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Tema: Don Luis de Requesens

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    Don Luis de Requesens

    En la batalla de Lepanto combatió con gran vigor, y sus muy acertadas disposiciones contribuyeron enormemente al triunfo final.

    Mentor de don Juan de Austria, su labor fue fundamental para la gran victoria de la Liga Santa en la batalla de Lepanto.

    Gobernador de los Países Bajos

    Capitán General de la Mar
    Lealtad: España
    Conde de Miranda
    Señor de Molinos del Rey

    Trece de la Orden de Santiago
    Encomienda Mayor de Castilla

    Embajador ante la Santa Sede


    Don Luis de Requesens tuvo por padres a D. Juan de Zúñiga y Avellaneda, hijo del segundo Conde de Miranda, y a Dª Estefanía de Requesens, de la rica y noble familia catalana de este nombre, señora de la villa de Molinos de Rey, de la villa y baronía de Martorell, con los lugares de Sasroviras, Castellbisbal y Castellví de Rosanes, y del antiguo Palacio menor de los Reyes de Aragón en Barcelona, llamado el Palau. Nació el 25 de agosto de 1528, en la cámara rica del paramento de aquel palacio, fue bautizado a los 28 del mismo mes en la parroquia de dicha casa, la iglesia ahora derruida de San Miguel.

    Aunque su nombre de pila hubiera debido ser Luis de Zúñiga y Requesens, en las capitulaciones matrimoniales de sus padres se especificaba que debía utilizar en primer lugar el apellido materno de doña Estefanía de Requesens, señora de la villa y baronía de Martorell y de los lugares de San Esteban de Sasroviras, Castellbisbal y Castellví de Rosanes, en lugar del apellido de su padre, don Juan de Zúñiga y Avellaneda, segundo hijo del Conde de Miranda, para respetar y perpetuar el apellido materno, que estaba emparentado con la Casa de Cardona. Compañero en vida de Miguel de Cervantes. Se crió como muy delicado y enfermizo. En una ocasión casi se le dio por fallecido, pero su madre lo llevó al altar de Nuestra Señora en Montserrat, donde al poco tiempo comenzó a recobrar la salud perdida. Se le nombró preceptor a don Juan de Arteaga e Avendaño, que había sido uno de los primeros discípulos de San Ignacio de Loyola.

    Cuando comenzó a juntarlos en España. Habiendo sido nombrado su padre ayo del Príncipe D. Felipe (al principio del año 1535), comenzó a servir al Príncipe de paje y fue uno de los niños que con él estudiaban; él llevó su guión mientras fue paje. En 1537 hízole merced el Emperador del hábito de Santiago. Entendiendo su padre que el estudio que se hacía con el Príncipe no era de mucho provecho, le dió por maestro particular al humanista Cristóbal Calvete de Estrella. Corría la sortija y justaba con el Príncipe y sus pajes con gentileza; con esto su carácter irritable y áspero se dulcificó.

    En 1543, fue de los designados para acompañar al Príncipe de Asturias en su boda con María de Portugal, permaneciendo junto a los desposados todo el tiempo y ocupándose de su administración y custodia. Al fallecer María por sobreparto el día 12 de julio de 1545, el Príncipe, muy dolido por la pérdida de su esposa, se retiró por un tiempo al Monasterio del Abrojo, donde don Luis le acompañó como amigo y compañero de sufrimientos, ocupándose al mismo tiempo de que nada le faltara para aliviar los sinsabores por los que pasaba.


    El 27 de junio de 1546 falleció su padre, por lo que el Emperador le concedió la Encomienda Mayor de Castilla, la cual había ostentado el padre hasta su muerte.

    En 1547, fue una vez más designado para acompañar al Príncipe a Monzón, pero en este viaje iba ya con capa y espada. Este viaje lo pudo realizar al haber salido de una más de sus muchas enfermedades sufridas, aparte de haber recibido una grave herida. Su madre le sugirió que, para pasar mejor esa mala temporada, se fuera a la Corte del rey Carlos I, que en esos momentos se encontraba en sus dominios de Emperador en el Sacro Imperio, por lo que partió de la ciudad de Barcelona el 11 de diciembre de 1547, llegando a Augusta donde en esos instantes se encontraba Carlos I, quien le recibió con todos los honores.

