Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 3 de 3

Tema: Apuntes biográficos de San Fernando, Rey Leonés de Sevilla

  1. #1
    Avatar de Ordóñez
    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
    Fecha de ingreso
    14 mar, 05
    Ubicación
    España
    Edad
    43
    Mensajes
    10,255
    Post Thanks / Like

    Apuntes biográficos de San Fernando, Rey Leonés de Sevilla

    Fernando III el Santo
    Nace el año 1201 en un lugar de Zamora donde posteriormente se alzaría el Monasterio de Valparaíso. Hijo de Alfonso IX de León y doña Berenguela, hija del rey Alfonso VIII de Castilla.

    Sus posibilidades de reinar son prácticamente nulas (tiene un hermano mayor también llamado Fernando –que fallece en 1211-) tanto en Castilla donde Enrique I es el sucesor de Alfonso VIII, como en León donde Alfonso IX se siente más inclinado a dejar el trono a una de sus hijas nacidas de su anterior matrimonio con Teresa de Portugal.

    Inocencio III declara nulo aquel matrimonio, pues doña Berenguela es sobrina de Alfonso IX, y sin embargo legitima el hijo de éstos.


    A los diez años peligra su vida. No puede dormir ni comer. Doña Berenguela coge al niño en sus brazos, llega al monasterio de Oña, reza, llora durante una noche entera ante la imagen de la Virgen "y el menino empieza a dormir, et depois que foi esparto, luego de comer pedía".

    A partir de entonces le acompaña siempre la fortuna.

    Una teja hiere a su tío, Enrique I, mortalmente en la cabeza, mientras juega con unos muchachos de su edad en el patio del Palacio Episcopal de Palencia. Berenguela es reina de Castilla. Avisado por su madre, Fernando se reune con ella y juntos marchan hacia Valladolid. Allí Berenguela recibe el reino que le pertenece por herencia e inmediatamente renuncia a él en favor de su hijo.

    El rey cuenta con dieciocho años.


    Poco después, en las Huelgas de Burgos, el obispo Don Mauricio le ciñe la espada de Fernán González y le arma caballero.

    Fernando vence a Alfonso IX, quien aliado con la poderosa familia de los Lara, intenta arrebatarle el reino por la fuerza, estimando que le corresponde a él por matrimonio.

    Fernando III casa en 1219 con doña Beatriz de Suabia, hija del emperador de Alemania.

    Berenguela había firmado durante su regencia una tregua con los almohades el 1215 y la renueva Fernando el 1221, puesto que necesita la paz externa para terminar de ordenar los asuntos del reino.


    En 1224, se produce el fallecimiento de Yusuf II y con este hecho sobreviene también el final de las treguas acordadas con Castilla.

    Fernando III ha conseguido la pacificación de su reino y está más que dispuesto a pasar a la ofensiva contra los almohades.

    En cuanto a Alfonso IX de León, deja dispuesto en 1229 que, a su muerte, violando el derecho sucesorio, el trono de León recaiga en sus hijas Sancha y Dulce, nacidas de la unión con Teresa de Portugal.

    Alfonso IX muere el año 1230. Una vez más, la extraordinaria habilidad de Berenguela va a salvar la situación en beneficio de Fernando III.


    Entrevistada con Teresa de Portugal, logra que Sancha y Dulce renuncien a las concesiones del testamento de su padre a cambio de cuantiosas compensaciones económicas, en lo que se conocerá como "Tratado de las Tercerías". A éste acuerdo se unirá el de "Sabugal" suscrito por Fernando III y Sancho II de Portugal. Ambos monarcas desean ciertamente vivir en paz especialmente porque la Reconquista no ha hecho más que comenzar.

    En diciembre de 1232, Fernando III, asegurado su dominio sobre León, concentra sus tropas en Toledo. Antes de que concluya el año, Trujillo, está en sus manos. Los años siguientes constituyen una secuencia ininterrumpida de victorias. En 1233, las tropas castellanos reconquistan Montiel y Baza. En 1235, Medellín, Alange, Magacela y Santa Cruz.

