Salve y gracias por la bienvenida.
Muy interesante el artículo que adjuntas, la verdad es que se puede polemizar mucho sobre el tema del celtismo peninsular y por lo que se la gente del Norte peninsular (Galicia, Asturias, Cantabria) son bastante sensibles cuando se duda sobre su “celtismo” posiblemente por la moda actual referente al mudo celta y porqué el “celtismo” puede servir como elemento diferenciador del resto de los habitantes de la peninsula. Hoy en día parece existir la tendencia a intentar diferenciarnos unos hispanos de otros, cuando lo que habría que hacer es intentar buscar los puntos comunes frente al “Campamento de los Santos” que ya tenemos encima. Me refiero al tema de la inmigración masiva. Pero este es otro tema.
Sobre la línea de Peralta (Dr. Eduardo Peralta Labrador) tengo algunos artículos suyos de hace unos años que si te interesan intentaré colocar en este foro con tiempo. (En estos momentos estoy fuera por motivos de trabajo y volveré dentro de tres semanas, así que habrá que esperar un tiempo antes de que los coloqué en el foro). Más abajo te adjunto algunos artículos en los que se puede conocer mejor las lineas argumentales de Peralta.
Por lo que recuerdo habían varias líneas en las que se defendía el carácter céltico de las poblaciones cántabras.
Una de ellas era la antropológica. Está línea estaba basada en los estudios antropológicos llevados a cabo por el profesor Hoyos Saínz en el que se estudiaba los caracteres raciales cántabros. Tanto para Hoyos Saínz como para Peralta (al menos entonces) la población cántabra era el resultado de la mezcla de dos elementos básicos:
Unos celto-alpino moreno o castaño, de estatura media y otro celto-germano rubio más alto, aunque ambos braquicéfalos, estos dos grupos predominantes estarían matizados en algunas zonas por elementos de raza mediterránea e incluso dinárico-armenoide, también se constataba en estos estudios el alto porcentaje de rubios, pelirrojos y ojos claros en aquella zona (cerca del 30%), la tez más clara de la peninsula, una mayoría de rubios en la infancia, muchas mujeres pecosas, acentuada braquicefalia, del tipo de cogote como “cortado con hacha”, fuerte corpulencia etc.
Otra línea era el estudio de las estelas discoideas en las que se atestiguaban esvásticas, triskeles, símbolos solares etc. Con lo que se demostrarían cultos solares indoeuropeos.
También están los argumentos derivados de la toponímia, onomástica e inscripciones en las que se demostraría la existencia de gentes de habla indoeuropea etc. etc.
En internet se puede encontrar los siguiente:
“La Cantabria Celta”.
Debido a las múltiples controversias vertidas respecto al
origen celta de los Cántabros, nos remitimos a la
opinión de ilustre cántabro, doctor en protohistoria
por la Sorbona y autor del Libro "Los Cantabros antes
de Roma" publicado por la Real Academia de la Historia,
Dr. Eduardo Peralta Labrador.
ORÍGENES DE LOS CÁNTABROS
Tras señalar los límites y las características del territorio de los antiguos cántabros, típico pueblo montañés asentado en ambas vertientes del sector central de la Cordillera Cantábrica, hemos comprobado que desde el punto de visa lingüístico se detectan en la formación de este pueblo la superposición de diferentes capas indoeuropeas, algunas de ellas de remota antigüedad, que desmienten el pretendido carácter pre-indoeuropeo que muchos auto-res atribuyeron a este pueblo:
En el territorio del que surgió el pueblo cántabro existe una gran abundancia de topónimos y de hidrónimos correspondientes
a gentes indoeuropeoparlantes de tipo arcaico (los "antiguo europeos")
llegados a la Península Ibérica desde el otro lado de los Pirineos en algún momento del segundo milenio a.C.
Hacia el 1.000 a.C., según consideran los lingüistas,
llegó otra capa de gentes indoeuropeas relacionables con las lenguas preceltas que conservaban la P inicial e intervocálica.
Por último, superponiéndose a estos substratos,
llegan a Cantabria en la Edad del Hierro gentes que hablaban una lengua celta similar al celtíbero, como evidencian diferentes topónimos, onomástica de las estelas e incluso algunas inscripciones en celta
)
Desde el punto de vista arqueológico el territorio cántabro muestra su vinculación a la cultura del Bronce Final atlántico, que se desarrolló tanto en la vertiente cantábrica como en el norte del Valle del Duero desde el siglo XII a.C. hasta el 900-850 a.C. Hacia los siglos VIII-VII a.C.llegan por el Valle del Ebro grupos incineradores de los Campos de Urnas, como prueban los materiales de una serie de castros del Hierro I (Pico de la Campana, Baraones, Monasterio, etc.) y las cerámicas acanaladas y excisas de algunas cuevas. Con la entrada de estas gentes, emparentadas con las de los castros de Álava y las
de Cortes de Navarra, seguramente comienzan a
cristalizar los cántabros como formación étnica definida.
Posteriormente, en la segunda Edad del Hierro, Cantabria aparece plenamente integrada en la Cultura del Duero
propia del mundo celtíbero, tanto en la fase Monte Bemorio (siglos IV-III a.C.) como en la fase de celtiberización (siglos II-I a.C.).
Por otra parte, según ha quedado demostrado frente a ciertas teorías académicas locales, las gentes de la vertiente costera de Cantabria
pertenecían a esa misma Cultura del Duero
(castros de Caravia, Cueto del Agua, Alto del Cueto,
Los Agudos, CastilNegro, necrópolis del Puyo, etc.).
De acuerdo a estas evidencias arqueológicas y lingüísticas, y siguiendo la teoría de Martín Almagro-Gorbea sobre la formación de los pueblos atlánticos peninsulares, los cántabros serían gentes
pertenecientes a un viejo substrato indoeuropeo precelta de la Edad del Bronce (los "antiguo europeos") que conservó muchas
características de su arcaica cultura. Al final de la Edad del Bronce y en la transición a la Edad del Hierro tuvo lugar un proceso de etnogénesis entre estas gentes y otros indoeuropeos que llegaron
por el Valle del Ebro (¿preceltas tipo "lusitano" o celtas arcaicos?),para terminar de perfilarse como pueblo en la segunda Edad del Hierro con las aportaciones culturales y humanas de los celtas de la
Meseta y del Valle del Ebro (celtíberos).
