DIÁLOGOS
(IM)PERTINENTES
— El Discípulo: Maestro, yo sé lo que es el comunismo y la social-democracia, pero ¿no convendría definirlo brevemente, por consideración a los lectores?
— El Maestro: La mayoría de nuestros lectores saben muy bien lo que son esas tendencias, pero las analizaremos, partiendo del marxismo, para señalar algunos matices pertinentes a nuestro propósito.
El marxismo, madre de ambas posiciones, nace a mediados del siglo XIX en una Europa en la que comenzaba a expandirse el mundo de la revolución industrial, que había dado origen a la nueva clase de los obreros industriales o proletariado, la cual venía luchando para conseguir una mejora en sus condiciones de vida. Trabajo perdido, dice Marx, yo anuncio una Revolución que va a producirse necesariamente porque nacerá de los errores y horrores, de los abusos sin fin que cometerá la clase burguesa, aquí definida como la propietaria de los medios de producción.
Un siglo y medio después de su exposición, el tiempo y los hechos han desnudado la ideología y hoy puede verse, en perspectiva, como lo que fue. Hablando del socialismo, Marx calificó a todos los expositores que lo precedieron como “utópicos” mientras que su propio socialismo sería el primero “científico” y por ello verdadero, es decir ajustado a la realidad.
Hoy sabemos que la doctrina de Marx era tan utópica como las anteriores. Y aún un poquito más. Él pretendía que, estudiando las leyes históricas había llegado a determinar que el capitalismo —la organización social basada en el dominio de la burguesía— perecería inexorablemente por un aumento exponencial en la explotación, situación que desembocaría en una Revolución que harían las clases oprimidas. En definitiva, la propuesta de Marx para mejorar la suerte de los pobres consistía en ¡suprimir los ricos! Nada menos.
A Marx no se le ocurrió pensar que una cosa no implicaba necesariamente la otra y que, suprimida una forma de la riqueza, la que autoriza la propiedad privada, nada impedía que surgiera otra clase de ricos, los gerenciadores de la propiedad colectiva. ¡Sorpresa! Eso fue lo que pasó en los numerosos ensayos de supresión de los ricos que se hicieron en los países comunistas. Los ricos volvían, sólo que una cara nueva. No eran propietarios “legales” de las fábricas, de las empresas, pero eran propietarios “reales”, pues decidían el rumbo de la empresa y se apropiaban de una parte de lo que producían muy superior a la del simple obrero (esto lo vio en 1956 Milovan Djilas en “La Nueva Clase”). ¡Sorpresa! El viejo esquema ricos y pobres se reedificaba pese a que habían asesinado a los burgueses. Estos resucitaban en la persona de los burócratas que dirigían la economía comunista.
Y para colmo de males, resultaban ser muy inferiores en eficacia a la clase burguesa capitalista.
EL LENINISMO
— El Discípulo: Pero entre las ideas de Marx y su aplicación pasaron muchas cosas ¿no?
— El Maestro: En efecto, a fines del siglo XIX el marxismo cayó en el descrédito, porque la premisa central de su hipótesis no se cumplía: lejos de estar cada vez peor, las clases proletarias habían mejorado su suerte a lo largo del siglo. Entonces aparece Lenín y añade tres cosas al marxismo original: Primero, explica que en Europa no se verificó la pauperización extrema de los pobres porque la explotación de las colonias les permitió a los ricos europeos sobornar a sus proletarios mejorando sus condiciones (estupidez: ni los Estados Unidos, ni los países escandinavos tuvieron colonias y están entre los más ricos).
Segundo: Por ello, traslada el escenario de la lucha contra los ricos de Europa al mundo entero.
Tercero: la Revolución, dice, la hará el proletariado, pero dirigido por el Partido y el método ya no es la huelga general, sino la guerra revolucionaria.
— El Discípulo: ¿Y entonces?
— El Maestro: Esta historia ha sido contada cien veces y yo mismo la he relatado en estas páginas otras tantas. Pero ahora se trata de ver el mundo de fantasía pueril, de irrealidad, de ideologismo y de utopismo en que se ha movido siempre el comunismo. Comenzamos por la necia suposición de Marx de que la solución del problema de los pobres era suprimir los ricos. Ahora, en el siglo XX asistiremos a otra necia suposición: la de que se puede implantar en un país un sistema que éste repudia con toda su alma y toda su fuerza…
— El Discípulo: ¿Dónde sucedió eso, Maestro?
— El Maestro: En todas partes, pero el caso piloto fue Rusia. Allí un grupúsculo se apoderó del poder por la astucia, la fuerza y la división de sus enemigos. Entonces su método de lucha y su forma de organizar el Estado se convirtieron en modelos para todos los grupos comunistas o izquierdistas que querían asaltar el poder.
— El Discípulo: ¿Con qué resultados generales?
— El Maestro: En menos de un siglo causaron, en el mundo entero, cien millones de muertos, la enorme mayoría asesinada por los Estados que se suponía debían cuidar de los ciudadanos asesinados.
— El Discípulo: ¡Cien millones! Ninguna peste causó esa cantidad de muertos.
— El Maestro: En efecto, ninguna. Estamos muy lejos de los veinticinco millones que mató la peste negra en toda Europa y algo más cerca de los setenta millones de indígenas que, según los indigenistas, murieron tras la conquista de América.
— El Discípulo: ¿Los mataron los europeos?