    El Rey tenía que desplazarse a sus territorios de Flandes, por lo que le designó para acompañarle. A la llegada del Rey a sus dominios, en los que hallaba su hermana la reina de Francia, doña Leonor, entre los regalos que se prodigaron hubo una serie de fiestas y torneos entre los diferentes caballeros. En uno de los torneos, sacó por su cuenta a dos cuadrillas, una en la que él encabezaba el grupo, rodeado de caballeros amigos y deudos de él, pero montando caballos ligeros para escaramuzar, mientras que la otra cuadrilla estaba compuesta por criados vestidos a la húngara, lo que no dejó de ser una gran sorpresa para todos y muy aplaudida.

    Siempre le distinguió su modestia, pues al llegar el príncipe Felipe y a pesar de tener el apoyo incondicional del Rey, Requesens no consintió que se le nombrara hombre de cámara de su Príncipe. Las fiestas continuaron a la llegada de la Corte a Bruselas. El Príncipe quiso justar con Requesens, éste accedió pero por ser la primera vez que se enfrentaba a su Alteza, en el momento del choque alzó la caña, por lo que el Príncipe no le alcanzó ni él tampoco. Pero unos momentos después le volvieron a retar, y don Luis no supo quién lo hacía, así que esta vez no levantó la caña, alcanzando en la celada al contrario, el cual fue desmontado y del golpe que recibió al caer en tierra se quedó adormecido. Al quitarle el yelmo, se dio cuenta que había sido engañado, pues el que yacía en tierra no era otro que el Príncipe Felipe.

    Al otro de esta fiesta le llegó la nueva de la muerte de su madre en Barcelona (25 abril 1549); con que se volvió a su ciudad. En ella recibió al Príncipe al desembarcar de vuelta a España (12 julio 1551), y de orden suya hospedó en el Palau al Príncipe del Piamonte Manuel Filiberto de Saboya, que venía en su compañía.

    Comenzó entonces a tratar de su matrimonio con Dª Jerónima, hija del maestro racional de Cataluña D. Francisco Gralla y Desplá y Dª Guiomar de Estalrich, que por no tener hijo varón sus padres, había de heredar toda su herencia, que era mucha. Se opuso el padre tenazmente, por querer casar a su hija con el Conde de Aytona, al matrimonio con Requesens, que, por otra parte, era vivamente apoyado por la madre, D. Guiomar; de aquí la discordia familiar; de nada valió la intercesión del Príncipe.

    Partió éste de Barcelona; el Comendador Mayor se fue a Madrid, adonde se había pasado la Corte y estaba ya convocado Capítulo general de la Orden de Santiago, en el cual fue elegido por uno de los trece, no teniendo más de veintitrés años. Por este tiempo, el maestro nacional, no pudiendo persuadir a Dª Jerónima, la desheredó, y casó a su hija segunda, Dª Lucrecia, con el Conde de Aytona; Dª Jerónima se fue con su madre, cuyo apellido tomó.



    En este capítulo se resolvió que el Rey entregaría cuatro galeras a ella y ésta debía mantenerlas durante tres años en perfecto estado para entrar en combate; y si todo funcionaba bien, se haría que la resolución continuase. Se realizó el asiento, con la firma del Rey y con la del Príncipe como Gobernador de España, siendo propuesto por todo el capítulo para el cargo de capitán general de ellas al Comendador Mayor de Castilla, por lo que el Príncipe le proveyó luego de todo lo necesario. Requesens aceptó por dos razones: la primera, porque había sido toda la Orden la que se lo demandó, y la segunda, porque al dejar la casa del Príncipe, quería cambiar de ambiente y conocimientos, y la mar no era una mala elección.

    Por varios y diferente motivos, en mayo de 1552 aún estaban sin formarse los aprestos de las cuatro galeras. Por esta razón, los de la Orden le rogaron al Comendador que marchase al Sacro Imperio, donde se encontraba el Emperador Carlos y pusiera en su conocimiento lo que estaba ocurriendo.

    Partió de Madrid con dirección a la Corte el 12 de junio de 1552, haciendo parada para embarcar en Barcelona. Aquí se encontró con doña Jerónima, que finalmente lo convenció, no sin usar todas sus dotes, de que se desposara con ella. Dado que las galeras ya habían partido y sólo una fragata quedaba dispuesta en el puerto para zarpar, a media noche se realizaron los capítulos matrimoniales y poco antes del amanecer contrajo el matrimonio. Apenas una hora después Requesens embarcó en el buque que debía trasportarlo a Génova.

