En defensa de la liturgia tradicional

Mirando a nuestro alrededor comprobamos, en demasiadas ocasiones, una liturgia despojada de su valor real, de todo simbolismo, que ha relegado las normas y leyes litúrgicas, con adiciones y supresiones arbitrarias, con esfuerzos temerarios por implantar liturgias creativas, ajenas a la verdad de la Iglesia, a la verdad de la tradición recibida.


La liturgia es un instrumento de la tradición, constituye un verdadero “lugar teológico” y tiene una autoridad dogmática en el más estricto sentido de la palabra. Contiene en sí una serie de ceremonias, fórmulas, oraciones y ritos sagrados que encierran una verdadera profesión de fe.


Pongamos algunos ejemplos. Cuando el Concilio de Trento declara la posibilidad del aumento de gracia en el Decreto sobre la Justificación, en su capítulo 10: “Del acrecentamiento de la justificación”, ya la Santa Misa hablaba de ello. La oración colecta del domingo 13 después de Pentecostés dice: Oh Dios, Todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza, la caridad… El beato Papa Pío IX en la bula Ineffabilis donde declara el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, hace referencia a la importancia e influencia que la liturgia ha tenido en la declaración del dogma: Y por eso [la Iglesia] acostumbró a emplear en los oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aun las mismísimas palabras que emplea las divinas Escrituras tratando de la Sabiduría increada y…aplicarlas a los principios de la Virgen


Es incontestable este valor dogmático de la liturgia. La liturgia tradicional es un armonioso conjunto de símbolos que compendian nuestra fe católica, con el doble objeto de aumentar y reforzar la fe y el amor. La liturgia tradicional es venerable por su antigüedad bien demostrada; por su universalidad fundada en los testimonios de catolicidad y apostolicidad de nuestra fe; por sus oraciones, que expresan los dogmas, los misterios de la fe. La liturgia es el principal instrumento de la tradición.


Concretamos las excelencias de la liturgia tradicional:


1ª.- Su santidad de origen. La liturgia que hemos recibido no es obra del ingenio humano que puesto a trabajar en un momento determinado crea una liturgia. Su origen se funde con el origen apostólico, y han sido santos papas y santos teólogos quienes han dejado su impronta en ella.


2ª.- Su unción. La Iglesia, Madre y Maestra, depositaria de las promesas del Verbo y de las inspiraciones del Espíritu Santo, no ha podido menos que impregnar de unción, reverencia, santidad, toda la liturgia. No en vano, la esposa del Verbo debe saber dirigirse a Él.


3ª.- Su inmutabilidad. Esta es una garantía absoluta de la transmisión de la fe en la liturgia a través de los siglos. Cualquier alteración, variación, modificación, habida en ella se ha hecho por la autoridad del Sumo Pontífice, por la autoridad de la Iglesia.


4ª.- Su perfecta unidad. Todo en la liturgia tradicional está previsto, ordenado, motivado. Su unidad ha favorecido su universalidad e inmutabilidad dando lugar a tantas formas de piedad y devoción popular, que de otra forma nunca hubieran tenido lugar. Pues una liturgia cambiante, localista e improvisada es incapaz de “construir” absolutamente nada, y menos transmitir nada.


5ª.- Su estética. Su discreta belleza y magnificencia. Hay que repasar, por ejemplo, los textos del canon romano para asombrarse de su construcción, belleza poética y armonía. Los mismo ritos, ceremonias, están impregnados de sobria elegancia, de pausados movimientos y medida solemnidad.


6º.- El latín. Este es el aspecto más controvertido e incomprendido de la liturgia tradicional. La liturgia por su propia naturaleza y misión exige una lengua propia que, no sometida a cambios y evolución, mantenga el sentido de la fe, garantice que al no evolucionar el lenguaje no cambie la fe. El latín ha sido elemento indispensable y compañero constante y fiel de la liturgia. Y hoy lo sigue siendo, pues así lo declara el Concilio Vaticano II, aunque la realidad desdiga la verdad. El latín, aun desconocido, no debe ser extraño. Nos introduce en el misterio, pues no busca protagonismo, como sí la lengua vernácula. Está al servicio de la acción que se realiza. El latín litúrgico ha surgido únicamente para la alabanza al Señor, pues hasta para hablar a Dios la Iglesia ha querido purificar su lenguaje. Ha querido un lenguaje propio, una lengua de la que nadie se apropiase y desvirtuase, una lengua universal como universal es la liturgia y la Iglesia, y la fe.


En contraste, si nos fijamos, el desterrar el latín de la liturgia por la lengua vernácula omnipresente, la liturgia se ha localizado, ha perdido su universalidad, se han manipulado los mismos textos litúrgicos, se ha roto la unidad. La estética se ha afeado hasta lo ridículo, grosero y ofensivo.


Pero ocurre algo más con el latín, algo verdaderamente misterioso y único; algo que sólo pueden percibir quienes se acerquen a la liturgia tradicional con verdadera humildad y contrición de corazón; y es que al igual que el paño de la Verónica quedó impreso con el rostro de Nuestro Señor Jesucristo cuando ella se lo limpió, algo parecido ocurre cuando uno asiste a un oficio tradicional, el alma queda impresa de una unción, devoción y respeto que no acierta a entender, pues sin comprender el latín, si ha entendido la belleza sobrenatural del misterio hecho presente.


7º.- El respeto. Si algo caracteriza a la liturgia tradicional es el respeto, que hace que se dé Dios y al hombre el puesto que cada uno merece. A Dios Todopoderoso, el centro y el honor y la gloria. Al hombre la humillación del pecador ante el altar de Dios, ante el Sacrificio del Cordero Divino.


La liturgia tradicional es un verdadero tesoro en la Iglesia, es una forma insuperable de vivir la fe, por la profundidad de sus textos, la expresión de sus ceremonias y el sentido de éstas. Y por el respeto.


Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

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