Serían las tres de la tarde del día 17 de julio de 1936 cuando el teniente coronel Maximino Bartomeu llamó a mi casa y me pidió que fuera con él a la Comisión de Límites.
Ligeros fuimos allí y dentro del edificio ya se encontraban algunos jefes y oficiales, entre los que recuerdo al teniente coronel Seguí Almuzara, cerebro oculto del movimiento en la plaza, el teniente coronel Darío Gazapo, capitán Carmelo Medrano y los tenientes Bragado, Comas, Tasso, Sánchez Suárez, Samaniego, Cano y otros que siento no recordar.
El teniente coronel Seguí empezó a darnos instrucciones concretas a cada uno: a Bragado, le ordenó hacerse cargo de la delegación gubernativa; a Sánchez Suárez, la inutilización de las radios de todos los barcos del puerto ...
Entre tanto nuestros enemigos no dormían. Sabían que algo iba a ocurrir. Las autoridades gubernamentales estaban al tanto de otra contrarrevolución que se estaba tramando a la sombra de la nuestra y se encontraban indecisas.
Pero entre nosotros hubo un Judás, que atemorizado, denunció el sitio y hora de la reunión y por eso, en el momento más crítico, vimos entrar en el patio a un grupo de guardias de Asalto, armados de fusiles, con un oficial, junto con unos policías de paisano.
Los guardias se distribuyeron alrededor del patio y de esta forma dominaron todas las ventanas del edificio y sus salidas. Al ver esta maniobra, nos miramos todos comprendiendo la situación desesperada en que nos encontrábamos.
El valiente teniente Sánchez Suárez nos distribuyó granadas de mano, a las que pusimos detonadores, y con nuestras pistolas cargadas nos agazapamos detrás de los muros de las ventanas dispuestos a defender duramente nuestras vidas. En nuestras miradas había el brillo de las heroicas decisiones. Nuestras manos no temblaban. Sabíamos cual era nuestro fin y teníamos la valentía de la nobleza de nuestra causa y el empuje sagrado de los años mozos.
Se acercaron los policías a la puerta y llamaron. Les salió al encuentro el teniente coronel Gazapo, quien serenamente les preguntó qué deseaban.
La orden de registro y de detención de los que allí estuvieran, era el propósito de aquellos policías y entonces Gazapo y el capitán Medrano intentaron convencerles de qué siendo aquel un edificio militar no podían efectuarlo de esa forma.
Mientas se desarrollaba esta conversación, llamé por teléfono a la representación de la Legión, que eran vecinos nuestros, y allí estaba de guardia mi fiel y valiente sargento legionario Sousa.
-Ven inmediatamente a la Comisión de Límites con unos legionarios. ¡Corremos peligro!.
Y aquel sargento, fiel a nuestro grito glorioso de, ¡A mí la Legión! Acudió velozmente e irrumpió a la carrera en el patio del edificio en donde estábamos, con un grupo de legionarios.
Pero aquel pelotón de legionarios no veía a nadie. No veían a sus oficiales, vacilaban y se encontraban rodeados de guardias de Asalto.
Fue un momento de una intensidad inenarrable. Dentro, nosotros sin poder salir al exterior; en el patio, los legionarios rodeados, sin saber qué hacer ... No sé lo que pasó por mí. De Dios fue aquella inspiración. Me latía el corazón y parecía que me iba a estallar; temblaba mi cuerpo de exaltación y mis nervios me ordenaban salir, y sin poder dominarme, salté al patio atropellando a los que estaban en la puerta y tomé el mando de los legionarios.
-“¡Fe en mí! ¡Carguen! ¡Apunten!”
Los fusiles de los legionarios apuntaron a los guardias y mi pistola buscó, certera, el corazón del teniente de Asalto. En nuestros ojos había la cruel y firme decisión de matar ..., pero en aquel momento trágico, cuando la voz de fuego era inminente, uno de aquellos guardias, con el terror reflejado en su rostro, arrojando su fusil al suelo, gritó:
-¡Mi teniente! ¡Mi teniente! ¡No disparéis! ¡Que somos padres de familia!