    De esta ciudad pasó a Milán, poniéndose en camino siguiendo al Rey, al que dio alcance al pararse éste para juntar al ejército que debía de combatir a los rebeldes luteranos del Sacro Imperio. Con el Rey pasó a Metz y posteriormente a Lorena a mediados de octubre, donde al Rey le entraron sus dolores de la gota, por lo que dejó de capitán general del ejército al Duque de Alba, al que el Comendador de Castilla siguió en todas las escaramuzas y combates que hubieron lugar.

    En el sitio de Metz se declaró una epidemia que produjo graves pérdidas, y el mismo día de Navidad, al acabar de comulgar Requesens junto a los Caballeros de la Orden, le sobrevinieron unas fiebres; los facultativos llegaron a desahuciarlo. Antes de estar totalmente restablecido, se dio fin al asedio de Metz. Esto le obligó a realizar un penoso camino hasta llegar de nuevo a Bruselas, en donde ya se encontraba el Rey, con el que aprovechó para tratar los temas de la Orden. Volvió a partir hacia Génova, donde abordó una de las galeras del Duque de Alba y con la que retornaron a Barcelona. Al día siguiente de su llegada, se consumó su matrimonio.

    Al día siguiente se veló y consumó el matrimonio. En Valladolid dio cuenta al Capítulo del despacho que traía del Emperador sobre las pretensiones que la Orden tenía, y habiéndole remitido los del Capítulo la solicitud de este negocio, nombró por abogado al licenciado, Andrés Ponce de León, que años adelante fue su consejero en el gobierno de Milan. Llegada Navidad, se fue a Villarejo de Salvanés y habiendo acaecido la muerte de la Duquesa de Calabria, su parienta, se marchó a Valencia, donde supo que se había hallado un testamento de la Duquesa del año 1535, cuando estaba casada con el Duque de Nassau, en que dejaba por universal heredero de todos sus bienes libres a su primo D. Juan de Zúñiga, padre de Requesens, y después de sus días y de su mujer, a la hija mayor que tuviese, con condición de hacer cierto casamiento, y que si esto no se hacía, los heredase el hijo mayor de D. Juan de Zúñiga; de manera que en el caso que sucedió venía él a ser heredero. Tuvo sobre esto varios pleitos con D. Diego Hurtado de Mendoza, Conde de Saldaña, hijo mayor del Duque del Infantado, que estaba casado con Dª María de Mendoza hermana de la Duquesa difunta Dª Mencía y su sucesora en el marquesado de Cenete y en su mayorazgo. También tuvo pleito con su hermana Dª Hipólita, recién casada con don Pedro Gilabert de Centellas, cuarto Conde de Oliva; la cual alegaba que había sido llamada primero que su hermano, y que no estaba obligada a cumplir la condición del casamiento que se le había impuesto, pues la testadora la
    había casado de su mano. Finalmente vino la herencia en poder de D. Luis de Requeséns.

    Embajador ante la Santa Sede




    Se encontraba en Valladolid cuando recibió la visita de Juan de Vega, a la sazón Presidente del Consejo Real, que el nuevo rey Felipe II le había nombrado Asistente de Sevilla. Aunque el cargo era de mucha honra y autoridad, Requesens aún estaba resentido por la actuación del general de las Galeras de España, y se negó en redondo a aceptarlo.

    En diciembre de 1561, recibió la visita de fray Bernaldo de Freneda, de la orden franciscana y confesor del Rey, quien le puso en conocimiento de haber sido nombrado por el monarca Embajador de España ante la Santa Sede, en cuyo solio pontificio se sentaba el Papa Pío IV. Fue informado al mismo tiempo de que se le asignaba un sueldo de 8.000 ducados de oro anuales, más otros 10.000 por una sola vez para cubrir los gastos del viaje. A pesar de tan lucrativo cargo, no dio su conformidad hasta que obtuvo el consentimiento, previa consulta a su mujer y su hermano.

    Unos días después volvió a caer gravemente enfermo, por lo que no pudo partir de la capital hasta que no estuvo restablecido. Realizó la salida el 22 de diciembre de 1562 con dirección a Villarejo de Salvanes (Madrid),localidad en la que permaneció hasta la Pascua, y al terminar ésta se puso en camino hacía Valencia y de aquí a Barcelona.

