Revista FUERZA NUEVA, nº142, 27-Sep-1969
ELEGIA HEROICA DEL ALCÁZAR
Por GERARDO DIEGO
Estoy yo solo, modelado, exento.
Me alza en relieve el viento.
Me cincelan febrero y mediodía.
Y sobre almohada de imperial dureza
reposa mi cabeza,
confiada y firme en la fotografía.
No me corona plateresca almohada,
no la piedra labrada
que finge encajes para eterno sueño.
Me ciñe prieto símbolo, aureola
-firme y en pie- española:
el Alcázar del César, berroqueño.
Roca de fe y de raza. Y en su ofrenda
desplegaba mi tienda,
en el castillo -como el Cid- velando.
Vigilaban las torres de alegría.
Vela de mediodía.
Eran las doce en punto en San Servando.
Y me volví a mirar las torres claras,
lámparas y almenaras,
alto ajedrez de heráldica y denuedo.
Qué cuerpos de sonora arquitectura,
bajo la luz tan pura,
pirámides y cubos de Toledo.
¿En qué España pensaba, en qué enemigo?
¿En qué Alfonso, Rodrigo,
Florinda de jazmín, Raquel de raso?
Y cerrando los ojos embebía
la húmeda melodía
que exhalaba el rabel de Garcilaso.
Oh celeste dulzura, oh clara vena,
licor que se me ordena
como un árbol de paz grave y sin nidos.
Oh acordes e intervalos
entre arquitrabe y basas bien medidos.
* * *
¿Qué huracanado vendaval soberbio
ha descarnado el nervio
y esparcido reliquias sobre el área?
¿Quién se atrevió a los muros? La pupila,
¿quién ciega?, ¿quién mutila
la majestad del águila cesárea?
Donde un tiempo los números concordes
y el filo de los bordes
cegándose de lumbres meridianas,
donde aquel día el cristianado Zoco
y el albañil revoco
y la clausura azul de las campanas,
hoy yace desmigándose en escombros
la altivez de unos hombros
desmoronada en cárcava y andrajo.
Muros de codos cien se desmantelan.
Y abajo se descielan,
turbias, las aguas mágicas del Tajo.
Oh miseria sin fin de cuanto ensalza,
de cuanto viste y calza
mano maestra a escuadra y plomo en vilo.
Oh destino fatal de una estructura,
La humana criatura,
leñadora suicida, hundiendo el filo.
Mas pronto un temblor santo me sacude.
El alma se desnude
y se arrodille ante esta ruina nueva.
Más alta que la torre en su cuadrante,
sobre la roca atlante
la ruina heroica, indómita, se eleva.
No le es lícito a un hijo de esta España,
de esta materna entraña,
contemplar como ruina de paisaje
esa piedra. El Alcázar de Toledo,
el Alcázar sin miedo
al cielo erige el roto paralaje.
¿Dónde buscar la fabulosa traza,
la gloria de una raza,
la redención de un ciclo de congojas?
¿Siglos atrás en las historias rancias?
¿Saguntos o Numancias?
No; están aquí calientes, frescas, rojas.
No llore aquí feliz melancolía
llanto de arqueología,
fría elegancia de Rodrigo Caro.
Aquí se siente el corazón entero
y el hombre verdadero
de esta desolación se forja amparo.
Esas simas volcánicas, tremendas,
esas minas horrendas
no rizaron las frentes asediadas.
No ensombrecieron las febriles faces
ni las llamas voraces
ni el retumbo de plúmbeas toneladas.
Ni el espectro acercándose del hambre
ni el diabólico alambre
tentando al coronel Guzmán el Nuevo
con voz filial y timbre de Guzmanes.
Tan sobrios ademanes
no conoció en Tarifa el medioevo.
Y van pasando los atroces días.
Sarcasmos e ironías
llueven tras de los muros del asedio.
¿Mérida, Guadalupe, Talavera?
Onda, vuela ligera
y ábrete en pechos víctimas del tedio.
También vosotras, sí, madres y esposas
peleábais con las rosas
puras de fe de las avemarías.
"Reina y Señora, cerca está tu octubre.
Tu manto azul nos cubre.
Libéranos. Contamos ya los días."
Y la Reina lo oyó. Desenterrados
fantasmas delicados
iban surgiendo de su vida tumba.
"Bandera del honor libertadora:
por vivir esta hora
doy mi agonía larga y catacumba."
Y revivieron fastos imperiales.
Palabras inmortales
florecían en labios verdaderos.
Así se entrega, incólume, la llave
cuando el alcaide sabe
que siglos le contemplan venideros.
Oh ruina del Alcázar de Toledo.
Yo mirarte no puedo,
convulsa flor de otoño, sin asombro.
Vivero de esforzados capitanes,
nido de gavilanes,
huevo de águila: Franco es el que nombro.
Ahí nacieron proféticos los sueños,
los sublimes empeños
de una firme y radiante adolescencia.
y el Tajo, que lo sabe, amansa el paso,
sonoro a Garcilaso,
y el cielo otra vez cabe en su conciencia.
Gerardo DIEGO
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