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Tema: Laudato si

  1. #1
    Avatar de LUX
    LUX
    LUX está desconectado Miembro graduado
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    Laudato si

    Hola hermanos y amigos de hispanismo.

    ¡Cuánto tiempo! Que Dios os bendiga a todos.

    Vengo buscando opinión sobre la última encíclica del Papa Francisco y la polémica que con ella ha habido.

    Lo cierto es que el tema me parece una broma. Hablo desde la completa ignorancia y sin haberla leído.
    Perdonadme, debo pedir más humildad al Señor.
    ¿Qué pensáis?


    Un fuerte abrazo en Cristo Rey.

  2. #2
    Avatar de Hyeronimus
    Hyeronimus está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Laudato si

    En el hilo Habemus Papam - Francisco I se han publicado desde ayer varios comentarios.

  3. #3
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    Re: Laudato si

    Gracias.

  4. #4
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Laudato si

    Laudato Si y las Oportunidades Perdidas






    Por M. Oliver Heydorn


    La última encíclica, Laudatio Si, está generando una gran cantidad de pasiones tanto dentro como fuera de la Iglesia Católica –y más pasiones que iluminación me temo. En lugar de discutir los varios y, en algunos casos, muy serios temas científicos, filosóficos y teológicos que un buen número de comentaristas han puesto de relieve en referencia a la misma (considérese, por ejemplo, la siguiente entrevista con Chris Ferrara: http://athanasiuscm.org/2015/06/26/interview-018-chris-ferrara-discusses-laudato-si/), me gustaría focalizar la atención sobre una materia más inmediatamente práctica.

    A medida que la leo, uno de los mensajes centrales de la encíclica es que debemos actuar ya para proteger el medioambiente, y que esto se debe hacer de tal manera que los pobres del mundo no queden ya por más tiempo privados de sus derechos.

    Ahora bien, supongo que no habrá demasiada gente que esté en desacuerdo, en abstracto, con esta llamada a la acción –con independencia de que estén o no de acuerdo con la aceptación por parte de Francisco de la teoría antropogénica del “cambio climático”, una opinión que, por supuesto, no es vinculante para los creyentes católicos. [1] Habrá muchos más individuos que, por varias razones, no estén de acuerdo con la terminantemente expresada noción de que los males gemelos del “capitalismo” y el “consumismo” constituyen los principales culpables cuando en ella se refiere a la degradación medioambiental.[2] En efecto, cualesquiera que sean los problemas que haya con relación a la llamada economía de “libre mercado”, la encíclica fatalmente se equivoca en relación al tipo de soluciones que sugiere; fatalmente equivocada porque esas soluciones se proponen en concordancia con las falsas asunciones de la economía ortodoxa y, como tales, nunca podrán traer los resultados que se pretenden. [3]

    Desde el punto de vista específico del Crédito Social, el párrafo más problemático en toda la encíclica es, sin ninguna duda, el párrafo 128:


    128. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan por máquinas. Es un modo más [de cómo] la acción del ser humano puede volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de trabajo «tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil»[104]. En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos»[105]. Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.


    Es cierto que los seres humanos tienen una vocación al “trabajo” o están destinados al “trabajo”, siempre que todo lo que entendamos por trabajo sea comprometerse en una actividad significativa y especialmente creativa. Tal y como Douglas lo señaló una vez: “El individuo humano saludable requiere trabajo de algún tipo, del mismo modo que necesita comida; pero no será un individuo saludable –en todo caso mentalmente– si no es capaz de encontrar trabajo para él mismo, y probablemente encuentre trabajos que él pueda hacer mucho mejor que aquéllos que algún otro le organice para él.” [4]

