La escasa historia moderna de lo que se podrían denominar eventos políticos autóctonos castellanos, ha venido a privilegiar alguno de los fastos históricos que si bien de escasa trascendencia no deja de ser digno de ser reseñado, Concretamente es el caso del Pacto Federal Castellano de 1869, que se puede consultar en Internet y que ha sido reeditado recientemente, y que sin duda es la base de reivindicación territorial, 17 provincias, de algunas agrupaciones políticas actuales de cuño pancastellanista. Solo como una invitación a la reflexión conviene recordar que se refiera a un acontecimiento de hace 131 años, e inspirado en el federalismo de Pi y Margall, político entusiasta del pensamiento utópico francés del siglo XIX, e incluso traductor de alguna de sus figuras más señeras como fue el caso de Proudhom. Innecesario recalcar que tal pensamiento utópico y abstracto hizo escasa mella en aquellas regiones, bien caracterizadas históricamente en su delimitación geográfica en el Antiguo Régimen hasta principios del siglo XIX, que sufrieron una merma casi absoluta en sus derechos forales y en sus características propias, es decir Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León. Ahora bien ese minúsculo "casi" es el hilo de Ariadna que convendría retomar con el fin de tener alguna probabilidad de éxito en la lucha contra ese monstruo del laberinto, que es el estado moderno – o sus sucedáneos autonómicos- fagocitador y castrante, ese Minotauro abstracto y frío, dios celoso y vengativo que exige el sacrificio y entrega de sus fieles.

Curiosamente no se hace nunca mención a unos acontecimientos que ocurrieron unos pocos años después en la Primera República, que constituyeron lo que se denominó el movimiento cantonal que ciertamente fue un acontecimiento político bastante asilvestrado y anárquico de poca ejemplaridad y de difícil hagiografía, pero por otra parte una constante en la vida política de la península ibérica desde las tribus celtibéricas a los reinos de taifas, desde el reino de Toro hasta la República Independiente de los Ancares, acontecimiento este último, si bien de escasos días de duración, rigurosamente histórico . El movimiento cantonal tuvo una notable repercusión en Salamanca, mencionado exclusivamente en las historias locales, debido a su carácter non santo. Parece por tanto llegado el momento de investigar en lo posible el movimiento cantonal en las tres regiones históricas antes mencionadas.

Muy anterior a los acontecimientos mencionados fue la última defensa de los exiguos restos del foralismo castellano antes de la irrupción del liberalismo decimonónico. Tal defensa estuvo ligada históricamente a ese potpourrie político que fue el carlismo, y que en variantes distintas se ha mantenido en Castilla hasta el siglo XX. No sería cuestión aquí de simplificar las cosas al grito de carcundas y retrógrados, puesto que, se quiera o no, las libertades forales tradicionales, las singularidades de muchos pueblos ibéricos, fueron defendidas en su momento por el carlismo y no por un liberalismo de corte francés, supuestamente avanzado y progresista . Es bien sabido, por ejemplo, que en la primera guerra carlista, culminada en el Abrazo de Vergara, había batallones castellanos en el bando carlista, como también, conviene recordarlo, batallones vascongados en el bando liberal, los chapelgorri, boinas rojas, del general Echagüe. En estos batallones castellanos había entre otros santanderinos, burgaleses y riojanos. En sus Episodios Nacionales Don Benito Pérez Galdós da una versión con anteojeras de progre decimonónico de estos acontecimientos, donde los carlistas eran llamados los negros, algo así como si hoy se dijera los fachas. Es decir que la pose liberal decimonónica y en parte la actual, considera que eso del foralismo son antiguallas medievales que deben sucumbir ante la libertad general y abstracta que obligatoriamente impone el estado moderno para felicidad de los ciudadanos del común, aviso para navegantes que debe sintonizar todo aquel que se meta en lides de tipo autonomista, regionalista, nacionalista o variantes del mismo jaez. Y hablando de obligatoriedades liberadoras y modernas, Santander, entre otras provincias, tuvo que hacer renuncia a los restos de sus fueros tradicionales al advenimiento del liberalismo. Estos son temas habitualmente relegados al País Vasco, Navarra, Cataluña o acaso Valencia, pero cuidadosamente evitado cuando se trata de Castilla , Reino de Toledo o León, faltaría más, sería como alborotar las ovejas dóciles del rebaño. Las únicas críticas políticas radicales escuchadas en pleno franquismo nacional católico, salían de bocas carlistas, verdaderos insultos al sátrapa gallego que impedía tener a la diputación de Ávila las mismas competencias que a la Navarra foral. Queda así por recuperar una importante corriente foralista castellana incorporada en el carlismo, durante muchos decenios la única que hubo en Castilla, para estudiarla e incorporarla en su pleno valor en la herencia de lo que hoy se ha dado en llamar castellanismo.