    La estrategia castellana no puede ser más acertada militarmente: encerrar Sevilla en medio de dos ofensivas paralelas que surcan Extremadura y la cuenca del Guadalquivir. En enero de 1236 tiene lugar un acontecimiento de radical importancia. Se hallan reunidas las cortes de Burgos cuando llegan inesperadas noticias de que las fuerzas castellanas se han apoderado por sorpresa del arrabal cordobés conocido como La Ajarquía.

    El 7 de febrero, el propio Fernando III se halla en el campo de batalla y el 29 de junio, Córdoba, la ciudad que en otro tiempo había sido capital del califato es reconquistada.

    Resulta difícil magnificar el enorme impacto moral que causa en el Islam la pérdida de Córdoba. También para los cristianos encierra un simbolismo obvio. De Córdoba habían partido las expediciones que los habían esclavizado y saqueado durante generaciones. También se habían originado allí las terribles campañas de Almanzor tan sólo comprensibles desde la óptica de la yihad. Ahora Fernando III considera llegado el momento de realizar un acto de innegable justicia histórica y así ordena la devolución de las campanas compostelanas robadas por Almanzor en el año 998. Igual que en el pasado, viajarán a hombros de cautivos pero esta vez rumbo a sus legítimos propietarios.


    En 1237 vuelve a contraer matrimonio con Juana de Ponthieu y, por enfermedad suya, el principe Alfonso (luego Alfonso X) ocupa el reino de Murcia, que se había hecho vasallo de Castilla, y se apodera de Lorca y Mula, que se le resistieron (1244). Este mismo año firma con Jaime I de Aragón el "Tratado de Almizra", por el que se fija el límite de la expansión aragonesa hacia el sur.

    Restablecido Fernando, llego hasta la vega de Granada, se apodera de Jaén (1246), del reino granadino, cuyo soberano Mohamed Alhamar el viejo se hace tributario suyo, y hasta le ayuda a conquistar otros territorios musulmanes.

    Este mismo año muere doña Berenguela, su madre, y principal artífice de sus éxitos.



    Prosigue sus avances por el valle del Guadalquivir, se apodera de Carmona (1247) y pone sitio a Sevilla, a la que cerca por tierra y por el río, mediante una escuadra mandada por Ramón Bonifaz, que, vence a la flota musulmana y, penetrando por el Guadalquivir, corta la comunicación entre Sevilla y Triana, capitulando Sevilla en noviembre de 1248, después de un largo asedio. Una de las condiciones de la capitulación es que la ciudad se entregue vacía de musulmanes.

    A la caída de Sevila siguen la de otras importantes poblaciones, como Arcos, Medina-Sidonia, Sanlúcar, Jerez y Cádiz, con lo que sólo les queda a los musulmanes el reino de Granada, tributario de Castilla.

    Desgraciadamente, le sobreviene la muerte el 30 de Mayo del año 1252, cuando proyectaba una expedición a Marruecos, donde los benimerines se han adueñado del poder, deponiendo a la dinastía Almohade (1252).

    En el plano culturar, favoreció con privilegios y exenciones al Estudio general de Salamanca (1242), por lo que se le considera como fundador de aquella Universidad; comenzó las catedrales de Burgos (1217) y Toledo (1227), de estilo gótico; se empezó a usar en los documentos el romance leonés-castellano, en substitución del latín; mandó traducir al castellano el Fuero Juzgo; abrigó el proyecto que llevó a cabo su hijo, de unificar y refundir toda la legislación, y reunió Cortes por primera vez en Castilla (1250). Fue una de las más grandes figuras de la Edad Media y el que dió mayor avance a la empresa de la Reconquista; conceptuado como santo por su vida ejemplar, fue canonizado en 1671 por el Papa Clemente X, y su fiesta se celebra el 30 de Mayo, día en que murió.

