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Tema: Un pequeño heterodoxo: don Julián Sanz del Río

  1. #1
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    Un pequeño heterodoxo: don Julián Sanz del Río

    Algunos biógrafos de Emmanuel Kant cuentan, como hecho curioso y revelador de la implacable y de la impecable organización tanto mental como social del gran filósofo, que las comadres de profesión y los papanatas de oficio en Konigsberg ponían en hora sus relojes al paso de Emmanuel, cada tarde, por determinados lugares de la ciudad. Cuando el ciudadano Kant, cogitabundo y fusique, pobretón y asmático, con las manos cruzadas sobre los fondillos de su casaquín, llegaba a determinado cruce de calles, podía afirmarse con absoluta "seguridad solar" que eran, por ejemplo, las dieciséis horas. Ni minuto más ni minuto menos. Y así durante muchos años.
    Mas para que se repita tan curioso fenómeno no hace falta "echar mano" de Kant, ni marcharnos a Konigsberg; basta que nos quedemos en Madrid y que retrocedamos en el tiempo un siglo y medio aproximadamente.

    De sujeto modelo de ordenadas costumbres y coleccionista de modestas rutinas y acciones tan vulgares, puede servirnos otro filósofo, aun cuando de muchísimas menos calidad y fama que el lucubrador con las razones pura y práctica: don Julián Sanz del Río.
    Cuando don Julián, cada tarde y durante varios años, pasaba por delante del zaguán principal de la Universidad matritense —heredera flamante, entonces, de la complutense—, el portero mayor, de plantón en el umbral, pensaba para "su capote": "Van a dar las tres". Y, en efecto, daban.
    —¡Buenas tardes, don Julián!
    —Buenas las tenga usted, Santiponce. Hasta mañana.
    Santiponce —¿por qué no había de apellidarse así el portero mayor de la Universidad Central?— se decía, también cada tarde, mientras seguía con
    la vista los pasos menudos y lentos de don Julián: "Me gustaría saber a qué se debe ese gran suspiro que suelta don Julián mirando zaguán adentro y sin fijarse en mi".

    Don Julián Sanz del Río —doctor en Instituciones Civiles por la Universidad del Sacro Monte, doctor en Cánones por la Universidad de Toledo, doctor en Jurisprudencia por la Universidad de Madrid— fue criatura que se desprendió de varios miles de suspiros durante su no muy larga vida.

    Estos hombres que se deshinchan poquito a poco, con escapes de suspiros y ayes, son tímidos por naturaleza, débiles de constitución orgánica, comprensivos de mentalidad y tiernos de corazón. Fue don Julián ni alto ni metido en carnes. Cuando le traemos a colación es ya cincuentón, disfruta de fama holgada "en la nación" y de escasos medios económicos, ha revolucionado el cotarro de la filosofía y de la política isabelinas, tiene la figura de un funcionario cesante del "turno impar", que es el "de los malos" o izquierdistas.
    En el rostro de don Julián importaban, pero poco, sus ojines sagaces, su bigotazo caído y sin rabos sus levísimas patillas rezagadas hacia las orejas. Posiblemente, si don Julián hubiese podido "sibilear" en el futuro hubiese suspirado y ayeado mucho más, y con razón. Porque "no hay derecho" a que, apenas acaecido su óbito, sus primeros biógrafos se equivocasen tantas veces refiriéndose a él.
    Ya que don Julián no nació en Illescas, aunque se le llamara durante mucho tiempo "el filósofo de Illescas"; ni en 1815, ni en 1817; ni vivió una infancia alejada de toda educación ortodoxa; ni perteneció a una familia de mediano pasar; ni ejerció con éxito la abogacía; ni marchó a Alemania con el exclusivo propósito de estudiar a fondo la filosofía krausista; ni sirvió de ninfa Egeria a los políticos liberalotes y masonazos, divertidos organizadores del gran guiñol isabelino.