    Desafortunadamente, en este extracto en particular, Francisco parece identificar “trabajo” con el trabajo en la economía formal o empleo: “No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo.” [5] Por el contrario, es importante subrayar que gran parte del trabajo que se desempeña en la actualidad ocurre fuera de la economía formal y a menudo no se remunera: tómese, por ejemplo, el trabajo de las madres, amas de casa, voluntarios, cuidadores, etc. A esta lista podría añadirse el trabajo de aquéllos que están comprometidos en empresas científicas o artísticas y que permanecen y se quedan sin remuneración por sus esfuerzos. La segunda asunción falsa que se sugiere en ese extracto es que el trabajo en la economía formal es necesariamente (y quizás también exclusivamente) una fuente de “dignidad”. La realidad es que muchos (¿la mayoría?) de los empleos en la economía moderna industrializada –hasta el punto de que son en su naturaleza inútiles, estúpidos, redundantes, destructivos y/o explotadores– podrían muy bien constituir fácilmente violaciones de la dignidad de la persona humana, al tiempo que gran parte del trabajo no remunerado que es desempeñado en la sociedad es muy digno. En otras palabras, trabajo no necesariamente es igual a empleo, y el empleo no necesariamente otorga dignidad.

    El mayor problema con el párrafo 128, sin embargo, está en que al mismo tiempo que Francisco reconoce que el progreso industrial y tecnológico está trayendo como consecuencia el reemplazo del trabajo humano por el trabajo de la máquina, él lo considera esto como una meta indeseable (seguramente porque aquello crearía y ya está creando una pila acumulativa de personas permanentemente desempleadas): “No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma.” En realidad, el progreso de las artes industriales es nuestro mayor aliado cuando uno se dispone a tratar de los numerosos problemas sociales con los que nos vemos enfrentados. Con sólo que pudiéramos aprovechar y maximizar las ventajas que nos confieren los desarrollos tecnológicos a través de una adecuada reforma de los sistemas financiero y económico, podríamos entonces abordar eficazmente el problema medioambiental, el problema del desempleo, y el problema de la pobreza de un solo golpe. Podríamos matar tres pájaros de un tiro. El reemplazo del trabajo humano por el trabajo de la máquina solamente es “dañino para la humanidad” bajo las convenciones financieras y económicas existentes actualmente. Dichas convenciones pueden y deberían ser cambiadas.

    El análisis del Crédito Social del ingeniero británico, Mayor C. H. Douglas (1879 – 1952), revela cómo todos estos problemas sociales, persistentes desde hace ya mucho tiempo, están íntimamente interconectados entre ellos, y sus propuestas terapéuticas –abordando el problema estructural clave de la civilización moderna– proporcionarían, o al menos contribuirían poderosamente a la efectiva resolución de todos ellos.

    En general, el reemplazo del trabajo humano por el trabajo de la máquina es una cosa muy buena. ¿Por qué? Porque ello nos permite incrementar el volumen de la producción al mismo tiempo que permite disminuir la cantidad de tiempo y esfuerzo que los seres humanos habrían tenido que gastar en el proceso productivo en otras circunstancias, liberando de esta forma unidades de energía-tiempo que podrían entonces ser gastadas en actividades de una más alta y mayor naturaleza espiritual. El progreso tecnológico transfiere la maldición de Adán, esto es, la necesidad de la fatiga, de las espaldas de los hombres a las espaldas de las máquinas. Claramente, existen algunas formas de producción que son mejor manejadas por los seres humanos que por las máquinas –los intereses de los seres humanos en una alta calidad, comida nutritiva, productos artísticos, cuidado de la salud, educación y otros servicios personales, por ejemplo, no siempre compaginan bien con las técnicas de la producción mecánica en masa– pero existen muchos otros productos de uso diario que, en función de su destino para usos abrumadoramente funcionales y pragmáticos, se realizan mejor por máquinas que por seres humanos.

