Los Pueblos del Occidente: Vetones y Lusitanos
Las regiones silíceas situadas al occidente de las llanuras sedimentarias de la Meseta eran habitadas por diversos pueblos, entre los que se debe considerar a vetones y lusitanos, aunque con ciertos aspectos cabría incluir como afines a galaicos y astures. Su personalidad cultural es herencia de la que presentan estas tierras ya en el Bronce atlántico, a la que se añaden influjos mediterráneos, que penetraron muy pronto por la «vía de la Plata», y una creciente celtización, particularmente intensa en época tardía.
Los vetones vivían a caballo del sistema Central desde el Duero por el norte hasta las sierras de Guadalupe por el sur, presentando, según los autores clásicos, límites contradictorios, que probablemente correspondan a variaciones temporales. Esta imprecisión se puede colmar con ayuda de la arqueología, gracias a la dispersión de las características esculturas zoomorfas conocidas como «verracos», que a veces se han utilizado para designar su cultura. Sus límites con los vacceos por el nordeste incluían las provincias de Salamanca y la sierra de Ávila, llegando al Duero por Zamora, aunque Livio cita a Salmantica (Salamanca) como vaccea y, por el noroeste, penetrarían en Trás-os-Montes, donde limitarían con los carpetanos hasta llegar por el sur hasta el Guadiana, ocupando las tierras occidentales de la actual provincia de Toledo a partir de la Sierra de San Vicente, hasta que, ya en la cuenca del Guadiana, limitarían con los oretanos, que ocupaban la zona de Almadén. Más difícil es trazar sus límites occidentales, pero debieron extenderse por la parte oriental de la provincia de Cáceres hasta la penillanura cacereña, extendiéndose a continuación los lusitanos, con los que debieron tener una fuerte afinidad.
Verracos vetones en Ávila
Los lusitanos eran vecinos de los vetones, con los que limitaban por el este, y llegaban hasta el Atlántico, con su núcleo principal hacia la Serra da Estrela. Por el norte, los pueblos galaicos se extendían más allá del Duero, y al sur, probablemente a partir del Guadiana, habitarían ya los túrdulos o turdetanos por el sur de Portugal y Sierra Morena. Por estas zonas la presencia de gentes celtas fue en aumento hasta llegar a representar un elemento étnico específico en algunas zonas, pero sin límites precisos, ya que variarían a lo largo del tiempo.
La zona lusitana ofrece ya notable personalidad cultural desde el Bronce final, con tipos de armas y objetos que evidencian un desarrollo tecnológico propio y un profundo hinterland que corresponde a lo que posteriormente sería el área ocupada por los vetones. A partir del siglo VIII a.C., por los estuarios navegables hasta el Mondego se dejaría sentir el influjo colonial fenicio; pero más fecundo debió de ser el llegado por el sur indirectamente a través de la aculturización tartésica y después turdetana. Las estelas extremeñas, que se extienden por la parte meridional de la Lusitania hasta la Vetonia evidencian desde el Bronce final la actividad de intercambios comerciales y culturales por la vía de la Plata. Este eje estratégico, que atraviesa de sur a norte la Vetonia, alcanza gran pujanza durante el período orientalizante, llegando a penetrar hasta la Meseta Norte elementos tan significativos como el hierro, objetos de prestigio, fíbulas y telas, justo cuando prácticamente toda Extremadura y el sur de Portugal quedarían englobados en el área cultural tartésica hasta el punto de asimilar incluso su escritura.
Al desaparecer Tartessos, la parte meridional de Extremadura quedó englobada culturalmente en el mundo turdetano, como evidencia Metellinum (Medellín) o el palacio de Cancho Roano, y los contactos disminuyen pero no cesan con las gentes situadas más al norte. Así, a partir del siglo IV, el torno de alfarero e importaciones áticas como las de El Raso de Candeleda (Ávila) penetran por Extremadura hasta la Meseta norte, confirmando el origen turdetano u oretano de las características figuras de verracos y de las potentes fortificaciones de sus grandes castros.
