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Tema: «Tiranos sin vaselina» por Juan Manuel de Prada.

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    «Tiranos sin vaselina» por Juan Manuel de Prada.

    «Tiranos sin vaselina» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 21/11/2020.
    ______________________

    La tiranía del futuro será de apariencia tolerante, optimista y eufórica; preconizará una alegría falsa y exterior y ofrecerá a sus sometidos un supermercado de derechos de bragueta, para que puedan refocilarse a gusto en su pocilguita, mientras son privados de sus más elementales prerrogativas humanas. Y los sometidos por esa tiranía, aun en medio de la miseria, aun viendo sus familias convertidas en un docudrama penevulvar, se creerán libres, rabiosamente libres, infinitamente más libres que en cualquier otra época.

    Para consumar esta tiranía, el tirano necesita apropiarse de la educación, pues sabe que «el dueño de la educación es el dueño del mundo». Decía Leonardo Castellani que el mal de fondo de la educación no era otro sino «la violación de un principio de derecho natural, el derecho de los padres a educar a sus hijos, menospreciado por el Estado liberal en su pretensión monopolizadora de la escuela». El objetivo último de la violación de este principio de derecho natural no es otro sino matar las almas (algo infinitamente más rentable para el tirano que matar los cuerpos), corrompiendo a las nuevas generaciones y convirtiéndolas en jenízaros de la ideología sistémica. Y, para matar las almas, el tirano necesita monopolizar la enseñanza, asegurándose de que cada escuela se convierta en el tipo de corruptorio que le conviene. Pues los tiranos modernos entienden la educación como una suerte de adopción colectiva que los convierte en padres putativos de los niños que pasan por las escuelas. Saben perfectamente que sus ensoñaciones hegemónicas sólo se pueden lograr mediante la inmersión de las almas infantiles y juveniles en el líquido amniótico de la ideología sistémica.

    Esta es la misión primordial de la llamada «ley Celáa», que en realidad no hace sino acelerar este proceso de inmersión. Y aquí convendría resaltar la magnífica celeridad que la patulea gobernante ha empleado en aprobar esta ley, que contrasta con la actitud paralítica que muestra la derecha cuando gobierna, que ni siquiera cuando tiene mayorías absolutas logra impulsar reformas educativas (como ocurrió con la nonata ley de Pilar de Castillo), o las impulsa pírricamente, para que luego se queden en agua de borrajas (como ha ocurrido con la «ley Wert»). Ya enseñaba Balmes que los partidos «de instinto moderado y sistema conservador» se convertían a la postre en conservadores «de los intereses creados de una revolución consumada y reconocida», resultando a la postre más útiles a la Revolución que los propios partidos revolucionarios. Así ocurre en la cuestión educativa, donde los conservadores se ofenden muchísimo cuando los progresistas violan por las bravas el derecho natural. Pero luego, cuando gobiernan, enseñan a sus adeptos a cogerle gustirrinín a la violación, para que los progresistas puedan seguir explorando todos los orificios, cuando vuelven. Y sin vaselina ni preliminares dilatadores, como acaba de hacer la «ley Celaá».

    https://www.abc.es/opinion/abci-juan...4_noticia.html.

  2. #2
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    Re: «Tiranos sin vaselina» por Juan Manuel de Prada.

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    «Escuela desconcertada» por Juan Manuel de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 15/11/2020.
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    La «ley Celáa» pretende reducir considerablemente las plazas en los colegios concertados; o sea, lograr mediante una progresiva asfixia económica la consunción de la escuela católica, que -en lo que aún tenga de católica- es la que la ideología sistémica considera peligrosa (pues al fondo de toda esta operación resplandece el azufroso odium fidei). Pero la escuela católica muere «por do más pecado había». Pues su calculada destrucción se inició hace ya cuarenta años, mediante la imposición de un régimen de conciertos, que fue la modalidad de soborno empleada para desvirtuarla. Gramsci nos enseña que, para alcanzar la hegemonía cultural, conviene primeramente debilitar las corrientes culturales adversas, para después imponerse sobre ellas. La escuela católica, hace cuarenta años, era todavía una fortaleza inexpugnable que no podía ser demolida de la noche a la mañana; pues, aunque ya muy debilitada, todavía subsistía una Iglesia con presencia actuante sobre las conciencias y sobre las instituciones sociales. Así, siguiendo el manual de instrucciones gramscianas para la construcción de identidades colectivas, se urdió una demolición progresiva, a modo de lenta carcoma, que domesticase a la escuela católica y propiciase su paulatina desnaturalización, mediante la intromisión sibilina en el ideario de los centros.

    La escuela católica cayó en aquella trampa taimada. Poco a poco, para justificar su existencia y asegurarse el régimen de conciertos, la escuela católica tuvo que invocar la «demanda social», o el «ahorro» que suponía para las arcas públicas, o sus resultados académicos; argumentos, en fin, grimosos y puramente utilitarios, que nada tenían que ver con su naturaleza originaria. Y, entretanto, la estrategia gramsciana de neutralización de una corriente cultural adversa iba rindiendo sus frutos: se reformateaba la concepción de la familia, se estimulaba la religión erótica que favorece la infecundidad, se formaban mentalidades cada vez más refractarias a la presencia actuante de la Iglesia, poco a poco convertida en una sal que se vuelve sosa. En este sentido, resulta sumamente instructivo comprobar que un gran número -tal vez la mayoría- de líderes anticatólicos que durante las últimas décadas se han dedicado a combatir la identidad católica de España -en la política, en los medios de comunicación, en la cultura o en la empresa- se han formado en escuelas católicas.

    Ahora, una vez domesticada la corriente cultural adversa, la ideología sistémica puede lanzarse sin rebozo al asalto de una fortaleza en ruinas. Y, siguiendo el manual de instrucciones gramscianas, se dispone a convertir (¡todavía más!) las escuelas en corruptorios oficiales, para que las nuevas generaciones sean plastilina dúctil en manos de los ingenieros sociales encargados de modelarlos según conviene a los aberrantes postulados sistémicos. Y, para distraer a los ilusos, se les arroja el macguffin de las «lenguas vehiculares», como si no se pudiese corromper en cualquier lengua.

    https://www.abc.es/opinion/abci-juan...4_noticia.html.

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