    Ahora bien –y éste es el punto crucial– debido a la naturaleza de las convenciones financieras (es decir, bancarias y de contabilidad del coste) existentes, esta constante mejora tecnológica en la industria que, desde un plano físico, simultáneamente incrementa el volumen de la producción al mismo tiempo que arroja a la gente fuera del trabajo, es el mismo proceso que, desde una plano financiero, genera una cada vez mayor brecha entre el ritmo de flujo de precios de bienes de consumo y el ritmo de flujo de ingresos del consumidor con los cuales se puedan liquidar aquellos precios. El capital real, en forma de maquinaria y equipo, genera cargas asignadas de varias tipos: devolución de los préstamos para el capital, cargas de depreciación, cargas de mantenimiento y obsolescencia, etc. Estas cargas, que los fabricantes se ven forzados a repercutir al consumidor so pena de bancarrota, exceden a los ingresos que simultáneamente están siendo distribuidos a los trabajadores en el curso de la producción. Como resultado, se origina una brecha entre precios e ingresos, una brecha que normalmente queda exacerbada como consecuencia de un buen número de otros factores.[6] Es éste el problema fundamental estructural que existe en la civilización moderna: el sistema financiero está inherentemente desequilibrado. Del mismo modo que el desequilibrio en el cuerpo humano sólo puede acabar derivando en una enfermedad de la salud, situación que podría incluso terminar en muerte, así también nuestras economías están perennemente “enfermas” a causa de este desequilibrio financiero. A menos que esto sea tratado adecuadamente, la situación solamente puede dar lugar a una mayor disfunción –de naturaleza económica, social, cultural, política y medioambiental.

    En general, el orden económico reinante se ocupa de esta endémica deficiencia de poder de compra del consumidor inyectando constantemente dinero-deuda adicional de tal forma que el nivel de poder adquisitivo del consumidor sea complementado, o bien directamente (a través de préstamos al consumo), o bien indirectamente (a través del incremento del empleo, hecho posible mediante préstamos a los gobiernos y empresas en busca del “crecimiento” económico). Ese dinero-deuda compensatorio, sin embargo, no liquida los costes sino que solamente los transfiere a un punto futuro en el tiempo. Las deudas incurridas tendrán que ser reembolsadas en las devoluciones de los préstamos, en los impuestos y en los precios. Salimos del paso hipotecando perennemente los ingresos futuros con el fin de permitir el consumo presente y mantener a flote la economía. Esta forma de abordar el problema es inestable, inflacionario, insostenible (a causa del aumento acumulativo de la deuda), y altamente despilfarrador en relación a los recursos.

    En lugar de esta locura, Douglas propuso que tendría mucho más sentido y resultaría en una mayor satisfacción humana si el equilibrio tratara de restablecerse creando, libre de deuda, dinero suficiente en cada periodo para cubrir la recurrente brecha entre precios e ingresos. Distribuyendo una cierta proporción de este crédito compensatorio en forma de un Dividendo Nacional a cada ciudadano y la porción restante en forma de un Descuento Nacional o precios compensados, los problemas gemelos del desempleo y de la pobreza podrían resolverse. Los individuos cuyo trabajo, a causa del progreso tecnológico, ya no sea más necesario en la economía formal, sin embargo, conservarían un ingreso y quedarían liberados de tal forma que podrían comprometerse en actividades significativas de su propia elección. El vínculo artificial que actualmente hace del empleo, al menos para la mayoría de la gente, una condición necesaria para la recepción de un ingreso quedaría roto. A la vez y al mismo tiempo, se prevé que el poder de compra del dividendo en conjunción con los precios compensados, en el caso de una sociedad altamente industrializada, serían suficientes para asegurar “una cierto nivel estándar de dignidad, de salud y de decencia (…)” [7], derivando de esta forma en la eliminación de la pobreza sin introducir medidas socialistas tales como los impuestos redistributivos o la economía dirigida.

    Existe todavía un tercer importante beneficio que se deriva de la cobertura de la brecha con dinero libre de deuda: es la cosa más útil que se puede realizar en interés de la protección medioambiental. En la actualidad, la exigencia de que la brecha se rellene, si es que se rellena, o en la medida en que se rellene, con dinero-deuda adicional contraída con los bancos privados, en conjunción con la insistencia en la política de pleno empleo, es decir, de que todos los adultos corporalmente sanos en edad de trabajo deban trabajar para ganarse la vida o ser mantenidos por aquéllos que trabajan en caso de falta de trabajo disponible, lleva consigo el hecho de que no podamos consumir en su totalidad todo aquello que la economía produce a menos que estemos dispuestos a dedicarnos a una actividad económica excesiva y a un continuo crecimiento económico. Necesitamos constantemente ganar más y más dinero, no solamente para consumir en su totalidad lo que se ofrece en el mercado sino también para atender las cada vez más grandes montañas de deudas pasadas.