    Las primeras galeras que zarparon de este puerto fueron las de la Orden de San Juan junto a las del Duque de Florencia. Se embarcó en la capitana de las de San Juan, a cuyo mando estaba el capitán general don Juan Vicente de Gonzaga, el que más tarde sería el cardenal Gonzaga, y llegaron a Civitavecchia, de donde se dirigieron a Bracciano. Allí su hija cayó enferma, por lo que su mujer se quedó al cuidado de la niña, y él prosiguió viaje, realizando el 25 de septiembre de 1563 la solemne entrada, que estaba estipulada para el representante del Rey Católico, que era la máxima, en la ciudad de Roma.

    La principal controversia que tuvo que sortear fue la de la preeminencia en los lugares sagrados que debían de ocupar el representante francés y el español, ya que después de varios enfrentamientos que llegaron a la violencia, el Papa había cedido, dando la preferencia al francés, con gran indignación de la legación española. Luis de Requesens puso los hechos en conocimiento del Rey y éste, en señal de la más enérgica protesta, ordenó al embajador que abandonara Roma, pero al mismo tiempo que hiciera saber al Sumo Pontífice que la revocación no era ante la Santa Sede, sino ante su persona. Pero Felipe II, por orden privada, le comunicó que bajo ningún concepto debía abandonar los Estados Pontificios, por lo que debía de ir entreteniéndose todo lo que pudiera, pues creía que Su Santidad no iba a durar mucho y debía estar presente para la elección del nuevo Papa, y para ello no debía de estar muy lejos.

    Requesens fue haciendo el camino muy lentamente, pero aun así logró llegar a Génova. Estando ya en esta ciudad envió a su esposa a los baños de Luca, donde llegó a punto de morir. Precisamente por esta dolencia de la que era conocedor, había pedido en repetidas ocasiones al Rey su licencia, para retornar a España, y justo le llegó la autorización estando en Luca.


    <- Pío IV.

    Asimismo le llegó la noticia esperada de que el Papa estaba enfermo, por lo que con gran discreción se encaminó hacia Roma, pero fue acercándose tan despacio que a su llegada, el cónclave ya se había cerrado para elegir al nuevo sustituto en el solio pontificio de Pío IV. Pero no se dio por vencido y se puso a trabajar, demostrando sus grandes dotes diplomáticas al ser quien más influyó en la elección del dominico e inquisidor Antonio Michele Ghiselieri como Papa, con el nombre de Pío V, que sería a la postre el impulsor de la Santa Liga contra el Turco.

    Por este tiempo llegó a Madrid el Capitán general de la Mar y virrey de Nápoles, García de Toledo, al que su majestad lo vio ya con poca salud, lo que le llevó a decidir relevarlo de sus funciones para tratar de que se recuperase. Por ello nombró a su hermanastro el príncipe don Juan de Austria como su sucesor en los cargos, pero al ser muy joven, le puso a Requesens de ayudante por ser persona de su entera confianza y conocedor de las cosas de la mar, lo cual puso en su conocimiento un documento con la firma Real, fechado en Madrid el 22 de marzo de 1568. En este documento se le concedían los más amplios poderes. Mientras, en la Embajada era sustituido por su hermano Juan de Zúñiga.

    Por sus grandes dotes y capacidad de mando, así como sus habilidades marineras, fue ascendido y nombrado Capitán General de la Mar. Utilizando su poder, consiguió organizar unas fuerzas navales que lograron impedir los constantes saqueos a que los hermanos Barbarroja sometían a las costas del Levante español e islas de Baleares. Al poco tiempo se volvieron a resentir las relaciones entre el Rey y el Papa, lo que decidió a Felipe II a hacer regresar a don Luis a Roma, quien en poco tiempo resolvió las diferencias retornando la tranquilidad entre ambos poderes. Al terminar este asunto, el Rey le volvió a ordenar que regresase junto a su hermano en la mar, pero antes de que las galeras pudieran estar listas, se produjo el levantamiento de los moriscos del reino de Granada.

    Durante 1571 y 1572 fue el brazo derecho de don Juan de Austria, aunque en realidad y por carta firmada por el rey Felipe II, lo que ejercía era de segundo jefe de la Armada y como tutor del Príncipe. Por instrucciones secretas se le comunicaba que «por sus cualidades reunían, la prudencia, buen juicio, virtudes diplomáticas, experiencia marinera en este mar y una respetada condición nobiliar».