Reproducido del libro Los Cantabros antes de Roma, con autorización del
autor. Dr. Eduardo Peralta Labrador.
LÁBARO Y LAUBURU
Desde hace bastantes años, se han popularizado en Cantabria y en el País Vasco dos símbolos denominados "lábaro" y "lauburu" cuya finalidad es representar respectivamente a ambos pueblos. Se han llegado a hacer todo tipo de afirmaciones acerca de ellas, en algunos casos excesivamente dogmáticas y categóricas y en demasiadas ocasiones realizadas desde la ignorancia. A causa de ello, y de la extraordinaria repercusión que han tenido en la cultura popular de ambos pueblos, pretendemos hacer un somero análisis de su origen histórico.
Lábaro cántabro
Sabemos por Tertuliano y Minucio Félix que existía un estandarte militar romano denominado cántabrum. Consistía en un pendón de tela roja que estaba sujeto a un travesaño colocado perpendicularmente al asta de sujepción del estandarte. Como los romanos poseían otro tipo de insignia que obedece a esta misma descripción (los vexillum) es de suponer que se diferenciase de estos por el motivo que iría bordado en la tela.
Este tipo de estandartes debía estar bastante difundido entre los pueblos célticos pues aparece representado en el Arco de Orange y en acuñaciones celtibéricas. Se supone que el uso de esta insignia fue tomada de las tropas de auxiliares cántabros que prestaban servicio a Roma, del mismo modo que sabemos por Arriano que el ejército romano copió dos tácticas de caballería, el circulus cantábricus y el cantabricus impetus.
Posteriormente, supuestamente el Codex Theodosianus nos habla de los cantabrarii, una especie de colegio encargado de portar el labarum, un famoso estandarte imperial romano. Este estandarte nos es descrito por Eusebio como una tela de color púrpura ricamente enjoyada, que colgaba de un travesaño del asta. En las acuñaciones de la época este estandarte nos es presentado con un símbolo cruciforme. A modo de curiosidad, este es el estandarte que Constantino vio poco antes de su conversión la cristianismo. Tras esta conversión, el labarum se transforma en el crismón, el anagrama que representa a Cristo, consistente en una "X" sobre la que se superpone una "P", apareciendo frecuentemente respresentado en la iconografía romana.
El problema reside en que no se sabe excatamente en que referencia del Codec Theodosianus se han basado los autores que han establecido esta relación entre los cantabrarii y el Labarum. Algunos de ellos de prestigio, como C.H. Daremberg y E. Saglio
Referencias al "Cantabrum":
"La religión de los romanos venera todos los signa militares, jura por ellos, los antepone a todos los dioses. Todas las imágenes colocadas en los signa son los collares de las cruces; las telas de los vexilla y de los cantabra son las vestiduras (stolae) de las cruces. Alabo [vuestro] celo: no quisisteis adorar a cruces desaliñadas y desnudas." [Tertulianus, Apologetycum, Pars IV, Capitulum XVI, 8]
"Además ni rogamos ni veneramos a las cruces. Vosotros ciertamente, que divinizáis a dioses de madera, quizá adoráis cruces de madera como parte de vuestros dioses. Pues tanto los mismos signa, como los cantabra, como los vexilla de los campamentos, ¿qué otra cosa son sino cruces enriquecidas y adornadas?" [M. Minutius Felix, Octavius, XXIX]
"Además, en los cantabra y vexilla, a los que la milicia guarda con no menor devoción, las telas son los vestidos de las cruces." [Tertulianus, Ad Nationes, I, 12]
Referencias al "Labarum":
"Ya sea que nos aguarde el combate, ya dictemos en la paz serenas leyes, ya pisoteemos en la ciudad las vencidas cabezas de los dos tiranos, es necesario, reina, que admitas de grado mis banderas, en las que la imagen de la cruz bien brilla ornada de gemas, bien, hecha de oro macizo, refulge en lo alto de las lanzas/mástiles." [Aurelius Prudentius, Contra Symmachum, Lib. I, 461-466]
"Cristo, bordado en oro y ornado con piedras preciosas, marcaba el Labarum purpúreo, Cristo se escribía en los escudos, en la cresta de los cascos centelleaba la cruz." [Aurelius Prudentius, Contra Symmachum, Lib. I, 486-488]
"Capítulo XXXI: descripción del estandarte de la Cruz, al que los Romanos ahora llaman “Labarum” (1) Ahora estaba hecho de la siguiente manera. Una larga lanza, revestida de oro, formaba la imagen de la cruz por medio de una barra transversal colocada sobre ella. En lo más alto del conjunto fue fijada una corona de oro y piedras preciosas; y dentro de ésta, (2) el símbolo del nombre del Salvador, dos letras indicando el nombre de Cristo por medio de sus iniciales, la letra P cortada por la X en su centro: (3) y estas letras [son las que] el Emperador tuvo costumbre de llevar en su casco en un período posterior. Del travesaño de la lanza estaba suspendido un paño, (4) una prenda real, cubierta con un profuso bordado de las más brillantes piedras preciosas; y el cual, estando también ricamente entrelazado con oro, presentaba un nivel indescriptible de belleza al espectador. Este estandarte era de forma cuadrada, y el asta vertical, cuya parte de abajo era de gran longitud, (5) sostenía un retrato dorado de medio cuerpo (6) del pío Emperador y de sus hijos en su parte superior, bajo el trofeo de la cruz e inmediatamente encima del estandarte bordado. El emperador hizo uso constantemente de este signo de salvación como defensa contra cualquier poder adverso y hostil, y ordenó que otros similares a él deberían ser portados a la cabeza de todos sus ejércitos." [Eusebio, Vita Constantini, Lib. I]
(Recopilación y traducción de las fuentes porJose Angel Hierro).