    Sus restos, se veneran en la catedral de Sevilla, con elogioso epitafio en latín, castellano, árabe y hebreo, que reza como sigue:

    ..."Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años..."

  2. #2
    Avatar de Ordóñez
    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
    Fecha de ingreso
    14 mar, 05
    Ubicación
    España
    Edad
    43
    Mensajes
    10,255
    Post Thanks / Like

    Re: Apuntes biográficos de San Fernando, Rey Leonés de Sevilla

    DIRECTORIO FRANCISCANO SANTORAL FRANCISCANO 30 de mayo
    San Fernando III de Castilla y de León (1198-1252)

    por José M.ª Sánchez de Muniáin
    . San Fernando (1198? - 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.

    A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.

    Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

    Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.

    Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.

    Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».

    * * *
    Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

    Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.

    Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.

    Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

    Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

    * * *
    Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.

    San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.

    Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.

    Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».

    Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.

    A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.

    Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.

    Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

    * * *
    De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

    Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.

    Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.

    Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.

    Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.

    Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].

    Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.

    Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?

    Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit... Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.

    Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».

    Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.

    A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.

    La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»

    San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

    «Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»

    Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.

    José M.ª Sánchez de Muniáin,
    San Fernando III de Castilla y León, en Año Cristiano, Tomo II,
    Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 523- 531.
    .

  3. #3
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
    Fecha de ingreso
    17 abr, 06
    Ubicación
    Madrid
    Mensajes
    952
    Post Thanks / Like

    Re: Apuntes biográficos de San Fernando, Rey Leonés de Sevilla

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    En su persona se unieron definitivamente las coronas de Castilla y León. Reinó de 1217 a 1252 en Castilla y de 1230 a 1252 en León. Constituye una de las figuras más sobresalientes de la. Baja Edad Media española y de toda la cristiandad. Fue canonizado por Clemente X en 1671. Su fiesta se celebra el 30 de mayo.

    Nacimiento y descendencia.
    N. en la villa de Valparaíso, en la provincia de Zamora, en agosto de 1201. El matrimonio de sus padres, Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla (m. 1246), que se había celebrado en 1197 con el consentimiento del papa Celestino 111, era nulo canónicamente por el parentesco de los contrayentes: Berenguela era biznieta de Alfonso VII; Alfonso IX, nieto de éste. El papa Inocencio III , más intransigente que su antecesor, instó a los esposos a que se separaran amenazándoles con la pena de excomunión y poniendo el reino de León en entredicho. En estas circunstancias, se separaron en 1204. El entonces infante criado y educado directamente por su madre, pasó a León con Alfonso IX.
    Siendo ya rey de Castilla, casó Fernando III, a los 22 años, con Beatriz de Suabia, en la iglesia burgalesa de San Lorenzo (30 nov. 1219). De este matrimonio nacieron 10 hijos, siete varones (Alfonso, Fadrique, Fernando, Enrique, Felipe, Sancho y Manuel) y tres hembras (Leonor, Berenguela y María), el primogénito de los cuales le sucedió en todos sus reinos con el nombre de Alfonso X de Castilla.Viudo en 1235, volvió a casarse en 1237, esta vez con Juana de Ponthieu, biznieta de Luis VII de Francia. De la unión nacieron, por este orden: Fernando; Leonor (m. 1290), que casó en 1254 con el príncipe inglés Eduardo, Eduardo I en 1272; y Luis.