    El padre March describe con todo el acierto la misión encomendada por el Rey a Requesens, pues se recibe un nuevo documento, en el mes de junio de 1571, el cual ratificaba al de 1568, lo cual era muy sintomático. Esta reafirmación en las recomendaciones, las cuales fijaban con toda claridad sus responsabilidades para la expedición de la Santa Liga contra los turcos, afirmaba que «todo lo que hubiera de despacharse por escrito, debía llevar la firma tanto del capitán general como la suya» y aún insistía más al decirle en esa instrucción reservada adjunta «todo lo que ordenare e hiciese debía ser de acuerdo, sin poder don Juan apartarse de él de ninguna manera y en caso de que se apartara alguna vez de su parecer, le facultaba para hacer discretamente las diligencias que creyera convenientes, para acudir a su regia autoridad, todo ello, sin demostraciones públicas y guardando la consideración que al príncipe se debía».

    Por otra carta de junio del mismo año de 1571, se le designa como una de las tres personas, junto a don Álvaro de Bazán y don Juan Andrea Doria, que tienen que prestar su consentimiento a la decisión de presentar el combate, pero al mismo tiempo se mantiene la orden de que el «capitán general no podía expedir ni firmar disposición ninguna sin la previa revisión y aquiescencia de don Luis».

    En la batalla de Lepanto combatió con gran vigor, y sus muy acertadas disposiciones contribuyeron enormemente al triunfo final. Guardó, no obstante, tal discreción y tacto que quedó en un segundo plano, tanto por seguir las recomendaciones de su Rey, como por el cariño y afecto que profesaba a don Juan de Austria. Al terminar el combate, dirigió la recuperación de todos los bajeles posibles, mandando a continuación su reparación, para con ellos comenzar una expedición contra Túnez, que se efectuó al año siguiente.

    Gobernador de los Países Bajos

    Después del combate de Lepanto, donde la victoria fue una demostración de sabiduría y fuerza de las armas contra la de los turcos, por expresa decisión de Felipe II se le nombró Gobernador del estado de Milán en 1572.

    Al año siguiente se le encomendó el Gobierno de los Países Bajos, relevando en el mando al Duque de Alba, cuya política represiva y continuas victorias sobre los rebeldes no habían logrado pacificar el país. Requesens recibió instrucciones precisas de negociación: debía salvaguardar, a toda costa, la soberanía del legítimo gobernante de los Países Bajos y la ortodoxia católica. Pero todos los buenos oficios de Requesens no pudieron evitar la prosecución de la lucha, por la enconada oposición de los rebeldes. Ya antes de partir para Bruselas, Requesens publicó una amnistía general, la abolición del Conseil de Truobles y la derogación de las alcabalas. Pero si esta oferta de buena voluntad apenas tuvo eco en el sur, fue totalmente desoída en las provincias norteñas. Llegado a finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que acudir a las armas para imponer su autoridad.



    Aunque en febrero de 1574 se había perdido el importante puerto de Middelburg, Requesens logró una brillante victoria sobre las tropas de Luis de Nassau en Mook, en el valle del Mosa, en la que perdieron la vida otros dos hermanos de Guillermo de Orange, y pudo reducir bastante rápidamente la zona meridional. Ahora parecía el momento de anunciar su política de conciliación y de perdón, pero, falto de dinero para atender al pago de sus soldados, Requesens se hallaba en una situación comprometida. El Rey enviaba ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la Hacienda regia.

    Los Estados de Holanda y Zelanda, debido a nuevas adhesiones al credo calvinista y a la emigración de otros de las provincias meridionales, contaban con la mayoría de la nueva religión y no estaban dispuestos a aceptar aquella imposición. Además, el calvinismo estaba plenamente identificado con la causa nacionalista y no podía ser dejado de lado.

    Fracasadas estas negociaciones, Requesens reemprendió la lucha con mayor denuedo. Tropas españolas al mando del coronel Cristóbal de Mondragón, con el agua al cuello y soportando los disparos de los soldados y marinos holandeses, que les ocasionaron numerosas pérdidas, vadearon los bajos que separaban las islas de Duiveland y Schouwen y ocuparon gran parte de Zelanda. Pero cuando tenían los españoles una salida al océano y podían cortar las comunicaciones entre Walcheren y el sur de Holanda, surgió un motín general de las tropas. El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó cortada. Se debían a las tropas, en algunos casos, casi dos meses de soldada, por un importe de 6.000.000 de escudos. Surgieron nuevos motines de las tropas, y durante cerca de un año estuvieron paralizadas las operaciones militares.

