Caveant sacerdotes!
“¡Guarda con los curas!”. Así podría traducirse el título de este post. Y aunque parezca wanderiana, la expresión no es mía, sino de Hillaire Belloc. Me puse a leer hace algunas semanas su biografía escrita por Robert Speaight, una obra excelente y recomendable, ya que lo conoció personalmente y, además, su trabajo estuvo “supervisado” por Ronald Knox y Mrs. Asquith, dos grandes amigos del gran Hilario.
El libro trae algunas páginas memorables y aquí he traducido un par de ellas porque me parecen interesantes para discutir. No sé si estoy de acuerdo en todo lo que decía y pensaba Belloc, pero ciertamente provoca la reflexión. Y empiezo con algunas:
1. Como decía Evelyn Waugh, el catolicismo inglés no vivió la Contrareforma, y eso hace una diferencia. Se trata de una religiosidad que conservó características medievales, que se perdieron durante el periodo contrareformista, enturbiándose de esa manera algunos aspectos de la práctica de la fe. Por ejemplo, es un catolicismo más libre, o desprendido, de “magisterios paralelos” a los que nosotros somos tan afines. Así, Belloc no tendrá reparos en decir que no le gusta la espiritualidad de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, algo que, dicho en grupos católicos argentinos, puede valer una dura condena de ostracismo. Nos parece, en efecto, que necesariamente la espiritualidad de estos dos grandes santos es parte integrante de la espiritualidad cristiana y, por tanto, ineludible. Y sabemos que no es así.
2. La religión que propone Belloc es una religión desclericalizada, en la que los sacerdotes ocupan el lugar que les corresponde: dispensadores de la gracia de Dios a través de los sacramentos. En nuestro caso, muchas veces se observa una malsana “clerigodependencia”, en la que algunos sacerdotes pretenden ocupar el papel de dueños de la religión y, consecuentemente, en la que el grado de religiosidad del laico se medirá por su nivel de adhesión a los ellos. Y así, un buen cristiano es el que pertenece a grupos parroquiales, colabora con la feria de platos de los domingos, pone a disposición su camioneta para trasladar a los jóvenes de la parroquia y hace de guía en la misa. En cambio, quien “sólo” va a misa los domingos y luego desaparece de la “vida comunitaria parroquial”, es apenas un cristiano de misa dominical, es decir, cristiano a medias, es decir, sospechoso. El problema de todo esto, es que una religiosidad concebida de este modo crea un real problema de conciencia en los laicos -Dios se los pagará-, capaces de sacrificar lo insacrificable para satisfacer al cura.
Y ahora, el texto de Speaight:
Es extraño de que, a pesar de su nostalgia por el Paraíso, que lo llenaba de humilde esperanza y también de la melancolía propia de un affaire amoroso, haya tenido tan poca comprensión del misticismo. Ciertamente, aceptaba las experiencias místicas garantizadas por la autoridad de la Iglesia, pero le parecían peligrosas, anormales y, por lo general, inapropiadas para el hombre. En una de sus visitas a España, le habían recomendado que estudiara a El Greco, porque era “el pintor de lo sobrenatural” pero, al hacerlo, consideró que este pintor era un “lunático repulsivo”. En otra ocasión, le aconsejaron que leyera un ensayo sobre San Juan de la Cruz, pero “encontré todo el tema repulsivo. No digo -no soy tan estúpido para hacerlo- que sea falso. Pero digo que yo no fui hecho para entender esta cuestión de la “unión con Dios”, y me refiero a Santa Teresa y al resto. No sé de qué se trata y la descripción de la soledad y el desprendimiento, la ‘necesidad de la noche del alma’, me disgusta tanto como la música de Wagner o el cordero hervido. Es bueno para los demás, pero no para mí. Estoy tan hecho para eso como lo está un elefante para el caviar, o un perro para la ironía” (Carta a Mrs. Raymond Asquith, 23 de febrero de 1927).
Cuando su hijo Peter cumplió quince años, le dijo que creía que tenía vocación para la vida religiosa y que le gustaría entrar en el noviciado de un monasterio benedictino. Belloc le respondió inmediatamente: “Sacate esa idea de la cabeza. No estás hecho para eso. Ningún Belloc puede hacer esa clase de cosas”. En realidad, esto no era del todo cierto, puesto que dos de sus nietos son ahora miembros de órdenes religiosas.