Estas regiones occidentales son tierras pobres al norte del Guadiana, por lo que su economía se basaría en la minería local y las actividades ganaderas. Al menor desarrollo cultural que se infiere de este ambiente socioeconómico se debe añadir el menor influjo aculturador de los focos meridionales al alejarse hacia el norte y oeste. Ello permite explicar, al menos parcialmente, las posteriores diferencias entre vetones y lusitanos y su mayor receptividad para la asimilación de elementos del mundo céltico.
A partir del siglo VI a.C., la zona vetona desarrolla una característica cerámica decorada a peine con algunos elementos decorativos de origen meridional, que se extiende incluso por el suroeste de la zona vaccea sustituyendo paulatinamente a las cerámicas de tipo Soto de la Medinilla, hasta ser unas y otras eliminadas por cerámicas estampadas poco antes de la aparición del torno. Pero a fines del siglo V y en el IV a.C. se evidencia la penetración de elementos originarios de la cultura celtibérica, como castros defendidos con piedras hincadas, necrópolis de cremación y armas como espadas de frontón y de antenas, etcétera, dando lugar, principalemente en torno a la Sierra de Gredos, a lo que se denomina Cultura de Cogotas II o de los Verracos, que, como se ha indicado, parece corresponder al pueblo de los vetones. Alguno de sus elementos, especialmente armas, se documentan también por la provincia de Cáceres y el norte de Badajoz y, a través de la falla del Jerte-Aliseda, debieron de llegar hasta el Atlántico, según indican hallazgos de la zona de Elvas y de Alcácer do Sal, la turdetana población de Salacia, en la desembocadura del Sado.
Por ello, en estos elementos es posible ver la huella de las gentes que han celtizado fuertemente todo el Suroeste peninsular, modificando sustancialmente las etnias preexistentes pero sin llegar a absorberlas, seguramente por tratarse de grupos de guerreros más interesados en imponer su autoridad --y con ello las formas de vida anejas, especialmente en las áreas pastoriles y mineras, por las que sentían especial atraciión-- que en transformar o sustituir las culturas preexistentes, como hubiera ocurrido de tratarse de grandes movimientos étnicos. Este sistema explica la mayor celtización en unos elementos culturales que en otros, siendo muy significativa en el campo onomástico y religioso, donde resulta muy dominante. Es interesante señalar la observación de Plinio III de que los celtas de estos territorios procedían de Lusitania con su religión, lengua y nombres de poblaciones (celticos a celticis ex Lusitania advenisse manifestum est sacris, lingua, oppidorum vocabulis). Aunque esta frase de Plinio se refiere a la Bética, puede ampliarse a lusitanos y vetones y explica por qué las culturas de Cogotas II y la peor conocida de los castros lusitanos, que se extiende más al oeste, aparecen profundamente celtizadas.
Este aspecto no debe encubrir la natural gradación y evolución de la cultura material. A partir del siglo V, en las cuencas del Guadiana y del Tajo se documenta la aparición de grandes castros con torres muy bien construidas de origen turdetano, que hacia el siglo IV han debido de influir en los castros caracterísiticos del sistema Central y la Meseta Norte, donde su pleno desarrollo parece más tardío, como confirma el castro de Candeleda (Ávila). Paralelamente debieron de ir penetrando las esculturas de los verracos y el torno. Éste se documenta en el siglo VI a.C. en el Guadiana, pero sólo a mediados del IV en puntos más alejados del sistema Central y aún más tarde en la Meseta Norte. Por ello cabe suponer que los grandes núcleos debieron de ser tardíos al norte del Tajo, pues el de El Raso, el mejor conocido, no parece remontarse más allá del siglo II a.C., lo que coincide con las numerosas referencias existentes sobre la escasa civilización de estas gentes y explica la pervivencia también en la agrupación en núcleos de sus necrópolis.
