Los verdaderos “santos” de Unamuno.
Un breve comentario de los pasajes arriba copiados nos mostraría que Unamuno tiene sus autores de especial devoción y sus “santos” que imitar y evocar; y no lo oculta aunque muchos estén lejos de llevar aureola.
Porque también sobre los santos tiene él sus ideas y un tanto heterodoxas. Desde luego para él a mayor naturalidad mayor santidad: “Los santos, los verdaderos santos han llegado a cobrar inocencia de animales y tanta pureza de intención como un borrego, un tigre o una víbora; esto los verdaderos santos. Porque una cosa son los santos según la gracia divina y otra según esta o aquella hermandad de hombres”.
Él llama santos a los que canoniza Dios o la Humanidad, “no precisamente esta o aquella Iglesia”. Esta igualdad entre naturaleza y gracia no la concederá ni san Agustín ni cristiano alguno verdadero; mas para nuestro profesor de griego, si no un dogma –porque dogmas no lo sufre- es al menos un postulado: “Los grandes santos han sido los supremos poetas, por haber hecho de la vida poesía, han sido los hombres cuya vida se acercaba a la animalidad... Repito que la muerte de santo es muerte de perro”.
Como los “santos” de Unamuno se hallan donde nadie lo creyera, así faltan donde parece debían estar: entre los sacerdotes. Fue esa una espina que se le clavó en sus andanzas por tierras luteranas, y nunca se abajó a sacarla de puro orgullo.
“La religión –dice- debe ser algo común a los hombres todos... y su interpretación no puede ser monopolio de una clase. ¿Con qué derecho los sacerdotes le han de decir a él, profesor de griego en Salamanca, lo que se debe creer y obrar para ser cristiano?
“El que haya sido la clase sacerdotal la encargada de velar por la ortodoxia y definirla y juzgar de la herejía y condenar a éste por impío ha sido, sin duda, la principal causa del espíritu religioso”.
Así, con toda esa sencillez, niega la institución divina del Magisterio y de la Jerarquía eclesiástica y se proclama el libre examen y la interpretación personal del Evangelio. Estamos en puro protestantismo.
Continúa:
“Hay quienes sienten con más intensidad y sinceridad que otros; hay espíritus más profundamente religiosos; pero éstos no son los dedicados al sacerdocio... Hay los llamados santos varones... pero loas santos no han sido especialmente sacerdotes, y los más gloriosos tienen muy poco de tales. Y eso que, como es la Iglesia chica, la de los eclesiásticos, la que se ha arrogado la facultad de canonizar... propende a barrer hacia dentro y poblar los altares con santos de tonsura.”
La última gracia cae mejor en la tertulia de un café que en el ángulo de la Historia. En las otras afirmaciones Unamuno está a su nivel histórico ordinario –siempre bajo-: porque los grandes santos, empezando por los Apóstoles y sus primeros sucesores, fueron eminentes sacerdotes; que la santidad florece con preferencia en el monacato y en el conventualismo.
Pero eso no gusta a Unamuno: “El más grande servicio que Lutero ha rendido a la civilización cristiana es haber establecido el valor religioso de la propia profesión civil, quebrantando la noción monástica y medieval de la vocación religiosa.
Su primera devoción, después de perdida la fe católica
Lutero: he ahí su mayor devoción en su primer decenio en Salamanca (1892-1902). Hacia Lutero le llevaba cierta afinidad de espíritu rebelde, su tendencia morbosa a discordiar, a disentir, su “amo a la herejía por ser herejía” y a ello se añadió el fasciandor impulso de Harnack en su “Historia de los dogmas”.
Hay unas curiosas revelaciones bibliográficas suyas, que dicen mucho sobre ésto: “Se ha dicho que uno de los mejores modos de conocer una persona es por los pasajes que subraya en las obras que lee...”
Y también él hace sus señales en los libros. Y viendo su biblioteca en pocos hizo tantas –si se exceptuan los de Kierkegaard- como en los tres gruesos volúmenes de Harnack en su “Historia de los dogmas”. Muchas páginas del “Sentimiento trágico de la vida” tienen dicha fuente acotada al margen.
Pues bien , Harnack para conocer a fondo el luteranismo recomienda a Hermann y Ritschl; y, claro, Unamuno se apresura a poner a las citas el anillito rojo de “acquirenda”.
El doctor Hermann, autor del libro“Comercio del cristiano con Dios”, cuyo primer capítulo trata de la oposición entre mística y religión cristiana, y que según Harnack es el más perfecto manual luterano.
Con la misma fe toma de Harnack el nombre de Ritschl, “el gran teólogo”, su obra sobre la “reconciliación y justificación”.
De esa veneración y estudio surge, en el sitio que ocupó su perdida fe católica, otra que ya no se nutre de Trento ni de dogmas sino que más bien nace del corazón y es confianza en Dios Padre, que sin más perdona siempre; en todo como la de Lutero. Lo asegura Unamuno: “Nada de dogma, fe viva, la fe que crea y destruye dogmas...”
Luterano al cabo de cuatro siglos, en 1900, y luterano en Salamanca, la “Roma chica”, es toda su tragedia... Tener que pasar con esas ideas cada día dos veces camino de la Universidad bajo la monumental fachada de “la Compañía” con sus seis recias columnas de granito, símbolo de la Fe inconmovible y con sus dos torres gemelas como dos vigías alerta de la Contrarreforma; tener que cruzar aquellos claustros y por aquellas antiguas aulas de la Universidad española más sensible en punto a ortodoxia.
Su tragedia es no poder evitar la vista de San Esteban , por cuya fachada, primor del platresco, creería ver las sombras del inquisidor Deza, y de los dos Sotos y Cano, terror en España y Trento de la falsa “Reforma”.
Aunque su mayor tragedia estaba en ser luterano en un hogar hondamente católico; y más aun, en ser arriba en el pensamiento luterano, y abajo en el corazón católico...
(del libro “El pensamiento religioso de Unamuno frente al de la Iglesia)
(sigue)
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