-¡Rendíos! –ordené, y aquellos guardias, que en honor a la verdad no sabían el alcance de su misión, depusieron las armas y se sumaron incondicionalmente a nuestros legionarios.
Serían las cuatro de la tarde del día 17 de Julio de 1936.
EL ÚLTIMO MANIFIESTO DE JOSÉ ANTONIO
Un grupo de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quiere asistir a la total disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto que la conduce a la ruina.
Llevamos soportando cinco meses de oprobio. Una especie de banda facciosa se ha adueñado del Poder. Desde su advenimiento no hay una hora tranquila, ni hogar respetable, ni trabajo seguro, ni vida resguardada. Mientras una colección de energúmenos vocifera -incapaz de trabajar- en el Congreso, las casas son profanadas por la Policía (cuando no incendiadas por las turbas), las iglesias entregadas al saqueo, las gentes de bien encarceladas a capricho, por tiempo ilimitado; la ley usa dos pesos desiguales: uno para los del Frente Popular, otro para quienes no militan en él; el Ejército, la Armada, la Policía son minados por agentes de Moscú, enemigos jurados de la civilización española; una Prensa indigna envenena la conciencia popular y cultiva todas las peores pasiones, desde el odio hasta el impudor; no hay pueblo ni casa que no se halle convertido en un infierno de rencores; se estimulan los movimientos separatistas; aumenta el hambre; y por si algo faltara para que el espectáculo alcanzase su última calidad tenebrosa, unos agentes del Gobierno han asesinado en Madrid a un ilustre español, confiado al honor y a la función pública de quienes lo conducían. La canallesca ferocidad de esta última hazaña no halla par en la Europa Moderna y admite el cotejo con las más negras páginas de la Checa rusa.
Este es el espectáculo de nuestra Patria en la hora justa en que las circunstancias del mundo la llaman a cumplir otra vez un gran destino. Los valores fundamentales de la civilización española recobran, tras siglos de eclipse, su autoridad antigua, mientras otros pueblos que pusieron su fe en un ficticio progreso material ven por minutos declinar su estrella; ante nuestra vieja España misionera y militar, labradora y marinera, se abren caminos esplendorosos. De nosotros los españoles depende que los recorramos. De que estemos unidos y en paz, con nuestras almas y nuestros cuerpos tensos en el esfuerzo común de hacer una gran Patria. Una gran Patria para todos, no para un grupo de privilegiados. Una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera. Para luchar por ella rompemos hoy abiertamente contra las fuerzas enemigas que la tienen secuestrada. Nuestra rebeldía es un acto de servicio a la causa española.
Si aspirásemos a reemplazar un partido por otro, una tiranía por otra, nos faltaría el valor -prenda de almas limpias- para lanzarnos al riesgo de esta decisión suprema. No habría tampoco entre nosotros hombres que visten uniformes gloriosos del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil. Ellos saben que sus armas no pueden emplearse al servicio de un bando, sino al de la permanencia de España, que es lo que está en peligro. Nuestro triunfo no será el de un grupo reaccionario, ni representará para el pueblo la pérdida de ninguna ventaja. Al contrario: nuestra obra será una obra nacional, que sabrá elevar las condiciones de vida del pueblo -verdaderamente espantosas en algunas regiones- y le hará participar en el orgullo de un gran destino recobrado.
¡Trabajadores, labradores, intelectuales, soldados, marinos, guardianes de nuestra Patria: sacudid la resignación ante el cuadro de su hundimiento y venid con nosotros por España una, grande y libre! ¡Qué Dios nos ayude! ¡Arriba España!
Alicante, 17 de julio de 1.936.-
José Antonio Primo de Rivera.
Alocución al Pueblo Español por el General Franco
(Manifiesto de Las Palmas)
¡Españoles!
A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la Patria, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa.