Etimológicamente labarum proviene de la raíz *(p)lab- `hablar´, de donde se ha derivado el adjetivo * labaros, `orador´, ampliamente representado en las lenguas celtas: galés: llafar `habla´, `idioma´, `voz´, `orador´; antiguo córnico y bretón: lavar `palabra´; antiguo irlandés: labar `charlatán´, labrad `habla´, `lenguaje´; irlandés: labhar `locuaz´, `en voz alta´ y labhairt `palabra´, `habla´ < célt. (p)labro-.
En el fragor de la batalla, los estandartes eran utilizados para enviar órdenes o señales a las tropas, pues resulta imposible que una voz de mando se escuche en mitad de un combate en el que participan miles de hombres. De ahí su significado: "el que habla".
Varios autores, ante esta clara relación, han visto el origen del labarum como una influencia indirecta de los cántabros a través del estandarte militar denominado "cántabrum". De hecho, como hemos visto, el término lábarum es celta, no latino. Y en consecuencia no resulta demasiado descabellado pensar que los antiguos cántabros poseyeran un estandarte denominado lábaro que básicamente consistiese en un pendón de tela roja con un motivo cruciforme.
Ante estos datos, modernas interpretaciones, encabezadas por Montes de Neira, han identificado al lábaro con el símbolo cruciforme que aparece representado en varias estelas discoideas gigantes, como en la de Zurita (Cantabria). El fenómeno de las estelas gigantes es típicamente cántabro, excepto por ejemplos aislados, como la de Coaña en Asturias y varios ejemplares hallados en Vizcaya. Exiten además infinidad de paralelismos con estelas, eso si, de memor tamaño, dentro de todo el ámbito celtiberico, siendo tal vez los ejemplos burgaleses los que presentan mayores semejanzas (Borobia, Lara de los Infantes y Clunia, entre otros).
Las estelas vizcainas presentan la semejanza de poseer similares dimensiones a las estelas de los valles centrales de Cantabria, además de su típica decoración circular a base de triángulos en sus márgenes. La estela de Coaña asturiana no posee ningún tipo de decoración o seguramente este tan erosionada que lo ha perdido. Por su parte, los ejemplos burgaleses, encontrados algunos de ellos en contextos arqueológicos muy claros, que nos permiten datar el fenómeno desde finales del siglo I a.C. a mediados del I d.C., presentan enormes semejanzas en las representaciones figurativas de las estelas de Zurita y San Vicente de Toranzo.
No obstante, la representación astral formada por cuatro crecientes lunares rematados en circulos no se presenta mas que en otros escasos ejemplos, el mas próximo desde el punto de vista geográfico se trata de una estela aquitana. Por lo demás, existen bastantes semejanzas en motivos ornamentales de tipo geométrico en algunos hallazgos arqueológicos de todo tipo que han aparecido por toda la península e incluso en Europa.
Con todo, pese a que esta representación astral posea pocos paralelismos fuera del territorio cántabro (circunscrito al mismo contexto epigráfico y funerario), no se puede afirmar mas allá de cualquier duda, que efectivamente el signo cruciforme que apareciese en el cantabrum fuese el representado en estas estelas discoidales.
Eduardo Peralta Labrador ha sido quien ha realizado el estudio mas serio sobre el tema y argumenta que, al ser el labarum una evolución del estandarte cántabro, lo lógico es que se le pareciese y por tanto fuera en realidad una X, similar a la cruz de San Andrés. Se basa ademas en diversos datos, como en un ara dedicada al Genio et signis de la Cohors Filda Vardulorum Equitata acantonada en el campamento de Riechester (Elsdon, Gran Bretaña), en la que aparece representado un estandarte de este tipo. Ademas, en diversas acuñaciones galas se nos presenta un guerrero en actitud de dominar una figura monstruosa mientras enarbola un estandarte con este símbolo. Supuestamente se trataria de Taramis, dios del rayo y vencedor del monstruo serpentiforme (tema muy difundido en la mitología céltica) y este estandarte representaría al rayo.
Segun Peralta, el uso de estandartes similares se encontraba muy extendido entre los pueblos celtas y germánicos. Aporta interesantes datos como la inscripción de una estela de Rairiz de Veiga (Orense) en la que se lee: "A Bandua, dios de los vexilla, socio de Marte", o un texto de Olao Magno que habla de los pueblos germánicos de Europa Septentrional:
"Pues, con atentas súplicas y con ritual más ceremonioso, veneran un paño rojo colgado de la parte alta de un asta o pértiga, pensando que reside en el cierta virtud divina, debido al color rojizo semejante a la sangre de los animales. Igualmente porque piensan que con su contemplación van a ser más afortunados en la matanza de bestias, bebiendo su sangre..."
Efectivamente, según Duzémil el rojo es el color que los pueblos indoeuropeos antiguos relacionaban a sus deidades guerreras y uno de los epítetos atribuidos al dios cántabro de la guerra es Erudinus, formado por la raíz celta rud- que significa "rojo" y al mismo tiempo "fuerte". Peralta relaciona el uso de este tipo de estandarte a las cofradías de guerreros de tipo indoeuropeo, a las cuales dedica otro amplísimo estudio en su obra.
Por tanto, segun Peralta el "cántabrum" sería un ejemplo más de una serie de insignias militares muy extendidas por el mundo indoeuropeo y seguramente fuera utilizado por mas pueblos del norte de Hispania.
En todo caso, Montes de Neira ha popularizado la idea de que el lábaro era "el estandarte mas antiguo de la humanidad". Esta grandilocuente afirmación es, por supuesto, totalmente falsa. Se encuentran documentados estandartes sumerios, asirios y egipcios que evidentemente son mas antiguos que el labarum. Aparte de otros estandartes persas, sanmitas, celtas, romanos... pues como ya hemos dicho, el uso de este tipo de insignias era bastante común entre los pueblos de la antigüedad.
Además, en muchos casos se han dado deliberados intentos de falsificación histórica, al intentar presentar este símbolo astral en los escudos de los guerreros cántabros representados en el adverso de la Estela de Zurita y en las acuñaciones romanas, cuando en realidad no se pueden apreciar detalles de este tipo.
Como conclusión a todo esto, podemos afirmar que la moderna reconstrucción del lábaro cántabro no posee las pruebas documentales suficientes para poder hacer esta identificación mas allá de cualquier duda. Aunque por otra parte resulta innegable que este símbolo es típicamente "cántabro" (lo cual no significa que exclusivo) y que para este pueblo debía poseer un fuerte valor simbólico de algún tipo, religioso, seguramente.
