Fuente: Archivo Borbón Parma, Archivo Histórico Nacional.
ANTE TURBIOS INTENTOS DE FALSA MONARQUÍA
Siempre que están en juego los supremos intereses de la Patria, la Comunión Tradicionalista ha considerado un deber sagrado levantar su voz a fin de que los españoles no se dejen engañar por quienes siembran la confusión en provecho de sus fines particulares.
Nada interesa tanto a nuestro pueblo como llegar de una vez a un régimen estable y definitivo, al cabo de más de un siglo de ensayos exóticos, convulsiones sociales, revoluciones y guerras que han puesto en trance de muerte a la sociedad española. Y cuando en un salvador esfuerzo se levantó ésta el 18 de Julio de 1936, y al precio de la sangre de sus mejores hijos alcanzó una indiscutible victoria sobre los enemigos de dentro y de fuera, no es lícito ni admisible que, contrariando o falseando el significado de nuestra victoria, se trate, o de malograr aquel esfuerzo, llevándolo por caminos bien ajenos a lo que fue la finalidad de la lucha, o de volver a lo que con la guerra quedó definitivamente repudiado.
Como no otro régimen, sino la auténtica Monarquía española, es el que se ajusta al modo de ser y a la propia esencia de España, en este día, tradicionalmente considerado como la Fiesta de la Monarquía, resultará de gran oportunidad prevenir a la Nación contra los dos intentos que, desde hace meses, se señalan como posibles procedimientos para su implantación; representado el uno por la entrevista de Don Juan de Borbón y el Generalísimo, y la venida del hijo de aquél para cursar estudios en Madrid; y caracterizado el otro por el pacto celebrado entre los socialistas y ciertos seguidores de Don Juan.
A aumentar la confusión producida por tales intentos contribuye la actitud equívoca del propio Don Juan de Borbón que, cual si se dejase llevar de unos y otros, ni ha dado una explicación satisfactoria de la entrevista del Cantábrico y de la venida de su hijo, ni ha reprobado el pacto preparado por partidarios suyos, desautorizándolos en servicio del 18 de Julio, al que ha eludido siempre toda pública adscripción.
En uno y otro caso se negocia entre bastidores sobre cuestiones de transcendencia vital para la Nación, a espaldas de ésta y sin tener en cuenta las realidades puestas en pie y rubricadas con sangre desde 1936 a 1939.
Trata el actual régimen de dar la impresión de que quiere desembocar en una restauración monárquica, para ocultar de este modo su quiebra esencial, que ni sus más acérrimos defensores pueden negar, o sea, su falta de continuidad. Pero bien se advierte que en el desarrollo del plan político no se busca de verdad la instauración de una auténtica Monarquía. Se intenta crear una monarquía de origen revolucionario, que nada tenga que ver con la Institución que ha regido a España durante siglos; se trata de hacer un primer nombramiento de puro arbitrio personal; se pretende establecer un sistema sucesorio técnicamente disparatado y peligroso en la práctica, negación de las más elementales enseñanzas de la Historia; y se quiere, sobre todo, que la futura Monarquía venga como consagración de un sistema policíaco, centralizador y estatista.
Una restauración monárquica continuadora del actual régimen vendría acompañada del descrédito desde su cuna. Sería la negación de la Monarquía, que no es arbitrariedad, ni derroche presupuestario, ni negación de derechos personales, ni sistema en que el pueblo no tenga intervención alguna en la gobernación del país. La Monarquía Tradicional española es el ejercicio de la soberanía por el Rey, ante quien la nación está libre y racionalmente representada; es un armonioso equilibrio de autoridad y libertad; es la imposibilidad de establecer cargas e impuestos por organismos no elegidos por el pueblo; es el respeto y amparo de la persona humana por el Poder público; es el reconocimiento de las legítimas facultades de las sociedades infrasoberanas; y es la crítica razonada y la fiscalización de la labor de gobernantes y administradores. No es, ni la dictadura más o menos totalitaria, y siempre estatista, ni la anarquía liberal.
¿Qué de extraño tiene, pues, que los monárquicos nos sintamos ajenos a ese proyecto de monarquía falseada? Somos, por el contrario, los que más repulsión sentimos hacia el intento de instaurar una Monarquía que de tal sólo tenga el nombre, pero que, en su inevitable fracaso, acabaría con las posibilidades de una decisiva restauración monárquica, y abriría, necesariamente, el camino a las mayores convulsiones políticas.
Los carlistas queremos, como es natural, la Monarquía, pero Monarquía de verdad. Este régimen habla de Monarquía, pero no está dispuesto a servirla, a darle paso, a facilitar su instauración pura y simple, sino que maneja el tópico monárquico para disimular su falta de porvenir; utiliza la idea monárquica como velo que tape sus desaciertos y errores, y trata simplemente de preparar un sistema de gobierno, para cuando el actual se agote, que sea futuro encubridor, si no cómplice, de las actuales responsabilidades. No otra cosa significa el juramento con que se quiere ligar a los futuros Monarcas de que han de conservar las más discutidas y odiosas creaciones del actual sistema.
Menguado concepto tendría de la Monarquía y de los deberes del Trono el Príncipe que se aviniera a consolidar la actual situación con sus imperdonables errores y sus escandalosos abusos.
Sorprende, por lo tanto, que Don Juan de Borbón, frescas todavía las declaraciones con que acogió la llamada Ley de Sucesión, y sin que ésta se haya rectificado en lo más mínimo, acepte situaciones que implican, de hecho, un acatamiento de la legislación del actual régimen, y su prevista proyección futura, con abandono –que la realidad histórica hará definitivo– de toda reclamación de posibles derechos.