    Por tal cúmulo de desgracias y su ya manifestada debilidad de su cuerpo don Luis de Requesens falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, haciéndolo como un verdadero y ferviente católico, asistido por varios facultativos y clérigos. Fue sustituido en el gobierno de los Países Bajos, sumidos en el caos, por don Juan de Austria.

    Su cuerpo fue trasladado a su ciudad natal, Barcelona, siendo enterrado en el panteón familiar de la capilla anexa al Palau, en el que cuarenta y siete años antes había venido al mundo.



    JJ.Godoy Espinosa de los Monteros - En la batalla de Lepanto combatió con gran vigor, y sus muy acertadas disposiciones contribuyeron enormemente al triunfo final.

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    Re: Don Luis de Requesens

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    Luis de Requesens, el general catalán que dio hasta su última gota de sangre al Imperio español


    Educado junto a Felipe II, el diplomático y militar nacido en Barcelona fue el hombre de confianza del Rey que tuteló a don Juan de Austria en la batalla de Lepanto. Murió en la guerra de Flandes en medio de un motín generalizado de las tropas hispánicas

    Historia

    Luis de Requesens, el general catalán que dio hasta su última gota de sangre al Imperio español

    Educado junto a Felipe II, el diplomático y militar nacido en Barcelona fue el hombre de confianza del Rey que tuteló a don Juan de Austria en la batalla de Lepanto. Murió en la guerra de Flandes en medio de un motín generalizado de las tropas hispánicas
    Retrato de Luis de Requesens y Zúñiga - Biblioteca Nacional de España

    César Cervera


    La implicación militar de los catalanes, cuyos fueros prohibían expresamente servir en una fuerza armada lejos del principado, fue casi siempre nula en los asuntos del Imperio español.
    Así, son pocos los soldados catalanes que protagonizaron grandes gestas o batallas de los siglos XVI y XVII donde la intervención de los habitantes de esta zona de España fuera crucial. Luis de Requesens –procedente de una familia catalana enraizada en Castilla– y la batalla de Lepanto son las más famosas excepciones. Según distintos historiadores navales, el almirante catalán asesoró directamente a don Juan de Austria sobre la estrategia que debía aplicar el bando cristiano en «la más alta ocasión que vieron los siglos», que dijo Miguel de Cervantes.


    Bien es cierto que la relación de esta familia con Castilla no era la habitual en la época entre los distintos reinos que conformaban la Monarquía hispánica. Se puede decir, en efecto, que los castellanos se encontraban conociendo a los aragoneses, y viceversa, cuando los Requesens –barones de Martorell (en la Provincia de Barcelona)– se tropezaron con los Zúñiga, unos nobles castellanos pero de origen navarro. De esta forma, el padre de Luis de Requesens, Juan de Zúñiga y Avellaneda –consejero personal de Carlos I de España– se casó con Estefanía de Requesens, señora de la villa de Molins de Rey. Las capitulaciones matrimoniales precisaban que el heredero debía utilizar en primer lugar el apellido materno.

    Su padre fue ayo del Príncipe don Felipe y se llevó a su hijo a la Corte

    Nacido en Barcelona el 25 de agosto de 1528, Luis de Requesens y Zúñiga fue un niño enfermizo al que en una ocasión casi se le dio por fallecido, pero su madre lo llevó al altar de Nuestra Señora en Montserrat, donde al poco tiempo comenzó a recobrar el aliento. No en vano, la historia tenía reservada grandes gestas al joven catalán que, por destinos de la vida, iba a recibir la educación de un Príncipe. A principios de 1535, su padre fue nombrado ayo del Príncipe don Felipe y se llevó a su hijo a la Corte, donde ejerció como paje del futuro monarca. La cercanía con el Príncipe le convirtió en su compañero de juegos, el encargado de llevar el guion real (el estandarte) y en su confidente. En 1543, fue designado para acompañar al Príncipe de Asturias en su boda con María de Portugal, que falleció por sobreparto dos años después. El noble catalán acudió junto a su amigo cuando, deprimido por la muerte de su joven esposa, se retiró temporalmente al Monasterio del Abrojo.Embajador en la Santa Sede

    La estrecha relación de Luis de Requesens con el Príncipe de Asturias le situó, llegado a adulto, como un fiel y polivalente servidor de la Corona. Un hombre tan capaz de encargarse de materias diplomáticas como de empresas militares. Y ni siquiera el fallecimiento de su padre en 1546 pudo retrasar el ascenso político del catalán al que el Emperador le concedió la Encomienda Mayor de Castilla, ostentado por su padre hasta su muerte, y fue nombrado caballero de la Orden de Santiago antes de cumplir los 23 años. A petición de Carlos I, esta orden militar armó cuatro galeras para combatir a los turcos en el Mediterráneo y puso al frente a Luis de Requesens. Las cruzadas reales llamaban a la puerta del noble.


