VIAJE A ALBUFEIRA
Acá que les relato mi enésimo viaje al Reino de los Algarves. Cumplo con la ortodoxia de mis rituales veraniegos, pues para mí no puede existir verano sin pasear por la orilla del Atlántico ni viajar a Portugal. El día se levantaba con más calor de la cuenta, teniendo en cuenta un atípico verano vivido en la costa de Huelva, pero eso sí, con un fresquito que agradezco en demasía. Así, a eso de las nueve y pico de la mañana nos dispusimos a cruzar hacia aquél reino hispánico, estando yo con bastante sueño.
A pesar de mi adormilamiento, pude notar cómo cruzábamos Aljaraque, Gibraleón, Cartaya o Lepe, avistando los carteles que indican hacia Moguer, el terruño de Juan Ramón Jiménez. Cuando ya se adentra uno en territorio portucalense, lo que nota es que todavía se sufre la tristeza y desolación en los campos que todavía colea a raíz de aquellos funestos incendios. En los campos onubenses se ve muchísima vida y no sólo de invernaderos: Viñas, naranjas, olivos....Pero en Portugal la agricultura parece que brilla por su ausencia. Desde los lindes de Ayamonte ( Ya por Isla Canela, Punta del Moral ) ya se vislumbra el castillo visigótico de Castro Marim; a partir de ahí, nuestra archiconocida Vila Real de Santo António. No teníamos fijado del todo el destino, pero nos habían hablado bien de Albufeira y era éste un destino del Algarve que aún no conocíamos, y allá que nos dispusimos. Dejando atrás carteles que indicaban las direcciones hacia Alcoutim, Sâo Brás, Beja, Loulé, Conceiçao o Montinho, la autovía nos mostraba las playas de Monte Gordo, Altura, Alagoa, Tavira, Olhâo, Faro, Monte Negro, Quarteira, Vilamoura, Cerro da Vila o Areias de Sao Joao hasta por fin llegar a Albufeira. No recuerdo exactamente cuánto tardamos desde Punta Umbría, pero no llegó a las dos horitas. Dejamos aparcado el coche bajo la supervisión de un “ gorrilla “ ( Y yo que me creía que eso era un invento sevillano ) con más mala cara que un pollo mojado en gasoil, pero amable y educado. Arribamos, pues, al punto central del Algarve costero. En seguida comprobamos que la constitución del suelo se parece mucho a los otros pueblos que ya bien conocemos, esto es, a base como de grandes mosaicos de tonitos albicelestes, que si uno se pone chanclas coge el peligro de un buen resbalón. Suelos que recuerdan a las calles comerciales que cruzan la costa de Huelva. Paramos en un bar que parecía estar hecho a la medida de los mods ingleses donde al poco me di cuenta que el camarero era más maricón que un palomo cojo; allí pude degustar un rico carioca de café. Ya se veía la marea británica que invade el Sur luso en forma de turismo basuril. Al poco de allí, un bar judío con la bandera de la república sionista y un retrato del “ Che “ Guevara. Poco a poco fui comprobando sorprendido cómo cunden mis progresos en la rica lengua portuguesa, ante el asombro de mis padres, mi hermana y mi cuñado; incluso de algún portugués que se sorprendía que un español pudiera tener interés por hablar esa lengua tan linda y melodiosa que frecuentan 200 millones de personas....
Al poco de hacer nuestro propio reconocimiento por el casco antiguo entre aquellos mosaicos que forjan las rúas, advirtiendo la cercanía de la playa, nos dispusimos a ir hacia el puesto de turismo para que nos explicaran algo mejor los atractivos del lugar, que más o menos ya habíamos avispado nosotros. Antes que nada, mi cuñado y yo insistíamos en darnos un baño y degustar así la costa de Albufeira, ante lo cual el resto de la expedición esperó en un bar, como está mandado. Las callejuelas están llenas de infumables “ pubs “ ingleses, y no sé por qué pero los más agradables eran los poquitos irlandeses. Y con todo y con eso, los bares portugueses se han despabilado con esto de los precios y ya es normal que te cobren 2 euros del ala por un refresco o una cerveza. Y eso sí, como en muchos pagos de Hispanoamérica, en Portugal tampoco existe eso de beber o tapear en la barra, para disgusto de mi padre, que no lo sabía. Mi cuñado y yo nos dispusimos a bañarnos, en una playa de breve extensión, que durante momentos me recordaba a aquella infancia veraniega mía pasada en parte en la Costa del Sol. A esta parte se accede por un fresco y curioso túnel, y en una de las escaleras que ya da a las arenas, se explica un poco de la historia de Albufeira, como que fue tomada a los muslimes por Alfonso III ( Con la Orden de Santiago ) y que Manuel I fue el que le concedió fuero propio a este noble pueblo de pescadores. El mar estaba revuelto y frío, y una grande y surfera ola casi me desgracia al