El DOMUND
Consciente de la importancia de la evangelización de todos los pueblos, la Iglesia dedica octubre a las misiones, por haberse iniciado en ese mes, con el Descubrimiento del Nuevo Mundo, una de las páginas más gloriosas de la historia de la civilización occidental, la verdadera epopeya de convertir y bautizar a todo un entero continente. Durante el siglo XX, un nuevo impulso misionero surgió tras la encíclica Rerum Ecclesiae, que Pío XI promulgó el 28 de febrero de 1926 y que insistía en la idea de que hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora de Cristo era la razón de ser de la Iglesia. Mes y medio más tarde, el 14 de abril, mediante un rescripto firmado por el cardenal Antonio Vico, el papa aprobaba la petición de Propaganda Fiedi de establecer un domingo de oración y difusión de las misiones, que habría de celebrarse en todas las diócesis, parroquias e institutos del mundo católico y con indulgencia plenaria "para quienes en dicho domingo comulgaran y rezaran por la conversión de los infieles”.
En España, dicho domingo es desde hace casi setenta años conocido como el DOMUND, curiosa palabra, acrónimo imperfecto de Domingo Mundial de las Misiones, que inventara monseñor Ángel Sagarminaga, primer director nacional de las Obras Misionales Pontificias en España, a quién un día le dijo Pío XI «Hable de las Misiones siempre que le dejen» y no paró de hacerlo hasta su muerte. Fue el creador de un modo particular y genuino de celebrar este domingo, y también el entero octubre misionero. Esta manera de vivir el Domund, enormemente popular, hace que su recuerdo permanezca asociado en nuestros mayores a unas alcancías de cerámica vidriada que por sus formas hablaban ya de la necesidad de hacer llegar el Reino de Cristo a todos los hombres, independientemente de su raza o meridiano, y a unas representaciones callejeras que a los que, como sabe el querido lector, pertenecemos a la generación del “sobre del Domund” nos llaman poderosamente la atención por su pintoresquismo, tan elocuente en las fotos que ilustran este artículo.
Recuento de las aportaciones obtenidas en el Colegio de las josefinas con las alcancías. Jerez de la Frontera, 1950.
Era común que los chiquillos de los años cuarenta y cincuenta y acaso de los primeros sesenta, vistiendo disfraces de indios, chinos, africanos o misioneros, fuesen por las calles pidiendo con las mencionadas alcancías una ayuda económica para los misioneros. Pero ahí no quedaba todo, también se organizaban representaciones teatrales y cabalgatas que servían para hacer comprender, en palabras del mencionado rescripto, "la grandiosidad del problema misionero, excitar el celo del clero y del pueblo; dar ocasión propicia para conocer cada vez más la Obra de Propagación de la Fe, para promover inscripciones y solicitar la limosna para las misiones; pero sobre todo, a modo de santa cruzada, hacer dulce violencia sobre el Corazón Sacratísimo de Jesús para conseguir que se apresure el reconocimiento universal de su divina majestad."
Una sana competición en la obtención de donativos animaba a los escolares. Los ganadores de los Maristas del Domund de 1952 en Córdoba.
Inter vestibulum et altare
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