— El Maestro: Hoy la investigación histórica sabe con certeza que la casi totalidad de los que realmente murieron fue por quedar expuesta a microbios que causaban enfermedades —como el sarampión y la viruela— para los cuales la población autóctona no tenía defensas. Lo mismo había pasado en Europa cuando vinieron de Asia los microbios causantes de la peste negra o bubónica. O sea que estos casos no pueden compararse con las matanzas producidas por el comunismo.
— El Discípulo: ¿Y cuál es la causa de las matanzas comunistas?
— El Maestro: Un mes justo después de tomar el poder Lenín creó la “Chrezvichaine Komissi” (Checa) “Comisión extraordinaria” para combatir la contrarrevolución y el sabotaje, la institución que —aunque cambió de nombre varias veces— fue la base fundamental en que se apoyó el régimen para gobernar durante un poco más de setenta años. La explicación es muy sencilla: imposibilitado de gobernar con el consenso de la sociedad, el comunismo tiene que gobernar creando miedo, y la forma de crear miedo es implantando el terror, el “terrorismo de Estado”, como dicen nuestros montoneros en el poder. (Ya en 1952 advirtió este sencillo hecho el escritor francés Therry Maulnier, y lo describió en “La face de Medusa du communisme”, traducido aquí como “Comunismo y miedo”).
— El Discípulo: ¿Y por qué no pueden gobernar con consenso?
— El Maestro: Muy simple, ofrecen un programa que nadie en su sano juicio puede aceptar, porque contradice la naturaleza humana: la supresión de la propiedad privada. Por eso, aunque el comunismo ha participado de miles de elecciones en los países democráticos, jamás ganó una elección. Jamás. Y estuvo siempre lejos de lograrlo, aún allí donde el Partido era grande, como en Italia y Francia.
— El Discípulo: ¿Esa es toda la explicación?
— El Maestro: No, pronto se unió otra cuestión. No pasó mucho tiempo para que en el mundo entero se supieran los crímenes del comunismo, a pesar de los esfuerzos de la izquierda por ocultarlos. Entonces surgió otra poderosa razón: una parte importante de las clases medias en expansión en el mundo tomaron horror al comunismo. Algunos se prepararon a contestar la violencia y el terror en el terreno que el comunismo planteaba. Fueron los fascistas. Otros sencillamente no hubieran votado jamás al comunismo porque no querían ser asesinados.
Cosa bastante lógica: votar al comunismo es como votar a una Asociación de Asesinos Seriales. ¿Vos la votarías? Bueno, la mayor parte de la gente tampoco.
Aún hay una tercera razón: las personas practicantes de cualquier religión, pero especialmente los católicos, supieron que uno de los blancos predilectos del terror eran los sacerdotes y los fieles. Ahí está el caso de España, en la que el comunismo desató —durante la Guerra Civil— la más extensa persecución que jamás sufriera la Iglesia.
— El Discípulo: Maestro, ¿no nos hemos alejado de nuestro objetivo?
— El Maestro: No, porque de lo que se trata es de demostrar que el comunismo es una empresa utópica que sólo puede llegar al poder por el crimen o la astucia, y mantenerse en él por el terror. Y como decía Napoleón, las bayonetas no sirven para sentarse sobre ellas. A la larga, no se puede gobernar contra la voluntad explícita de un país. Se puede por un tiempo, pero aun en Rusia la experiencia no alcanzó a durar más que 74 años, lo que en la Historia es nada.
— El Discípulo: Maestro, lo que Ud. ha explicado ¿describe también la situación actual?
— El Maestro: Describe con precisión la situación desde 1917 hasta más o menos los años sesenta del siglo XX. A partir de allí vivimos un adoctrinamiento universal y total, el lenguaje único, la corrección política que ha intentado reflotar el marxismo. Pero creo que a pesar de todo el comunismo como régimen sigue siendo repudiado por la inmensa mayoría. Y desde luego, en la práctica, una segunda experiencia del comunismo, si fuera posible, terminaría en un fracaso como la anterior.
— El Discípulo: Alguna vez Usted ha dicho que “Página/12” no se presenta como comunista y hasta ha criticado a la U.R.S.S.
— El Maestro: Aquí llegamos a un punto muy importante, un punto clave para entender a la izquierda actual. En conversación racional no pueden negar la catástrofe que fue la experiencia rusa del comunismo, pero en su corazoncito siguen atados a la mitología del comunismo: la bandera roja, el puño izquierdo cerrado, la toma del Palacio de Invierno, el Che Guevara. Y en política uno no es sólo del bando que puede defender con ideas sino también —y muchas veces más— del bando movilizador de sus emociones. Abro “Página/12” del día 25 de abril y veo la publicidad de un espectáculo titulado “Cielo rojo. El sueño bolchevique”, que aclara que la autora es Helena Tritek y que se trata de “Los poetas de la Revolución”. Tras los títulos transcriptos está la foto de unos militantes puño en alto y unas banderas rojas al viento. ¿Te das cuenta? En el Año del Señor de 2008, casi veinte años después del derrumbe de la Unión Soviética, perfectamente conocido el Terror en el que se apoyó que costó la vida de veinte millones de rusos, hay quienes exaltan aún todo eso. Que además terminó en el más colosal fracaso en todos los órdenes.
— El Discípulo: Bueno, pero “Página/12” sólo publica un aviso.
— El Maestro: Si tuvieras un diario, ¿publicarías publicidad de la Asociación de Asesinos Seriales?
Aníbal D'Ángelo Rodríguez
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