Es importante destacar que en el adverso de la Estela de Zurita aparece representado un ritual funerario que es citado por Silio Itálico y Eliano entre los celtíberos y vacceos: la exposición de los cadáveres de los caídos en combate a los buitres, para que de esta forma accedan al mas allá. Como el mas allá céltico se encontraba en el oeste, donde se oculta el sol, resulta perfectamente verosímil que una representación solar asociada a un vestigio con una finalidad funeraria (como es una estela), en la que además hay representada una escena de este tipo, trate de simbolizar el mas allá. Resulta significativo que hasta principio del siglo XX se hayan conservado en algunas zonas de Cantabria la costumbre de rezar un padrenuestro mirando al sol en el ocaso, pues se pensaba que era allí donde moraban los muertos. El paraíso según la mitología irlandesa era Tir na n-Og ("la tierra de los Jóvenes"), situada al oeste, bajo el mar.
Lauburu vasco
Respecto al Lauburu vasco, su origen se remonta a las teorías vasco-cantabristas que estuvieron tan de moda entre varios historiadores vascongados entre los siglos XVI y XVIII. Según estas teorías, los antiguos cántabros, el pueblo que "tan ferozmente había resistido al imperialismo romano", eran en realidad los ancestros de los modernos vascos.
En un intento de sustentar estas peregrinas teorías, los vasco-cantabristas no dudaron en falsear toda clase de datos históricos, llegándose a inventar un supuesto himno de batalla cántabro en vascuence, "el Canto de Lelo".
Aunque la puntilla definitiva para el vascocantabrismo fue la obra de Enrique Flórez "La Cantabria. Disertación sobre el sitio y extensión que en los tiempos de los romanos tuvo la región de los cántabros", publicada en el año 1768, estas ideas quedaron fuertemente arraigadas en Vizcaya y Gipúzcoa, siendo herederas de las mismas el movimiento fuerista del siglo XIX.
Al ser estas "teorias" completamente rebatidas por los estudios históricos, se paso a difundirse en el campo literario en novelas pseudo-históricas y leyendas completamente ficticias como "La Leyenda de Aitor" de Joseph Agustin Chaho, "Amaya, o los vascos en el siglo VIII" de Francisco Navarro Villoslada o "Leyendas vasco-cántabras" de Vicente Arana. La intención de este movimiento literario era exaltar el orgullo vascongado e intentar servir de respaldo ideológico al movimiento fuerista, tratando de legitimizarlo desde el punto de vista histórico, inventado de esta forma una tradición inexistente mas acorde con sus postulados.
Por supuesto, el vasco-cantabrismo aportó su propia versión del lábaro. Como en vascuence lau significa "cuatro" y buru "cabeza", se buscó un símbolo que reuniese estas carácterísticas, en este caso uno de los muchos motivos astrales de origen prerromano indoeuropeo que se han conservado en todo el norte de España hasta nuestros días como un motivo ornamental mas. Resulta significativo que pese a que muchos investigadores de la cultura vasca destaquen el origen ancestral y milenario de este símbolo, al mismo tiempo reconozcan que no se encuentran ejemplos anteriores al siglo XVI en Euskadi.
Pío Baroja, en su obra "La leyenda de Jaun de Alzate" (1922), de carácter histórico-legendaria, nos narra el diálogo entre el líder vasco Jaun de Alzate con el romano Prudencio:
"Jaun- No aceptáis nada de nosotros... únicamente la cruz...
Prudencio- ¡La cruz! ¿Qué quieres decir con eso?
Jaun- La cruz es vasca antes de ser cristiana
Prudencio- ¡Que absurdo!
Jaun- No es absurdo. Todavía encontrarás en nuestro país, en muchas partes, la cruz svástica, que algunos suponen que simboliza los dos caminos del mundo; otros, los puntos cardinales, y que entre nosotros es emblema de Thor, del fuego, de la llama, del sol.
Prudencio- Es un signo este que habéis tomado de los cristianos.
Jaun- No. Es un signo que nos habéis tomado a nosotros. Cuando los primeros cristianos del imperio romano pusieron en su estandarte la cruz, la llamaron Labarum. Labarum, labaru, lau buru, que quiere decir en vascuence cuatro cabezas, tetragrammaton, el símbolo que Urtzi Thor, que llevaron los vascos a Lombardía y que aceptó Constantino.
Prudencio- Labarum vendrá del latín labare, vacilar, por el estandarte que vacila con el viento.
Jaun- Es mas lógica mi explicación. Todos los estandartes vacilan con el viento, pero no todos los signos tienen cuatro puntas o cuatro cabezas como la cruz svástica del Labarum."
Esta esvástica con una forma que la asemeja vagamente a la hélice de un barco pasó a convertirse en un "símbolo vasco". Siendo adoptado por el fuerismo como un elemento mas en su "cultura vasca". Cuando Sabino Arana se creó el nacionalismo vasco en la década de 1890, seleccionó de entre el movimiento fuerista aquello que mas le interesaba y fue un firme defensor de la utilización de este símbolo, usándolo además como ejemplo para demostrar que los vascos en el pasado habían rendido culto al sol (primer número de la revista "Euzkadi").
Simbología
Tanto al Lábaro cántabro como al Lauburu vasco se les ha asignado en épocas modernas toda clase de valores simbólicos. En el caso del Lauburu por ejemplo, algunos tales como "representar los cuatro elementos de la creación: agua, tierra, aire y fuego", simbolizar a "los dos sexos", a "las energías que conforman el universo" o "la lucha de la luz frente a las tinieblas". Sin embargo, estas interpretaciones son bastante subjetivas y en muchas ocasiones no son mas que suposiciones, mas o menos acertadas, realizadas por personas de nuestra época y que responden a valores que estan hoy en día mas o menos de moda dentro de ambientes progresistas, pero que no necesariamente tendrían que estar asentados en la época.
En conclusión a todo esto, se puede afirmar lo siguiente:
1- Entre los antiguos cántabros existía un estandarte militar consistente en un pendón de tela rojo sobre el cual estaba bordado un símbolo cruciforme. Es probable que este estandarte fuera el origen del labarum romano.
