoy en España mucho de comprensión, de apertura, de tolerancia y de entendimiento con los enemigos. Pues bien, ¿qué ha ocurrido en Europa, en la Europa tolerante, cuando una Princesa pasa del protestantismo al catolicismo, cuando se casa con un Príncipe católico?, se la niega el pan y la sal, y la obliga un Gobierno, que se llama liberal… (le interrumpen los aplausos) …
Yo quisiera interpretar aquí el sentimiento de los españoles hidalgos, cualquiera que sea su ideología, y rendir a esta mujer extraordinaria, a la que yo no conozco en absoluto, un homenaje de admiración y de respeto, porque en ella vemos a la mujer fuerte de la Sagrada Escritura, que ha sabido, por ser fiel a su fe, romper con todo: con sus padres, con su pueblo, con su Gobierno y con su Patria (grandes aplausos).
Yo os diría que éste es el único y verdadero ecumenismo, el que ha sabido ejercer vuestro Príncipe: Convertir a Princesas protestantes a la única fe de Jesucristo (fuertes aplausos).
Si ella estuviera aquí, la diría: Yo, que no estoy sino en el vértice de confluencia del movimiento político español, en nombre de esa masa de opinión difusa, de españoles anónimos, que todavía conservan el sentimiento de hidalguía y del honor: Gracias, Señora, en nombre de España; gracias porque te has convertido; gracias porque has aprendido español y lo has hecho tu idioma de familia; gracias porque te has arrodillado sobre tierra de Holanda poniendo a tu lado tierra española (aplausos). Yo quisiera, Señora, que como regalo de este pueblo, de esta Monarquía popular, vuestros tulipanes solitarios y erectos de Holanda se transformaran en claveles rojos y reventones, heridos por el sol de España (aplausos que tapan el final del párrafo). Y más aún, yo pediría para vuestro matrimonio el mejor de los regalos: que Dios os bendiga con hijos, Señora, churumbeles, como aquí les llamamos, que sean como retoños de olivo alrededor de vuestra mesa.
No os importe que no haya habido Casas Reales, ligadas a la aristocracia, en vuestra boda. En ella estaban los mejores: La Emperatriz Zita, ejemplo de pundonor y fe; estaba el Pretendiente de Portugal; estaba el representante de Otto de Habsburgo, y estaba el pueblo de la monarquía del pueblo de España (fuertes aplausos).
Seamos leales a España. No os importe lo que diga la prensa internacional, que so pretexto de libertad está ahogando los sentimientos profundos de los pueblos de Europa. Lo mejor de la Europa cristiana, acogotada, perseguida, aherrojada por el comunismo y el liberalismo, tiene sus ojos puestos en España, espera mucho de España, que no nos entreguemos, que permanezcamos firmes. Para eso –yo, que soy un español anónimo–, he vuelto a Montejurra y a Estella, porque yo sé, y lo proclamo ante los españoles todos a los que de alguna manera lleguen estas palabras, que Estella y Montejurra son, en primer lugar, un baluarte de la resistencia, pero también un campamento para la reconquista en el que se siguen cantando los versos del Oriamendi: “Por Dios, por la Patria y el Rey lucharon nuestros padres” – “ Por Dios, por la Patria y el Rey lucharemos nosotros también”. Grandes aplausos acogen el final del discurso. El orador termina con los gritos de viva Franco y Arriba España.
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