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‘Papá está conectado’: un cuento infantil para regalar a adultos.
Papá pingüino se pasa el día y la noche conectado a su ordenador portátil. Mamá pingüino está harta y a Hijo pingüino no le queda más remedio que asumir que tiene un “padre virtual”. Pero algo sucede y, de manera inesperada, el portátil de papá termina sirviéndole para volver a conectar con la realidad.
Lo novedoso de este cuento infantil ilustrado es que huye de aleccionamientos facilones sobre el uso que hacen niñas y niños de las pantallas, y redirige valientemente el foco hacia el verdadero origen del problema: los adultos. Nos atreveríamos a apostar que la inmensa mayoría de las familias con hijas e hijos pequeños se sentirían identificadas con el contenido de este libro. Un libro que molesta e incomoda (según a quién) pero que puede provocar un sano debate en casa para reflexionar y corregir excesos.
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Me pica el Instagram.
Visto durante un trayecto en metro (uno de los escenarios más distópicos que existen…).
Un hombre de unos cuarenta años vestido con traje y corbata desliza a toda velocidad el dedo por la pantalla de su smartphone. Navega en Instagram. Decenas de fotos desfilan ante sus ojos durante décimas de segundo, y a todas ellas, sin detenerse ni por un instante a mirarlas, les adjudica un ‘me gusta’ pulsando doblemente con el índice. Y así continúa todo el trayecto, imponiéndose a sí mismo el reto de marcar el mayor número de likes en el menor tiempo posible, como quien compite en una carrera contrarreloj contra no-se-sabe-quién, como quien hace girar una ruleta, como quien explota las burbujas de un embalaje plástico, como quien se rasca un picor que no tiene fin.
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Bibliografía: ‘Divertirse hasta morir’ (Neil Postman).
El análisis que hace Neil Postman en este libro, pese a estar enmarcado en la sociedad estadounidense, es esencialmente extrapolable a nuestras latitudes. Según él, nuestro problema es haber sustituido una mentalidad colectiva basada en el discurso coherente y la palabra escrita, por una feria de entretenimientos sin fin basados en la imagen. En el transcurso de este brutal cambio de paradigma, nuestra capacidad de pensar, razonar y argumentar se ha desintegrado, dando lugar a una sociedad infantilizada.
Lo original del planteamiento de Postman es que remonta los orígenes de este desastre nada menos que al nacimiento del telégrafo y la fotografía.
“Los libros (…) constituían un excelente contenedor para la acumulación, el escrutinio sereno y el análisis organizado de la información y las ideas. Toma tiempo escribir un libro y leerlo; tiempo para discutir su contenido y emitir juicios sobre su mérito, incluyendo la forma de su presentación. Un libro es un intento de convertir el pensamiento en algo permanente y de contribuir a la gran conversación conducida por autores del pasado (…). El telégrafo [sin embargo] solo es adecuado para emitir mensajes urgentes, reemplazando a cada uno rápidamente por otro mensaje más actualizado. Los hechos empujan otros hechos dentro y luego fuera de nuestra conciencia a velocidades que ni permiten ni requieren evaluación alguna. (…) La fuerza principal de la telegrafía era su capacidad de movilizar la información, no de reunirla, explicarla o analizarla. (…) El discurso telegráfico no dejaba tiempo para las perspectivas históricas ni daba prioridad a lo cualitativo. Para el telégrafo, inteligencia quería decir conocer muchas cosas, pero no saber nada acerca de ellas.
(…) Al igual que la telegrafía, la fotografía recrea el mundo como una serie de acontecimientos idiosincrásicos. En un mundo de fotografías no hay periodo inicial, intermedio o final (…). El mundo está atomizado. Solo hay un presente que no requiere formar parte de historia alguna que se pueda contar”.
Postman, circunscrito a la época en la que vive (el ensayo original fue publicado a mediados de la década de los ochenta), se detiene en la televisión como ese gran monstruo desintegrador de la mente que logró aunar todo lo peor del telégrafo y la fotografía, y servirlo ininterrumpidamente a millones de hogares de todo el mundo. ¿Qué habría pensado de nuestra actual Era del Tuit, en la que las frases entrecortadas, los emoticonos y las pantallas encedidas a veinte centímetros de la cara han sustituido los pocos vestigios que nos quedaban de comunicación real entre nosotros?
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Un leproso con smarthphone.
Fue avistado conversando a plena sonrisa a través de su dispositivo de última generación. El individuo, que practica habitualmente la mendicidad en los alrededores de la catedral de Barcelona, se hallaba de servicio en el momento de la escena, sentado en el suelo con su cuenco para pedir limosna. Otro hombre que pasaba por allí -un turista- sacó a su vez su propio smartphone del bolsillo para fotografiar el incidente y -suponemos- colgarlo inmediatamente en Instagram. Parecía muy indignado…
¿Acaso no se da cuenta usted, señor, de que las nuevas tecnologías nos hacen a todos más iguales y más libres? ¿Es que se molesta usted porque un mendigo leproso se incorpore como miembro de pleno derecho a la sociedad de la información? Pues actualícese y váyase acostumbrando, porque esto “es lo moderno, ya no hay marcha atrás, es una cita con el futuro a la que nadie puede faltar”.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Cuánto más conectado, más desconectado.