La práctica religiosa de Belloc era simple y de costumbre. Asistía, cuando podía, a misa, pero confesaba que el “hábito moderno de la comunión frecuente para los laicos había llegado muy tarde para convencerlo”. Le gustaba recordar cada una de sus comuniones y asociarlas con lugares particulares, con la capilla de King’s Land [su casa en la campaña inglesa] y las tarjetas del obituario de Elodie y Louis [su esposa y su hijo] pegadas en la pared, o con la capilla que lady Phipps había hecho construir en su casa de West Stowell entre las colinas de Wiltshire. Siempre llevaba un rosario que había pertenecido a su esposa, y un día casi desespera de angustia en medio de Holborn porque pensó que lo había perdido. Si quería algo para sí o para un amigo, encendía una vela delante de la imagen de un santo, como un niño o como el más humilde los fieles. Tenía poco sentido de la liturgia, y bastaba que un sacerdote tomara más de veinte minutos para decir la misa, para que fuese sospechoso de modernismo. Nunca leyó “libros espirituales”, pero los pasajes esenciales de la Escritura les eran familiares a partir de su misal. No los leía en otra parte. No hay evidencia de que hubiese hecho algún retiro espiritual desde que dejó el colegio del Oratorio, y una visita que hizo a la cartuja de Parkminster fue suficiente para reavivar en él el anticlericalismo de su juventud. Ciertamente, “no estaba hecho para esas cosas”.
En la iglesia se conducía con una completa falta de conciencia. Una iglesia católica, así fuera Notre Dame o un galpón de latas, era un lugar en el que siempre se sentía en casa, y “en casa” en el sentido preciso de la expresión. Nada, en efecto, le impedía decir lo que se le viniera a la cabeza. En una ocasión, en Great Grinsted, interrumpió en voz alta al sacerdote que había comenzado a dar los avisos parroquiales durante la misa para preguntarle qué domingo después de Pentecostés era aquél. Cuando su ahijado Reginald Jebb estaba en medio de su ceremonia de recepción en la Iglesia, recitando el Credo en latín, Belloc golpeó al P. Vincent McNabb em la espalda y le preguntó: “Discúlpeme padre, pero ¿habrá un teléfono en la sacristía?”. Otra vez, asistía a la boda de dos amigos temprano en la mañana. En medio de la ceremonia, los recién casados escucharon que Belloc le decía en voz alta su familia: “Hijos, un día como este, en 1066, Guillermo de Normandía desembarcó en Hastings. El viento soplaba en dirección sudoeste…”. Y se narra con frecuencia la anécdota que cuenta que Belloc, estando un día escuchando misa de pie en el fondo de la Iglesia, fue invitado por el sacristán a sentarse. El pobre hombre trató de persuadirlo tres veces hasta que, finalmente, Belloc explotó: “Váyase al infierno”. “Perdón señor” -respondió el hombre-, “no sabía que Ud. era católico”.
En una ocasión en que Belloc había sido atacado en el The Tablet [el semanario oficial católico de Londres], escribió a un amigo: “Últimamente estoy hasta la coronilla de los curas. Me gusta estar cerca de ellos porque eso me ayuda a entender muy bien el anticlericalismo. Me han estado pidiendo que dé conferencias gratuitamente por las que, usualmente, cobro 15 o 20 libras y, al mismo tiempo, me tratan con desprecio, una cosa que no olvido. Caveant sacerdotes” (Carta a E.S.P. Haynes, del 9 de noviembre de 1909).
Cuando estaba entre católicos, le gustaba escandalizar infringiendo algunas reglas. Si bien nunca dejó de cumplir con el propósito de abstenerse de bebidas alcohólicas durante la cuaresma -una imposición heroica-, en una ocasión, al bajar a desayunar un día viernes en una casa de campo, preguntó: “¿Todos son católicos aquí?” y, al recibir una respuesta afirmativa, dijo: “Muy bien. Me voy a servir entonces una buena rodaja de jamón”.
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