Los Pueblos de la Meseta Sur: Oretanos, Olcades y Carpetanos
La Meseta Sur constituye una de las zonas peor conocidas de la península Ibérica, pues a la insuficiente investigación arqueológica se une la escasez de textos históricos y el ser una tierra abierta a influjos de diversos orígenes, con aculturizaciones contrapuestas difíciles de delimitar.
Al llegar la iberización se pueden distinguir varias zonas que hipotéticamente cabe atribuir a las etnias prerromanas. La parte suroriental, esencial para las relaciones entre el Guadalquivir y el Levante por ser el paso de la vía de Hércules, ofrece intensas relaciones con el Sureste ya desde el Bronce final; culturalmente se relaciona con los contestanos, aunque serían bastetanos según la interpretación de Ptolomeo, ofreciendo, en consecuencia, parecida evolución históricocultural.
Toda la parte meridional y central, desde Sierra Morena hasta la cuenca del Guadiana, corresponde, como ya se ha señalado, a los oretanos, que deben considerarse ibéricos por su sustrato, sus características culturales e, incluso, por lo poco que sabemos, por su lengua. Estas gentes, originarias de Sierra Morena y el borde de la Meseta, controlaban el desarrollo por influjo turdetano, con grandes centros de más de 10 ha. como Sisapo (Bienservida), Alarcos o el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real), que controlaban amplios territorios y las vías de comunicación y que, al menos en época tardía, pudieron estar bajo el dominio de un único soberano, lo que explicaría el matrimonio de Aníbal con la princesa oretana Himilce. La intensa iberización de los oretanos se produce ya en época orientalizante, a juzgar por sus cerámicas. Sus santuarios son los más ricos del mundo ibérico. En Alarcos han aparecido estelas con figuras zoomorfas y existía un artesonado de gran calidad al servicio de las elites refinadas y poderosas, como lo indican las cerámicas, los bronces y los mismos tesoros argénteos, tan frecuentes en la zona de Sierra Morena.
Pero el interés principal del mundo oretano se centra en su papel intermediario en los procesos de transculturación ocurridos en estas tierras por la transmisión de elementos culturales y étnicos entre turdetanos, bastetanos, constestanos, carpetanos, vetones, lusitanos y celtas. Si por una parte explican su temprana y profunda iberización, por otra se celtizaron intensamente. Así se explica que la ciudad de nombre céltico Miróbriga (cerca de Capilla, Badajoz) sea considerada por Plinio como túrdula y por Ptolomeo en una ocasión turdetana y en otra oretana, lo que da idea del complejo mosaico étnico de estas zonas. Lo mismo se deduce de la referencia de Plinio de que los celtas de la Beturia, que corresponde a las mismas tierras, procedían de celtíberos de Lusitania. Por último, Plinio denomina a la ciudad epónima como Oretum Germanorum, lo que parece confirmar la presencia de elementos célticos inflitrados por estas zonas en épocas diversas pero probablemente tardías, como pastores, mineros, mercenarios y, finalmente, como clase dominante.
Peor conocidos son los olcades, que sólo se citan en época anibálica, despareciendo posteriormente absorbidos entre celtíberos y edetanos. Ocuparían las abruptas tierras meridionales del sistema Ibérico y de la cuenca del Júcar al sur de la serranía de Cuenca, ya perteneciente a los celtíberos, entre las llanuras litorales habitadas por edetanos y las del interior por carpetanos.
Sobre un sustrato del Bronce Valenciano, en el paso del Bronce al Hierro, se extendería una cultura esencialemente ganadera, característica de las estribaciones del sistema Ibérico, que se iberiza desde la costa, principalmente a través del corredor de Requena-Utiel. La mejor evidencia sería Kelin (Los Villares, Caudete de las Fuentes, Valencia), quizás la antigua capital tomada por Aníbal, cuyo estratégico papel siguió vigente en la conquista romana cuando llegó a tener 8 ha. y a acuñar moneda. Ofrece incialmente cerámicas del Bronce final local, importaciones fenicias y después focenses llegadas desde la costa, siendo plenamente iberizada a partir del siglo IV a.C. y destruyéndose en la segunda guerra púnica. Su profunda iberización explica la del interior, evidenciada por numerosos poblados de tamaño más reducido y por necrópolis de cremación en urna sin armas y con cerámicas ibéricas, como las de Buenache y Olmedilla de Alarcán (Cuenca). Estas zonas, en las que la ganadería tendría un papel importante, contribuirían a su vez a la iberización de sus vecinos celtíberos, con los que limitaban por el norte, y de los carpetanos, por el oeste. La procedencia étnica de los olcades parece local, a juzgar por la tradición de su sustrato, pero su nombre, relacionable con el de los celtas volcos, permitiría pensar en un proceso de celtización, al menos parcial, paralelo al de la predominante iberización cultural. Pero falta documentación lingüística, por no existir escritura hasta la romanización.