2- La identificación de este símbolo con el que aparece en la estela de Zurita no está exenta de dudas.
3- No obstante, este símbolo es típico de la Cantabria Antigua y bastante característico, poseyendo sin duda algún importante valor simbólico, seguramente de tipo religioso (tal vez represente el mas allá).
4- El Lauburu vasco es una interpretación moderna del Lábaro cántabro basándose en la errónea premisa de que los antiguos cántabros eran los ancestros de los modernos vascos.
5- Este símbolo no es exclusivamente vasco, posee además un origen indoeuropeo y es mas frecuente en otras zonas penínsulares, tales como Asturias.
6- Los valores simbólicos que se suelen atribuir a las "estelas" y otros símbolos astrales de origen indoeuropero son interpretaciones modernas, carentes de base histórica. Tal vez alguna de ellas se corresponda a la realidad, pero en todo caso resulta indemostrable.
Celtas en Cantabria y en el País vasco
Pese a la infinidad de estudios realizados a lo largo del siglo XX que han tratado de una manera mas o menos directa el origen étnico de los antiguos cántabros, todavía es fácil encontrar errores de bulto que por ejemplo pueden atribuir a este pueblo un supuesto origen "ibérico" o preindoeuropeo. Esto hace que, aunque en principio hablar de su carácter céltico pueda parecer redundante, en ocasiones sea necesario recordar lo que se ha escrito en los últimos 75 años.
El primer estudio sobre la lengua de los antiguos cántabros lo realizó Antonio Tovar en 1955 y ya destaca claramente el elemento indoeuropeo (celta y "antiguo europeo precelta") de su lengua. Solana Sáinz, Martín Almagro-Gorbea, Gonzalo Ruiz Zapatero, Joaquín Gonzalez Echegaray, Eduardo Peralta, Jose Luis Ramirez Sabala, Javier de Hoz, J. Unntermann, J. Gorrotxategui y Juan Manuel Sobremazas, entre otros, confirman este carácter indoeuropeo céltico y la existencia de algunos restos de tipo precéltico, de tipo "antiguoeuropeo".
La tésera de hospitalidad de Monte Cildá (publicada recientemente en la revista "Complutum") y una inscripción epigráfica hallada en las inmediaciones de Retortillo (Julióbriga, Cantabria) escritas en antiguo celta, así como los nombres indígenas que nos han llegado a través de la epigrafía de época romana parecen dejar bastante claro esto. Nombres como Ambato, Danuvio, Bodo, Bovecio, Cadus, Lugua (femenino de Lug, dios supremo de los celtas), Brigetino, Segaida... son de claro origen celta y muchos de ellos aparecen frecuentemente entre otros pueblos célticos peninsulares e incluso extrapeninsulares.
El mismo término étnico "cántabros" esta formado por la raiz celta *kant- (roca, piedra, peñasco) y el sufijo abr- (presente en los artabri de Galicia, los velabri de Irlanda y los galabroi de Iliria) común en varias lenguas indoeuropeas y que significa "tribu, pueblo". Por tanto, los cantabros son "el pueblo que habita en las peñas", o los "montañeses".
El nombre de las gentilidades (subdivisiones tribales), también son celtas. Por ejemplo los "orgenomescos", compuesto por las raíces célticas org-no-: golpear, matar, destruir (escocés argnachadh: pillaje, saqueo, robo; irlandés argain: destrucción, saqueo; gaélico antiguo orgun: razzia, matanza, destructivo; bretón argadiñ: atacar, hacer incursiones, gritar, invadir; galo Orgenos, Orgetorix) y mesk-: embriaguez, borrachera; por los tanto podemos interpretarlo como "los que se embriagan con la matanza".
Los topónimos prerromanos son igualmente célticos. Monte Vindio (del celta *uindos: blanco), Monte Medulio (*medio: lugar o punto central, como Mediolanum, capital de los insubres -galos cisalpinos-)... y los nombres de ciudades con terminaciones en -briga, son algunos de los muchos ejemplos.
Adolf Shulten en su obra "Cántabros y astures y su guerra con Roma" afirmó que los cántabros eran un pueblo céltico dominado por una élite social de tipo ibérico. Esta élite supuestamente hubiera llegado desde la costa mediterránea a través del Valle del Ebro. Estas "invasiones" ibéricas fueron fruto de una historiografia, hoy completamente superada, que postulaba que los celtiberos eran una mezcla étnica de celtas e iberos que habria surgido fruto de este tipo de "dominación ibérica". Pero la presencia en Celtiberia de elementos culturales de origen mediterráneo se puede (y se debe) explicar mediante otras razones.
Shulten se basó en datos bastante dudosos para afirmar esta ibericidad, como el supuesto uso de un arma como la falcata (supuestamente "ibérica"), que aparece representada en las acuñaciones romanas conmemorativas a la victoria sobre este pueblo. No obstante, tal y como señala Fernando Quesada Sanz en su obra "La Falcata ibérica: arma y símbolo", no existe ninguna prueba arqueologica del uso de este arma en el norte peninsular, por lo que el haber sido representada en las monedas de Carisio puede obedecer a otras razones. Y en todo caso, en la antiguedad no existia una relación directa entre el origen étnico de un pueblo y el uso de un determinado arma, que obedecia a otras muchas razones.
Julio Caro Baroja en su obra "Los Pueblos del norte..." destacó una serie de elementos paleo-euskéricos (o protovascos, una serie de lenguas que mas tarde evolucionarian hasta conformar el vasco moderno) sobre los que se superpodrían los puramente indoeuropeos célticos, lo cual fue seguido por algunos autores, entre los que figuraba, en menor medida, el propio Tovar. No obstante, en su parte lingüística, este supuesto sustrato se fundamenta en estudios sobre la toponimia moderna que en demasiadas ocasiones se dejan llevar por la mera semejanza fonética.