    Pero antes de enfrascarle en la guerra mediterránea, Felipe II tenía otros planes para su amigo de la infancia. En diciembre de 1561, Requesens fue nombrado por el monarca Embajador de España ante la Santa Sede, en cuyo solio pontificio se sentaba el Papa Pío IV. Como diplomático, su mayor éxito fue conseguir la elección del dominico Antonio Michele Ghiselieri como Papa, con el nombre de Pío V, que sería a la postre el impulsor de la Santa Liga contra el Turco. Además, durante su estancia en Roma le tocó lidiar con las quejas del Papa al proceso que el Rey español consintió contra el cardenal-arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza.


    De un cargo diplomático a uno militar. Felipe II nombró a su hermanastro Juan de Austria como Capitán general de la Mar, pero al ser muy joven encargó a Requesens tutelarle en su servicio, para lo cual le concedió los más amplios poderes. Y aunque la flota hispánica no protagonizó grandes acciones, se lograron impedir los saqueos que los hermanos Barbarroja realizaban hasta entonces impunemente a las costas del Levante español e islas de Baleares y se cimentó la amistad entre Juan de Austria y Luis de Requesens. Al terminar la temporada de maniobras navales, el Rey volvió a ordenar al catalán que regresara a Roma, pero el levantamiento de los moriscos en el reino de Granada volvió a unir pronto su destino al del hermanastro del Rey.

    Acompaña a Juan de Austria en su cruzada

    Felipe II se propuso eliminar definitivamente los resquicios musulmanes de «la diócesis menos cristiana de toda la Cristiandad» –como la había definido el Papa– y espantar la posibilidad de que los moriscos ayudaran a los turcos a realizar un ataque directamente en suelo patrio. Las amenazas desde Madrid prendieron el levantamiento armado el día de Navidad de 1568, que se extendió por las escarpadas montañas granadinas. Además de pródiga en episodios de extrema violencia, la Rebelión de las Alpujarras tuvo una duración, dos años, mucho mayor de la prevista por el monarca. El motivo estuvo en la descoordinación entre los marqueses de Vélez y de Mondéjar, así como en la escasa calidad de las tropas que residían en la península —las unidades de élite estaban en Flandes y en Italia—. Precisamente para remediar estas carencias, don Juan de Austria, junto a Luis de Requesens, fueron puestos al mando de soldados enviados desde Italia.


    Aunque la lucha fue complicada y Juan de Austria –cuya actuación tuvo mucho que ver en que fuera designado almirante general de la Santa Alianza en Lepanto–, la victoria cristiana llegó en 1571 y trajo consigo una deportación general de los 80.000 moriscos granadinos hacia otros lugares de la Corona de Castilla, especialmente hacía Andalucía Occidental y las dos Castillas. Y con el final de la campaña, los dos héroes del imperio regresaron al mar, donde a Requesens le fue encomendada la preparación de la escuadra y ejército españoles que debían unirse a la Santa Liga, siendo formada esta expedición en el puerto de Barcelona, que se proponía enfrentarse a la temida flota turca.

    Requesens fue el teórico detrás de las decisiones estratégicas en Lepanto

    Para muchos historiadores, Luis de Requesens estuvo detrás de las decisiones estratégicas que marcaron el éxito del bando cristiano. Entre ellas, la orden de repartir a la infantería hispánica entre los barcos venecianos que iban vacíos de soldados armados o de conceder el protagonismo a los arcabuceros, los cuales se mostraron determinantes durante la contienda. Según las instrucciones del Rey, el noble catalán debía ejercer de segundo jefe de la Armada y como tutor de Juan de Austria «por su prudencia, buen juicio, virtudes diplomáticas, experiencia marinera en este mar y una respetada condición nobiliar». Además, era una de las tres personas, junto a don Álvaro de Bazán y don Juan Andrea Doria, que tenían que prestar su consentimiento a la posible decisión de presentar el combate.
    Una vez en el golfo de Lepanto, donde los cristianos se impusieron a los otomanos y les causaron 30.000 bajas, Luis de Requesens combatió en una galera de la Orden de Santiago, pero prefirió quedar en un segundo plano, tanto por seguir las recomendaciones de su Rey como por el cariño y afecto que profesaba a don Juan de Austria al que no quiso restar protagonismo. Al terminar el combate, dirigió la recuperación de todos los bajeles posibles, mandando a continuación su reparación, para con ellos comenzar una expedición contra Túnez el año siguiente.


