En la Península, asoma un albor renacentista que se reproduce, aunque débilmente, en el siglo XIV para resurgir, ya sin interrupciones y por manera brillante, en el XV y el XVI: los precursores se encuentran en el XIV: son el Infante don Juan Manuel, en "El Conde Lucanor" y Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en "El Libro de Buen Amor", revelando influencias de Grecia y Roma y Pedro López de Ayala, que tradujo las obras de Tito Livio.
Los verdaderos renacentistas españoles son otros, entre los cuales vamos a designar únicamente varios nombres, entre las que parecen más relevantes. Sin guardar un riguroso orden cronológico he aquí, en rapidísimo diseño, tales figuras:
El Cardenal Gil de Albornoz (1310-1367): Según Menéndez y Pelayo: "uno de los más grandes hombres que España ha producido y en talento político quizás el primero de todos; reconquistador del tesoro de San Pedro. Su inteligencia ilumina una gran parte de nuestro siglo XIV. Celebró numerosos Concilios provinciales.
Tomó parte en la campaña contra los moros de África y asistió a varios combates en la Península, salvando, en el sitio de Tarifa, la vida de Alfonso XI. En el reinado de Pedro I renunció a la mitra de Toledo y pasó a Roma. Nombrado por Inocencio VI jefe de su poder militar, reconquistó todas las plazas que formaban los Estados Pontificios. Fundó en Bolonia el Colegio Español.
Su personalidad compleja, dominada por su genio político, resurge con todo su esplendor a través del análisis del reciente estudio de Juan Beneyto.
Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, llamado por B. Croce "Príncipe del Renacimiento. Conquistador de Nápoles. En sus negociaciones, muy dilatadas, con los Papas, se acreditó de muy hábil en asuntos políticos. Era ingenioso y espléndido y grande aficionado a las Letras, que protegió durante sus cuarenta y tres años de reinado.
"La Corte literaria de Alfonso de Aragón en Nápoles", de Benedetto Croce, da idea de la importancia de esta figura que contribuye en gran modo, a la españolización del Renacimiento italiano, obra en primer término de los aragonesas y catalanes, que aceptaron sin reservas una cultura que se consideraba superior y vertieron en los moldes peninsulares.
Un núcleo de poetas hispánicos florecIió en la Corte literaria de Alfonso V.
Fernán Pérez de Guzmán vive desde el final del siglo XIV hasta más de la mitad del XV noble, culto, moralista, militar y político. En tiempo de Enrique, III el Doliente fue embajador en Aragón y durante el reinado de Don Juan II, se distinguió en el bando opuesto al Condestable don Alvaro de Luna.
Traductor de Séneca el Filósofo, conocedor de Virgilio, Ovidio, Cicerón Plutarco y Quintiliano, era un buen prosista y un poeta desigual que sirve de puente entre dos siglos y escuelas, prestándose a una curiosa semblanza, él, que en su "Mar de historias" las escribió tan extraordinarias y excelentes.
Enrique de Villena. Personaje conocidísimo, pero inagotable. Su afición a las artes adivinatorias, a las ciencias ocultas, hizo que su figura cobrara perfiles diabólicos en su época.
Habría que desentrañar la leyenda qué le hace aparecer como un "mago" que hizo pacto con Lucifer. Villena es el precursor de los gastrónomos modernos (Arte cisoria) y un poeta mitólogo y humanista considerable.
Tradujo la Eneida y la Divina Comedia. Su biblioteca denuncia su amor a los clásicos. Su vida y su obra muy conocidas, préstanse a una revisión que podría depararnos un libro interesantísimo.
El Marqués de Santillana forma, con Juan de Mena, el par de figuras próceres del tiempo de Don Juan II. Un extraordinario poeta; un magnate que compaginaba la política y la cultura y nos dejaba, en su notable facilidad, ejemplos permanentes de lograda belleza. Valeroso guerrero, político hábil y profundo humanista. Su dilatada existencia, por sus episodios y relieves destacados, a la inversa de la reconcentrada y pálida de Juan de Mena, brinda un tema de lucimiento al escritor a quien se confíe su evocación y estudio.
El Marqués de Santillana es uno-de los "Claros varones de Castilla" y una gloria imperecedera del Renacimiento español.
Su hijo, el Cardenal Mendoza, préstase también a la curiosidad y atención de los biógrafos y críticos contemporáneos.
Alfonso de Cartagena, el famoso obispo de Burgos, coetáneo y amigo del Marqués de Santillana. Tradujo a Cicerón y a Séneca. Hizo de su palacio episcopal un centro de la cultura de su época. Conquistó amplia fama como poeta. Procedía de la familia Santa María, de judíos conversos.
