Sobre la «belleza» de la Misa Tradicional



«Oyendo Misa», de José Benlliure

Publicado Por: LA ESPERANZA noviembre 11, 2021

Está algo extendido entre católicos que pretenden −bienintencionadamente− defender y propagar la celebración del rito romano tradicional, centrar la defensa de la Misa Tridentina en la «belleza» de esta, motivo por el cual debería ser respetada. Así, conciben la Misa Tradicional como una opción más dentro del catolicismo. De este modo, habría que respetar a los fieles afectos a la Misa Tradicional porque pueden aportar su carisma a la gran variedad de carismas que conviven armoniosamente en la Iglesia. De manera que la belleza de la liturgia tradicional ha de compaginarse con la existencia del «Novus Ordo Missae»: es tan loable un rito como el otro y su convivencia mutua es un bien a preservar. Lo importante es que a la Misa Tradicional se le otorguen los mismos derechos que a la Misa nueva y que cada uno elija el rito al que acudir.

La actitud mencionada se asemeja a la de los objetores de conciencia: a mí no me hagas ir a la misa nueva, porque tengo derecho como fiel a asistir –en conciencia– a la Misa Tradicional. Como un médico que se niega a abortar, piden que a ellos les dejes actuar privadamente como les dicta su conciencia, pero tampoco van a luchar por la restauración sin reservas de la Misa Antigua. Mientras puedan convivir juntos ambos ritos, pues que lo hagan en paz y tampoco nos saquemos los ojos.

Pero sabemos que así no se restaura nada.

En primer lugar, centrémonos en la cuestión de la «belleza». Se dejan aquí de lado las consecuencias necesarias que habría que extraer del hecho de emplear la palabra belleza en su sentido trascendental (es decir, como un concepto que pertenece al ente en cuanto ente), puesto que la mayoría de las veces no se emplea en este sentido, sino en el sentido vulgar y corriente del término: como algo agradable a los sentidos. Es decir, la Misa Tradicional es agradable a los sentidos, pues en ella se unen una serie de elementos que, de alguna manera, elevan el espíritu de quien asiste a ella: el canto gregoriano, la armonía de la propia Misa, la orientación ad orientem, el empleo del latín…

Sin dejar de ser cierto, creo que fundamentar la defensa de la Misa en su belleza es algo desafortunado y carente de seriedad. El motivo primordial por el que se ha de luchar a ultranza por la restauración de la Misa no reside en su belleza, sino en el contenido del propio rito. El rito de la Misa Tradicional es el rito inmemorial de la Iglesia; no creado, sino codificado en Trento, que recoge la tradición anterior. Con un Canon que se remonta al Siglo IV, este rito ha sido el alimento en que se han formado tantos santos y ha preservado el sacramento de la Eucaristía de toda suerte de herejías, actuando como un verdadero escudo frente a los embistes de heresiarcas y «avanzados» que querían hacer de la Misa todo menos un sacrificio.

Es más, puede haber Misas Tradicionales «muy poco bellas»: con sacerdotes apresurados o coros nefastos, en iglesias feas o con una decoración espantosa. Pueden carecer de belleza en el sentido que estamos empleando de esa palabra. Incluso podría darse el caso de Misas según el misal de Pablo VI con excelentes coros y en una armonía y sintonía perfectas. Sin embargo, eso es igual, es secundario. No se puede hacer de la Misa un concierto, de modo que, cuanto mejor sea el coro o mejor pronuncie el cura, entonces mejor será la Misa. Hay que ir a la raíz, al propio rito, al contenido de este. Y en caso de que lo analicemos, no hay parangón.

En definitiva, la preeminencia de la Misa antigua respecto de la Misa nueva no reside en cuestiones estéticas. Si se quiere, podríamos fundamentarla en el sentido trascendental de la palabra belleza. Es decir, lo bello entendido como aquello susceptible −merecedor− de ser conocido y, por tanto, como un bien para la inteligencia. En este sentido, la Misa Tridentina merece ser conocida. Pero no porque produzca una sensación de placer en el sujeto que asiste a ella, sino por las características intrínsecas del propio objeto.

Como es lógico, se precisaría de un análisis más profundo para resaltar las inconsistencias de la actitud previamente descrita. En cualquier caso, valga decir que la Misa Tradicional es la Misa de siempre. Que no se trata de una opción más a elegir como tantas otras. La antigua liturgia ofrece la sabiduría de innumerables generaciones que han ido perfeccionando y reformando el contenido del rito, a diferencia de la imposición despótica de la nueva misa, resultado de una especie de proyecto de laboratorio.

Antonio de Jaso, Navarra



https://periodicolaesperanza.com/archivos/8849