Así es como funciona la gran paradoja de las comunicaciones electrónicas, que aumentan la cercanía con gente distante y la distancia con gente cercana físicamente…
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Imágenes utilizadas en una campaña del Centro de Investigaciones Psicológicas en Shenyang (China), divulgada en abril de 2015. Autor: Donghai Liu.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Criar un niño digital.
Compartimos hoy un artículo de Nicholas Carr recibido de los compañeros de Ediciones El Salmón, incluido en el libro La pesadilla tecnológica, de inminente publicación. Cuidado, que corta…
Suelo recibir con bastante regularidad correos electrónicos y mensajes de padres muy preocupados por no estar a la altura del que se ha convertido en el reto fundamental a la hora de criar a tus hijos en los tiempos modernos: asegurar que los niños se adapten bien al entorno digital. Estos padres temen —y con razón— que sus vástagos se encuentren en desventaja en un medio virtual en el que, cada vez más, vivimos, trabajamos, amamos y competimos por pequeñas migajas de atención que, en su conjunto, llegan a determinar en nuestros días el éxito o el fracaso. Si no se adaptan bien al mundo virtual —según el punto de vista de estas madres y padres— sus hijos acabarán condenados al ostracismo, tendrán pocos amigos y aún menos followers. «¿Podemos seguir diciendo que estamos vivos —me escribió una madre joven algo apurada— si nadie lee las actualizaciones de nuestros estados?». La respuesta, por supuesto, es que no. En un mundo superpoblado de información y de mensajes instantáneos, la ausencia de estímulos interactivos, aunque sea durante muy poco tiempo, puede derivar en un estado de reflexión y pasividad difícil de distinguir de la inexistencia. A un nivel más práctico, carecer de habilidades online restringirá inevitablemente a largo plazo las perspectivas laborales de una persona joven. En el mejor de los casos, estará destinado a pasar sus días en algún tipo de trabajo manual, posiblemente trabajando al aire libre y con un acceso muy limitado a las pantallas. En el peor, tendrá que encontrar un puesto subalterno en el mundo académico.
Afortunadamente, criar a lo que yo denomino como «el niño digital» no es tan difícil. Después de todo, un niño recién nacido lleva una existencia de puro presente, inmerso en un «flujo» constante de estímulos y alertas. Mientras que el niño permanezca expuesto a las corrientes cruzadas del flujo de mensajes desde el mismo momento del parto —la conexión con el útero se sustituirá inmediatamente por la conexión wifi— la adaptación al mundo virtual probablemente se dé sin problemas y de forma satisfactoria. Las dificultades a la hora de adaptarse sólo se presentarán en el momento en que la conciencia del niño se vea afectada por la sensación de que el tiempo consiste en algo más que el momento presente. Por lo tanto, la tarea más urgente que deben asumir los padres es asegurar que el niño digital se encuentre, en todo momento, en un entorno en el que tenga a su alcance suficientes dispositivos conectados a la red.
También resulta fundamental impedir que el niño genere un excedente cognitivo. Su balance mental debe permanecer en un equilibrio perfecto, en el que cada impulso sináptico se corresponda inmediatamente con una tarea bien definida, a ser posible si se trata de la manipulación de símbolos en una pantalla de ordenador con el fin de producir contenidos de forma colaborativa. Si permitimos que los ciclos cognitivos se desperdicien, el niño puede caer en una especie de «estado de ensueño» introspectivo, al margen del flujo de la corriente digital. Por tanto, conviene asegurarse de que tu iPhone esté bien abastecido de aplicaciones adaptadas para niños, lo que a su vez proveerá de una copia de seguridad muy útil en caso de que tu hijo rompa, pierda o se vea separado de algún modo de sus propios dispositivos online. Se deberá prescindir, en la medida de lo posible, de los libros impresos, ya que también tienden a propiciar un estado de ensoñación introspectiva; aunque se permiten dispositivos multitarea que incluyan aplicaciones de lectura, como el iPad de Apple.
El mundo exterior entraña otro tipo de problemas para el niño digital, ya que la naturaleza, en el pasado, cosechó la reputación de inspirar estados introspectivos e incluso contemplativos en los jóvenes, que siempre resultan muy fácil de impresionar. (Algunos psicólogos defienden incluso que el solo hecho de observar el mundo desde una ventana puede ser peligroso para la salud mental del niño digital). A veces resulta prácticamente imposible mantener a un chiquillo alejado de la interacción con el mundo natural. En momentos así, lo más importante es asegurar que salimos pertrechados con dispositivos electrónicos móviles, como reproductores de música, smartphone, juegos, con el fin de no interrumpir la corriente digital. Si no puedes acompañar físicamente a tus hijos en sus excursiones al mundo natural, es aconsejable enviarles mensajes de texto cada pocos minutos para asegurarte de que permanezcan conectados y a salvo.
Los retos que plantea mantener a tu hijo inmerso en un entorno digital pueden ser difíciles, pero recuerda: la Historia está de tu parte. El mundo digital se hace omnipresente con el paso de los días. Además, es importante recordar que uno de los mayores placeres de la crianza moderna es documentar los momentos más especiales de tu criatura a través de mensajes, tuits, entradas, fotografías y vídeos de YouTube. El niño digital representa una fuente inagotable de contenidos para los padres y madres digitales.