poco de penetrar en la orilla. Como en Punta Umbría, había bastantes algas; pero al contrario que en Punta Umbría, muy pocas conchas. En Matalascañas no suele haber ni algas ni conchas, no sé eso por qué será, pero me es agradable. No duramos mucho en el baño, pues el embravecido mar nos atosigaba. Fuimos a buscar las duchas, básicamente porque no gusta eso de que la ropa se te quede pegada al cuerpo por los efectos de la sal marina, y resulta que las duchas estaban en la otra punta de la playa y había un par de ellas, literalmente....En nuestro camino a las duchas, no he visto yo tantas tetas juntas en mi vida, la mayoría de ellas de anglosajonas. Y la verdad, pechos muy feos en su mayoría. Desde luego, la poca vergüenza en las muchas mujeres de la “ Europa moderna “ no tiene límites, pues no sólo ve uno jovencitas, sino que también ve mujeronas y abuelas cuyo tetamen se avecinda peligrosamente a su halagüeña panza. Después de una cola interminable, pudimos quitarnos las saladas cascarrias, con unas aguas que despedían más frío que el cumpleaños de Pingu. A partir de ahí, y de sentarnos un poco por los alrededores, fuimos a buscar algún sitio para comer. No nos decidíamos, y por presiones de mi hermana ( Lo que no consiga una mujer, no lo consigue nadie, o eso supongo a veces....) acabamos en un Gambrinus, que allí se llama “ Granfinus “. Nos atendieron un mulato y un indo-lusitano que parecían muy amigables. Entre los pedidos figuró una tabla de jamón, espaguetis a la boloñesa y solomillos. Triunfaron los solomillos, porque la tabla de jamón poco o nada se parece a lo que uno conoce; aquello era una suerte de jamón deshuesado con más sal que todos los océanos juntos, decorado con hojas de lechuga y unas aceitunillas negras que parecían pedir con insistencia ser echadas a los cochinos. Los espaguetis no estaban nada malos, una pena, eso sí, que estuvieran más bien fríos. Se tomaron su tiempo para atendernos; no obstante, eso de la rapidez en el servicio camareril quizá sea sólo típico en la Baja Andalucía y poco más. Después de una charlatana sobremesa nos dispusimos a ir a conocer lo que nos faltaba, no sin antes degustar ricos helados; donde tuve que salvarle la papeleta a mi señor padre, pues no sabía el hombre que “ fresa “ en portugués se dice “ morango “.
Ya nos habíamos decepcionado algo en el puesto de turismo, pues pensábamos que Albufeira tenía castillo pero no, el castillo está en Paderne. Entramos en el Museo Municipal de Arqueología, que era gratis ( Todo un detalle....). La parte prehistórica, como de costumbre, más embustera que un cazador con poca suerte ( Empieza con las ilustraciones de los monos y esas cosas...); aunque los restos celtibéricos, románicos, andalusíes y cristiano-medievalescos ya sí eran interesantes. En la parte de arriba, amén de libro de firmas había una exposición de pintura, “ O Algarve de George Landmann “, interesante. Andurreando por la sinuosidad que nos ofrecía el plano de la ciudad, arribamos a la antigua ermita de San Sebastián, que fue construida en la primera mitad del siglo XVIII; siendo sede de la cofradía de dicho mártir, cosa que me alegró conocer, pues en mi pueblo también hubo cofradía al respecto. Ahora resulta ser el Museo de Arte Sacro, costando un euro la entrada para la conservación del culto, lo cual nunca está de más; aunque quizá en todo Portugal se echa de menos mayor inversión hacia el patrimonio; como en el resto de las Españas. No nos encontramos gran cosa, pero no deja de ser interesante; sobre todo el poder conocer los detalles del misionero San Vicente de Albufeira, que fue martirizado en el Japón, allá por Nagasaki ( El 3 de Septiembre es su fiesta ) en el 1632. Se conserva un cuadro del pintor Samora Barros, que pintó al Rey Alfonso III, el que reconquistó la plaza a los islámicos con la Orden de Santiago. Están expuestos varios libros: Un misal romano y varios documentos relativos de las cofradías y registro de bautismos y confesados. Eso sí, en cada rincón una patulea de ingleses, muchos sin camiseta, con tatuajes horterísimos, camisetas futboleras y ladridos indescifrables en su bárbara habla; y las féminas, como pidiendo guerra con sus bikinis ajustados y sus tangas, ante los ávidos ojos de no pocos portugueses. La Guardia Nacional Republicana, en uniforme de verano y paseando en bicicleta. Cuenta también Albufeira con su “ colonia “ de negritos; y por lo que siempre observo, los africanos que son católicos y tienen plena conciencia de “ lusitanidade “ no necesitan de una “ adaptación “; sin embargo, la presencia hereje es otro