    Unión de León y Castilla.
    Al morir Enrique I de Castilla en 1217 sin descendencia (tenía 14 años de edad) le sucedió su hermana Berenguela, quien renunció la corona en favor de su hijo , consiguiendo que saliera de León hacia Valladolid, donde fue reconocido y aclamado como rey de Castilla. Alfonso IX, que también aspiraba a la corona castellana, entabló entonces una lucha contra su esposa y su hijo, animado sobre todo por el conde Alvaro Núñez de Lara y sus hermanos, enemigos de DªBerenguela. A la entronización de Fernando III opusieron además otros nobles y los concejos de Transierra y Extremadura, más inclinados hacia la persona de Alfonso IX. Dominada la oposición de nobles y concejos, se llegó también a la paz con el rey leonés , quien emprendió nuevamente la lucha, invadiendo otra vez las tierras castellanas. Por mediación de Dª Berenguela, el pacto de Toro (26 ag. 1218) dio fin a la guerra entre castellanos y leoneses, entre padre e hijo.
    Cuando Fernando III heredó Castilla , este reino ejercía ya la hegemonía sobre la Península y especialmente sobre León . Esta hegemonía la había alcanzado al colocarse a la cabeza de los reinos cristianos en la Reconquista del sur de la Península, favorecidos los castellanos por su situación geográfica. Fernando III no sólo mantuvo la hegemonía, sino que ganó aún más prestigio para Castilla, ampliando sus fronteras, pacificándolo, repoblándolo y manteniéndolo en paz con sus vecinos Jaime I de Aragón y Sancho II de Portugal.
    A la corona de León accedió mediante la renuncia de sus hermanastras Sancha y Dulce, hijas de Alfonso IX y de su primera mujer Teresa de Portugal, de quien se tuvo que separar el monarca leonés por razones de parentesco (1194). M. Alfonso IX en 1230, correspondía León a sus hijas, a quienes ya en 1220 había nombrado oficialmente herederas. Pero como resultado de la entrevista entre Dª Berenguela y DªTeresa, en Valenca do Minho, las infantas cedieron sus derechos a Fernando III, recibiendo en compensación una buena dote. De este modo, se dio un paso decisivo en el camino de la unidad de España.

    Reconquista y repoblación.
    La incorporación del valle del Guadalquivir fue obra de Fernando III, ayudado por las órdenes militares. La situación de los reinos musulmanes, que se encontraban en una nueva época de taifas , tras la decadencia del poderío almohade iniciada en 1213, al año siguiente de la victoria cristiana en las Navas de Tolosa , favoreció la incorporación, que se llevó a cabo mediante pactos y conquistas. La paz con los reinos cristianos y las campañas de sus antecesores, permitieron a Fernando III dedicarse con éxito a esta tarea de Reconquista, que registró un avance notable en la liberación de al-Andalus del dominio musulmán.
    Con la conquista de Sevilla en 1248 quedó incorporada a Castilla la parte más importante de la Baja Andalucía. Pero tanto esta conquista como la de Córdoba habían sido proyectadas ya en los reinados de su padre Alfonso IX de León y su abuelo Alfonso VIII de Castilla , que en 1213 habían decidido atacar Sevilla y Córdoba respectivamente. No lo consiguieron, pero dejaron abierto el camino a Fernando III por el O, con las conquistas de Cáceres (1227) y Badajoz (1230), que permitieron dominar las tierras al N del Guadiana. Con la penetración de las órdenes militares hacia el valle del Guadalquivir y pactos con los musulmanes, se consiguió el resto. Las conquistas en términos militares fueron escasas, aunque los asedios se prolongaron. Abundaron las capitulaciones y entrega de las ciudades mediante pacto.
    Fernando III supo aprovechar las divisiones entre los musulmanes, pero comenzó por respetar y renovar las treguas concertadas por sus antecesores. Gracias al pacto de las Navas de Tolosa (1225), recibió el vasallaje del señor de Baeza, Abd Alláh al-Bayási, que se titulaba califa; el castellano leonés se comprometía a defenderle de sus enemigos, a los que podría arrebatar cuantas plazas quisiera. Resultado de este pacto fue el dominio por los cristianos de Martos y Andújar y el primer sitio de Jaén.