Por ejemplo, se ha relacionado el topónimo Selaya con el término vasco "zelai", aunque en realidad procede de "Sel de la Haya" (así aparece en escritos del siglo XVI). Un "sel" es un término montañés (dialecto romance de tipo leonés que se ha hablado en Cantabria hasta finales del siglo XIX y cuyos restos castellanizados se conservan hoy en dia en las zonas rurales mas apartadas) con el que se designa a prados cultivados: Sel deriva del céltico sedl-: sembrar, cultivar. Sel de los Tojos, Sel de la Carrera... son ejemplos claros que se repiten en la zona.
Otros argumentos para tratar de respaldar el origen preindoeuropeo de los cantabros que se nos presente luchando con pueblos celtas (los vacceos) y apoyando a pueblos preindoeuropeos (los aquitanos). Esto obliga a hacer un pequeño repaso a los acontecimientos bélicos en los que participaron.
Pese a que la primera referencia a los cántabros la hace Catón en sus escritos sobre su campaña contra los celtíberos del año 195 a.C., es en la campaña de Lúculo en el año 151 a.C. cuando se les nombra tomando parte en un conficto bélico (si se obvia su participación en las Gueras Púnicas), es esta ocasión en apoyo de los vacceos.
Posteriormente, en el año 137 a.C. cundió el pánico entre el ejército de C. Hostilio Mancio que asediaba Numancia, al difundirse la noticia de que un ejército de vacceos y cántabros acudía en socorro de los numantinos, por lo que este cónsul inició una retirada nocturna con fatales resultados (para el, claro).
En las Guerras Sertorianas los cántabros tomaron parte de Quintio Sertorio junto a celtíberos y vacceos, mientras que autrigones y berones se decantaron por el bando romano. Años después, en la conquista romana de la Galia se nos presenta en el año 56 a.C. a los cántabros ayudando a los aquitanos en su lucha frente al legado Publio Craso. Mas tarde, en el transcurso de las Guerras Civiles Petreyo recluta tropas auxiliares de entre los celtiberos, lusitanos, vacceos y cantabros, siendo derrotados en Ilerda en el año 49 a.C. junto al resto de su ejército.
Por último, en el año 29 a.C. los cántabros, junto a los vacceos y los astures, protagonizan lo que se considera el inicio "oficial" de las Guerras Cántabras. Este seria el ultimo episodio de lucha de los vacceos, tras 200 años de enfrentamientos frente a púnicos y romanos.
Como vemos, las fuentes clásicas nos presentan a los cántabros como aliados tradicionales de vacceos, astures y céltiberos, pueblos todos ellos de origen céltico que fueron, junto a los lusitanos y galaicos, los que mas dura resistencia opusieron al imperialismo romano. Por contra, si que aparecen en bandos opuestos a autrigones, turmogos y vascones, tradicionales aliados romanos.
El párrafo inicial que nos citan las fuentes sobre las Guerras Cántabras (Lucio Annio Floro, Paulo Orosio y Dión Casio) que nos presentan a los turmogos, autrigones y vacceos sufriendo las incursiones bélicas cántabras, constituyen claramente la "justificación oficial" que da Augusto para iniciar la invasión del territorio de los cántabros y astures y por tanto no debe ser tenida en cuenta, pues tal vez tan solo se trataban de ataques a intereses romanos.
En todo caso, si algo caracteriza a la historia de los pueblos célticos son las continuas disputas que hubo entre ellos mismos(al igual que en infinidad de otros pueblos con una organizacion social gentilicia, como germanos, eslavos...). Por lo que intentar sustentar una adcripción cultural en base a este tipo de datos me parece un sinsentido.
Una pequeña bibliografia interesante al respecto:
<LI>Antonio Tovar: "Cantabria prerromana o lo que la Lingüística nos enseña de los antiguos cántabros". 1955 Antonio Tovar UMP
<LI>Martin Almagro Gorbea: "El origen de los celtas de la península ibérica. Protoceltas y celtas". Polis Alcala de Henares.
<LI>Joaquin Gonzalez Echegaray: "Los cántabros". 1986 Estvdio, Santander.
<LI>Eduardo Peralta Labrador: "Los cántabros antes de Roma". 2000 Real Academia de la historia, Madrid
De hecho, no solo los cantabros eran claramente un pueblo céltico, sino que todo parece indicar que sus vecinos orientales (várdulos. casistios y autrigones, e incluso los vascones), que tradicionalmente se vienen considerando paleoeuskericos (o protovascos), se hubiesen encontrado dentro del area linguistica celtica, o al menos en parte.
En el territorio de los vascones (que habitaban aproximadamente lo que actualmente es Navarra) aparecen restos de lengua paleuskérica, pero son mucho mas importantes los vestigios del uso de lenguas celtibéricas e ibéricas.
Donde sí se documenta ampliamente el paleoeuskera en época prerromana y romana es en Aquitania, en el suroeste francés (en una zoma mas cercana a la península y mas reducida de lo que sería la provincia romana homónima). Esto ha llevado a varios investigadores, como el alemán Jürgen Untermann, a pensar que existió un desplazamiento de población en épocas posteriores a la romana desde el sur de Francia hacia lo que actualmente es el País Vasco, posiblemente debidas al empuje que produjeron las invasiones de los francos. De hecho, es en época visigoda cuando los várdulos y los caristios desaparecen y pasan a ser denominados vascones y cuando las crónicas visigodas hacen referencias a incursiones vasconas y merovingias por la zona.
La arqueologia ha ido poco a poco respaldando estas hipótesis, tal es el caso de la espectacular necropolis merovingia de Alaieta (Nanglares de Gamboa, Alava).
Otros investigadores, como Joaquín Gorrotxategui no comparten esta opinión, pues aunque no niega las invasiones celtas en esa zona, opina que el uso de nombres célticos era una cuestión de prestigio social entre una población paleoeuskaldún que es dominada por una élite social de tipo indoeuropea. Y por otra parte, tal y como dice el mismo: "intentar establecer los límites precisos del antiguo vasco en la península es empresa hoy por hoy, a falta de materiales, imposible, y el intentar establecerlos con exclusividad en oposición a otras lenguas de la zona, un error".
En resumen se puede decir que al realizar una aproximación sobre el idioma vasco y al ser este preindoeuropeo, siempre se ha cometido un error metodológico. Y es pensar que al ser esta lengua propia de unos pueblos que se encontraban en Europa antes de las invasiones indoeuropeas, la presencia cronológica de este idioma en el territorio donde aparece en la época moderna ha de ser anterior a ellas.
