Ya hace muchos años que este documento histórico cayó en el olvido, como tantas otras cuestiones de capital importancia y cuya manipulación u olvido intencionado nos han traído a la situación que hoy, para desgracia de España, estamos viviendo y que, lejos de apaciguarse, de seguir así va a ir a más, si antes no hay alguien que corte esta deriva tan perniciosa para todos, y particularmente peligrosa por las consecuencias que puedan derivarse. Y antes de reproducir el texto del testamento de Franco, veamos este artículo que entiendo como de sumo interés.
Grandeza de ánimo
Pablo Cabellos
19.04.2011 | 07:30
Los clásicos definen la magnanimidad como tensión del ánimo hacia las grandes cosas. Es magnánimo el hombre de corazón ancho, enraizado en las posibilidades de la naturaleza humana y, para el creyente, en la fuerza de Dios. Indudablemente, esas cosas grandes no son tanto gigantes materiales cuanto actitudes interiores que se traducen, por ejemplo, en comprensión, misericordia, perdón, esperanza, generosidad. En cambio, la disposición contraria —la acedia— es como una humildad pervertida que encoge el corazón; es la renuncia malhumorada del que no se atreve con esas actitudes del buen corazón por las exigencias que comporta.
Pensé en traer aquí tres nombres muy disparejos, alguno lejano a mi modo de pensar, aunque actuales por motivos diversos. Luego, sólo he dejado uno, Cristo, para evitar posibles malinterpretaciones y porque es Semana Santa. Cristo es siempre actual para el que lo cree Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado. La epístola a los hebreos afirma que es el mismo ayer, hoy y siempre.
Nada que igualar ni comparar en tres hombres —de los cuales uno también es Dios— y que pensé tan diferentes, salvo en ser personas y por su relación pasiva con la virtud de la magnanimidad en el trato recibido, o más bien su contrario: la mezquindad por juicios inmisericordes y rácanos. Los notables omitidos estaban tomados de dos mundos diferentes, pero tristemente unidos por esa realidad de los censurados desde la discrepancia hiriente.
El lector puede buscar nombres y comprobará que tal actitud zahiere a muchos. Cristo fue maltratado en vida, en la muerte ignominiosa que sufrió, y continúa siéndolo en sus seguidores. Cuando Pablo camina hacia Damasco para apresar a los cristianos, y es derribado por una fuerza extraña, escucha esta voz: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Al preguntar por quién habla, Jesús responde identificándose con los suyos: «Yo soy Jesús a quien tu persigues».
El asunto no ha cesado. Aun para un no creyente, Jesús puede ser un hombre fascinante, pero falta misericordia con quien la ejercita del modo más admirable: haciéndola propia, absorbiendo en su corazón la miseria ajena para limpiarla en una cruz. Puede argüirse que muchos cristianos no se comportan adecuadamente, pero falta corazón con respecto al mismo Cristo.
Existen otros hombres posiblemente amados por millones de personas, pero no faltan los que emplean cualquier oportunidad para juzgarlos desde un corazón enteco. Se confunde la posible discrepancia con la innecesaria pequeñez del corazón, hecha caricatura, burla o desdén. Sobre todo cuando goza del oportunismo de la moda o de lo políticamente correcto.
Mi tercer ejemplo era alguien ahora denostado de modo impropio por tirios y troyanos. No entro en posibles y hasta necesarias divergencias pero, en cuestión de horas, han comenzado a cavar su tumba, con graves improperios, proferidos por muchos de quienes esculpieron su monumento verbal. Cabe la disconformidad, pero no debería confundirse con el insulto expelido desde la pequeñez de alma. Además, muchas veces se denigra de modo interesado.