Más cercano en el tiempo el último acontecimiento autonómico castellano de la primera mitad del siglo XX fue el proyecto de autonomía de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y León en la Segunda República. Pero dejemos la palabra al historiador y recordemos aquellos hechos a través de la pluma de Ramón Tamames :

"Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, se produjo una auténtica eclosión de peticiones de autonomías regionales, al calor del restablecimiento del estatuto catalán y de la previsión de que a no tardar sería autorizado el del País Vasco".
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"Por su parte, el 20 de mayo inició sus actividades un grupo de diputados agrarios y de la CEDA con vistas a redactar un anteproyecto de estatuto de las dos Castillas y León; si bien no faltaron partidarios de prepararlo únicamente para Castilla la Vieja y León. Más aún, el 9 de junio, el ayuntamiento de Burgos decidió promover un estatuto para Castilla la Vieja exclusivamente. En todos estos intentos, se trataba de conseguir una autonomía tan amplia como la de Cataluña en lo concerniente a cesión de servicios generales, y tan intensa como el proyecto vasco en lo referente a derechos económicos y políticos".
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"Es difícil emitir un juicio sobre la política regionalista de 1931-1936 y que en sus últimos días antes de la guerra civil experimentaba tan poderoso auge de ideas y proyectos. Brevemente podemos sintetizar nuestra opinión sobre tema tan controvertido:
El regionalismo correspondía a una problemática real, como lo anticiparon, en cierto modo, las tres guerras carlistas, en las que Vascongadas, Navarra y buena parte de Cataluña y Valencia habían luchado -cierto que con un complejo trasfondo de contradicciones y confusionismo- por sus antiguas libertades. Por tanto, durante la República no se inventó nada nuevo. Sólo se recogía un legado de problemas irresueltos y exacerbados por el centralismo".

(Ramón Tamames .Historia de España Alfaguara VII, La República. .La era de Franco. Alianza Universidad. Madrid 1983 ,pp189,191)

Llama la atención que en aquellos tiempos los castellanos, incluso los de derechas, tenían unas pretensiones autonómicas en plenitud e intensidad bastante mayores que las que manifestaron a la muerte del sátrapa gallego; sin duda las cosas han ido para atrás en este aspecto, es decir aún más domesticados. En cualquier caso parece que procede una investigación documental nada fácil puesto que el partido político que las promovió hace décadas que no existe; queda en cambio una posible recorrido en las hemerotecas a partir del 20 de mayo de 1936, acaso en El Debate y el ABC, los periódicos que quizá estuvieran más próximos a la CEDA. En cuanto al ayuntamiento de Burgos en teoría sería más fácil la investigación, si no se hubiera destruido en la guerra civil, sin descartar claro está la consulta de hemerotecas locales, o tal vez testigos si alguno queda vivo todavía.

Así pues quedan abiertos tres temas de interés en la actual andadura castellana de notable importancia:

1º) El movimiento cantonal en Castilla

2º) El foralismo castellano en el pensamiento y política carlista de los siglos XIX y XX

3º) El estatuto de autonomía castellano en la Segunda República.

No quedan pues sino los merodeos por hemerotecas, cual rata de biblioteca, las consultas a los historiadores amigos y conocidos, las tesis doctorales, los artículos de revista y otras fuentes de imposible enumeración.