cantar, sea del color o del fenotipo que sea. Subimos una de las muchas cuestas de Albufeira hasta divisar un natural mirador que nos ofrecía la majestuosidad de la costa portuguesa, donde el mar confundíase con tonos verdes en la orilla y muy azules ya avanzada la corriente, con algunos barcos dificultosos ante tanta bravura de oleaje. Desde el mirador se veían excavados los varios túneles que posibilitan el acceso a la playa. En esa misma cuesta estaba el antiguo acceso a la muralla de un viejo castillo, donde se encontraba la Porta Norte o de la Praia. Nos dirigimos hacia la parroquia – También decimonónica, de estilo neoclásico - de Albufeira, cuyo testigo principal resulta ser Nuestra Señora de la Visitación, y que está cercana al Museo Municipal de Arqueología y al de Arte Sacro; una lástima, eso sí, que estuviera cerrada. Las calles estaban atestadas de variados comercios que rezumaban vida en forma de jaleo, desde los lusos de toda la vida hasta los viajeros andinos. Vida que no ha podido interrumpir el durísimo terremoto de mediados del siglo XVIII que también afectó a no pocos pagos del Reino de Sevilla. Una lástima que a la Plaza de Armas le hayan puesto “ Praça da República “. Asimismo, los portugueses no parecen tener complejo alguno en arriar su bandera; una lástima que esta sea la masónica verde y roja y no la blanca tradicional. La Rúa del 5 de Octubre estaría mucho mejor sin la invasión británica. Y aun así, sigue percibiendo uno el carácter amigable y abierto que caracteriza a los buenos portugueses.
A eso de las 5.30 salimos de Albufeira. Todos encantados de conocer una nueva ciudad portucalense, embriagados por su encanto al dejar la Antiga Praça do Peixe, repleta de palmeras. Se ve mucha limpieza y, curiosamente, nadie fumando si va andando por las calles. Antes de llegar al aparcamiento vimos la exposición de figuras de arena, tocándole el turno esta vez a Vasco de Gama; más era “ alegórica “ que realista la figura sobre el insigne navegante que bordeando el África del Sur llegó hasta los confines de la India, pero no le resta mérito ello. Mi cuñado llevóse cerveza Sagres y mi padre una botella de vino verde y otra de vino de Oporto ( El Oporto, etiquetado en perfecto inglés ). Y es que en Albufeira dar dos pasos es encontrarse una tienda de licores. Tiendas que ofrecen el buen vino luso, que es imposible de criar en frías y antipáticas tierras como la inglesa.
El coche despedía un calor insoportable, pero es buen invento el aire acondicionado. Al poco de introducirnos en aquel Volkswagen Golf GTI de mi cuñado me quedé profundamente dormido; y no desperté hasta que llegamos a Vila Real de Santo António, guarida segura del veraneante en Huelva, donde nos dispusimos a tomar café. Entramos en una cafetería cuya camarera tenía cara de culo y era algo insoportable, pero ese bendito carioca todo lo puede. Después, mi madre, mi hermana y mi cuñado se fueron a las tiendas ( Donde las toallas siguen siendo el principal reclamo ) mientras mi padre y yo acudimos a la Praça do Marqués de Pombal ( Que ya le podían cambiar el nombre ), donde está radicado un monolito en honor del Rey José I de Portugal. En el Portugal republicano aún conservan monárquicas nomenclaturas algunas calles; en Vila Real, Infante D. Enrique por ejemplo. También hay una calle dedicada al Dr. Oliveira Martins, lo cual me llenó de alegría, que mi admirado estudioso tuviera al menos ese reconocimiento. En la plaza del marqués, que viene precedida por la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación, había montado una especie de tinglado teatral-musical, donde una cantante que parecía querer imitar a la majestuosa Dulce Pontes exhibía su talento. Mi padre y yo lo veíamos tomando refresco en un bar que está sito debajo de una peña del Sporting de Portugal, mientras nos atendía una dulce menina de rubios cabellos, blanquísima piel y oscuros ojos. Menina que sin saber demasiado por qué, recordóme a la canción “ Flor do cafezal “ de las brasileñas Cascatinha e Inhana. En una calle inmediata a la plaza radica la casa familiar de una compañera de mi madre que fue profesora mía en 1º de EGB, y lamentablemente tiene que soportar la vecindad de los comunistas, que tienen en su balcón ese trapo rojo lleno de herramientas. Es impresionante el estilo de las casas coloniales portuguesas que te encuentras en cada pueblo, signo quizá de su riqueza comercial y marinera, con fachadas espléndidas con variados balcones y vivo colorido; pero es lamentable que no reciban ni una mano de pintura y que no se invierta en este bello patrimonio.