Incluyo algunos antropónimos a modo de curiosidad:
vascones: Doiterus; carpetanos: Doitena; vettones: Dobiterus; galaicos: Doudena y cántabros: Doiderus
carisios: Reburrus, Reburrinus; celtiberos: Reburrus, Reburrino; vacceos: Reburrus; galaicos: Reburinia; astures: Reburrus, Reburrinus, Reburrina y cántabros: Reburrinus y Reburrina. (tal vez provenga la raíz céltica "reb-": rebelde, rizoso)
carisios, autrigones y vascones: Ambatus; celtiberos, vacceos, y cántabros: Ambatus y Ambadus; galos: Ambiacius y Ambigatus; étnicos galos: ambiani, ambibarii y ambiarii. (los ambacti eran unos guerreros galos de élite que acompañaban a los nobles y reyes, una institución semejante a la "deuotio" celtibérica y al "comitatus" germánico)
vascones y carisios: Aunus, Aunius y Aunia; vacceos, celtíberos y astures: Aunus y Aunia
vascones: Uirios, Uiriatis y Uironus; astures: Uirius; vacceos: Uirinius; cántabros: Uironus; galos: Uiriatius, Uiriatia, Uiriatus, Uirius (derivado,
según A. Tovar de la raíz céltica "uiros": hombre)
vascones y astures: Elanis, Elandus, Elanus y Eleasus; vacceos: Elanus, Elesus, Elaesus; celtiberos: Elauus, Elandus, Eladus y Elasunus; carpetanos: Elauus; cántabros: Elanius; dacios: Elatius. (del céltico "elani": ciervo)
autrigones: Araica; caristios: Araus; astures: Araus, Arauus, Araica y Arasua; celtíberos: Arauus, Arauiacus y Araiocus; vacceos: Arauius, Arauus, Araua y Arabus; galos: Arabia, Arabius y Arabus y germanos: Araurica. (relacionado con la raíz céltica "ara-": cultivar el campo)
vascones y galaicos: Carisius, Carisia y Caricus; celtiberos: Carus, Cara, Caricus y Carisius; astures: Caretus; galos, britones, belgas e ilirios:
Carissus, Cariseius, Caratius, Caricus y Caresius. (de la raíz céltica "karos": amigo, amado)
vascones: Anna y Aninus; astures: Anna, Anua y Annua; cántabros: Anna; celtíberos: Anius, Anna, Annius y Ano; galos: Anna y dálmatas e ilirios: Ana, Anno, Annaeus y Anna
caristios, astures y galaicos: Tritius, Trita, Tritis, Triteus, Tridius y Tridia; celtíberos: Tritanus y Tridaius; cántabros: Tridallus. (deriva del
ordinal céltico "tritios": tercero)
caristios: Turouius; vacceos: Turainus y Tureius; vettones: Turanius; cántabros: Turanos (del céltico "torannos": trueno, gran ruido, del que
deriva el teónimo galo Taranis)
Bibliografia relacionada:
J. Untermann: Elementos de un Atlas antroponímico de la Hispania Antigua, Madrid 1965.
J. Gorrotxategui: "Historia de las ideas acerca de los límites del vasco antiguo". Anuario "Julio de Urquijo", 19, 2, 1985, pags. 571-594.
M.L. Albertos: "La onomástica personal indígena de la región septentrional". Actas del IV Coloquio sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas, Vitoria1985. Vitoria, Veleia 2-3; 155-194
M.L. Albertos: La onomástica personal primitiva de Hispania. Tarraconense y Bética. Salamanca 1966.
Respecto al término "cántabros", no existe ninguna prueba de que este nombre fuera utilizado para designar a todos los pueblos del norte peninsular. Mas bien es un recurso que han utilizado varios historiadores modernos para tratar de justificar las inconsistecias de algunas de sus hipótesis. Por ejemplo, Shulten trató de localizar en base a la toponimia moderna una serie de emplazamientos donde tuvieron lugar batallas en el transcurso de la invasion romana del territorio cántabro. Dejandose llevar por la mera semejanza fonética, hace identificaciones erróneas y se encuentra con que sus teorías postulan que los romanos lucharon frente a los cántabros en lugares distantes cientos de kilómetros del territorio que supuestamente estaban invadiendo. Por ello, a posteriori afirma que con "Cantabria" los romanos se debian referir a todo el norte peninsular.
Actualmente (y con esto me refiero a los últimos 50 años), todos los especialistas coinciden en que estas hipótesis sobre la "Gran Cantabria" son erróneas.
La frontera entre cántabros y autrigones actualmente se considera que se encontraba en la divisoria de aguas de los valles del Asón y del Agüera, lo cual es lógico, puesto que en zonas como es el norte peninsular las fronteras naturales las imponen las cumbres montañosas y no los ríos (de escaso caudal como para hacer de fronteras y que transcurren a traves de los valles que son las zonas mas habitadas).
Afortunadamente, la ciencia arqueologica ha evolucionado notablemente desde que Sanchez Albornoz escribió su obra y por ello podemos conocer a traves de las estelas funerarias de época romana esta frontera oriental cántabra con mas detalle.
Esta frontera sigue hacia el sur por el alto Guriezo hasta el Monte Burgueño, en el extremo oriental de los Montes de Ordunte. Por ello, el Valle de Carranza quedaría dentro de la antigua Cantabria. Al igual que el Valle de Guriezo.
Yeyo Balbás
La impronta romana en nuestra mitología
A lo largo de muchas semanas hemos podido comprobar todo lo que el mundo de la península itálica ha aportado a la cultura que hoy podemos denominar como cántabra o montañesa. Algunas de las aportaciones son de verdadero interés, mientras que otras no son de relevancia. No podemos obviar la influencia de los conquistadores romanos en la cultura regional, influencia que se extiende en diversos campos, como es evidente para todos aquellos que todavía sean capaces de discernir la verdadera realidad histórica y cultural de nuestro país. Aunque éste no es el lugar ni el momento, no puedo evitar mencionar la progresiva demonización de idiomas como el latín y el griego, verdaderos vehículos de conocimiento y no simples idiomas muertos, sino malheridos. En cada uno de los rincones de nuestras casas, de nuestras ciudades y de todas y cada una de nuestras vidas existe una huella indeleble de aquel mundo que partió de una mísera aldea y que supo extender sus brazos a lo largo y ancho del universo conocido. Puede que prefiramos omitir esta influencia y dedicarnos en exclusiva a una modernidad que debe más de lo que pudiera parecer a la antigüedad que nos grita cada día con más fuerza, ese será nuestro problema.