    Las implicaciones para el medioambiente de una economía a la que se la haga funcionar conforme al patrón o pauta de un tumor cancerígeno (N.B. no primariamente a causa de la “codicia” o el “consumismo”, sino debido a artificiales exigencias y restricciones financieras) deberían resultar claras. Producimos y consumimos muchos más bienes y servicios que lo que exigiría una provisión sensata para las auténticas necesidades humanas con el fin de hacer que funcione una economía que se encuentra ensillada por un sistema financiero desequilibrado. La alternativa, bajo las actuales convenciones financieras, sería el estancamiento económico y el colapso. Rellénese la brecha con dinero libre de deuda conforme a los lineamientos del Crédito Social y el cáncer económico que está amenazando al medioambiente podrá remitirse… permanentemente.

    En otras palabras, si la gente estuviera realmente interesada en reducir significativamente la polución, desacelerar el ritmo de consumo de recursos, y preservar la biodiversidad, lo mejor que se podría hacer sería cambiar las reglas del juego financiero de tal forma que la gente pueda consumir todo lo que produzca en cada periodo económico sin que una cierta proporción de ese consumo se la haga depender del pleno empleo, de la actividad económica excesiva y de un constante crecimiento económico.

    La reforma monetaria del Crédito Social también beneficiaría al medioambiente proporcionando crédito financiero libremente disponible para su inversión en el desarrollo de tecnología para la reducción de la polución, así como en programas públicos destinados a la protección y restauración del medioambiente. Además de la escasez artificial de crédito para el consumo, nuestras economías también sufren de una escasez artificial de crédito para la producción. Los bancos privados, que proporcionan a la economía moderna el 95% de su oferta monetaria en forma de crédito bancario (números intangibles creados de la nada), únicamente prestarán para actividades que sean rentables bajo el actual sistema; un sistema que es estructuralmente anémico debido a la subyacente escasez de poder de compra del consumidor. Bajo un sistema financiero que realmente reflejara los hechos físicos, es decir, bajo un sistema financiero honesto y sano, todo aquello que fuera físicamente posible también sería financieramente posible. Si, por un lado, existe una demostrable necesidad medioambiental y, por otro lado, los recursos (humanos y materiales) para responder a esta necesidad realmente existen, entonces no habría, en una economía de Crédito Social, ninguna razón meramente financiera para no poner en acto la producción deseada. Siempre habría disponible suficiente crédito para representar debidamente el potencial productivo de una sociedad… el dinero, después de todo, no es o no debería ser más que un mecanismo de contabilidad al servicio del verdadero bien común.

    Quizás el principal obstáculo psicológico y cultural para el tipo de reforma financiera racional que salvaría al medioambiente consiste en la creencia fija de que el pleno empleo es de alguna forma una necesidad; una presunción de que aquello es de alguna forma inherente a la naturaleza de la vida en este planeta.

    De esta forma, leemos en la encíclica: “129. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial.” [8] Por el contrario, es crucial que la gente llegue a entender que la economía no existe para proporcionar empleos, sino para distribuir los bienes y servicios que la gente necesita para sobrevivir y desarrollarse saludablemente, y hacer esto con la menor cantidad de esfuerzo humano y de consumo de recursos. También es crucial que lleguen a entender que en la medida en que insistamos irracionalmente en una política de pleno empleo no podrá haber solución para el problema medioambiental.

    La realidad es que, gracias a la moderna tecnología, podemos producir todo lo que la gente pueda razonablemente consumir con provecho para sí misma, con sólo un pequeño porcentaje de la población adulta trabajando en la economía formal.[9] Esto significa que todo el trabajo que vaya más allá de lo que físicamente se necesita para satisfacer ese particular objetivo constituye simplemente un despilfarro o desperdicio. Un gran número de gente se encontraría mejor cuidando sus jardines en lugar de levantándose y yendo al trabajo cada mañana. Su trabajo, y el consumo individual y colectivo que lo hacen posible o tolerable, únicamente existen porque, bajo las actuales convenciones, el trabajo es el medio necesario para distribuir la masa de bienes y servicios al público. Ese trabajo derrochador o excesivo tiene que ver más con la distribución de ingresos que con la satisfacción de verdaderas necesidades humanas. Más aún, puesto que el desempleo ha mostrado ser un problema insoluble (siempre hay más número de gente en necesidad de un trabajo que número de puestos de trabajo disponibles), la realización del ideal del pleno empleo ni siquiera es posible bajo las condiciones modernas. ¡Gracias a Dios! La carestía de puestos de trabajo constituye actualmente un signo de auténtico progreso económico.

