El hombre que causó la mayor derrota sufrida jamás por la Armada inglesa

Jesús Álvarez








Una exposición recuerda en la Torre del Oro las hazañas de Blas de Lezo, el héroe de la batalla naval de Cartagena de Indias

rocío ruz


Escultura de Blas de Lezo que se puede ver en esta exposición


Con sólo 6 barcos y 2.800 hombres, el almirante vasco Blas de Lezo, apodado «mediohombre» por faltarle un ojo, un brazo y una pierna, perdidos en el frente de batalla, supo combatir en Cartagena de Indias a la segunda flota más importante de la historia, que formaban 180 buques y 23.600 soldados, e infligirle a la Armada inglesa su peor derrota hasta ese momento. Corría el año 1741 y el marino español, uno de los más importantes de la historia naval española, hacía justicia a su leyenda con una nueva y última hazaña bélica.
El Ministerio de Defensa y el Museo Naval de Madrid han querido rescatar la figura de este marino con una exposición, que puede verse desde ayer en la Torre del Oro, y que repasa la vida y proezas de Blas de Lezo, un personaje que parece de película, pues con apenas 26 años ya era cojo, tuerto y manco, pese a lo cual había empezado a construir su leyenda del marino español que «iba dejando en cada batalla un pedazo de cuerpo para ganar un poquito de gloria», según señala Germán Arciniegas.
El que sus marineros llamaban «anka motz», «pata de palo» en euskera, limpió el Mar del Sur de piratas como comandante de Nuestra Señora del Pilar, donde se hicieron lenguas de su valor y talento en el combate. En 1734 fue ascendido a teniente general de la Armada y destinado como comandante general del Departamento de Cádiz. Tres años más tarde, zarparía hacia Cartagena de Indias al mando de una escuadra compuesta por dos buques de guerra que daban escolta a ocho mercantes y dos navíos de registro.
La «Guerra de la oreja de Jenkins»

Y fue allí donde tuvo lugar la «Guerra de la oreja de Jenkins», en recuerdo del capitán del «Rebeca», Robert Jenkins, que perdió uno de sus apéndices auditivos durante el apresamiento de su barco, lo que provocó a la postre, o, más bien, fue la excusa de la que se valió Inglaterra para declarar la guerra a España y disputarle sus posesiones caribeñas. El vicealmirante Edward Vernon se puso al frente de la escuadra que llegó a Cartagena de Indias en marzo de 1741 con 8 navíos de tres puentes, 28 navíos de línea, 12 fragatas, 130 naves de transporte y 2 bombardas, con una tripulación de 15.000 hombres, que unidos a 9.000 soldados regulares, 4.000 milicianos y 2.000 negros macheteros, formaban un total de 170 barcos y 31.000 hombres.
Frente a ellos, Blas de Lezo, el «mediohombre», sólo disponía de 6 barcos y 2.800 hombres para defender su posición y la ciudad. Pese a la abrumadora diferencia de medios materiales y humanos, Blas de Lezo y su escuadra, con la ayuda del virrey de Santa Fe, Sebastián de Eslava, y del gobernador de la ciudad, el coronel Melchor Navarrete, infligieron a la Armada inglesa la peor derrota de su historia. Sin embargo, el desastre inesperado de la flota inglesa fue silenciado por el gobierno de Jorge II, que habló de «intentos victoriosos» y de «falta de suministros y enfermedades tropicales» para no reconocer su derrota, mientras los españoles no lograron tampoco que se reconocieran en su tiempo los hechos tal y como sucedieron (un asedio fallido de 67 días y la pérdida de diez mil vidas inglesas), a todo lo cual se sumó la maniobra de Sebastián de Eslava ante Felipe V para que se le reconociera como único ganador la batalla y se denostara la actuación de Blas de Lezo, hasta el punto de que el héroe de Cartagena muriera pocos meses después de la batalla, sin honor, olvidado y en la ruina, arrojado a una fosa común.

Con la exposición organizada por el Ministerio de Defensa y el Museo Naval, que puede verse desde ayer en la Torre del Oro, y que incluye paneles informativos, un vídeo que recrea la batalla y la vestimenta del héroe de Cartagena, se pretende rescatar de ese olvido a una de las grandes figuras de la historia naval española, a cuyo valor y pericia en el combate no le acompañaron la suerte ni la lealtad de algunos de sus compañeros, que le impidieron disfrutar en vida de la gloria que merecía como heroico militar. Blas de Lezo tuvo que esperar 20 años después de su muerte para ganar, como el Cid, su última batalla: la concesión a su hijo del título de marqués de Ovieco y vizconde de Cañal, por el esencial papel de su padre en la defensa del sitio de Cartagena de Indias.
Como recuerda el capitán de navío y director-conservador de la Torre del Oro, Antonio Ruiberri, «el orgulloso almirante Vernon se retiraba tras su derrota gritándole al viento “¡Dios le maldiga, Lezo!”, a lo que éste respondería con ironía:“Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque está solo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir”». Ganador con las armas y con la palabra, de Lezo.

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