Dicen que la envidia es un defecto nacional. Creo poco en los defectos colectivos. Envidia es alegrarse del mal ajeno o entristecerse por su bien, pariente de esa acedia del corazón pequeñito. Leí en una red social que debemos perdonar a todos, excepto a homosexuales y herejes. Cuando menos, sorprendente. Y, sobre todo, triste, muy triste.
https://www.levante-emv.com/opinion/...mo/800134.html
Y ahora si, a continuación el texto de un testamento breve en extensión, pero lleno de palabras con profundidad. Léase y comprárese con el indigno e infamante espectáculo de circo romano que hoy sufre España gracias a las mamarrachadas de la bufonería política, ¿y a esta escoria parasitaria queréis seguir sirviendo?
Testamento de Francisco Franco Bahamonde
«Españoles:
Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo.
Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido.
No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria.
Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte,
"¡Arriba España! ¡Viva España!".»
COMPARAD LO QUE SE DICE EN AMBOS TEXTOS CON LO QUE SE HACE HOY, CON LAS MENTIRAS INSTITUCIONALIZADAS, CON EL GRAN ENGAÑO AL PUEBLO ESPAÑOL, CON LA "MENTIRA HISTÓRICA" DE UNA LEY ILEGAL, Y CON LO QUE SE DICE EN LA PRENSA.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
“Volvamos al testamento de Franco”, por Jaime Tarragó
(*) Instauración; ¡NO Restauración!
Revista FUERZA NUEVA, nº 503, 28-Ago-1976
Volvamos al testamento de Franco
(Jaime Tarragó, 1976)
En la hora suprema de la muerte –sintetizando y resumiendo los sacrificios de las guerras heroicas del siglo XIX y de la Cruzada-, Francisco Franco, empujado por impulso de siglos de historia española y de empresas de combate, verdaderamente inspirado, al rojo vivo de su vida –“Y yo le regalaba / y el ventalle de cedros aire daba”, al decir de San Juan de la Cruz-, nos dejó su testamento, que sólo se puede entender como unas tablas patrióticas, para el presente y el futuro de España. En la intimidad, intentaremos glosar estas palabras imperecederas:
I. “ESPAÑOLES.”
Franco convoca a sus hombres de ahora y de los siglos venideros, con la plenitud de un sustantivo ubérrimo y vital: “Españoles”. Franco sabe que la españolidad no es de derechas ni de centro ni de izquierda. Que estas caricaturescas etiquetas sólo proceden de cerebros enfermos, de enfrentamientos violentos, de trasvases de ideologías ajenas a la tradición, a la metafísica de España. Franco conoce la gestación fecunda que desde Isabel y Fernando ha unido el Mediterráneo y Castilla, el Norte y el Sur, España y América. Que las grandes ejecutorias de la Reconquista, de Granada, del Descubrimiento, de Trento, de Lepanto, de la Contrarreforma, de la Guerra de la Independencia, del 18 de julio de 1936, sólo se conciben en la pletórica y entrañable unidad de hombres que se sabían españoles. O sea, no de ningún partido político, de ninguna casta, de ningún clan, de ninguna secta. Ya este apelativo embarga y graba lo que San Isidoro cantaba en su tiempo: “España, la porción más ilustre del globo, luz de Oriente y Occidente. La más hermosa y bendita de todas las tierras. Madre de muchos pueblos”. Y Franco nos llama con esa ufanía. No quiere que nos sintamos sucursalistas de ningún mercado, de ninguna internacional ni del dinero ni del odio.
II. “AL LLEGAR PARA MÍ LA HORA DE RENDIR LA VIDA ANTE EL ALTÍSIMO Y COMPARECER ANTE SU INAPELABLE JUICIO PIDO A DIOS QUE ME ACOJA BENIGNO A SU PRESENCIA, PUES QUISE VIVIR Y MORIR COMO CATÓLICO. EN EL NOMBRE DE CRISTO ME HONRO, Y HA SIDO MI VOLUNTAD CONSTANTE SER HIJO FIEL DE LA IGLESIA, EN CUYO SENO VOY A MORIR”.