Navegar a través de la corriente de mensajes en tiempo real es una aventura que tu hijo y tú podéis disfrutar juntos. Todo momento es único, porque cada momento está desconectado tanto del que lo precedía como del que vendrá después. El mundo digital es un estado de renovación constante. Así, la alegría de la infancia se vuelve perpetua.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
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Bajada de pantalones.
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Los smartphones han penetrado tan profundo en nuestras vidas que no nos despegamos de ellos ni tan siquiera en los momentos más íntimos. Con una mano tecleamos sobre la pantalla táctil… y con la otra utilizamos el papel higiénico. Para el anuncio publicitario que mostramos arriba este nivel enfermizo de dependencia al móvil es tan solo una anécdota simpática, idónea para promocionar su aplicación descargable.
El sometimiento al poder de la pantalla continúa, y nosotras y nosotros nos bajamos los pantalones.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
¿Por qué los menores de seis años no deben jugar con pantallas?
https://saldelamaquina.files.wordpre...pg?w=420&h=419
Compartimos un esclarecedor artículo del neuropsicólogo Álvaro Bilbao, publicado originalmente en La Vanguardia.
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Hay tres razones que me hacen defender que los niños menores de seis años no deben entrar en contacto con los dispositivos tecnológicos.
1. A nivel psicológico hay una razón muy importante por la que no deberíamos usar los dispositivos en situaciones cotidianas, como para distraerlo mientras le damos la comida, le vestimos o esperamos en el pediatra. La razón es que el cerebro aprende por asociación y si usamos el móvil para ahorrarle al niño el esfuerzo de esperar o de comer por sí mismo lo que conseguiremos es que su cerebro haga una asociación nada beneficiosa entre esfuerzo y distracción. Y cuando se tenga que esforzar por prestar atención a la profesora, por leer un texto que le puede parecer aburrido o por estar sentado hasta que acabe la clase la respuesta más lógica y natural para él será distraerse. Porque sus padres le enseñaron que cada vez que se debía esforzar se podía distraer con otra cosa.
2. Otra razón es que tenemos un circuito en una región cerebral denominada núcleo caudado, que es la que decide qué estímulos nos gustan más y cuales no merecen nuestra atención, y ordena nuestras preferencias en función de aspectos como la intensidad de los estímulos y el grado de gratificación inmediata que recibimos. Y si tenemos un niño cuyo núcleo caudado se acostumbra desde muy pequeñito a estímulos visualmente intensos y cambiantes como los de las tabletas, en los que todo hace ruiditos, en los que en cuanto te aburres basta con desplazar el dedo para cambiar, lo que va a ocurrir es que cuando llegue a clase y vea a su profesor le va a parecer poco dinámico y luminoso, la pizarra demasiado oscura y un libro demasiado lento, y su cerebro decidirá que no es suficientemente importante como para prestarle atención. Además los niños acostumbrados a estímulos intensos prefieren jugar con el dispositivo que con los amigos o hermanos.
3. Cuando un niño juega a un dispositivo o ve vídeos o fotos en el móvil activa un circuito poco eficaz para darnos la felicidad. Cada vez que vemos una foto nueva, que matamos un marcianito o hacemos un regate en el videojuego recibimos una recompensa en forma de descarga de dopamina. Pero esa recompensa dura muy poco y eso hace que tengamos que repetir la conducta una y otra vez, llegando a ser adictiva. Otro tipo de comportamientos como estar en contacto con los padres, manipular objetos con las manos, el juego libre o simbólico, o tener pequeñas responsabilidades como poner la mesa activan circuitos cerebrales distintos que ofrecen un sentimiento más duradero como es la satisfacción, que además favorece el autorrefuerzo (la capacidad del niño de sentirse bien sin que nadie o nada se lo diga).
Estas tres razones pueden explicar los estudios que demuestran que una mayor exposición a las pantallas está asociada a una mayor prevalencia de problemas de autocontrol (porque no saben ser pacientes ni esforzarse), de déficit de atención (porque no saben esperar y los estímulos normales les aburren más que a otros niños), mayores niveles de depresión infantil (porque dependen de estímulos que provocan pequeñas recompensas pero ninguna satisfacción) y mayor fracaso escolar (no pueden aprender aquello que no les interesa ni atienden).
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Advertencia del jefe de diseño de Apple a todos los usuarios de smartphones.
Entrevistado por el New Yorker a principios de octubre de 2017, Jony Ive, jefe de diseño de la compañía Apple, asumió que al igual que ocurre con cualquier otra herramienta, se puede hacer un uso bueno o un uso malo del móvil.
Ante esto, el editor David Reminck le preguntó: “¿Cómo se está usando mal? ¿Qué es el mal uso de un iPhone?”
A lo que Ive contestó escuetamente: “Creo que usarlo constantemente“.
Más simple que el mecanismo de un botijo. Y sin embargo se da la paradoja, bien prevista y planificada por los desarrolladores de las apps y los dispositivos táctiles, de que todo el diseño de un smarphone está pensado, precisamente, para que no podamos dejar de usarlo en ningún momento.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Lotófagos.
Artículo de Juan María Martínez Otero, autor de Tsunami digital, Hijos surferos.