Fue cronista de Castilla, político y embajador digno y severo. Tuvo intimidad con Pérez de Guzmán y trato amistoso en Italia con Eneas Silvio Piccolomini y el Aretino. Merece figurar entre los renacentistas españoles en un puesto eminente.
Ausias March, el gran poeta valenciano. Secretario de "Cartas latinas" de Juan II, amigo y valido del Príncipe de Viana; de un acento tan personal en su obra poética comparable a la de Petrarca.
Luis Vives, el gran filósofo, precursor de Bacón y de Descartes. Humanista egregio que estudió en París y en los Países Bajos y profesó en las Universidades de Lovaina y Oxford. Verdadero luminar de su siglo, el XVI, con el cual llega a su apogeo el Renacimiento hispánico.
Versado en todos los conocimientos, pensador profundo y estilista de los más elegantes, su "Tratado del alma y de la vida" le coloca entre los más altos filósofos de todos los tiempos y pueblos.
Elio Antonio de Nebrija. El más grande de los humanistas españoles. Nuestra autoridad gramatical que llamaremos "clásica". Después de más de cuatro siglos su gramática castellana y latina se siguen consultando con fruto.
Fue cronista de los Reyes Católicos y profesor de las Universidades de Salamanca, Alcalá de Henares y Sevilla. Nebrija es el más castizo representante de nuestro Renacimiento en el período de los Reyes Católicos y a la vez el fijador de nuestro idioma. Influye en Juan del Encina y, sin duda, a él se debe la iniciación virgiliana de Garcilaso, en 'las "Églogas".
Ha sido llamado por un crítico el "españolizador del Renacimiento", lo que equivale a decir que en, su espíritu, maravillosamente amplio y sensible, se reúnen y armonizan todas las corrientes que concurren a rejuvenecer y fertilizar desde las fuentes antiguas el pensamiento y el arte de la Europa del XV y el XVI.
Juan del Encina. Llamado "patriarca del teatro español". La figura más finamente representativa del Renacimiento español. El espíritu del humanismo más acendrado acompaña en toda su obra, al músico y al poeta. Su vida, que es —dice un crítico-- "un hervidero de, contradicciones", esto es, vida apasionada y compleja, transcurre
en Salamanca, Roma y Jerusalén.
Fue protegido de Alejandro VI y servidor del Duque de Alba. Intenta realizar en su vida misma la síntesis de los dos mundos antagónicos: cristianismo medieval y renacimiento pagano.
En la evolución de su estilo parte de formas completamente líricas que van introduciéndose, en su obra dramática. En sus villancicos una música suave y viva de expresión se amolda a la graciosa agilidad literaria. El "Auto del Nacimiento y de la Pasión", de Encina, hace apuntar, espléndida, la aurora de nuestro teatro.
Don Diego Hurtado de Mendoza. Prócer entre los próceres. Supersonalidad renacentista se desarrolla plenamente en la época de Carlos V, que es la etapa de su formación en Europa, transido de humanismo italiano y vibrante de proezas y pasiones con la bizarría de un hombre de armas de la generación de Garcilaso.
Conoce las lenguas latina y griega y las semíticas, pero no por eso menosprecia, la dignidad y fertilidad de la castellana, entendiendo "que pueden enseñarse las ciencias en romance mejor que en latín".
Fue embajador en Venecia, amigo del Dux y de Solimán, representante del Embajador en el Concilio de Trento.
En la guerra de las Alpujarras plasmó sus dones de historiador. Mundano, erasmista y helenófilo, gran señor en todas sus acciones, su vida se consumo lánguida en el reinado de Felipe II. El era de la talla moral de Carlos V. En su "Guerra de Granada" aprovecha las enseñanzas de los historiadores latinos y acierta a conjugar la sobriedad elegante de Salustio con la manera ágil de Tácito.
A las figuras mencionadas pueden, sin duda, añadirse otras muchas. El Renacimiento español, en sus dos fases la del tránsito entre lo medieval—mística, ascética, obsesión de la Muerte— y la reviviscencia de la sabiduría pagana, el retorno a los modelos de la Hélade y Roma, brinda varias pléyades de poetas, pensadores, historiadores y hombres políticos que deberían tentar a los críticos y biógrafos actuales.
¿Cómo olvidarnos de Garcilaso de la Vega, príncipe de nuestra poesía renacentista? ¿Como no evocar a Cisneros, a Arias Montano...?
El mejor modo de referirse a los antiguos consiste en hablar de ellos corno si alentaran entre nosotros, pues nuestros antecesores somos nosotros mismos en "una vida anterior".
Los rasgos eternos de la especie y lo permanente del espíritu hispánico, he aquí lo que interesa aprehender en las páginas que se consagren a las altas figuras del Renacimiento español.
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