La situación de España es cada día que pasa más crítica; la anarquía reina en la mayoría de sus campos y pueblos; autoridades de nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas. A tiros de pistola y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los bandos de ciudadanos, que alevosa y traidoramente se asesinan sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia.
Huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la vida de la Nación, arruinando y destruyendo sus fuentes de riqueza y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación a los hombres trabajadores.
Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo a las consignas que reciben de las directivas extranjeras, que cuentan con la complicidad o negligencia de gobernadores y monterillas.
Los más graves delitos se cometen en las ciudades y en los campos mientras las fuerzas del orden público permanecen acuarteladas, corroídas por la desesperación que provoca una obediencia ciega a gobernantes que intentan deshonrarlas. El Ejército, la Marina y demás institutos armados son blanco de los más soeces y calumniosos ataques precisamente por parte de aquellos que debían velar por su prestigio.
Los estados de excepción y alarma sólo sirven para amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede fuera de las puertas de sus villas y ciudades, así como para encarcelar a los pretendidos adversarios políticos.
La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total; ni igualdad ante la ley, ni libertad, aherrojada por la tiranía; ni fraternidad cuando el odio y el crimen han sustituido al mutuo respeto; ni la unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial más que por el regionalismo, que los propios poderes fomentan; ni integridad y defensa de nuestras fronteras cuando en el corazón de España se escuchan las emisoras extranjeras que predican la destrucción y reparto de nuestro suelo.
La Magistratura, cuya independencia garantiza la Constitución, sufre igualmente persecuciones que la enervan o mediatizan y recibe los más duros ataques a su independencia.
Pactos electorales hechos a costa de la integridad de la propia Patria, unidos a los asaltos a Gobiernos Civiles y cajas fuertes para falsear las actas, formaron la máscara de legalidad que nos preside. Nada contuvo la apetencia de poder, destitución ilegal del moderador, glorificación de las revoluciones de Asturias y catalana, una y otra quebrantadoras de la Constitución, que, en nombre del pueblo, era el Código fundamental de nuestras instituciones.
Al espíritu revolucionario e inconsciente de las masas engañadas y explotadas por los agentes soviéticos, que ocultan la sangrienta realidad de aquel régimen que sacrificó para su existencia veinticinco millones de personas, se unen la malicia y negligencia de autoridades de todo orden que, amparadas en un poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el orden y el imperio de la libertad y de la justicia.
¿Es que se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo que estamos dando al mundo?
¿Es que podemos abandonar a España a los enemigos de la Patria, con un proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin resistencia?
¡¡Eso no!! Que lo hagan los traidores, pero no lo haremos quienes juramos defenderla.
Justicia e igualdad ante la ley os ofrecemos. Paz y amor entre los españoles. Libertad y fraternidad exentas de libertinaje y tiranía. Trabajo para todos. Justicia social, llevada a cabo sin enconos ni violencias, y una equitativa y progresiva distribución de la riqueza sin destruir ni poner en peligro la economía española.
Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros y a los extranjerizantes que directa o solapadamente intentan destruir a España.
En estos momentos es España entera la que se levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el Ejército, la Marina y las fuerzas del orden público se lanzan a defender la Patria. La energía en el sostenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de las resistencias que ofrezcan.
Nuestro impulso no se determina por la defensa de unos intereses bastardos ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia, porque las instituciones, sean cuales fueren, deben garantizar un mínimo de convivencia entre los ciudadanos que, no obstante las ilusiones puestas por tantos españoles, se han visto defraudados, pese a la transigencia y comprensión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica cuya realidad es imponderable.
Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas conquistas que representan un avance en el mejoramiento político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestros pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera vez, y por este orden, la trilogía FRATERNIDAD, LIBERTAD e IGUALDAD.
Españoles: ¡¡¡ VIVA ESPAÑA !!!
¡¡¡VIVA EL HONRADO PUEBLO ESPAÑOL y maditos los que en lugar de cambiar sus deberes traicionan a España!!!
General Francisco Franco.
Santa Cruz de Tenerife, a las cinco y cuarto horas del día 18 de julio de 1936.
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