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En su retorno a Ítaca, uno de las pruebas que debe superar Ulises es el tránsito por la isla de los lotófagos. Los habitantes de esta misteriosa isla se alimentan de ciertos lotos, con unas propiedades amnésicas, que les hacen olvidar su identidad: quiénes son, de dónde vienen, a dónde van. Quien come los lotos experimenta una sensación de felicidad y ligereza, pero al precio de renunciar a sus raíces y a su destino. A los pocos días de llegar, Ulises constata con sorpresa las nefastas consecuencias de la dieta de la isla: los hombres de su tripulación se han convertido en lotófagos, y renuncian a continuar su viaje de regreso a casa.
Tras varios años de estudio sobre los riesgos que los adolescentes afrontan frente a las nuevas tecnologías, y tras más de sesenta charlas en colegios, asociaciones e institutos, he llegado a la conclusión de que el principal peligro de Internet y las tecnologías digitales es el mismo que afrontó Ulises en la isla de los lotófagos: la distracción, la amnesia, el olvido. Y si este riesgo nos acecha a todos los usuarios de la Red, los adolescentes son quizá el público más expuesto. Por su menor capacidad de resistencia, su menor madurez y su menor criterio. Pensemos qué ofrece a los marineros la isla de los lotófagos: despreocupación, entretenimiento, placer. Exactamente lo que tantas veces buscan los jóvenes –y no tan jóvenes- en Youtube, Instagram o Twitter. Las nuevas tecnologías nos ofrecen de modo fácil mil maneras de evasión, ya sea en forma de entretenimiento, información, comunicación con otras personas… Pero, ¿a qué precio?, debemos preguntarnos. Tantas veces, al precio que pagaron los compañeros de Ulises: el de olvidar nuestra identidad, nuestra proveniencia, nuestro destino.
Este precio, además, lo pagamos a todos los niveles. A nivel superficial y diario, cuando abrimos Internet para hacer algo concreto, y lo cerramos media hora después sin haber hecho aquello que inicialmente nos propusimos. ¿No les ha pasado nunca? ¿No es esto ser pequeños lotófagos digitales? Pero el precio no acaba ahí, en esa calderilla de tiempo desperdiciado. El precio también se paga en billetes grandes, a nivel profundo y existencial. Un uso intemperante de Internet mina la capacidad de concentración; empeora el rendimiento escolar o profesional; debilita las relaciones personales. En la Red todo es rápido, fácil, fugaz. Pero hay muchas cosas que valen la pena que requieren tiempo, trabajo, constancia: precisamente esos hábitos que el uso de Internet desincentiva. Es más, todas las cosas grandes que uno puede heredar o conquistar en la vida –nuestras raíces y nuestro destino-, han requerido o requieren esa combinación de tiempo, energía y paciencia.
¿Es Internet una buena escuela de estas actitudes? La respuesta nos la da una mirada sincera y sin optimismos ingenuos a una amplia mayoría de adolescentes y jóvenes de hoy: no son capaces de leer media hora seguida sin interrupción; de mantener una conversación sin mirar constantemente el móvil; o de visitar un museo o contemplar una puesta de sol sin hacer fotos compulsivamente con su teléfono móvil. No han leído a Cervantes ni a Delibes, les aburre John Ford, no distinguen a Mozart de Beethoven. Ah, y tampoco quieren cambiar el mundo. No tienen tiempo para eso, tienen que twittear y ver videos de risa en Youtube. Quizá alguno, leyendo estas reflexiones, me tildará de apocalíptico tecnológico, o de pájaro de mal agüero digital. “Estos jóvenes tienen otra sensibilidad, leerán otras cosas, construirán otras cosmovisiones”, sostienen. A quien así piense, le invito a leer detenidamente una de las más brillantes distopías de la primera mitad del siglo XX, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que describe muy bien qué sensibilidad estamos desarrollando. Si Orwell o Bradbury temieron un futuro oscuro donde estuviera prohibido pensar y los libros se quemasen, Huxley, más certero, imaginó una sociedad donde no hiciera falta prohibir o quemar libros, porque ya nadie quisiera leerlos. Temió el advenimiento del reino de los lotófagos: una sociedad adolescente, irrelevante, banal y autosatisfecha. Una sociedad sin raíces ni proyectos; sin sufrimiento, pero sin sentido; divertida, pero intrascendente. Para no olvidarse nada, Huxley también imaginó lotos: el soma, una droga que los hombres del futuro consumen para olvidar su tristeza y su vacío existencial. Seamos realistas: en gran parte, ese futuro temido por Huxley ha llegado. Los lotófagos ya están aquí. ¿Volver a Ítaca? ¿Con lo bien que estamos aquí?
No pretendo con estas líneas negar las maravillosas oportunidades que Internet y las tecnologías digitales nos ofrecen. Pero olvidar que dichas herramientas tienen sus riesgos, especialmente para los adolescentes, me parece una ingenuidad. Debemos, por lo tanto, defendernos de la fuerza atractiva de Internet, luchando cada día contra la distracción permanente y contra la amnesia de los grandes ideales, que su uso tan a menudo produce. Ignorar estos riesgos, y no prevenir a los más jóvenes frente los mismos, implica abandonarles a la fuerza todopoderosa de las industrias del entretenimiento y de la disgregación. Tengamos el valor de defendernos y de defenderles, como hizo Ulises. No podemos defraudarles, abandonándoles en la isla digital de los lotófagos.
https://saldelamaquina.wordpress.com/2018/09/04/2850/.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Una disculpa y una reflexión sobre el uso de imágenes.