Franco, en estas palabras, reafirma el credo cristiano. La seguridad y certeza en Dios, en Jesucristo, en la vida eterna, en la divinidad de la Iglesia. En realidad, es la última anilla de la vida de Franco, que se enlaza políticamente con el gesto del 20 de mayo de 1939, ofreciendo su espada en reconocimiento de la ayuda decisiva de Dios en nuestra Cruzada.
En esta hora, que era el hito entre el tiempo y la eternidad para Francisco Franco, no tenía otra preocupación que la que formuló el canónigo Castro Albarrán, comentado por el cardenal Gomá. El canónigo Castro Albarrán afirmaba: “No habrá traiciones”. El cardenal Gomá subrayaba: “Se nos antoja que en el espíritu del autor se le ha planteado un interrogante: ¿No habrá traiciones? ¡Quién sabe! Lo dejamos en interrogante. Traiciones, puede que no; es demasiado odioso el mote, y es demasiado grave el momento de España para que las haya. Desviaciones, debilidades, claudicaciones, puede que sí. El oro tiene siempre escorias… En este punto la historia nos es adversa. De las grandes conmociones de la patria querida nunca hemos sacado el bien que era lícito esperar. Siempre España tuvo que coger en el árbol de su historia los frutos en agraz. Ni correspondió la mezquindad de sus partos al dolor de sus alumbramientos… Una guerra santa pide a lo menos un santo esfuerzo para que no sea estéril la sangre en ella derramada. Los que la dieron tan generosamente, por Dios y por España, clamarían venganza contra quienes no pusieran estos santísimos nombres en la base, en el corazón y en la cumbre de la España que renace”.
Franco, agudamente, sintió, esta misma angustia. Pedía a Dios su misericordia, le confesaba y conminaba a todos a no esterilizar el sacrificio que forjó el Estado nacional, por el plato de lentejas de cualquier europeísmo masónico…
III. “PIDO PERDÓN A TODOS, COMO DE TODO CORAZÓN PERDONO A CUANTOS SE DECLARARON MIS ENEMIGOS, SIN QUE YO LOS TUVIERA COMO TALES. CREO Y DESEO NO HABER TENIDO OTROS QUE AQUÉLLOS QUE LO FUERON DE ESPAÑA, A LA QUE AMO HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO Y A LA QUE PROMETÍ SERVIR HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO DE MI VIDA, QUE YA SÉ PRÓXIMO”.
Anticipándose a la fórmula sacramental de la Iglesia en la unción de los enfermos, Franco humildemente pide perdón por los yerros cometidos. Y otorga su perdón a cuantos en el mundo entero se declararon sus enemigos. Pero Franco no cae en el error de confundir la magnanimidad con el entreguismo, con la claudicación frente a los que por sus artimañas y maquinaciones conspiran contra la Patria. Franco sabe que España no es negociable, no está en almoneda en el comercio de cualquier postor, salvados únicamente la pitanza y el aplauso de los mandiles, del sionismo, del marxismo y del consumismo, limitando la nación a metas meramente materiales y destapes de todo género. Franco sabía, por propia vocación de soldado de Dios, que lo definitivo es lo que el emperador Carlos esgrimía frente a las alianzas impías: “Yo no quiero reinos tan caros como ésos, ni con esa condición quiero a Alemania, Francia, España o Italia, sino a Jesús crucificado”. Franco reivindicaba, cuando ya sus fuerzas físicas flaqueaban, lo que fue propósito de la Cruzada y debía rectificarse en lo sucesivo: la voluntad de que España no cediera a sus enemigos. Franco pedía perdón de sus propias faltas y perdonaba a sus enemigos. Pero, clarividentemente, nos recordaba que a los enemigos de España la única manera de quererlos es tenerlos marginados, vencidos.