    Sus maniobras políticas fueron decisivas para que la imagen del Santísimo Cristo de Lepanto fuera llevada a Barcelona. Requesens, asimismo, prometió a la virgen que mandaría construir un convento en Villarejo de Salvanés –hoy en día presidido por dicha patrona– si ganaban la batalla.

    La Guerra de Flandes: la tumba del Imperio

    Estos éxitos militares y su fama de hombre conciliador llevaron a Felipe II a elegir a Luis de Requesens como nuevo gobernador de Flandes en sustitución del severo Gran Duque de Alba. Si bien el catalán no gozaba del talento militar de su predecesor, uno de los grandes generales de su tiempo, la debilidad de la hacienda real obligaba a buscar una solución pacífica a la rebelión local contra su soberano, el Rey Felipe II. Así, antes de partir para Bruselas, el nuevo gobernador publicó una amnistía general, la abolición del Tribunal de Tumultos, símbolo de la represión española, y la derogación del impuesto de las alcabalas. No obstante, el cambio de estrategia de la Monarquía hispánica fue interpretado entre las filas rebeldes como un síntoma de flaqueza y a finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que recurrir nuevamente a las armas para imponer su autoridad.


    En el mapa militar heredado del Gran Duque de Alba
    , aunque se mantenía bajo control la mayor parte de Flandes, se habían perdido las ciudades norteñas en la zona de Holanda y de Zelanda. En febrero de 1574 se extravió el importante puerto de Middelburg, lo cual obligó a Requesens a redoblar los esfuerzos navales, pero sin obtener grandes resultados. El Imperio español no tenía una flota adaptada a las características de las costas del norte de Europa y su auténtico poder manaba de la superioridad de su infantería, los Tercios Castellanos, que lograron imponerse en la batalla de Mook, en el valle del Mosa. Si bien el mando directo de los españoles lo tuvo en esa ocasión el abulense Sancho Dávila, la batalla de Mook es recordada como la máxima hazaña durante el gobierno del catalán y causó la muerte de dos hermanos de Guillermo de Orange, el cabecilla de la rebelión contra la Corona.

    Los gastos de mantener a 86.000 hombres forzaron la suspensión de la hacienda

    Aun así, Luis de Requesens no pudo aprovechar la victoria y, cuando las tropas españolas al mando del coronel Cristóbal de Mondragón –con el agua al cuello y soportando los disparos de los soldados y marinos holandeses– avanzaban hacia Zelanda, se extendió un motín generalizado entre los ejércitos hispánicos por la falta de pagas. Desde el cambio de gobernador, el Rey enviaba ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la hacienda regia. El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó en punto muerto.

    Sin fondos, sin tropas y cercado por el enemigo que había aprovechado para contraatacar, Luis de Requesens trató de cerrar un pacto con las provincias católicas durante el tiempo que su salud se lo permitió. Enfermizo desde que era un niño, el catalán fue víctima de intermitentes fiebres durante toda su vida que estuvieron a punto de causarle la muerte en varias ocasiones. A los 47 años de edad, Luis de Requesens falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, a causa posiblemente de la peste, dejando por primera vez inacabada una tarea que le había encomendado su Rey y amigo Felipe II. Su cuerpo fue trasladado a su ciudad natal, Barcelona, siendo enterrado en el panteón familiar de la capilla anexa al Palau.

    La rapidez con la que se propagó la enfermedad imposibilitó que el Comendador de Castilla pudiera dejar orden de su sucesión y fue el conde de Mansfeld quien se hizo cargo temporalmente del mando. Casi dos años después, tras retrasar al máximo su partida, Juan de Austria –que también moriría en Flandes– tomó el relevo de su mentor como gobernador.

    Luis de Requesens, el general catalán que dio hasta su última gota de sangre al Imperio español

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