“En la Era de la Imagen, el derecho a salvaguardar la propia imagen no existe”. Así podría formularse una falacia digital ampliamente asumida que hoy nos toca desmontar como inesperados copartícipes del problema.
En un mundo donde todas llevamos una cámara de fotos y de vídeo integrada en el smartphone, corremos el riesgo de dar por hechas muchas cosas. Por ejemplo, que todas somos periodistas en potencia y que por tanto absolutamente todo a nuestro alrededor es susceptible de ser fotografiado, filmado… y difundido.
Hasta que la realidad nos obliga a poner los pies en el suelo. No; no todo puede difundirse. Entre los pocos derechos que todavía nos permiten conservar está el de salvaguardar la propia imagen personal del ojo público.
Recientemente una persona se puso en contacto con nosotros para pedirnos la retirada de una imagen en la que aparecía retratada (una escena colectiva captada durante un viaje en transporte público). Teníamos el consentimiento del autor para utilizarla… pero no el de la/s persona/s fotografiada/s. Y es que en la Era de la Imagen la saturación visual a la que estamos sometidas, con cientos de millones de fotografías circulando libremente por todo Internet, puede llevarnos a pasar por alto que detrás de cada rostro ‘anónimo’ hay una persona real con vida, nombre y apellidos.
En efecto, la ley española ampara el derecho de toda persona a que su imagen no sea captada o divulgada -en una forma que resulte claramente identificable– sin su consentimiento. La única excepción son los personajes de proyección pública retratados en el transcurso de un acto público o en espacios abiertos al público, así como personas que aparezcan accesoriamente en una foto sobre un suceso o acontecimiento público de actualidad. Nosotros, como muchas y muchos de nuestros lectores, no lo sabíamos. Hasta que una persona quedó afectada y nos hizo caer del guindo.
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Uno de los frentes en los que venimos luchando desde el principio en Sal de la Máquina es, precisamente, el de la protección de la intimidad de las personas, habitualmente pisoteada por gobiernos y corporaciones. Pero en este tema, como en muchos otros aspectos que afectan a nuestra libertad y al resto de nuestros derechos, todos somos en gran medida copartícipes. Evidentemente la imagen mencionada fue retirada y borrada de inmediato, y nos pusimos a revisar con lupa los próximos contenidos pendientes de publicación para evitar incurrir en el mismo error en lo sucesivo.
Al igual que lo hicimos en privado, reiteramos también públicamente nuestras disculpas a la persona afectada y le agradecemos que nos haya dado el necesario toque de atención, que nos motivará para ser aún más escrupulosos en la plasmación práctica del discurso que sostenemos.
En el otro platillo de esta delicada balanza quedan, por su parte, todas aquellas personas que utilizan la fotografía como medio de expresión de sus ideas y su visión del mundo. ¿Cómo plasmar, por ejemplo, una determinada realidad social a través de una imagen sin afectar al derecho de cada persona a mantener su intimidad? ¿Cómo conjugar la irrenunciable espontaneidad de algunas de las tomas realizadas con la necesidad de solicitar la autorización a cada una de las personas retratadas? Ciertamente, las salidas a estos dilemas aparentemente irresolubles no son muchas, pero existen. Y es aquí donde la mente creativa de cada autor/autora y de cada divulgador/divulgadora debe exprimir sus capacidades para hallar una solución de compromiso suficientemente aceptable desde todos los puntos de vista.
No nos queda más remedio que quebrar otro más de los muchos espejismos de la Máquina.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Paula (Argentina): “desde que apagué el smartphone estoy más atenta a todo”.
Paula, de Argentina, comparte con nosotros cómo fue su experimento de vivir dos semanas sin móvil y los efectos profundos que ha tenido esta desconexión en su vida cotidiana. ¡Gracias Paula!
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Todo comenzó hace unos cuantos meses cuando me di cuenta que era permanente el contacto que tenía con el smartphone. De hecho, siempre fui de criticar a las personas que estaban continuamente con uno de estos aparatos pegado a la cara ya sea en la calle, en reuniones de trabajo o con familiares. En un momento dado me di cuenta de mi incoherencia: Si bien no tenia el último smartphone (en realidad tenia un Samsung S4) y tampoco tenía muchas apps instaladas (sólo Whatsapp, Facebook, Pinterest , el buscador de Firefox y la lista de e-mails), eran mas que suficientes para evadirme de mi propia vida. Llegó un momento en el cual, no podía concentrarme en el trabajo, mi atención estaba dispersa cuando intentaba enfocarme en leer un libro o en escribir mi blog. Procrastinaba a la hora de hacer ejercicio, salir a la calle o realizar algún trabajo que requería de tiempo y concentración. Dicho en otras palabras, me sentía completamente atrapada y con mucha angustia por no poder salir de ese estado.
En un momento, mi primer plan de acción fué eliminar las aplicaciones, salirme de los grupos de Whatsapp e inclusive tratar de apagar el móvil en determinados horarios. Hasta inclusive habia desinstalado el Firefox tratando de convertir al smatphone en un celular lo más básico posible, sólo recibía mensajería de Whatsapp, pero no pasaba mucho tiempo hasta que el impulso me ganaba y volvia a instalar todo de nuevo y a perderme en todo ese mundo. Realmente me veia como una persona adicta al móvil, era lo primero que revisaba al despertarme y lo último al irme a dormir.