Pero si la Monarquía no puede ser en modo alguno continuadora del actual sistema estatista, menos todavía puede concebirse como engendro nacido de contubernio con los socialistas; lo que no sería más que un desdichado retorno a la Monarquía del 14 de Abril, en condiciones aun harto peores que las que la llevaron a su caída.
De ahí que el pacto entre los socialistas y algunos seguidores de Don Juan lo reprueben, no sólo los monárquicos fervientes, sino todos los españoles del lado de acá del 18 de Julio. Los socialistas españoles, principales responsables de la guerra civil, vencidos en ella, fugitivos y desacreditados, intentan recuperar arteramente las posiciones de que, afortunadamente para la Patria, fueron desalojados. Nefando es en ellos el intento, pero lógico. Lo que no tiene explicación, ni disculpa, ni puede alcanzar el perdón que se concede a los extraviados de buena fe, es que esa maniobra abyecta haya encontrado eco en personas que han sentido los daños de la Patria y conocido sus orígenes. No nos cansaremos de denunciar esta maligna estulticia, ni de censurar que, junto a las negativas de tipo personal, no hayan aparecido las de orden ideológico. A nada menos que a esto obliga el honor de quien no quiere verse mezclado con los asesinos de tantos hermanos nuestros.
¿Pero es que, acaso, todos los caminos son buenos para llegar al Trono de España? ¿Es que no son fundamentales, para la solidez y permanencia de la Monarquía, sus características de principios e instituciones, que serán las que le impriman su auténtico significado? ¿Es que los concursos que se presten a la Monarquía para su retorno no la van a sellar y mediatizar? Ni el de los vencidos en nuestra guerra de liberación, con todo su significado doctrinal y disolvente, y con todo el reato de sus crímenes; ni el del actual régimen, con sus desviaciones del 18 de Julio y todas sus lacras y responsabilidades: ninguno de los dos es admisible para la instauración de la Monarquía. Si triunfase cualquiera de ambos supuestos, la paz y prosperidad del futuro de España se verían gravemente comprometidos.
España debe ir a la restauración clara y sincera de la Monarquía. Primero, y ante todo, de la Institución, según reiteradamente viene sosteniendo el Tradicionalismo. No se trata de una sustitución de personas, sino de la instauración de un sistema. Que tiene sus principios fundamentales, como es el de la separación de la Soberanía y de la Representación, tan confundidas en el sistema actual como en el liberal democrático; que aprovecha la gran fuerza histórica de la Legitimidad; que debe su arraigo popular a la ordenada jerarquización de la Sociedad; y que trabaja para el futuro con sosiego y previsión, porque no es de un día, ni debe su existencia a la voluble inclinación de unas masas electorales, ni ha de mendigar apoyos y concursos, agujereando por todos lados las arcas del Tesoro.
Hay que crear la futura Monarquía con todas las garantías que humanamente puedan lograrse; y una de ellas, de la que no puede prescindirse, es la Legitimidad, cuyo depositario es el Príncipe Javier de Borbón. Y hay que acumular en torno a aquélla los más firmes y auténticos apoyos. Es, pues, desatinado todo intento de instaurar una Monarquía, como hoy se pretende hacer, en contra de la masa de monárquicos españoles; y más todavía, en oposición a la Comunión Tradicionalista, con sus Requetés de la guerra, leal y amplísimo sector que aglutinó a todos los defensores del principio monárquico. Una Monarquía antitradicionalista sería hoy, en España, un régimen antinatural.
No permitirá Dios que se lleven a efecto tan disparatados proyectos, que malograrían el generoso sacrificio de los mártires de nuestra Cruzada. Pese a todos los intentos de desviación, se va abriendo camino la verdad, y, por la fuerza que tienen las soluciones lógicas, derivadas de la Historia, va España caminando, con más decisión de la que aprecian los espíritus superficiales, hacia un esplendoroso resurgir tradicional. La Nación repugna los caducos sistemas liberales, que no tienen medios de defensa contra el arrollador empuje comunista, última consecuencia, después de todo, del agnosticismo liberal; y, al mismo tiempo, va mostrando inequívocamente cuán harta está ya de toda la opresión estatista y totalitaria que, con mal aconsejado celo, se quiso emplear como remedio de la anarquía.
Está desechada la República, y la Nación va volviendo los ojos hacia sistemas orgánicos y no de disolventes partidos políticos. La siembra de ideas de los grandes pensadores tradicionalistas comienza a dar su fruto, y mientras rezuman vejez y falta de eficiencia los arbitrismos de sus adversarios, aparecen frescas y vivas aquéllas. La Comunión Tradicionalista las ha concretado, con aplicación práctica y actual, en su documento LA ÚNICA SOLUCIÓN, de 2 de Febrero de 1947.
Cabe, pues, mirar con optimismo el porvenir de España. No por lo que representa su actual régimen político, que ha fracasado como sistema, arrastrando al desequilibrio a toda la economía patria. Por el contrario: porque la lección de estos años demuestra claramente que los aciertos de este régimen lo han sido en todo aquello en que ha reflejado el espíritu del 18 de Julio y ha recogido los principios tradicionalistas; sus fracasos y desastres, en todo cuanto de ellos se ha apartado.
Queda camino por andar. Por eso hacemos un llamamiento a todos los españoles de buena fe, para invitarles a sumar sus fuerzas para el logro de la solución definitiva del problema político español: la implantación en España de la Monarquía Tradicional que, recogiendo todo cuanto de bueno ha tenido nuestra Historia, deseche y arrumbe definitivamente los sistemas superpuestos a su constitución interna, y traiga a nuestra Patria la paz y prosperidad que sólo un régimen fuertemente arraigado y popular puede conseguir.
LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA
Madrid, 6 de Enero de 1949.
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