La mitología y religión de nuestros antepasados, incluso de nosotros mismos, no es toda ella heredera de este mundo itálico, sin embargo persiste en esta maravillosa sociedad un sustrato que ha perdurado y que se ha transformado a lo largo del tiempo. Nuestros mitos, como estamos viendo, nos son puros, inmaculados y únicamente herederos de ellos mismos, nada más lejos de la realidad; las influencias exteriores que recibieron son numerosas y enriquecedoras. El elemento celta es patente y evidente, y será motivo de comentario en días venideros. Por supuesto que el componente indígena y autóctono, es decir propio de los habitantes de la vieja Cantabria, es muy importante y digno de mención, configurando gran parte de las singularidades de nuestros cultos y creencias. Pero con todo, el principal elemento unificador de las culturas europeas y por lo tanto de la mitología, es el indoeuropeo. Este sustrato indoeuropeo engloba todas estas influencias, y por supuesto es también el primer configurador del panteón latino. El poder que Roma ejerció sobre nuestra sociedad, especialmente a partir de la conquista, llevó a identificar numerosos de nuestros dioses autóctonos con los latinos y griegos que de una u otra manera tenían parecidas atribuciones. No es de extrañar que denominemos a muchos de nuestros dioses indígenas cántabros con el término romano, a falta del nombre montañés. La carencia de escritura propia de nuestros antepasados así como su debilitamiento progresivo tras la conquista, ha llevado al conocimiento de nuestros ancestros principalmente de la mano de los escritores latinos y griegos. La criba que ha supuesto la pluma de estos autores, ha hecho que conozcamos nuestro propio mundo desde una mirada en ocasiones ajena e interesada. De ahí que sea necesario leer entre líneas y sonsacar en la medida de lo posible la verdadera realidad que se esconde tras cada uno de los renglones que configuran nuestra mitología.
La permeabilidad de la cultura romana, unida a la fácil asimilación de los dioses de los pueblos conquistados, ha facilitado la tarea de recuperar, en parte, la verdadera religión y mitología indígena. Júpiter, Marte, los dioses manes, Neptuno, Apolo, la galorromana y céltica Epona son, entre otros, los ejemplos más plausibles de la mezcolanza de las culturas que tuvieron lugar en Europa y concretamente en La Cantabria. Sin embargo esta influencia es menos profunda de lo que parece, es decir, considero que el poder igualatorio y homogeneizador que supuso la conquista romana en el territorio de Cantabria y en su cultura fueron menos intensos de lo que algunos estudiosos han mostrado. Especialmente porque los testimonios con los que contamos son fundamentalmente de origen o influencia romana, no existiendo, por ejemplo, inscripciones indígenas en idioma autóctono.
El influjo ha progresado y se manifiesta también en las diversas celebraciones que hoy día son protagonistas de nuestras tierras y que hunden sus raíces en el mundo indoeuropeo, pero que sobre todo tienen un buen punto de referencia en las numerosas fiestas que los pragmáticos romanos celebraban sin medida.
Las abundantes estelas que conservamos en la región y fuera de ella, en este caso me refiero a las no discoideas gigantes, son de grafía latina, pero de realización en muchos casos indígena, lo que propicia la adaptación en algunos aspectos de los montañeses. Sin embargo, no es descartable que estas gentes utilizaran las mejores herramientas de los conquistadores para inmortalizar sus creencias o para dar a su manera el último adiós a los difuntos. Mientras que la epigrafía es romana la iconografía, es decir los grabados y dibujos, son autóctonos en un porcentaje muy elevado, si bien con las influencias indoeuropeas antes mencionadas.
Uno de los mejores testigos de la unión y comunión de las prácticas de cántabros y romanos es el culto que ambas sociedades practicaron en torno a las aguas, por ejemplo. Los testimonios que encontramos son numerosos, quizá la pátera de Otañes sea un fiel testigo de esta práctica por parte de los romanos que vivieron en nuestra tierra. Aunque hablamos de cierta influencia de lo romano en nuestra sociedad antigua, no es menos veraz que los pueblos por los que los romanos pasaron dejaron su impronta en ellos. Los cántabros no fueron menos y sus particulares divinidades pasaron a enriquecer el panteón romano, no olvidemos el templo que Augusto dedicó a Júpiter Tonante tras estar a punto de poner fin a sus días un rayo en nuestras tierras.
Aunque no tenía previsto hacer un paréntesis en esta narración, no tengo más remedio que mostrar el entusiasmo que ha supuesto para mí la lectura de un libro que trata el mundo de nuestros antepasados desde un punto global e integral. Cada una de las páginas destila conocimiento y erudición, además de cercanía y un lenguaje de fácil comprensión. En Los Cántabros antes de Roma, editado por La Real Academia de la Historia, su autor, Eduardo Peralta, presenta un verdadero ejemplo de trabajo riguroso para todos los que con mejor o peor fortuna nos dedicamos a la investigación de este mundo antiguo. Aunque no solemos hablar con tanta extensión de libros en este espacio, quienes os acerquéis a su lectura comprobaréis que no exagero al estimar que esta obra es un punto de inflexión en el estudio general de los Cántabros. Desde la obra de Echegaray, Los Cántabros, no he conocido otra de tal interés. Este estudio será desde hoy mismo un punto de referencia imprescindible para todos los que amamos esta tierra. Parte de las ideas que el libro ofrece en asuntos religiosos y mitológicos ya las habéis podido conocer a lo largo de algunas de las páginas de la REALIDAD, puesto que por diversos caminos las conclusiones de su estudio coinciden con lo poco que hayamos podido aportar hasta ahora a este fascinante mundo mitológico. Desde aquí nuestra más sincera felicitación a Eduardo Peralta.
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