Al empezar a concientizarme de todo este panorama, de todo el poder que le habia dado, decidí investigar los efectos nocivos de los smartphones y de la hiperconectividad, y entre varios videos y artículos, dí con una entrevista [al autor de Sal de la Máquina]. El video se llamaba “¿Se puede vivir sin Whatsapp?”, y luego leí [el] blog. Ahí me di cuenta que en realidad no alcanzaría con un detox digital para luego volver a consumir lo mismo, sino que tendría que ir mas profundo. De todas formas decidí hacer una prueba: Publiqué en mi blog que iba a comenzar a hacer un reto del dumbphone de una semana y había trazado un plan de acción para el regreso de esa semana. Lo cierto es que ese reto se extendió a dos semanas, porque me di cuenta que los síntomas de abstinencia recién comenzaron a amainar llegado los últimos días de la primer semana y que volver en ese momento no era propicio.
El proceso fue doloroso y gratificante a la vez. Sentía la ansiedad de no poder salir sin un smartphone a la calle, de hecho me desorienté varias veces con mi moto (aún en lugares cercanos), tuve miedo a no tener uno y necesitarlo. También durante la primer semana saltó a la vista un acto reflejo de sacar el móvil y revisar la pantalla del celular básico como si fuera el smartphone, esperando alguna notificación, algún mensaje, algo nuevo, sabiendo que no había nada ahí para mi en ese preciso momento. Simultáneamente, era consciente de que realmente no me estaba perdiendo de nada al estar desconectada. De hecho, desde el momento en que apagué el móvil para pasarme al básico, tuve la sensación de haberme sacado un gran peso de encima.
La segunda semana, todo se normalizó. Los síntomas de ansiedad comenzaron a disminuir, pero sí es cierto que aún mi atención continuaba dispersa aunque en menor medida. Considero que logré superar ese estado en donde el aburrimiento se vuelve insoportable, a integrarlo como un aspecto más de la vida, y como consencuencia, empecé a tener nuevos pensamientos, se me han ocurrido muchas ideas de artículos para mi blog, también pude terminar de leer un libro en una semana, salir más a la calle, pude establecer otro tipo de vínculos con las personas, sobre todo con gente desconocida, retomar viejas amistades, etc. Inclusive mi capacidad de análisis de la realidad es otra. En la calle cuando viajo sola en mi moto, aún sigo perdiendo mi orientación, pero cada vez en menor medida. Estoy mas atenta a todo. Puede decirse que estoy mas consciente en general. Por otro lado, mi consumo en redes sociales ha disminuido exponencialmente y me siento bastante mas tranquila.
Mi siguiente paso es dedicar sólo unas pocas horas a la conexión de internet en el día y trabajar mayormente offline para optimizar en esas pocas horas todo lo que tenga que hacer en línea. Así que al finalizar mi segunda semana, pensé seriamente si sería conveniente volver al smartphone, pero hubo una fuerza interna que me decia que estaba mejor así, que no es necesario volver a estar disponible como antes. Como conclusión, decidí no volver al smartphone y continuar con el celular básico de forma permanente.
Es increible cómo una tecnología puede impactar tan negativamente en nuestras capacidad y libertades, y cómo nos atrapa sin siquiera ser conscientes de cuánto hasta que rompemos vínculo con ella. Seguramente al pasar los dias y los meses, los cambios y las mejoras serán mayores. Ahora estoy finalizando la tercer semana y creo que estoy llevando una vida completamente normal. Me sorprende ver que las mejoras son tan exponenciales.
Quiero aprovechar para agradecer (…) por todo el trabajo [divulgado desde Sal de la Máquina], ya que me [ha] inspirado a realizar los cambios que necesitaba hacer y que en un principio no me animaba porque pensaba que era la única loca en el mundo que consideraba que desconectarse era algo posible. Ahora sé que hay otros locos conscientes dispersos por el mundo con las mismas ideas que yo.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Borja (Pamplona): “el maldito Instagram ha absorbido más horas de mi vida que cualquier libro”.
Recuerdo a mi abuelo sentado en la butaca de casa con un libro en las manos. Así cada día. Leía casi un libro al día. Tal vez sea cosa de los jubilados, que tienen un afán especial por ocupar su tiempo. Pero no, mi abuelo lo hacía desde que era joven, y no porque fuese un pedante o por simple postureo.
Ahora me cuesta encontrar a alguien que no esté con el móvil en las manos. No quisiera culpar de nada a la tecnología, pero la verdad es que nos ha cambiado a todos. No concebimos el tiempo libre fuera de internet. Y hablo desde la experiencia propia: el maldito Instagram ha absorbido más horas de mi vida que cualquier libro que haya leído. Cuando no conseguimos palpar el teléfono en nuestros pantalones nos suben las pulsaciones. Se ha normalizado esta dependencia, pero yo invito a todo el mundo a reflexionar. Y no es la típica exageración distópica de Black Mirror, es una cosa real con la que seguro que os sentís identificados.
Asusta ver el tiempo perdido. Pensad con quién habéis pasado más tiempo este mes, ¿con el móvil entre las manos o con vuestra familia? Da miedo. Ahora nos concentramos menos, nos cuesta estar delante de un libro más de quince minutos seguidos, incluso ante una película sin explosiones y muchos tiros. Yo, que soy universitario, lo veo cada día a la hora de estudiar: cada vez me cuesta más quedarme sentado sin mirar el móvil. Y me molesta no poder ser libre en este aspecto. Así que lo he dejado. Como quien deja de fumar, he decidido aparcar el teléfono en un cajón y ya he leído dos libros. Y no soy un jubilado.
Borja (Pamplona).
[de la sección “Cartas de los lectores” de El Periódico].
https://saldelamaquina.wordpress.com...alquier-libro/.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Smart-Pobres.
Niños y ancianos en Kilgoris (Kenia), equipados con tablets y smartphones cortesía del Primer Mundo, para la implantación de programas de m-learning (enseñanza a través del móvil). Una nueva forma de colonización.
https://saldelamaquina.files.wordpre...pg?w=490&h=762
https://saldelamaquina.files.wordpre...pg?w=488&h=316
https://saldelamaquina.files.wordpre...pg?w=589&h=364
(Fotografías extraídas del reportaje de Laura G. de Rivera: M-Learning: lecciones por teléfono).
https://saldelamaquina.wordpress.com.../smart-pobres/.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Caso real: la ciber-madre.
Estamos en un parque infantil. Una mujer, sentada en un banco, hace explotar frenéticamente bolitas de colores en la pantalla de su smartphone. A sus pies juega su hija, una niña de unos seis o siete años.
Al intentar reclamar la atención de su madre para que juegue con ella, la señora responde gritando: “¡Déjame jugar! ¡Estoy jugando, te he dicho que no me molestes! ¡Si no me dejas nos vamos a casa, ya lo sabes!”.
Curiosa situación invertida: hace unas décadas, eran los niños y niñas quienes jugaban compulsivamente a las ‘maquinitas’, mientras los adultos les advertían que de seguir así “se acabarían quedando tontos”. Ahora, son los padres, madres, abuelos y abuelas quienes juegan a los videojuegos, mientras sus hijos y nietos vegetan alrededor, soberanamente aburridos, esperando a que les hagan caso.
PD: A los pocos minutos llegó una amiga de la ciber-madre. Ésta no tardó ni un instante en apagar el videojuego y guardar el móvil en el bolso, para atender a su amiga con la mejor de sus sonrisas.
https://saldelamaquina.wordpress.com...a-ciber-madre/.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
La guinda del pastel.
¿Juras ningufonearme como yo a ti, hasta que la muerte (de nuestra conciencia) nos separe (del mundo real)?
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Figurita para pastel de boda hallada en una tienda de golosinas. Emerge una nueva moda en la que las parejas ya se casan divorciadas…
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
‘Durmiendo con tu enemigo’: cuando el smartphone se mete debajo de tu sábana.
Cruzamos una vez más el umbral de la locura. Acaba de salir al mercado lo último en materia de smartphones: un ‘smart-colchón’ o ‘colchón inteligente’, conectado directamente con tu teléfono móvil para monitorizarte el sueño. ¿Estamos cada vez más cerca de la telepantalla que vigilaba a Winston mientras dormía en la novela 1984? Sigan leyendo.
Esta innovación ha sido desarrollada por uno de los fabricantes de colchones más conocidos en España. El invento se promociona como una gran virtud: “analiza tu sueño para ayudarte a dormir mejor”. Y en la información promocional de la compañía podemos leer lo siguiente: “El sistema digital cuenta con varios sensores que miden y analizan datos importantes para mejorar la calidad del descanso como la temperatura de tu habitación, las fases del sueño, los movimientos al dormir o el ritmo cardíaco”. Para ello es necesario que el durmiente se acueste con una pulsera electrónica directamente sintonizada con su smartphone a través de la aplicación descargable que incorpora el colchón.
Nosotros no nos cansamos de insistir en la importancia de liberar el dormitorio de cualquier clase de aparatos electrónicos (véase El dormitorio, territorio vedado y Guía de protección básica frente a las radiaciones electromagnéticas), no solo por higiene fisiológica y medioambiental, sino sobre todo por salud mental. Pero el mercado de las apps no conoce límites, buscando penetrar con ansiedad en los más íntimos rincones de nuestras vidas.
Con este ‘colchón inteligente’ no solo podemos “monitorizar nuestro sueño” y volcar toda esa información íntima en una aplicación que recopila para el fabricante los hábitos de miles de usuarios. Existen varias modalidades de interacción. Así, “el ‘modo coach’ te propone retos personalizados para sacar el máximo rendimiento a tu descanso”. De esta forma, el acto placentero de dormir, que hasta ahora y durante toda la historia de la humanidad venía consistiendo en relajarse y dejarse llevar por el sueño, se convierte en una carrera orientada a obtener rendimientos (como todo lo demás en nuestras vidas programadas). ¿Cabe imaginarse una idea más neurótica?
Pero no acaban aquí las bondades del dispositivo. La aplicación del colchón también ofrece la posibilidad de activar el ‘modo amor’, para monitorizar y sacar jugosas conclusiones de todas esas otras actividades diferentes al descanso que llevamos a cabo en la cama.
Nada de lo aquí relatado es broma: vigilen muy bien a qué o a quién meten en su dormitorio. O se verán convertidos por sorpresa en el personaje de Parsons de 1984… pero en su propia casa y en el siglo XXI (Sal de la Máquina, capítulo 5).
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Trastorno bipo-smart (o esquizofrenia 2.0).
Dos funcionarios atendían en el mostrador de la oficina de Correos, mientras nueve personas esperábamos nuestro turno. La sala no era muy grande: casi daba la impresión de estar en una reunión de vecinos o un encuentro familiar, pero en compañía de desconocidos y en completo silencio.
De pronto una joven mujer, coqueta, chispeante y artificialmente bronceada, irrumpe sosteniendo el móvil a la altura de la cara para mantener una videoconferencia con su prima. Y entre carcajadas y chillidos histéricos, todos los demás, desconcertados, mudos como una tumba, nos vimos obligados a ponernos al corriente de toda la conversación, mantenida a voz en grito por nuestra única protagonista mientras recorría exaltada la oficina de arriba abajo.
“Ay, tíaaaaaaa! ¡Qué bien que te sienta el rojo! ¡No me extraña que te los traigas a todos loquitos… ja, ja, ja, ja…!”
“¿Qué tal, guapis, has comido bien…? No me digas tía… ¿en serio? Jodeeeeer…”
Tras cinco o diez minutos de insufrible cháchara íntima aireada sin tapujos, la mujer se acerca al mostrador y, sin tan siquiera mirar al funcionario que la atiende, comienza a preparar la documentación con una sola mano, sosteniendo todavía el smartphone con la otra.
“Venga tía, te dejo, que ya me toca… ¡Que te quiero, te quiero mucho guapa! ¡Un besoteeeeeee… mmmmmmmuuuuá! ¡Buen viaje! Hablamos cielo, adiós, adiós…”
Con toda la parsimonia del mundo la joven guarda su teléfono móvil en el bolso y se dirige al funcionario en tono confidencial, tramitando su pedido con toda discreción, hablando con el rostro serio y relajado, entre susurros apenas audibles.
¡Gracias por la deferencia, guapa!
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Lo que la publicidad esconde: el peso que un smartphone carga a sus espaldas.
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“¿Cuántos millones de toneladas de materiales hace falta arrancar de las entrañas de la Tierra y procesar de forma contaminante y en condiciones laborales de semi-esclavitud, para presentar el resultado, precintado en más envoltorios contaminantes, en la sección tecnológica de un centro comercial occidental? Un smartphone nuevo, sin salir de su embalaje, ya ha consumido en su fabricación y empaquetado 75 (setenta y cinco) kilos de materiales . Durante su vida útil (cada vez más reducida por una obsolescencia programada que nos ‘invita’ a cambiar de móvil cada año), consume una cantidad incalculable de energía eléctrica (miles de millones de terminales conectados diariamente a la red eléctrica mundial durante la recarga de baterías). Una vez desechados, todos los dispositivos se convierten en chatarra tóxica inasimilable por los ecosistemas, y pasa a abandonarse y acumularse en el ‘patio trasero de Occidente’: los vertederos electrónicos del Tercer Mundo. Se cierra así un ciclo de destrucción y muerte que comienza en aquellos mismos ‘continentes olvidados’, con la extracción indiscriminada de materiales y la explotación laboral de miles de seres humanos.
(…) Todo este engaño inconcebible, esta brecha creada artificialmente entre el mundo real allí fuera y el mundo de fantasía que vivimos en las sociedades de consumo, solo es posible gracias a la publicidad. Las mismas multinacionales responsables de las atrocidades medioambientales y de los crímenes arriba citados, son las que nos seducen a diario con blancas sonrisas: “nos importan las personas”, “cuidamos el medio ambiente”, “tu bienestar, nuestra razón de ser”. El mantenimiento de esa división infame entre realidad y ficción, entre productores y consumidores, entre quienes son forzados a digerir toda la contaminación y el sufrimiento y quienes desenvolvemos el brillante papel de regalo de un dispositivo multimedia recién comprado, depende de que la brecha entre ambos mundos continúe siendo lo más grande posible. Barrer la basura debajo de la alfombra: ese, y no otro cometido, es el de la publicidad, verdadera propaganda de adoctrinamiento al servicio del mercado”.
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
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Re: La mente colmena y la muerte de la religión
Libro recomendable que quizás merecería hilo aparte: La máquina de trinar de Richard Seymour.
Sinopsis: Los antiguos ejecutivos de la industria social nos dicen que el sistema es una máquina de adicción. Somos usuarios que esperamos histéricos nuestro próximo éxito, con sus likes, sus comentarios y su difusión compartida. Escribimos a la máquina como individuos, pero esta nos responde agregando nuestros deseos, fantasías y debilidades, y convirtiéndolo todo en datos. Nos transformamos, queramos o no, en una experiencia de mercancía.
En la obra de Paul Klee Die Zwitscher-Maschine (The Twittering Machine o La máquina de trinar, 1922), la canción del pájaro de una máquina diabólica actúa como un cebo para atraer a la humanidad a un pozo de condenación. De igual forma, las redes y la industrial social nos ofrecían la promesa de construir nuestra propia historia, pero ¿hasta qué punto elegimos la pesadilla en la que se ha convertido?
https://www.akal.com/libro/the-twitt...machine_51164/