Porque España, como nación –“esa catolicidad materna que ha de amamantar nuestra sangre”, como decía Eugenio Montes-, únicamente es fiable manteniéndose ortodoxa en su destino divino. Por esto Franco, dichosamente, al saber que sus enemigos son los enemigos de España, los perdona, pero no les daba patente de corso para volver a destruirnos. En realidad, Franco nos repetía, con otras palabras, lo que solemnemente clamó en la plaza de Oriente, el 1 de octubre de 1975: “Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece”. En esta luz, ¡qué diamantina la videncia de Franco, al no confundir el perdón personal con el allanamiento a las pretensiones de estos enemigos tan fulminantemente señalados!
IV. “QUIERO AGRADECER A CUANTOS HAN COLABORADO CON ENTUSIASMO, ENTREGA Y ABNEGACIÓN EN LA GRAN EMPRESA DE HACER UNA ESPAÑA UNIDA, GRANDE Y LIBRE”.
Fue la constante del pensamiento de Franco el ideal de la unidad, grandeza y libertad de España. Por esto Franco fue debelador del liberalismo. El 18 de julio de 1954, decía: “Vosotros, los que peináis canas, conocéis cuál era la realidad de la política española, la gran estafa de la política liberal, la indiferencia ante la explotación del hombre por el hombre, la política de la lucha de clases, la del odio entre hermanos, la política de diversión, de destrucción de nuestra unidad, el fraccionamiento de nuestra Patria, el aniquilamiento de España para que sobre ella triunfaran las Internacionales y las intrigas extranjeras”. Y el 13 de julio de 1960, denunciaba otra vez el fracaso liberal: “Sabéis cuántas crisis políticas hubo bajo la Monarquía liberal, constitucional y parlamentaria en los años que van de 1900 a 1923? Cincuenta y tres, que representaron una media de dos o tres gobiernos por año. ¿Qué acción cabe con esa discontinuidad? Mas si nos trasladamos a los años de la República, en el periodo que va de febrero de 1931 al Movimiento Nacional, o sea un total de cinco años, vemos sucederse veintidós Gobiernos, que representan un poco más de cuatro por año.”
De ahí, la cortesía de Franco al agradecer a cuantos han luchado por la España antiliberal, desde sus más inmediatos colaboradores hasta el anonimato de los soldados, de los voluntarios, de las madres que engendraron hijos para salvar a España.
V. “POR EL AMOR QUE SIENTO POR NUESTRA PATRIA OS PIDO QUE PERSEVERÉIS EN LA UNIDAD Y EN LA PAZ Y QUE RODEÉIS AL FUTURO REY DE ESPAÑA, DON JUAN CARLOS DE BORBÓN, DEL MISMO AFECTO Y LEALTAD QUE A MÍ ME HABÉIS BRINDADO Y LE PRESTÉIS, EN TODO MOMENTO, EL MISMO APOYO DE COLABORACIÓN QUE DE VOSOTROS HE TENIDO”.
Franco corona la obra de la Cruzada con la instauración (*) de la Monarquía en la persona de don Juan Carlos de Borbón. La Monarquía para Franco tiene estas características, marcadas por la Ley de Sucesión: “España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo, que de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino”.
En la mente de Franco, la Monarquía tenía una figura muy concreta. Manifestaba el 23 de enero de 1955: “La Monarquía que en nuestra Nación pueda un día instaurarse no puede confundirse con la liberal y parlamentaria que padecimos, ni con aquélla otra influenciada por camarillas de cortesanos que la crítica republicana y liberal nos presentó con objeto de estigmatizarla. Se olvida que la Monarquía, en sus tiempos gloriosos, fue eminentemente popular y social, precisamente todo lo contrario de lo que muchos creen al juzgar lo que hasta ellos llegó. Aquélla Monarquía encarnaba en sí los principios de unidad y autoridad templados por los de confesionalidad católica. Lo importante de las instituciones no es el nombre, sino el contenido.”
