Somos un país sin memoria. El felipismo nos convirtió en una república bananera y los populares abandonaron cualquier principio por una gestión tecnocrática. Así van las cosas.


Hemos oído estos días a Esperanza Aguirre plantearse una pregunta que deberían hacerse todos los populares: Si la crisis es tan terrible como dicen, entonces, ¿por qué el PP no va muy por delante en las encuestas? Algo pasa, sin duda. Recordemos que en 1996, el triunfo de José María Aznar llegó por unos escasos 300.000 votos en un país que el gobierno más corrupto de nuestra historia había convertido en una república centroamericana. Por entonces Felipe González lamentó que les hubiera faltado una semana para ganar aquellos comicios y, hoy, los socialistas han aprendido la lección. Son mucho más mediocres e incapaces que los de la era González -si cabe- pero al menos todavía no les han cogido en un sin número de corruptelas que van desde la apropiación de dinero pasando por el enchufismo descarado o la organización de grupos terroristas de tebeo.

Sin embargo, los socialistas modernos sí que resultan eficaces en crucificar las escasas fuerzas que aún sostienen vivo el cuerpo social. Zapatero y sus chicos se han cuidado muy mucho de ir implementando todo aquello que desarticula punto por punto una sociedad tradicional. La ministra de educación -que ha conseguido reactualizar la purga ideológica soviética en la España del siglo XXI– tiene la desfachatez de comparecer ante los medios afirmando que la célebre "Educación para la Ciudadanía" sirve para educar una sociedad "plural". Dentro de poco, amparándose en el "derecho de las mujeres", nuestro gobierno impondrá una "ley de plazos" que, evitando plantear el debate del aborto en lo que éste es realmente, llevará el asunto al campo de los "derechos" para acabar produciendo en el país una reducción aún más de la tasa de renovación generacional autóctona. Idiotización colectiva mediante los valores "progresistas", disfrazados de "valores constitucionales", y muerte demográfica del pueblo con la subsiguiente sustitución poblacional por una masa de recién llegados que carecen de los mismos derechos sociales, son dos medidas que hacen del PSOE el partido con el que el capital global siempre soñó.

A esto se añade un poder financiero pletórico. Sin ir más lejos, el pasado día 29, BBVA y Banco de Santander anunciaron beneficios que desafían el tópico de la crisis bancaria. A muchos extraña que pese a que a todos les va mal, ellos siguen ganando más y más dinero. Estamos hartos de escuchar lo "solvente" que es nuestro sector financiero e incluso estamos hartos de contemplar cómo los organismos públicos de todo el mundo pugnan por "inyectar capital" en un sistema financiero quejumbroso. La idea no es mala, sin duda: la falta de capitalización de la función financiera puede acarrear el desastre.

El inconveniente es que el dinero generado en origen por emisión de los bancos centrales sigue sin llegar al pueblo trabajador y a las empresas que son las que realmente tiran de la economía global. Lejos de hacer que el dinero, verdadera sangre de la economía sin la cual el tejido productivo se necrosa, llegue a la gente, los bancos han utilizado las inyecciones públicas para recapitalizarse y aumentar su solvencia. Pero nada más. Algo que no es una mera decisión mercantil ha quedado secuestrada por aquellos a los que solo interesan sus beneficios.

Pero no hay que olvidar que fueron ellos los que, en su afán de crecer y de evadir el sistema de cobertura de préstamos -especificado en las normas de Basilea-, estiraron esa cobertura hasta límites poco razonables. Sin embargo pese a su codicia desenfrenada, siguen estando protegidos por una clase político-mediática que es capaz de cuestionar todo excepto lo que atañe al dinero. Así que cabe concluir que de esta crisis saldremos todos tocados menos el poder financiero que seguirá donde estaba, es decir, en la cúspide del poder. El resto, el pueblo llano, se habrá acostumbrado un poco más a aceptar lo que sea con tal de malvivir y a ir a trabajar donde sea por temor a una crisis que casi nadie sabe en qué consiste.

Es precisamente aquí donde la clase política -PSOE, PP y todos los demás- hacen de fieles mamporreros de la elite económica: unos y otros sostienen un discurso en el que todos llevan las de perder salvo ese poder. Y por favor, que nadie venga con la estupidez izquierdista de meter en el saco del poder económico al mundo empresarial, porque buena parte de los empresarios -es verdad que no la totalidad- son víctimas de aquellos que exprimen la gallina productiva hasta límites inaceptables. La consecuencia la pagamos todos en forma de paro.

Desgraciadamente, a fin de garantizar la hegemonía ideológica de ese discurso un montón de botarates repiten ad nauseam que hemos vivido "por encima de nuestras posibilidades". Evitan decir que hemos vivido con las reglas de juego que nos habían puesto; es decir, dinero barato, abundante y asequible. Por supuesto, añoramos su falta cuando nos cortan el flujo monetario que aquellos que deciden las reglas de juego habían establecido. Se nos dicen vaciedades como que hay que volver al "mérito" y al "esfuerzo" para salir de la crisis actual.

Algunos puntualizan la necedad de que hace falta "reformar infraestructuras", "flexibilizar el mercado de trabajo" y "fomentar el ahorro". En esto el dúo formado por Juan Iranzo < B>y Carlos Rodríguez Braun es imbatible. A nadie se le ocurre que el fracaso de la función financiera -como si fuera una especie de trombosis- tiene unas consecuencias tan brutales para la gente que vive de su trabajo -es decir, la mayoría- que no puede funcionar bajo el único criterio de aumentar siempre los dividendos del banco. El BCE puede bajar sus tipos todo lo que quiera, como de hecho hubiera tenido que hacer hace tiempo por orden política, pero si los bancos que reciben el dinero del BCE cortan a su vez el grifo, los efectos serán iguales que tener unos tipos del 10% en origen; es decir, desastrosos. Para que la economía funcione tiene que llegar dinero hasta alcanzar el pleno empleo y solo entonces, la emisión incontrolada de dinero puede producir inflación.

Pero lejos de eso, un dogma que nadie cuestiona -en esta época que tanto presume de racionalista- es que nada del mercado puede resultar alterado por el poder público y, en consecuencia, se entiende que la banca es uno de esos intocables. Sin siquiera imaginar la posibilidad, por ejemplo, de organizar una banca pública, en vez de ir "inyectando" dinero en el sistema financiero privado, nuestros políticos de uno y otro signo se limitan a pedir amablemente a los bancos que presten más. Es natural porque los dueños del dinero no quieren competencia interesada en que las cosas funcionen; su interés primero consiste en aumentar dividendos y esto marca una diferencia esencial. Para aportar credibilidad siempre habrá un catedrático mediocre, comprado o con demasiados intereses en forma de honores académicos y consideraciones sociales en calidad de "oráculo" de los tiempos, que se prestará a amparar las tesis de lo indefendible.

No es de extrañar que la banca española sea de las más solventes del mundo occidental porque desde hace treinta años ninguna otra ha gozado de levas gigantescas de dinero de los bolsillos de las clases trabajadoras, en forma de unos tipos de interés usurarios amparados por la clase política en bloque. Pero esta situación es claramente una de esas en las que el Estado tiene que intervenir porque, al revés que sucede con cualquier negocio, la misión del Estado es únicamente proteger la dignidad del pueblo, pasando por encima de dogmas que nadie cuestiona y que solo interesan a un poder compuesto por gentuza de guante blanco.

Esto es lo que nos lleva al tema del principio. La clase política ha vivido demasiado tiempo en simbiosis con situaciones económicas que justificarían la rebelión abierta como para no pensar que están en connivencia. Cada ministro de economía se ha reciclado en un consejo de administración o similar. PP y PSOE han apadrinado solo diferentes versiones del mismo panorama, salvo quizás cuando Aznar bajo dramáticamente los tipos de interés, como requería el Tratado de Maastricht.

Hoy PP y PSOE defienden en esto -en los crudos hechos económicos- el mismo proyecto de defensa a ultranza del capitalismo global. Pero el PP, más timorato y menos agresivo que el PSOE, en clara desventaja táctica por estar en la oposición, y en la esquizofrenia de decir que defiende ideas de unos electores a los que no defiende realmente, sueña con creer que la gente va a correr en pos de la estúpida receta liberal para estas situaciones: mercado irrestricto sin la más mínima intervención pública y una especie de suicida laissez faire en lo cultural, persuadidos de que a "los españoles" solo les preocupa el paro. Con esos mimbres Aguirre y Rajoy quieren hacer un cesto que, si lo hacen, será porque los otros se hayan pasado de listos, no porque ellos tengan una solo idea clara y distinta que aportar.

Como ha sucedido en EEUU, más que ganar Obama las elecciones se trataba de librarse, al precio que fuera, de una de las gestiones más desastrosas que ha soportado aquél país. Allí, como aquí, nos encontramos con que los que realmente mandan no quieren que existan alternativas reales.

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