Al poco llegó el resto de la expedición y ya nos encaminamos hacia Punta Umbría, dejando el otro lado del Guadiana, que allá posee una espléndida ría pero unos desertizados campos y que comunica al castillo visigodo, que en estos días cuenta con ajetreo de fiestas medievales. Y es que la desertización se está comiendo nuestra península. Otra vez volví a quedarme dormido y no me desperté hasta que prácticamente rozamos Pinos del Mar. Durante todo el día había hecho un calor de bochorno y eso se tradujo a posteriori en una inesperada lluvia acompañada de relámpagos y truenos.
Yo les aconsejaría que viajasen siempre por los pagos de la Corona Portuguesa, que es una tierra hermosa y que tiene mil encantos para disfrutar. Mientras más viajo a tierras lusas, más me doy cuenta de que no somos tan distintos como los nacionalistas se siguen empeñando. Recuerdo las reflexiones de Oliveira Martins, y querría continuar con el ideal de Sardinha y Mella: Alianza económica, política y diplomática, y no entrometernos en temas de “ estados “; como tan bien explica mi amigo Rafael Castela Santos. Portugal tiene mucho que ofrecernos como nosotros tenemos mucho que ofrecerles a ellos. La Casa de Braganza ha estado muy presente en el tradicionalismo de ambas orillas del Guadiana. La animadversión entre nosotros sólo puede contentar a ingleses, gabachos y moros, amén de ser un artificio que no se corresponde con la realidad de nuestros pueblos, como mejor se ve en los terruños “ de frontera “. No se trata de absorción, ni de castellanizar Portugal, pero tampoco de mitos malvados de una “ Gran Castilla “ o del portugués como “ judío “ o “ africano “; basta con esas erróneas “ ataduras “ y vayamos a nuestros intereses comunes, o a como decía aquel genial poeta paulista, a nuestro sistema de alianzas fundamentales. Todavía se ven hasta en Albufeira viejos con chaquetas ajustadas sin mangas y enjutas boinas. Aún no me atrevo a escribir en portugués, pero cada vez me atrevo más a hablar, supongo que es buena señal. Espero con ansias mi próximo viaje y ojalá algún día pudiera contactar con tradicionalistas en los Algarves que tan cercanos son a mi tierra. ¡ Viva la tierra que un día tuvo la esperanza de ser reconquistada por el Remexido ! Aquellos tradicionalistas lusos que quieran seguir evocando la memoria del noble guerrillero realista, que cuenten con un vecino de la sevillanía rural.
Como postre les dejo esta mediocridad de versos libres que me inspiró la camarera de Vila Real:
OH MENINA
Oh menina, oh menina, blanca flor de mi cafetal,
De ese cafetal que embriaga mis pensamientos,
Ese cafetal que se cierne sobre mi memoria,
Dulce portuguesa del Sur,
Niña linda del Algarve,
Cabellos rubios, blanquísima piel, oscuros ojos,
Acento dulce que a los mosaicos decora,
Porque todo solar portugués quiere mosaico,
Para resbalarse graciosamente entre sus comercios,
Portugal es mosaico grande de Hispanidad,
Conquistadores de medio mundo,
Miente quien os diga que sois país pequeño,
Porque de ni mar ni de continentes conoce fin;
Menina que bien merece un fado,
Menina que bien merece ser cantada por Cascatinha e Inhana,
Menina de tierra de los mejores navegantes,
Diligente y agradable en el trabajo,
Velázquez pintó meninas,
El nombre portugués se quiso quedar,
Menina, yo quisiera conocerte bien,
Yo quisiera aprender del todo tu idioma,
Ese idioma que rezuma universo,
Para susurrarte al oído como te mereces,
Lisonjeros piropos que con la mirada absorbieras,
Canciones yo te cantara,
Que tus encantos ensalzaran por derecho….
Pessoa pensó en Tavira,
Como había podido pensar en ti,
Porque tú eres mensaje claro,
Su persona no me interesa,
Mas su poesía la admiro sinceramente;
Mensajes dejó la épica de Camoens,
Grandes como los estudios de Oliveira Martins,
Grandes como el genio hispanista y sincero de Sardinha,
Menina, si tú supieras el tanto amor que yo tengo,
Guarecido mi amor, Tanto amor para repartir...
Mas por ahora no amor y sí sensaciones, de momento digo....
El alma es lo grande y al arte le falta algo,
Y la naturaleza es la inmensidad regalada,
Tú en tu nobleza conjugas esa beldad portentosa,
A través de tu pose y tu misterio,
Porque eres de gran terruño y buenas gentes;
Oh menina, oh menina, blanca flor de mi cafetal,
Menina de Vila Real, el aldabón de mi atención has tocado;
Y eso no permite engaño alguno. Algo es algo,
Menina, eu sou de mâos frias e coraçâo quente,
Ah menina, branca flor do meu cafezal….
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