Mártires: ¿Qué dijeron? ... ¿Qué nos dicen?

Miles glosaba recientemente, en esta recoleta Casa de Sarto, una bitácora, en portugués, Mártires de Espanha. Quiero dar las gracias a Víctor Tomás Henriques por el fenomenal trabajo de difusión que está llevando a cabo del gran martirologio de la Cruzada de 1936, el cual se inició ya antes del 18 de Julio. Toda labor es poca y los textos de VT Henriques destacan por un sentido amor filial y reverencial a quienes nos precedieron, y nos dieron un testimonio inapelable, de Fe. Víctor Henriques es también agudo al señalar cómo en España vuelven a darse las condiciones de persecución hoy día, que a veces él refleja bien en el ánimo (y obras) de los enemigos de Cristo y de Su Iglesia. Así que, como Miles, yo también me uno a esta difusión de este excelente recurso para pensar, rezar y reflexionar y le doy las gracias más sentidas a Víctor Tomás Henriques, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente.
Dicho esto quiero reproducir y compartir con Vds una recensión de Carmelo López-Arias recientemente publicada en un importante digital español sobre un libro escrito por Santiago Cantera Montenegro, OSB, de la Abadía Benedictina del Valle de los Caídos (Así iban a la muerte. Testimonios jóvenes de la guerra de España [1936-1939], Editorial Voz de Papel, 2011).

“Lo más sorprendente de la recopilación de Santiago Cantera es la unidad de mensaje de aquellas víctimas a pesar de la diversidad de circunstancias personales, geográficas y temporales.
En las primeras semanas de la guerra civil, en la retaguardia controlada por el Frente Popular se produjeron miles de asesinatos. Muchas de esas víctimas tuvieron ocasión de escribir a sus familiares, antes del fusilamiento, cartas que llegaron a su destino a lo mejor años después, finalizada la contienda, gracias a compañeros de celda con mejor suerte.

Sacrificio y perdón
No se trata, subraya en el prólogo Tomás García Madrid, de ‘remover odios pasados’, sino de fijarse ‘en el sublime testimonio que nos dejaron las víctimas, honrar su memoria y seguir incondicionalmente su heroico ejemplo. Y ello porque ese odio atávico contra Dios y contra la fe se convirtió en ocasión para las víctimas de expresar el amor más grande, un amor que muere perdonando a sus verdugos, un amor que muere cantando lo más bonito del corazón humano.’
Es lo que experimenta el lector al acercarse a estos textos limpios, sinceros, directos, cincelados como epitafios sobre el papel por personas entre la adolescencia y la última juventud. Saben que van a morir y dedican unos minutos de su ya escaso tiempo a consolar -y, en su caso, aconsejar- a sus seres más queridos. Son Sacerdotes y Religiosos mártires que se dirigen a padres, hermanos o familiares. Son militares o civiles casados que dejan unas letras para la esposa o los hijos, o solteros que dicen un último ‘te quiero’ a su novia y mandan un abrazo postrero a sus progenitores.

Las lágrimas de un Papa
Hoy no pueden leerse sin lágrimas en los ojos ante el drama que nos permiten imaginar, y sin embargo muchos de los protagonistas proclaman su alegría. Firmes en la fe e inspirados por una confianza serena en la misericordia de Dios, saben que les espera el cielo, y si acaso su preocupación es animar a los suyos a perseverar en la virtud el resto de su vida para reencontrarse todos allí.
Como la carta que dirigió a su novia Francisco Castelló Aleu, por ejemplo, asesinado en Lérida a los 22 años. Hizo llorar al Papa Pío XII cuando la leyó. ‘Me está sucediendo algo extraño’, le explica a Mariona, ‘no puedo sentir pena alguna por mi suerte. Una alegría interna, intensa, fuerte, me invade por completo. Querría hacerte una carta triste de despedida, pero no puedo. Estoy todo envuelto de ideas alegres como un presentimiento de gloria.’
O el Capitán Juan Ramos, que le escribe a sus hijos: ‘Hoy os dejo, cuando todavía sois niños, cuando no os dais cuenta de que perdéis al padre, al consejero, al educador; pero mamá, que es tan buena, hará mis veces, y yo pediré desde el Cielo por ella y por vosotros. Estudiad mucho, haceos hombres, siendo el único camino el de la perseverancia y del trabajo, no olvidad nunca, como cosa primordial, la fe en Dios, que salva las almas, fin para el que venimos a la tierra.’

Impactante unidad de mensaje
Lo más llamativo de esta selección es que aquellos hombres, seglares unos y religiosos otros, militares éstos y civiles aquéllos, de dieciséis años alguno y alguno de treinta, en distintos lugares de España, sin conocerse de nada, repiten unas mismas pautas en sus cartas: no os preocupéis, muero en gracia de Dios; nos vemos en el cielo; gracias por la fe que me habéis transmitido; perdonad a quienes me asesinan; muero tranquilo y en paz.
Y todo esto, en los primeros compases de la guerra, cuando ni siquiera existía la certeza de si su sacrificio sería por una victoria o por una derrota. Para ellos estaba cumplida con él su misión en la vida. El resto era secundario.
Fueron gentes de una pieza, y la cercanía de la muerte sacó de ellos lo mejor. Su ejemplo hizo bien entonces incluso a sus asesinos, y gracias al libro de Fray Santiago Cantera nos lo puede hacer a nosotros también hoy. Porque leerlos nos invita a imitar su temple y su fervor, su mejor legado.”

Lo que los mártires nos dijeron con sus palabras y sus actos nos debe apelar en el fondo de nuestros corazones. Quizás porque estos sean tiempos donde, más que nunca si cabe, todos los cristianos debemos contemplar el martirio como un hecho altamente probable en nuestras vidas.

Rafael Castela Santos

A Casa de Sarto