Los carpetanos forman el grupo étnico más característico de la Meseta sur, pero el más difícil de definir geográfica y culturalmente. Se extenderían por la cuenca del Tajo y del Gigüela-Záncara, limitando al sur por la zona del Guadiana con los oretanos, al este por la del Júcar con los olcades, por los terrenos silíceos del oeste con los vetones y por los terrenos montañosos del nordeste y norte con pueblos celtas, como celtíberos y arévacos, o celtizados como los vacceos.
El desarrollo de la Cultura de Cogotas I por la cuenca del Tajo es evidente, pero no así más al sur, lo que plantea ya desde la Edad del Bronce la dificultad de una delimitación cultural de estas zonas. Posteriormente, poblados como el de Ecce Horno IIA (Alcalá de Henares, Madrid) o le de Pedro Muñoz (Ciudad REal) y necrópolis de cremación como Carrascosa del Campo (Cuenca) o Villafranca de los Caballeros (Ciudad Real) evidencian la aparición de una cultura agrícola-ganadera estable, con pequeños poblados de casas de adobe de origen meridional y de los Campos de Urnas del Valle del Ebro y la de Soto de la Medinilla de la Meseta norte, que representan una evolución muy generalizada en la transición de la Edad del Bronce al Hierro, producida tal vez por una aculturación de origen meridional y por la expansión tardía de los Campos de Urnas por todas estas regiones del interior.
Sobre este sustrato se produciría la iberización a partir del siglo V a.C. avanzando desde la Oretania y la Contestania, evidenciada por la penetración del torno y de raras importaciones de cerámicas áticas como objetos de lujo. A partir del siglo IV a.C. parece existir una tendencia a establecer poblados fortificados, tendiendo a predominar los situados sobre lugares estratégicos que controlan amplios territorios y ejes de comunicación esenciales, lo que denota una jerarquización del territorio más tardía pero semejante a la de la Oretania, aunque no se tiene información sobre su urbanismo. Hacia los siglos III-II a.C. pueden alcanzar gran tamaño, probablemente más de 10 ha., como Consabura (Consuegra), Toletum (Toledo), Complutum (Alcalá de Henares) o Villas Viejas, Contrebia Cárbica (Cuenca). De esta zona resultan peculiares ciertas cerámicas pintadas a cepillo, pero aún más la ausencia de armas, tan características de las necrópolis celtibéricas, lo que puede indicar tradiciones agrarias menos jerarquizadas y guerreras, aunque existen noticias de fuertes enfrentamientos de carpetanos frente a púnicos y romanos en el último cuarto de siglo III e inicios del II a.C.
Más significativas en la evolución de estas gentes debieron de ser las correrías de celtíberos, vetones y lusitanos, como las de Viriato, cuya frecuencia bien puede explicar las concentración en grandes núcleos y la aparición de atropónimos y topónimos occidentales y célticos y de gentilidades en la organización social, aunque éstas sean excepcionales en la Carpetania, pues la misma situación de Segobriga, inicio de la Celtiberia, puede suponer una expansión celtíbera sobre territorio carpetano. Pero también aquí la documentación lingüística es muy escasa, pues igualmente la escritura sólo llega con la romanización. Por ello es difícil la interpretación de ciertos elementos indoeuropeos precélticos conservados en la toponimia, que serían de gran interés para conocer el sustrato carpetano anterior a su evidente y, probablemente, tardía celtización.
Protohistoria de la Península Ibérica
por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart
Ed. Ariel S.A., 1ª edición de febrero de 2001
Cáp. V, págs. 358-361
Marcadores