Al margen de la visión parcial dada por Roma, se conocen hechos muy significativos que evidencian la tradición guerrera de estos pueblos, famosos como jinetes, que fueron quienes más dificultad opusieron a la conquista romana, junto a los celtíberos, con los que compartían muchas de estas características, no sólo por un ambiente sociocultural semejante sino a consecuencia de su celtización. Entre estas costumbres está la de que los jóvenes lusitanos se reunían e iban a luchar lejos de sus tribus, hecho interpretado a menudo desde la antigüedad como simple bandidaje, pero que más parece tratarse de una tradición sociorreligiosa o rito de iniciación guerrera característico de ese tipo de sociedades. Se sabe también de expediciones mixtas de celtas y turdetanos, que acabaron instalándose entre los galaicos, y son numerosas las referencias a expediciones de saqueo de lusitanos y vetones por la Carpetania y la Bética, lo que prueba que estas gentes, al llegar la conquista romana, estaban en proceso de expansión, o más bien ofrecían la inestabilidad característica de sociedades de estructura socioeconómica guerrera en las que las racias eran una forma de vida.
Su religión aparece fuertemente celtizada en algunos aspectos. Las divinidades, entre las que destacan Endovélico y Ataecina, resultan poco antropomorfizadas. La mayoría corresponden a elementos naturales, especialmente rocas y aguas, o a divinidades protectoras muy indefinidas como Bandua, Cosu, Navia, Reue, Tongo, etc., probablemente de tradición indoeuropeo precéltica. Conservaban, asimismo, un antiguo rito indoeuropeo, documentado en la inscripción de Cabeço das Fraguas (Guarda, Portugal), consistente en el sacrificio de un cerdo, una oveja y un toro. También tenían ritos sangrientos, como sacrificios humanos y la amputación de la mano a los prisioneros. Los lugares de culto eran naturales, normalmente rocas con cazoletas, destacando la del castro de Ulaca (Ávila). Característicos de los vetones son los verracos, esculturas de toros y cerdos de función originariamente funeraria, pero probablemente asociada a un carácter apotropaico de defensa del ganado y de los lugares de pasto, totalmente lógico dado su ambiente socioeconómico.
Existen tres inscripciones en lusitano antiguo, dos de ellas se encuentran en Lomas de Moledo y Cabeça das Fraguas (Portugal), y una tercera en Arroyo de Cáceres (Extremadura). En la siguiente ilustración se muestra la perteneciente a Cabeça das Fraguas, que data del siglo III d.C.
La inscripción reza:
OILAM TREBOPALA
INDI PORCOM LAEBO
COMMAIAM ICCONA LOIM
INNA OILAM VSSEAM
TREBARVNE INDI TAVROM IFADEM[...]
REVE TRE[...]
Respecto a su lengua, la onomástica de los vetones y lusitanos parece ser bastante semejante, aunque algunos nombres como Boutius sean vetones y otros vomo Viriatus lusitanos. También aparecen nombres como Reburrus y Vironus, propios a los astures y cántabros, y otros son comunes al sur de la Gallaecia, lo que prueba complejas interrelaciones entre estas tierras. Finalmente, hay que destacar el elevado número de Ambatus y Celtius, que confirma la celtización señalada. Pero el uso de Ambatus y las gentilidades son frecuentes en Vetonia y excepcionales en Lusitania, mientras que de ésta es característico el nombre Celtius, lo que parece indicar una menor celtización, al menos de la organización social, de los lusitanos.
En Lusitania se conservan varias inscripciones en escritura latina con una lengua indoeuropeo precéltica que conserva la P inicial y otros elementos perdidos en céltico. Esta lengua podría rastrearse por el sur de Galicia y, junto a la onomástica, confirmaría un claro sustrato precéltico conservado en estas poblaciones occidentales que parece advertirse también en su cultura material y en su religión. Ello ayudaría a comprender algunos significativos elementos comunes existentes entre los pueblos del Oeste y el Norte peninsular, así como también con el sustrato indoeuropeo precéltico de la Meseta, que debió conservarse mejor en esas apartadas tierras, dada su más tardía e incompleta celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Ed. Ariel S.A., 1ª edición de febrero de 2001
Cáp. V, págs. 372-376
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