    Don Julián nació el 10 de marzo de 1814, en Torrearévalo, aldea de la serranía de Soria. Su padre, don Vicente Sanz, desempeñaba el cargo de fiel de fechos y servía de "hombre bueno" entre sus convecinos. Total: quinientos realitos mensuales. Panorama económico tan sensacional no llegó a impedir que su esposa y sus seis hijos cuidaran los ganados ajenos y carbonearan a salto de mata. Como Julianillo apuntara condiciones intelectuales poco comunes, muerto su padre Don Vicente, don Fermín del Río, hermano de la viuda y cura párroco de Ventosa de la Sierra, y luego canónigo de Córdoba y de Toledo, se encargó de la educación del inteligente sobrino, encaminándole, ante todo, por los caminos de la santa religión, en modo alguno cruzados con los de la universal ciencia.

    En 1843, ya tres veces doctor, el ministerio de Instrucción Pública le pensionó para que perfeccionara su alemán en la misma fábrica de tal idioma. Lo que sucedió fue que habiendo amistado con Cousin, Leonardhi, Roder, Weber, Gervinus, y frecuentado en la Universidad de Heidelberg las tendencias krausistas, se convenció de bonísima fe de que éstas y aquéllos constituían una panacea.

    Aparte su divertido y gratuito viaje a la patria de Krause, nada hubo en la existencia de don Julián que no pueda haber en la del más aburrido de los profesores. Porque si es cierto que le pusieron "como no digan dueñas" los filósofos católicos —mucho más católicos que filósofos— Ortí y Lara, Donoso Cortés, fray Ceferino González, etcétera, lo cual me parece perfectamente lógico, no es menor verdad que contó con muchos e incondicionales discípulos y amigos —mucho más amigos que discípulos filósofos—: González Serrano, Fernando de Castro, Giner, Ruiz Quevedo, Salmerón, etcétera. Verdad que un gobierno de "derechas", el del ministro Orovio, le privó de sus cátedras de Historia, ampliación de la Filosofía, Historia crítica y filosófica de España. Pero cierto que otro gobierno "de izquierda" —el nacido de la revolución de 1868— se las devolvió a bombo y platillo con la propina del rectorado de la Universidad.
    Todo perfectamente lógico. Persecuciones exageradas con la compensación de glorificaciones no menos excesivas. Total: empate.

    En resumidas cuentas, que la vida de don Julián no pudo resultar más corriente y moliente. Pisito modesto en la calle de San Vicente 56, cuya escalera olía siempre a berzas cocidas y a pis gatuno. Su cafetito —mitad y mitad— de las quince en el ya reumático y pringoso Café de San Bernardo, en cuyo pago se turnaban sus devotos contertulios. Su cátedra privada de las dieciocho en el domicilio —calle de la Luna, esquina a la de Panaderos— de don Santos Lerín. Sus trasnochamientos para asistir a los estrenos teatrales de su gran amigo el declamatorio don Adelardo López de Ayala.
    Como otra persona cualquiera sin importancia, don Julián, ya talludito, se casó en Illescas —1856— y "con todas las de las leyes", tanto civiles como canónicas, con la respetable señora doña Manuela Jiménez. La cual se le murió a los tres años de coyunda, a consecuencia de la más vulgar y piadosa, entonces, de las enfermedades mortales: un cólico miserere.
    Los amigos, discípulos y admiradores de don Julián propalaron insidiosamente que éste murió víctima de las amarguras y persecuciones. Mas también los adversarios de este pequeño filósofo heterodoxo afirmaron, sin pruebas suficientes, que falleció a consecuencia de una de las, entonces, popularísimas pulmonías "dobles" con que apuñalaba nuestro bucólico y velazqueño Guadarrama. Yo sospecho que fue el hígado quien extendió el certificado de defunción de don Julián.

    Bien: pues este personaje —tímido, modesto, estudioso, bondadoso—, cuya existencia careció de relieves acusados, como nuestra Mancha, tuvo importancia enorme durante un tercio de siglo: la de remover, la de conmover, la de irritar el ambiente escasamente científico de una España que sólo supuraba politiquería belicosa de logias, espadas y libelos.
    Don Julián, sembrando inquietudes de heterodoxia, contribuyó decisivamente a que, para combatirle a él, se instaurara el pensamiento filosófico español; a que mentes privilegiadas renunciaran a la política de los turnos violentos para dedicarse a la más noble tarea de la ciencia. Al menos fue lo que creyó "nada menos" que don Marcelino Menéndez y Pelayo.