    En términos prácticos, el falso “dogma” económico del pleno empleo sirve como una camisa de fuerza social. Privando a la gente de tiempo de ocio y seguridad económica, aquél continuamente refuerza el paisaje económico, social y político existente, haciendo así increíblemente difícil para los individuos reflexionar, cuestionar y tomar aquella acción efectiva que únicamente puede mejorar las condiciones sociales y medioambientales:


    “El empleo como un fin en sí mismo constituye una política concertada que puede encontrarse en prácticamente cualquier país. Constituye una política internacional; y procede del gran poder internacional en el mundo: el poder de la finanza. Es una política consciente, y es apoyada a través de cualquier argumento o fuerza a disposición de ese gran poder internacional, puesto que es el medio mediante el cual la humanidad es mantenida en una continua, si bien disimulada, esclavitud.

    ¿Me permiten pedirles que despojen sus mentes, lo mejor posible, de todo prejuicio político y que consideren si la política fundamental de la Italia Fascista, la Rusia llamada Comunista, los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña no es idéntica, y que ésta consiste –a través de variados métodos, pero con idénticos objetivos– en forzar a la población a que se subordine ella misma –por un número de horas al día muy en exceso de las realmente necesarias– a un sistema de trabajo?” [10]

    En un tono más positivo, hay algunos indicios o indicaciones en la encíclica que hacen que la atención al verdadero problema pueda eventualmente ocupar el punto de mira de los teóricos sociales de la Iglesia:


    Párrafo 6. “Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10].”

    Párrafo 109. “Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial (…)”

    Párrafo 189. “Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo.”

    Las naciones del mundo no necesitan el socialismo, el Gobierno Mundial, o una eco-espiritualidad universal; lo que las naciones del mundo necesitan desesperadamente es reajustar sus sistemas financieros operativos en conformidad con los principios del Crédito Social. Tal y como argumenté en La Economía del Crédito Social y la Doctrina Social Católica, los católicos podrían y deberían jugar un papel esencial en la reorientación de nuestras economías conforme a las líneas del Crédito Social. El Crédito Social no solamente es compatible con la doctrina Social Católica; me atrevería a decir que es el único orden económico factible que realizaría verdaderamente los ideales “católicos”.

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    Acerca de la necesidad de una reforma monetaria de Crédito Social si de verdad queremos cuidar adecuadamente nuestro medioambiente, nuestra casa común, por favor léase el brillante artículo de Robert Klinck titulado “Finanza y Medioambiente”:

    KlinckFinanceEnviron-1.pdf

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    [1] Cuestiones de naturaleza estrictamente empírica que no guardan relación ni conexión ninguna con el depósito de la fe quedan fuera de la jurisdicción de la Iglesia en tanto que maestra de las verdades religiosas.

    [2] Cf. por ejemplo, el párrafo 27 de la encíclica: “Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.”

    [3] La economía ortodoxa está intelectualmente en bancarrota. Quizás la indicación más obvia de esta triste realidad sea el hecho de que todas (o casi todas) las economías del mundo que se han conducido con arreglo a las líneas ortodoxas están literalmente en bancarrota por igual, con pasivos financieros excediendo a sus activos financieros.

    [4] C. H. Douglas, Security: Institutional and Personal (Liverpool: K.R.P. Publications Ltd., 1945), 6. Tal y como Edward Minton ha señalado en una correspondencia privada reciente, la posición de Douglas sobre esta materia es realmente una aplicación del principio de subsidiariedad en la esfera del trabajo. Si los individuos, familias, etc., pueden crear “trabajo” significativo para ellos mismos fuera del campo del empleo remunerado, ¿por qué deberían los gobiernos y la industria encargarse de la tarea de organizar trabajo para aquéllos? Que el empleo remunerado deba ser creado por un tercero externo, es algo que se debe solamente al hecho de que ese trabajo significativo no está automáticamente respaldado por un ingreso, bajo las convenciones económicas existentes.

