Breves consideraciones acerca del pudor
Publicado Por: LA ESPERANZA junio 16, 2022
Basta salir un día de estos a la calle para observar que existen muy diversas maneras de combatir el asfixiante calor tan propio de estas fechas en la península. Desde paraguas hasta nebulizadores de agua para las terrazas, pasando por ventiladores en los espacios cerrados: medios muy comunes todos ellos. Sin embargo, es evidente que no hay medio más eficaz, instintivo y extendido entre la población que reducir al máximo la indumentaria con la que salir a la calle. Y, por desgracia, cada año con la llegada de estas fechas observamos siempre lo mismo: espectáculos exhibicionistas, minifaldas, bikinis… De este modo, no quería desaprovechar la ocasión para hablar de cierta cuestión de la que generalmente no se habla y, si se hace, tiende a hablarse de ella en un tono puritano y alejado de su significado verdadero. Este tema no es otro que el del pudor.
Desgraciadamente es este un asunto que no se entiende, por muy diversos motivos. Por una parte, hay quienes lo consideran algo pasado de moda, propio de épocas oscuras que reprimían los instintos más básicos del ser humano; de modo que una mentalidad liberada de esas cadenas pasadas no encuentra motivo por el que considerar el pudor. Por otra parte, sucede también que dentro de ciertos ambientes se tiende a veces a tratar con sorna este tema, para evitar ser asociado con el modo de pensar protestante, excesivamente puritano. Pero el pudor es algo que la misma Iglesia Católica ha acogido y ha enseñado, y lo ha señalado como algo positivo.
Romano Amerio, en su Iota Unum, declara rotundamente: «Se puede decir que el pudor fue la característica general de los siglos pasados, mientras el impudor lo es del nuestro…». Y continúa: «hoy las intimidades carecen del antiguo velo purpúreo del pudor y son propaladas, ostentadas y comunicadas…». Es decir, constata un hecho histórico: las anteriores generaciones eran claramente más pudorosas que las actuales, las cuales no tienen ningún reparo en «propalar» y «ostentar» sus intimidades.
Después de esta constatación, nos preguntamos: ¿Qué es exactamente el pudor? La RAE no nos ayuda mucho en la tarea de definirlo, pues emplea simplemente tres palabras: «honestidad, modestia, recato». Habría que acudir a los significados de estas palabras, pero las definiciones que ofrece el diccionario tampoco aportan gran cosa. En cualquier caso, valga decir que el pudor no es un «invento» cristiano: ya los antiguos paganos hablaban del pudor y lo señalaban como algo positivo.
Santo Tomás desarrolla un concepto de pudor que ya estaba en el propio Aristóteles, quien lo relacionaba con la vergüenza que siente el hombre ante ciertos actos. Por su parte, santo Tomás relaciona el pudor también con la castidad y, por extensión, con la templanza. El pudor sería una circunstancia especial de la castidad. A su vez, le otorga al pudor un significado exclusivamente sexual, al afirmar que es el medio por el cual el hombre se avergüenza de los signos exteriores de «lo venéreo». Mientras que la castidad tiene como objeto el acto sexual en sí, el pudor tiene como objeto aquello que rodea al acto sexual (besos, miradas, tocamientos…). Vemos así la estrecha relación entre el pudor y la vergüenza.
Aunque santo Tomás explique el pudor en el contexto de la castidad, eso no quiere decir que no pueda tener otras manifestaciones en otros ámbitos. Puede argumentarse la posibilidad de que el pudor abarque otras realidades, como la propia intimidad, no solo sexual, si bien esto no está desarrollado en el propio santo Tomás.
Frente a la posible objeción que plantea que sería absurdo tener pudor (vergüenza) por algo que es connatural al ser humano, como es el acto sexual y sus signos exteriores, y que por tanto no habría inconveniente en hacer alarde, exhibir y normalizar algo que es «natural», Romano Amerio explica que existe una «vergüenza natural», que hace que sintamos vergüenza de ciertos aspectos de nuestra naturaleza. Manifestaciones de esta vergüenza natural, según Amerio, son «el dolor y la vergüenza experimentada por el hombre a causa de su propia mortalidad, defecto radical de la naturaleza humana». A su vez, observa que «los actos de nutrición, generación o defecación los ejercita el hombre entre paredes y a escondidas…». Es decir, pese a que la muerte, la defecación, etc, sean «naturales», todos sentimos en cierto sentido vergüenza por ellos, y no hacemos alarde, sino que acudimos a la intimidad para esas manifestaciones vergonzosas.
De este modo, concluye Amerio: «La vergüenza es metafísica: es desprecio por la destrucción de un ser cuya estructura originaria rechaza la muerte; es vergüenza por un defecto que no es del individuo como tal, sino de la naturaleza». Evidentemente, detrás de esta cuestión del pudor, se encuentra el hecho de que el hombre tiene una naturaleza herida por el pecado original y, por tanto, de algún modo imperfecta. El hombre no está hecho para morir, pero como consecuencia del pecado original, nuestra naturaleza se vuelve imperfecta, y podemos morir. «El hombre no se avergüenza ni se desprecia por no tener alas (no tener alas no es un defecto para él), sino por no ser inmortal (la mortalidad sí que es un defecto)». Así, si bien antes del pecado original el hombre no sentía vergüenza por cosas como el estar desnudo, después de este, el sentimiento de vergüenza es inevitable. Una lectura de los primeros capítulos del Génesis puede ayudar a comprender esto, pues se expone claramente cómo la vergüenza de la desnudez acontece en el hombre tras el pecado de los primeros padres.
En definitiva, el pudor es algo que atañe a la propia naturaleza del hombre, de modo que todo ser humano, como consecuencia de su naturaleza imperfecta, siente vergüenza ante ciertos defectos de esta. De hecho, el pudor es tan propio del hombre, que en ocasiones se ruboriza involuntariamente ante situaciones vergonzosas. Por otra parte, no se puede pretender un elenco de manifestaciones prácticas impudorosas, pues eso, como es lógico, queda reservado al ámbito de la prudencia, que es la que pone en práctica ese pudor intrínseco al hombre.
Javier C. Díaz Perfecto,
Navarra
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