    Las campañas de Fernando III pueden dividirse en varias fases.
    Ateniéndose a los hechos, y al margen de otras divisiones, consideramos tres: 1224-30, 1232-36 y 1240-48. Aunque a partir de 1248 cayeron algunas plazas bajo dominio castellano-leonés, ese año puede considerarse el fin de la Reconquista por Fernando III, brillantemente coronada con la capitulación de Sevilla. En la primera, se conquistó Andújar (1225), se puso sitio a Jaén (1225) y se produjo la reacción antiálmohade (1228), que desembocó en la conquista de Almería, Granada, Jaén, Málaga, Gibraltar, Játiva, Alcira y Denia por el soberano de Murcia Muhammad b. Húd (m. 1238), que adoptó el título de al-Mutawakkil `ala Alláh (el que confía en Dios).
    Esta primera fase se terminó al marchar a León Fernando III, con motivo de la muerte de su padre. Se encontraba entonces el rey santo poniendo nuevo cerco a Jaén, desde donde se dirigió a Orgaz para reunirse con su madre.
    En la segunda fase se incorporaron a Castilla Trujillo (1232), Úbeda (1233), Medellín (1235) y Córdoba (1236), entre otras plazas. Úbeda capituló, y en su cerco intervinieron tropas de los concejos de Toro, Zamora, Salamanca y Ledesma. Con la conquista de Trujillo y Medellín se terminó prácticamente el dominio musulmán en Extremadura, gracias a la intervención de las órdenes militares. Córdoba cayó en poder de los cristianos a causa, en parte, de las rencillas de sus habitantes, que mediante pacto entregaron a Fernando III la ciudad vacía. Después de la entrada solemne en la ciudad (29 junio), precedido de la cruz y su enseña, el rey volvió a Toledo, dejando en Córdoba una guarnición al frente de Tello Alfonso; como lugarteniente de Andalucía quedaba Alvar Pérez de Castro (m. 1239).
    Córdoba fue repoblada con cántabros, leoneses y segovianos. Fernando III se aseguró el éxito de estas campañas, comenzando por dominar la insurrección de Muhammad b. Nasr de los Banú al-Ahmar, que envalentonado por los éxitos del ya citado Ibn Húd contra los almohades se había proclamado emir de al-Andalus, enfrentándose al mismo Ibn Húd. Más adelante, Ibn Nasr,, primer monarca de la dinastía Nazari en Granada con el nombre de Muhammad 1 (1231-72), fue un provechoso aliado de Fernando III, a quien ayudó incluso con tropas en sus conquistas.

    Entre la segunda y tercera fase contrajo nuevas nupcias (1237). Las primeras campañas se redujeron a incursiones con éxito por la campiña cordobesa. Tanto estas incursiones como una serie de pactos permitieron el dominio de numerosas plazas: Almodóvar, Baena, Benamejí, Ecija, Montoro, Osuna, etc. Muerto Ibn Húd, su sucesor en Murcia prefirió el dominio de las tropas castellanas a que su reino fuera anexionado por el de Granada. Fernando III comenzó la ocupación del territorio murciano, tarea que tuvo que dejar por enfermedad en manos de su hijo el infante Alfonso. Éste firmó con Jaime I de Aragón el tratado de Almizra (26 mar. 1244), que delimitaba las conquistas de castellanos y aragoneses en Levante.
    Aunque Fernando III prefirió el sistema de capitulaciones para anexionarse territorios, también tuvo que recurrir a las armas. En 1245, después de la conquista de Arjona y otras plazas, puso sitio definitivo a Jaén, aconsejado por el maestre de la Orden de Santiago Pelay Pérez Correa (m.1275). Muhammad I, que defendía a los sitiados por encontrarse Jaén bajo el señorío de Granada, dejó de ofrecer resistencia y firmó treguas por 20 años, en las que se comprometió a entregar la ciudad (1245). Con la tregua de Jaén y la conquista de Carmona (1247) y otras plazas, Sevilla quedó aislada.
    Desde 1246, los sevillanos habían abandonado la causa almohade. Las diferencias entre sus habitantes movieron a Fernando III a atacar la ciudad, aconsejado también por Pérez Correa y con la ayuda económica de la Iglesia, la participación de los caballeros de Santiago y tropas de Muhammad I. Decisiva fue la intervención de los 13 barcos, entre naves y galeras, que por encargo real reunió Ramón Bonifaz (m. ca. 1256), un «onme de Burgos» según la Crónica general. Sevilla, que hasta 1246 había sido la segunda capital del imperio almohade, capituló después de 15 meses de asedio (24 nov. 1248). El rey hizo su entrada solemne en ella (22 diciembre), cuando llevaba varios días vacía, como tenía por costumbre. Fijó allí su residencia y allí permaneció hasta poco antes de su muerte (30 mayo 1252), cuando preparaba una expedición a África.

    Fernando III continuó la tradición repobladora de su padre, pero de modo distinto. Repartió tierras entre los que habían tomado parte en la Reconquista, teniendo en cuenta su condición social. Las concesiones a nobles, eclesiásticos u órdenes militares dieron origen a los latifundios que aún perduran y que han condicionado la estructura socioeconómica del agro andaluz. La partición y entrega la aprobaba el rey a la vista de las propuestas de la Comisión de partidores, divisores y cuadrilleros. De todo lo efectuado se tomaba nota en los libros llamados Repartimientos .

    Personalidad del monarca.
    Se le describe, y los hechos lo demuestran, como una mezcla de realismo e idealismo, bondadoso y enérgico a un tiempo cuando las circunstancias lo requerían, amante de su familia y de sus vasallos, valiente y diplomático, cortés y afable. La vida de Fernando III siguió la trayectoria de un caballero medieval cristiano, que se santificó en el ejercicio de sus deberes reales. Protegió a la Iglesia y la cultura. En 1242, concedió privilegios y exenciones al Estudio General de Salamanca, que había fundado su padre. Comenzó las catedrales de Burgos y Toledo, en 1217 y 1227 respectivamente. Sustituyó el latín por el leonés-castellano en documentos.

    Su proyecto de refundir la legislación lo llevó a cabo su hijo Alfonso, pero fue Fernando III quien mandó traducir al castellano el Fuero juzgo, llamado en latín Liber judiciorum y que, promulgado por Recesvinto, en el 654, se usaba en los tribunales de justicia.

    CARLOS R. EGUÍA. BIBL.: Fuentes: G. CIROT (ed.), Crónica latina de los reyes de Castilla, «Bulletin Hispanique», 14 y 15 (llega hasta 1236); R. JIMÉNEZ DE RADA, De rebus Hispaniae, Valencia 1968; L. DE Tuy, Chronicon mundi, Francfort 1603-08 (llega hasta 1236); R. MENÉNDEZ PIDAL (ed.), Primera Crónica General de España que mandó componer Alfonso el Sabio, Madrid 1950.-Estudios: 1. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Madrid 1944; ÍD, Las conquistas de Fernando III el Santo en Andalucia, Madrid 1946; L. F. DE RETAMA, San Fernando III y su época, Madrid 1941; D. MANSILLA, Iglesia castellano-leonesa y curia romana en los tiempos del rey San Fernando, Madrid 1945; 1. GONZÁLEz, El Repartimiento de Sevilla, 2 vol.. Madrid 1951.
    http://www.canalsocial.net/GER/ficha...iografiasuelta
    Última edición por Gothico; 31/01/2008 a las 22:04

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. Sancho III "el Mayor", un Rey pamplonés e hispano
    Por Lo ferrer en el foro Biografías
    Respuestas: 7
    Último mensaje: 11/01/2008, 22:33
  2. Los Fueros de Sepúlveda
    Por Ordóñez en el foro Historia y Antropología
    Respuestas: 1
    Último mensaje: 04/08/2005, 17:22

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •