Fuente: Ahora Información, Número 21, Mayo-Junio 1996. Página 42.
Fallece en Dallas Frederick D. Wilhelmsen
Por Miguel Ayuso
Acaba de fallecer en Dallas, a los setenta y tres años de edad, el profesor Frederick D. Wilhelmsen. La noticia de su muerte supone un duro mazazo no sólo para su familia y amigos –entre los que tengo el honor de contarme desde hace años–; sino para el pensamiento tradicional, del que era uno de sus representantes más conspicuos. La figura de Federico Wilhelmsen siempre se me ha aparecido como una de esas especies, hoy por desgracia en peligro de extinción, propia de tiempos menos indigentes que el nuestro, por la riqueza, el colorido, el vigor y hasta la magnanimidad que rezuman. Profesor de las Universidades Santa Clara de California, de Navarra y de Dallas, impartió también cursos como profesor visitante en diversos centros de Iraq, Méjico, Nicaragua, Argentina y España. Filósofo católico en la línea de Santo Tomás, pero sin los reduccionismos de tantos tomistas, siempre primó en él la síntesis original, aplicada fielmente a los nuevos problemas del día.
Su filosofía política concentró no pocos de sus desvelos. Varios de sus libros, entre ellos El problema de Occidente y los cristianos, editado en 1964 por la Delegación Nacional de Requetés, y el a modo de catecismo divulgador de la doctrina carlista Así pensamos (1977), constituyen buena prueba de tal dedicación. También a esta categoría pertenecen buena parte de sus colaboraciones de revista, principalmente en la americana Modern Age y la española Verbo.
Quedaría mutilado un importante sector de la personalidad de Wilhelmsen sin una referencia a su carácter militante. Su pensamiento político era el del tradicionalismo hispánico, que había conocido en su precoz viaje a España en los años cincuenta, en el que adquirió la luminosa comprensión de que la civilización española o del Barroco habría supuesto la prolongación del fervor por la Ciudad cristiana de los siglos medios, conservada aquélla luego a través de la escuela tradicionalista o contrarrevolucionaria. Singularmente en el carlismo halló su hogar intelectual y afectivo, desoyendo los cantos de sirena que recibió de un entonces activísimo neotradicionalismo algo desvitalizado y pronto aggiornado –como es bien sabido– en neoliberalimo tecnocrático. Así, durante los años de su residencia en España, trabó relación con Rafael Gambra e Ignacio Larramendi, hizo gran amistad con Pepe Arturo Márquez de Prado, colaboró con las iniciativas culturales carlistas de Elías de Tejada y con la Ciudad Católica de Vallet de Goytisolo, etc. Aunque regresó a los EEUU en 1965, donde trataría de infundir en la cultura católica un injerto hispánico, con la revista Triumph y el movimiento Christian Commonwealth Institute, nunca perdería el contacto ni con España ni con el carlismo.
Había en Wilhelmsen un aura romántica, algo de caballero del ideal. Y algunas anécdotas de su vida lo acreditan cumplidamente, como el querer adherirse al juramento de defender la unidad católica de España que los jefes de requetés reunidos en la trapa de La Oliva hicieron el día de Santiago de 1964, cuando los aires conciliares dejaban presagiar tormenta; o el intento de romper el cerco que en torno de don Javier de Borbón-Parma mantenían algunos de sus hijos, don Hugo a la cabeza, que le valió la concesión por don Javier de la Gran Cruz de la legitimidad proscripta, extremo que hacía constar con orgullo en su currículum para estupefacción de la «Academia» estadounidense; o antes, el viaje relámpago a España hacia 1965, a poco de su vuelta a EEUU, para advertir a Franco de lo que creía iba a ser un golpe inminente, que Calvo Serer –su director de Tesis en la Universidad de Madrid en los años cincuenta– frívolamente iba anunciando por los salones de Washington, de donde Bozell recogió la noticia, que le transmitió telefónicamente a Wilhelmsen, quien voló de Dallas a Washington, saliendo juntos hacia Madrid en el primer avión… Por eso, ¿puede sorprender a alguien que dispusiera que en sus funerales la boina roja descansara entre sus manos, con el rosario, y además de la bandera americana que descansó sobre su ataúd conforme al privilegio de los excombatientes?
Por todo ello, el profesor Wilhelmsen ocupaba una posición peculiarísima dentro del movimiento conservador estadounidense. Al lado del sudista Melvin Bradford y del anglosajón Russel Kirk, ambos desaparecidos en los últimos años, Molnar y Wilhelmsen siempre portaron una cierta carga heterodoxa, aquél por la amplitud de visión panorámica de temas y culturas, éste por la hondura y el arraigo de todas sus tomas de posición. Por lo mismo, no tengo la menor duda respecto de que Wilhelmsen es el nombre cimero del conservatismo norteamericano de este siglo y de que igualmente ocupa uno de los primeros puestos entre los pensadores tradicionalistas hispánicos, junto con Rafael Gambra y Álvaro D´Ors, con Eugenio Vegas Latapie y Juan Vallet de Goytisolo, con Vicente Marrero y Francisco Canals, con José Pedro Galvao de Sousa y Osvaldo Lira, con Juan Antonio Widow y Gonzalo Ibáñez.
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Carta a Federico Wilhelmsen
Madrid, 27 de mayo de 1996
Querido Federico:
Acabo de recibir tu carta fechada el 17 de este mes, justo–me dices– el mismo día en que recibiste la última mía. Tu carta me ha llegadohoy, es decir, 4 ó 5 días después de habernos dejado de “momento”. En elpárrafo de despedida de tu carta, dices textualmente: “Con esperanzas de verosen la tierra antes de veros en el cielo, recibid el más fuerte abrazo devuestro buen amigo.” Y tienes un recuerdo para Mª del Carmen que los dos teagradecemos de corazón.
Ya no será posible vernos en la tierra antes que el cielo.Tus esperanzas se han transformado en el mismo Cristo. Pide para que todos nosencontremos en Él. En nuestros 34 años de limpia y fuerte amistad, junto aotros, con toda lealtad a lo que la Comunión Tradicionalista encarnaba.
Te conocí muy bien y siempre admiré tu Fe, tu enormehumildad, tu sabiduría y tu valor y generosidad. Fui testigo de excepción juntocon Gildo en dos ocasiones especialmente emotivas para ti: cuando en Besson(Allier) nuestro muy querido D. Javier de Borbón Parma te concedió la Cruz dela legitimidad proscrita en junio de 1975, y cuando se te nombró capitán deRequetés porque “encajabas” en esos difíciles moldes. Fuiste un gran maestro enla filosofía, un gran esposo, un padre ejemplar y un lealísimo amigo para losque lo fuimos tuyos. A mí me enseñaste muchas cosas que no olvidaré.
Agradezco al Señor, querido Federico, la inmensa gracia detu amistad. Fuiste, en fin, un hombre limpio de corazón. Y en estos momentos,al final de esta carta, recuerdo a San Bernardo en la muerte de su hermanoGuido. ¿Te acuerdas?, y no puedo dejar de imitarle.
José Arturo Márquez de Prado
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