UN GENIAL EMBELECO

Juan Manuel de Prada

(ABC, 17 de octubre de 2016)


Sobrecoge el grado de perfección alcanzado por los mecanismos de control social, que –como auguraba Marcuse en "El hombre unidimensional"— han conseguido que «la negativa intelectual y emocional a “seguir la corriente” aparezca como un signo de neurosis e impotencia». Mediante estos mecanismos de control social se convierte a los pueblos en papillas donde «toda contradicción parece irracional y toda oposición imposible», hasta alcanzar lo que Marcuse denominaba “mímesis”, una absoluta y automática identificación del individuo con los modelos de pensamiento y conducta que se le imponen. Pero a esta papilla de seres miméticos y unidimensionales hay que arrojarle (como se arroja un hueso al perrillo) algunas carnazas para mantenerla entretenida, haciéndole creer que conserva la capacidad intelectual y emocional para oponerse. Así, la gente sometida piensa que es libre para discrepar, incluso que es capaz de rebelarse y nadar contra corriente, cuando no hace en realidad sino disputar por naderías, encizañarse en una demogresca aturdidora por chorradas emotivistas de poco fuste, para regocijo y escarnio de quienes mantienen el control.


Ejemplos de estas carnazas que se lanzan a la gente, para que piense que discrepa mientras alcanza el grado máximo de “mímesis” descrito por Marcuse las tenemos a porrillo. Pensemos, por ejemplo, en el ardor grotesco con que nos hemos puesto a discutir si el viejuno Dylan es un poeta auténtico o una metralleta de ripios, después de que le concedieran el premio instituido por el inventor de la dinamita; nadie, en cambio, se ha detenido a considerar que el premio de marras es un instrumento de control social que entroniza a quienes, a través de su obra literaria o seudoliteraria, contribuyen a consolidar los modelos de pensamiento y conducta que el mundialismo promueve. Otro ejemplo irrisorio de carnaza (en este caso autóctona) que se arroja a la gente, para que dispute sobre cuestiones insustanciales, la constituye la llamada “crisis socialista”, que a los prosélitos de esta facción política los ha hecho alinearse en contra o a favor del destronado Sánchez. Cuando lo cierto es que Sánchez no era más que un títere encumbrado por los que luego lo destronaron; un hombre de paja que, en un principio por pura supervivencia personal y luego aquejado por un síndrome de Alonso Quijano, dio en creerse poseído por la “misión histórica” de impedir que gobernase Rajoy. Naturalmente, este empeño de Sánchez era completamente ridículo; pero su destronamiento ha servido para que algunos lo hayan erigido en paladín numantino de unas inexistentes esencias socialistas. Cuando las verdaderas esencias socialistas, de Suresnes hasta hoy, no han sido otras sino favorecer los intereses de la plutocracia internacional: aceptando primero el despido libre en los Pactos de la Moncloa, después ejecutando la “reconversión” que arrasó nuestra industria, aceptando las “cuotas” que aniquilaron nuestra agricultura, acatando la reforma del artículo 135 de la Constitución, etcétera (y todo ello, por supuesto, acompañado de las ingenierías sociales y antropológicas exigidas por el mundialismo, que a cambio reparte opíparos sobornos).


Pero la llamada “crisis socialista”, con su polvareda mediática, ha servido para ocultar esta ejecutoria (¡tan coherente!) con emotivismos grotescos, enzarzando a sus prosélitos en una disputa grotesca que, a la vez que los aturde, les permite olvidar que con su voto cooperan con los designios del mundialismo. Pues uno de los embelecos más geniales de estos mecanismos de control social consiste en hacer creer a quienes “siguen la corriente” que son ardorosos y heroicos rebeldes.














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