UN CAMINO ERRADO


A finales de los años 60 del pasado siglo XX comenzaba a gestarse en ámbitos iberoamericanos una nueva forma de entender la fe. Se buscaba una forma de entender el mensaje evangélico desde el compromiso férreo con los más desfavorecidos, la solidaridad plena con los pobres y marginados como aspecto inexcusable de la fe. Así nacía la “Teología de la Liberación”.

Medio siglo después la “Teología de la Liberación” no ha aportado grandes avances para la Iglesia Católica y si un sinfín de polémicas estériles.

A partir de los años 70 se empezó a generar una fusión ideológica entre la Teologia de la Liberación y el marxismo, amén de otras corrientes. Se buscaba un eclecticismos socioreligioso muy en boga en el alborear de la New Age que se acercaba.

En el año 1973 el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez publicaba una de las mas famosas obras de este movimiento “Historia, Política y Salvación de una Teología de Liberación”. Pronto la Iglesia tomaba cartas en el asunto y apreciaba los graves errores de la “Teología de la Liberación” denunciándolos en el documento Libertatis Nuntius del año 1984.

En pleno siglo XXI el fracaso de la “Teología de la Liberación” se ha visto reflejado en el auge de las confesiones protestantes en Centroamérica y partes de Sudamérica. El énfasis en la solidaridad con lo más necesitados ha descuidado los aspectos litúrgicos y la vivencia interior y espiritual plena de la fe en toda su magnificencia. Un camino similar al que en España y en otros lugares de la vieja Europa están llevando algunos pastores de la Iglesia Católica, descuidando la formación de los seglares y reduciendo al mínimo su labor pastoral. Especialmente grave sería seguir este camino en un país con una raigambre tan honda de los aspectos litúrgicos en las celebraciones religiosas de la piedad popular, dónde el clero católico ha de mostrar especial preocupación y sensibilidad.

Ya el Papa Benedicto XVI hacía especial hincapié en este punto al apreciar su importancia en el “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia” que elaboró la cancillería vaticana en el año 2002.

La Teología de la Liberación ha convertido a la Iglesia en una mera ONG con una trascendencia limitada y ha posibilitado que gran parte de los fieles católicos de América busquen el mensaje evangélico en otras confesiones. Ha sido un error trufado de rancio marxismo, nacido en los estertores de una revolución que, como la del 68, sepultó al hombre entre las cenizas de una civilización moralmente agónica.

Ahora en pleno siglo XXI a los cristianos les queda clara una lección, aún no del todo aprendida, que a veces el beber de las fuentes puras se encuentra en abierta confrontación con una modernidad mal entendida y con un anhelo internacionalista viciado y mal aplicado.

Parece ser que aquel lejano espíritu trentino está, a veces, más cerca de una fe popular limpia, humilde y recta que las disquisiciones filosóficas de los teólogos apergaminados de algunas diócesis europeas y americanas, que viven de espaldas a realidades seculares tan bellas como nuestra tradicional procesión del Corpus Christi o las manifestaciones de religiosidad popular de nuestra Semana Santa.

Parece ser que el rústico e iletrado a veces está más cerca de Dios, que el humilde se acerca más a la realidad divina. Creo que Kempis vuelve a triunfar y los filósofos de la razón se siguen alejando de la Iglesia y sus miembros aunque alguna vez estén “nominalmemente” dentro de ella.

¿Nos encontramos ante el fin de la Teología de la Liberación? Probablemente no. Como se nota es ahora cuando puede brotar con otro nombre y lejos de los cálidos barrios latinos, aquí, entre ciertos sectores que abogan por seguir alejándose de la liturgia y de la tradición bella, callada y, olvidada por algunos, en el corazón de los pueblos crisitianos.





Francisco de Asís Pajarón Hornero
Licenciado en Historia



Publicado en www.elsemanaldigital.com y el diario EL DIA de Ciudad Real.