Franco no quería la Monarquía hundida por la revolución de 1868. Franco conocía perfectamente esta certeza histórica, constatada por Julián Cortés Cavanillas: “La Monarquía que se restaura en Sagunto lleva en sus entrañas el estigma precursor de su decadencia. Y ese estigma es el liberalismo, que viene a secar las raíces de la tradición y a romper la continuidad de la historia”. (“La caída de Alfonso XIII”, pág. 20).
Franco compartía realmente lo que José Antonio Primo de Rivera había sentenciado: “El 14 de abril de 1931 –hay que reconocerlo en verdad- no fue derribada la Monarquía española. La Monarquía española había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes destinos universales. Había fundado y sostenido un imperio, y lo había fundado y sostenido, cabalmente, por lo que constituía su fundamental virtud; por representar la unidad de mando. Sin la unidad de mando no se va a parte alguna. Pero la Monarquía dejo de ser unidad de mando hacía bastante tiempo: en Felipe III, el rey ya no mandaba; el rey seguía siendo el signo aparente, mas el ejercicio del poder decayó en manos de validos, en manos de ministros: de Lerma, de Olivares, de Aranda, de Godoy. Cuando llega Carlos IV la Monarquía ya no es más que un simulacro sin sustancia. La Monarquía, que empezó en los campamentos, se ha recluido en las Cortes; el pueblo español es implacablemente realista; el pueblo español, que exige a sus santos patronos que le traigan lluvia cuando hace falta, y si no se la traen los vuelve de espaldas en el altar; el pueblo español, repito, no entendía este simulacro de la Monarquía sin poder; por eso el 14 de abril de 1931 aquel simulacro cayó de su sitio sin que entrase en lucha siquiera un piquete de alabarderos”.
Por esto Franco, al unísono de la experiencia, al instaurar para el futuro sus previsiones, respondiendo a la sangre vertida, no recayó en el anacronismo liberal. Y no quería la Monarquía de los “tristes destinos”, ni la de “católico como mis padres y liberal como el siglo”, ni la del abandono del 14 de abril de 1931. Franco, con sabiduría de estadista, subscribía plenamente la profecía de Mella: “La Monarquía que se asocia con el liberalismo y busca en los partidos liberales y en las constituciones que ellos tejen y destejen su apoyo, se suicida, porque a sí misma se condena a muerte irremediablemente, solicitando fuerzas de sus adversarios y fundamentos en principios que le son contradictorios”. Para esa Monarquía, y no otra, nos emplazó Francisco Franco, arrancada de la legitimidad del 18 de julio de 1936.
VI. “NO OLVIDÉIS QUE LOS ENEMIGOS DE ESPAÑA Y DE LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA ESTÁN ALERTA”.
La vivencia combatiente, bíblica e hispánica, jamás fue perdida de vista por Francisco Franco. Se sabía, humildemente, servidor de Dios y de España. Pero no desconocía que él tenía la verdad. Los cretinos y los judas pretenden ridiculizar a los que con firmeza plantean los postulados dogmáticos de la fe y de la Patria. Precisamente los afincados en Dios y la Patria no son orgullosos sino fieles. Ellos creen que Dios, la filosofía cristiana, la tradición nacional, la sangre de los mártires ni engañan ni nos pueden engañar. Por esto Franco se plantaría ante quien afirmara que la Monarquía debe ser indiferente, moderadora y neutral ante el Ejército nacional y el Ejército rojo, ante la fe católica y el ateísmo, ante el pluralismo que admitiera que la verdad y la mentira, que España y la antipatria se puedan situar en el equilibrio de unos mismos platillos.
Franco sabía que la masonería, el liberalismo y el comunismo no cejarían de luchar contra España. Ya en la Pascua Militar de 1960, advertía: “La estrategia del enemigo, del futuro adversario, no es la de combate de frente: es la de trabajar el flanco y buscar la retaguardia, y viene tomando posiciones tanto en la espalda de Europa como en la retaguardia de América”.