    [5] Otra sección que da esta misma impresión es el párrafo 127: “El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos»[103]

    [6] Estos factores incluyen: ahorros, la reinversión de ahorros, la realización de beneficios, políticas bancarias deflacionarias e impuestos, entre otros.

    [7] C. H. Douglas, Money and the Price System (Vancouver: The Institute of Economic Democracy, 1978), 11.

    Cf. también, C. H. Douglas, The Monopoly of Credit, 4th ed. (Sudbury, England: Bloomfield Books, 1979), 102:

    “El efecto práctico de un Dividendo Nacional sería, en primer lugar, el de proporcionar una fuente segura de ingresos a los individuos que, si bien podría ser deseable su aumento mediante trabajo, una vez obtenido proporcionaría, sin embargo, todo el poder adquisitivo necesario para mantener la dignidad y la salud. Proporcionando una demanda constante sobre nuestro sistema de producción, éste recorrería un largo camino hacia la estabilización de las condiciones de los negocios, y aseguraría a los productores un constante mercado doméstico para sus bienes.”

    [8] Cf. también, Párrafo 129: “Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común.”

    [9] Un buen libro para leer sobre este aspecto del problema es el de Jeremy Rifkins The End of Work. Cf. Rifkin, Jeremy. The End of Work. New York: Jeremy P. Tarcher/Penguin, 2004. Rifkin ha calculado que hacia la mitad de este siglo solamente un 5 % de la fuerza de trabajo será necesaria para hacer funcionar las fábricas de una nación desarrollada.

    [10] C. H. Douglas, Security Institutional and Personal (Liverpool: K.R.P. Publications Limited, 1945), 5. Cf. también, C. H. Douglas, Programme for the Third World War (Liverpool: K.R.P. Publications Limited, 1943), 6: “(…) si uno puede controlar la economía, puede hacer que el cometido de ganarse la vida permanezca siempre como el factor dominante de la existencia, y de esta forma mantener uno el control de la política; ni más ni menos.” La política de pleno empleo es el principal método para hacer del “cometido de ganarse la vida el factor dominante de la existencia”; es la principal política que está detrás de nuestro despojo y de nuestra privación de derechos.



    Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE

  5. #5
    Marcosmontt está desconectado Miembro graduado
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    Re: Laudato si

    Laudato Si me gusta como enciclica, pero no el Papa, lo bueno es saber que no es de su autoría.
    El tema del medio ambiente puede ser un broma, si al momento de tratarla se te vienen a la cabeza los ecologistas que sí lo son. Pero el gran error de ellos como de la cultura técnica actual, es que el ambiente es visto como un Otro externo a ti, cuando esta respectivamente en uno, es donde el hombre se mueve, donde el hombre se hace, y se las "ha" (del verbo haber) con la realidad. Pero lo que mas destaco de esta enciclica es su critica al capitalismo y por sobre todo a predominio de la técnica, donde esta que antes cumplía el rol de medio para el hombre se ha convertido en un fin para la vida misma.

    Juan Manuel de Prada dijo el resto de lo que opino, con lo cual estoy muy de acuerdo.
    Última edición por Marcosmontt; 26/09/2015 a las 21:29

  6. #6
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    Re: Laudato si

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    Cita Iniciado por Marcosmontt Ver mensaje
    Pero el gran error de ellos como de la cultura técnica actual, es que el ambiente es visto como un Otro externo a ti, cuando esta respectivamente en uno, es donde el hombre se mueve, donde el hombre se hace, y se las "ha" (del verbo haber) con la realidad.
    Ahí le has dado Marcosmontt.En el capitalismo mundialista de hoy, la naturaleza no es más que un enemigo a vencer, como veían por ejemplo los yankis a los indios en su dichoso destino manifiesto.No cabe posibilidad alguna de convivencia, no ven al Hombre como un ser completamente integrado en su hábitat, como una sola unidad, en pacífica armonía con el resto de seres vivos e inertes, sino como un adversario a derrotar.Y con los sandías (rojos disfrazados de verdes) tres cuartos de lo mismo.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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