O eso dice el articulista en MSN, medio en broma, medio en serio, todos conocemos lo que dice el artículo, todos observamos semejante fenómeno que en serio, desgraciadamente en serio, está sirviendo para cargarse España, al tiempo sino se pone remedio a la brava.
Estos son los únicos españoles que nos caen bien a los españoles
¿Por qué nos cuesta tan poco tirar a nuestros ídolos?
El otro día conocí a una persona que odiaba a Iniesta. No era antipatía, era inquina intrincada. Y pensé, mira si vamos a odiar también a Iniesta acaba y vámonos. Para un una persona que cae bien por consenso además del inventor del queso frito no nos lo carguemos. ¿Cómo puedes odiar a alguien cuya mayor maldad ha sido dejarse una cresta de dudoso gusto?
Últimamente tenemos déficit de ídolos. Porque hasta el momento los más globales eran los deportivos y ahora ya se leen mensajes como “tan bueno no sería”, “igual lo que iba era dopado”, “yo con el triciclo de mi hija pequeña le doblo en una carrera”, “está acabado”, “Vicente del Bosque no vale ni para entrenar a la Gimnástica de Torrelavega”, “este no marca ni sin portero”, “este año no pasamos de la fase de grupos”. A ver, pensemos. Contemporáneos que le caigan bien a todo el mundo. ¿Penélope Cruz? No. ¿Amancio Ortega? Definitivamente no. ¿Alejandro Sanz? Definitivamente tampoco. ¿Arturo Pérez Reverte? No. ¿Casillas? Definitivamente no. ¿Marc Márquez? No. ¿David Muñoz? No. A mí, a bote pronto se me ocurren Matías Prats (y menos desde el “permíteme que insista”), Ana Blanco, Ramón García, los hermanos Gasol, los Alcántara y Froilán. Bueno, y Jordi Hurtado porque nunca hemos jugado con él al Trivial Pursuit y porque necesitaremos su sangre para garantizar la supervivencia de la raza humana.
El español lleva siendo muy de odiar desde tiempos inmemoriales. Somos un país con complejo de gruñón. Los haters van de semana en semana grande: Vivir pendiente de lo que otros publican para criticarlo. Odiar mucho el cine español: “Todo es Guerra Civil y tetas”. Odiar mucho la nueva cocina. Odiar a los taxistas. Odiar a los controladores aéreos que cobran mucho por no hacer nada. Odiar a los coachs. Odiar a los modernos. Odiar a las nuevas generaciones que están atontadas. Odiar a los youtubers. Odiar a quién habla demasiado bien inglés. Odiar a los blogueros que todos viven del cuento.
Aquí entra la famosa envidia española, que tiene categoría propia como la tortilla. “La envidia es la íntima gangrena del alma española”, decía Unamuno. O como diría tu cuñado en una comida familiar “la envidia es el deporte nacional”. Muchos creen que somos el país del si te caes, te machaco un poquito más para que no te levantes. De mirar con sospecha al que tiene ideas buenas, ese que alza la mano en clase y sale a la pizarra de forma voluntaria. De alegrarse de las desventuras del vecino. Quizá la mejor definición la hizo Julio Camba que dijo que: "La envidia de los españoles no es aspirar al coche del otro, sino a que el otro se quede sin coche". De hecho, en España nos hemos sacado de la manga la expresión “envidia sana” que si lo pensáis no hay por dónde cogerla. Es como si dices que tienes “un esguince de tobillo divertido” o una “resaca encantadora de Jägermeister”. No existen envidias saludables de la misma forma que una resaca de Jager es como si alguien te estuviese susurrando al oído “jódete” durante todo el día. La envidia es mala por naturaleza y pone zancadillas.
Pero hay otra teoría. La de que son los presuntos envidiados los que perpetúan el mito de la envidia. Es, decir recurren a la envidia ajena como excusa para tapar sus debilidades. “Es que me tienen envidia…”. Y ya está, es la evasiva definitiva. Esta teoría la sostiene Rafael Sánchez Ferlosio. Dice que el salmo de lamentaciones de los envidiados es solo una fantasía, y que por tanto, no existe la envidia como pecado nacional. Y en esta disyuntiva entre envidiados y envidiosos nos movemos desde hace semanas con Dani Rovira. Están los que creen que es el enésimo receptor de un linchamiento público sin merecerlo y los que opinan que echarle la culpa al mundo no es la mejor forma de aceptar las críticas aunque sí la más sencilla.
A ver cuando consideran los Goya deporte de riesgo por delante de la escalada en solo integral. A este paso el año que viene presenta la gala Bertín Osborne.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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