    (Federico Carlos Sainz de Robles)
    Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

  2. #2
    Gothico está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Un pequeño heterodoxo: don Julián Sanz del Río

    "Pequeño" heterodoxo, sí, pero solo si nos referimos a su baja talla intelectual, aunque no tan pequeño si atendemos a su influencia en la movida progresista española ("movida", a falta de otra palabra más acertada pues no cabe referirse al krausismo ni como filosofía ni como pensamiento dada la escasa talla intelectual de todos los continuadores y seguidores).

    Se partía de risa Menéndez Pelayo en los Heterodoxos, con el estilo ampuloso y ridículo de Sanz del Río:

    "Los krausistas han sido más que una escuela; han sido una logia, una sociedad de socorros mutuos, una tribu, un círculo de alumbrados, una fratría…. Todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica y diaria; siempre en su papel; siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto. Sólo así podían hacerse merecedores de que el hierofante les confiase el tirso en la sagrada iniciación arcana.
    En España, no; el filósofo tiene que ser un ente raro que se presente a las absortas multitudes con aquel aparato de clámide purpúrea y chinelas argénteas con que deslumbraba Empédocles a los siracusanos. Y, ante todo, debe olvidar la lengua de su país y todas las demás lenguas, y hablar otra peregrina y estrafalaria, en que sea bárbaro todo, las palabras, el estilo, la construcción.
    Peor que Sanz del Río no cabe en lo humano escribir... La mayor parte de las páginas requieren un Edipo no menos sagaz que el que descifró el enigma de la esfinge.
    Véase alguna muestra, elegida al azar:
    «Lo puro todo, a saber, o lo común, es tal, en su puro concepto (el con en su razón infinita desde luego) como lo sin particularidad y sin lo puro particular, excepto, pues, lo puro particular, aunque por el mismo concepto nada deja fuera ni extra de su propia totalidad (ni lo particular, pues) siendo lo puro todo -con- todo lo particular relativamente de ello al modo principal de su pura totalidad. Y lo particular (en su inmediato principio) absolutamente conmigo en mi pensamiento, lo propio y último individual inmediatamente conmigo, y de sí en relación es tal en su extremo estrecho concepto inmediato, como lo sin pura totalidad y sin lo puro todo, y así lo hemos pensado, en su pura inmediata propiedad de particular. Pero, en nuestro mismo total pensamiento, y dentro de él, reflexivamente, pensamos al punto lo particular, como a saber contraparticular de otro en otro (o en la razón de lo otro y el contra infinitamente, en su propio concepto), y en esta misma razón (positiva, infinita), del contra y lo otro, implícitamente, lo pensamos como lo con -particular- parte con parte totalmente, según la razón del cómo. De suerte que pensamos lo particular como con totalidad y totalmente también, pero con totalidad de su particularidad misma, y a este modo principalmente en la relación, formalmente o formal totalidad, siendo lo todo en este punto, no a su modo puro y libre, sino todo particularizado, todo en particularización, todo en particular, todo particularmente, al modo, pues, principal de la pura particularidad, como sin la pura totalidad» (p. 227).

    ¡Infeliz corrector de pruebas, que ha tenido que echarse al cuerpo 448 páginas de letra muy menuda, todas en este estilo! ¡Si arrojásemos a la calle el contenido en un cajón de letras de imprenta, de fijo que resultaban compuestas las obras inéditas de Sanz del Río! …"

    http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12815841228995502421513/p0000031.htm#I_337_

  3. #3
    Avatar de Hyeronimus
    Hyeronimus está desconectado Miembro Respetado
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    16 ene, 07
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    Respuesta: Un pequeño heterodoxo: don Julián Sanz del Río

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Leyendo el párrafo de Sanz del Río me parece estar escuchando a Cantinflas.

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