No las tengo todas muy claras a la hora de saber si una lengua realmente evoluciona, o más bien retrocede. Por evolucionar entiendo el proceso por el cual dicha lengua iría perfeccionándose gramaticalmente, así como que alcanzaría mayor precisión descriptiva sin necesidad de recurrir a barbarismos extranjeros, algo muy habitual con los términos científico-técnicos -del Inglés y sin traducir-, o filosóficos -del Alemán y también sin correspondencia-, por mencionar dos ejemplos muy evidentes y la incorporación de una terminología de dudosa procedencia. Así pues, tengo para mi que lo que sucede con el español, o castellano, es justamente lo contrario entre la incorporación de los barbarismos (anglicismos, germanismos, y otros en menor número). Y no lo digo en cuanto a número de hablantes -de los que un tanto por ciento elevado de ellos son "verdaderos bárbaros" u "orcos" destructores de todo lo bello, y para comprobarlo basta con leer los mensajes de los móviles, que ya se están extendiendo masivamente al modo de escribir en general-, pero si en lo referente a la incorporación de un número increíble de vocablos, muchos de los cuales con significados dudosísimos.

En mi opinión, ejemplos de ello son algunos tales como: "mindundi" -que yo utilizo bastante cuando quiero descalificar y disminuir la importancia imaginaria de algún sujeto en particular-, "moñas" -que hasta me parece divertido-, "monguer" -del que he buscado significados y es completamente polisémico, según quien lo use o en qué contexto social y hasta geográfico-, y otros que sé positivamente que son carcelarios -menuda fuente de creación lingüística-, como: "buga" (coche), "peluco" (por reloj de pulsera o de bolsillo), "keli" o "queli" (casa, hogar), "manduca" (comer), "talego", "trullo", "maco", por cárcel o presidio, y un largo etc.

Y así, desde hace no demasiado tiempo, he venido escuchando el término "casoplón", por casa grande y lujosa, que es posible escuchar en series españolas de televisión entre personajes de ficción de bajo nivel pero que quieren dárselas de cultos y que lentamente se va incorporando al habla cotidiana de la gente en las conversaciones normales, o en sinceras exclamaciones cuando se avista alguna en lontananza desde el coche en marcha: ¡ahí va, fíjate que casoplón!. Siguiendo con mi lógica anterior, y dado el nivelazo sociocultural de quienes lo usan, pensaba que su desconocido origen, para mi, era similar al de los otros términos mencionados. Pero va a ser que no, al menos así lo sostiene el periodista sevillano Antonio Burgos. Como digo, no tengo claro si el español evoluciona o retrocede.


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO

Un casoplón

Me anunciaba el otro día Jacobo Cortines en una cenita simpática que dio Soledad Becerril que la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, que me honró un día haciéndome numerario, tiene en cartera reforzar sus relaciones con la Española, para que desde la calle Abades, tras oír nuestra rica fonética y nuestra precisa gramática, salgan hacia Madrid papeletas de andalucismos léxicos para las adiciones al Diccionario. Le recordé a Cortines que esta tarea, por su cuenta, ya la hizo don Manuel Halcón en la Real Academia, donde ingresó con un discurso sobre el campo andaluz y donde cada sesión siguió defendiendo nuestra cultura.

Halcón no era lingüista, sino lo que se llamaba honrosamente labrador (de ahí Círculo de Labradores), y escuchaba en el campo lebrijano nuestras vivas palabras. Se iba a su casa de la plaza de Cuba, cogía el DRAE y le ocurría lo que nos suele a todos los que somos aficionados al habla andaluza: comprobaba que aquellas voces andaluzas del campo lebrijano no estaban en el Diccionario. Pero no se vayan a creer que fueran palabras raras u olvidadas. Era, por ejemplo, la palabra "cosechadora", que Halcón consiguió entrar en el Diccionario, lo que me comentaba orgulloso ante media botellita de La Ina y media ración de jamón en los divanes casi parisinos de Los Corales.

Para cuando nuestra querida Academia aborde esa ayuda a la Española, tengo una carretada de palabras que llevarles a mis compañeros. Junto al DRAE tengo en la biblioteca el "Vocabulario andaluz", y cuando miro una voz en el Diccionario y no viene, la busco en la obra monumental de Alcalá Venceslada. Y como tampoco venga, la anoto en la página correspondiente del "Vocabulario". Lo tengo empetado de gaditanismos, voces que por cierto no vienen en ninguno de los dos. El último gaditanismo léxico que he apuntado se lo he leído a Antonio Martín en "Diario de Cádiz": "Los del jurado del Carnaval se ponen jipatos de comer". Jipato es el que se ha hartado tanto de comer que tiene hipo.

Pero mientras llevo o no llevo a la Academia de Buenas Letras un copo caletero de plata quieta de gaditanismos, planteo aquí una voz que me ha llamado la atención como aficionado a estas cuestiones y quizá dialectólogo frustrado por culpa del aburrimiento docente de la Filología Románica. La traigo para ver si alguien me puede decir de dónde viene. La estoy oyendo cada vez más. Es un rarísimo aumentativo ponderativo de casa, que no es casona ni casón. Es casoplón. Todo el mundo se ha hecho, se va a hacer o se está haciendo un casoplón:

-- No veas el casoplón que se ha hecho José María García en Marbella...

-- Pues creo que Curro se está haciendo también un casoplón bueno en Gines...


Es voz, sin duda, elegante, nada popular, a la que se le ve a leguas la buena cuna de su origen. Es una palabra que hasta huele bien, a señora importante. Se la he oído más a marquesas de Sevilla (a Pepita Saltillo, muchísimo) que a chirigoteros de Cádiz. No sé si es voz surgida en Andalucía, la gran creadora de la lengua, o venida desde Madrid, porque, la verdad, me huele un poquito a Puerta de Hierro, a La Moraleja.

Ahora, que para Moraleja, la que podemos sacar venturosamente de esta divagación dialectológica, y es que el habla andaluza está viva. ¡Viva!



Un casoplón