Y el 3 de junio de 1961, ante las Cortes españolas, reafirmaba: “Una de las colaboraciones más eficaces que el comunismo encuentra en la batalla que viene dando al Occidente la constituye la facilidad de que disfruta para irse infiltrando y adueñando de los órganos de opinión de los países, ya sea a través de sociedades ficticias o con persona interpuesta. El hecho es que más de la mitad de la Prensa y de las radios del mundo vienen recogiendo las consignas que antes han lanzado las emisoras soviéticas, y callan y silencian cuanto puede oponerse a sus designios”.
Franco, embebido de firmezas y convicciones, fue un mílite de la civilización cristiana. Y con Pío X –a quien tanto admiraba-, tenía por verdadero apotegma que “no hay verdadera civilización sin civilización moral, ni civilización moral sin religión verdadera”. Por esto Franco supo rechazar el Plan Marshall, para no ceder en la tolerancia de las sectas anticatólicas. Y en la unidad católica de España cifraba su verdadera fuerza y gloria.
VII. “VELAD TAMBIÉN VOSOTROS Y PARA ELLO DEPONED FRENTE A LOS SUPREMOS INTERESES DE LA PATRIA Y DEL PUEBLO ESPAÑOL TODA MIRA PERSONAL”.
La advertencia es trascendental. Toda mira personal –dinero, prestigio, la misma relación de hijo a padre- queda reducida a cero ante la realidad de España. Somos hombres, españoles, cristianos, no marionetas que pueden dejarse engañar por tantos que están financiados por el terrorismo mental, precursor del terrorismo de las bombas y metralletas. Otra vez la mística –mitad monje y mitad soldado- tiene su vigencia más rabiosa. Y, frente a lo antiheroico, Franco, centinela de la paz de España, nos grita que no hay paraíso pacifista ni engaño más perverso que el de mutilarse ignorando la existencia de los enemigos. Y nos manda, con estilo legionario, prescindir de todas las cantilenas de la vanidad y de la blandura, para que España –el bien común nacional- dinámicamente subsista, avance y se desenvuelva.
VIII. “NO CEJÉIS EN ALCANZAR LA JUSTICIA SOCIAL Y LA CULTURA PARA TODOS LOS HOMBRES DE ESPAÑA Y HACED DE ELLO VUESTRO PRIMORDIAL OBJETIVO”.
En la ordenación de la sociedad, Franco clavetea la bandera de la justicia social y de la cultura, como programas incesantes de perfección humana y convivencial. La justicia social, alejada del capitalismo multinacional, de los tentáculos europeístas, de los sionismos bancarios, con efectivas soluciones de propiedad asequible a todos y distribución equitativa de la riqueza. Y la cultura, entendida en su sentido más profundo y estremecido, dando a los hombres de España letras y profesión, verdad y moral, investigación y el rito fecundo y esperanzador de las luces divinas que iluminan la vida humana. La justicia social y la cultura, en la consigna de Franco, nos liberan del capitalismo y del marxismo, del analfabetismo y del materialismo de Sartre y de los infelices diablos que han desbaratado la vieja cristiandad, convirtiendo a muchas naciones de Europa y del mundo en estercoleros de suicidas, de abortos, de drogas. (…)
IX. “MANTENED AL UNIDAD DE LAS TIERRAS DE ESPAÑA EXALTANDO LA RICA MULTIPLICIDAD DE LAS REGIONES COMO FUENTE DE FORTALEZA EN LA UNIDAD DE LA PATRIA”.
La unidad de España fue la eclosión de la obra de la Iglesia y del genio de la Reconquista, de Roma y de la geografía. La venganza sionista estriba en deshacer la unidad de España (…) Por esto Franco conjuga la unidad de España en la riqueza de un regionalismo fortalecedor de la misma. Franco no habría jamás dado el visto bueno a una regionalización de España en adulterio con una idea de Europa que tiene por finalidad romper la noción de Patria, concepto eminentemente católico. Franco, para asegurar la unidad de España, la fundaba en la fe católica de los españoles y en el mando de la monarquía católica, social y representativa. O sea, antiliberal, antiparlamentaria y antidemocrática del sufragio universal y de los partidos políticos. Franco conocía el comunismo en todas sus versiones. Y no olvidaba que el comunismo utiliza el separatismo para sus fines. En el mensaje de fin de año de 1960, Franco anotaba: “El que en sus juicios o planteamientos no cuente antes de pronunciarse con este fenómeno, es práctica y socialmente un irresponsable. Si por las razones que fuere prescinde de ese dato esencial y determinante, de hecho es un colaborador, inconsciente, puede ser, pero muy eficaz, del comunismo”.
En la sabiduría de esta visión densa palpita todo el anhelo de unidad y de regionalismo que Franco señala para salvaguardar la realidad de España.
X. “QUISIERA, EN MI ÚLTIMO MOMENTO, UNIR LOS NOMBRES DE DIOS Y DE ESPAÑA Y ABRAZAROS A TODOS PARA GRITAR JUNTOS, POR ÚLTIMA VEZ, EN LOS UMBRALES DE MI MUERTE: ¡ARRIBA ESPAÑA! IVIVA ESPAÑA!"
Pío XII había confiado a un obispo español: “El Caudillo Franco es el hijo predilecto y el más querido de la iglesia entre los jefes de Estado”. (“Informaciones”, de 1 de octubre de 1951). Y toda la política de Franco se centraba en lo que Pío XII deseaba para España: “Verla una y gloriosa, alzando con sus manos poderosas una cruz rodeada por todo ese mundo que gracias principalmente a ella piensa y reza en castellano; y proponerla después como ejemplo del poder restaurador, vivificador y educador de una fe en la que, después de todo, hemos de venir siempre a encontrar la solución de todos los problemas”.
Y así sella Franco su vida, enlazando Dios y España, con las invocaciones patrióticamente litúrgicas: ¡Arriba España! iViva España!"
Después de una purificadora cuaresma de sufrimiento y dolor, en su semana mayor de inmolación y muerte, Franco, novio de la muerte con la que durante días y semanas ha coloquiado como un enamorado, peregrino providencial hacia la bienaventuranza, fortalecido con la Santa Misa y la Comunión tantas veces saboreadas desde la cruz de sus enfermedades, el 20 de noviembre de 1975, en la misma fecha martirial de José Antonio, como los requetés que morían con él, se puso en marcha, solo y legionario, hacia Dios, para su juicio y visión beatífica. Y en la jornada de la festividad de Cristo Rey, Franco, con olor de los hombres de todas las ciudades y pueblos de España, era sepultado en el altar mayor de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.
Gravemente Franco nos enseñará siempre que lo más humano no es ni Hamlet ni Fausto, sino el Quijote eterno de España, que, loco a los ojos del mundo, es cuerdo y actual. Ante el mundo fracasado del liberalismo y del comunismo, Franco, “a punto de lanza”, como Laínez enseñaba en Trento, defendiendo la libertad humana frente al fatalismo luterano, forjó la mejor España de los últimos siglos. Y todo el sereno temblor de su testamento vibra para que, a costa de lo que sea, se cumplan las Leyes Fundamentales y se rectifiquen los pasos desviados que no encajan con la ordenanza de su último mensaje, que las traiciones, las deserciones, los chantajes y las miserias humanas han deteriorado en las últimas décadas. ¡Y que el manto de la Virgen del Pilar que, como Madre, recogió sus lágrimas y dolores se extienda sobre una España capaz de empinarse en los únicos ideales que pueden redimirla para siempre!
Jaime TARRAGÓ
Última edición por ALACRAN; 30/11/2021 a las 15:49
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores