Revista FUERZA NUEVA, nº 88, 14-Sep-1968
CATALUÑA, HISTORIA Y MITO
Uno de los aspectos en que la acción revolucionaria ha proyectado sus sombras y sus falsificaciones más vergonzosas e intolerables se ubica en el campo de la historia. Bien es verdad que este malabarismo está en función de subversiones, demagogias y otros avatares de signo anticristiano.
Nos referiremos concretamente a la interpretación sectaria, separatista y marxista que se ha querido dar a la jornada del 11 de septiembre en 1714, de la guerra de Sucesión concretada en la figura simbólica y famosa de Rafael de Casanova.
José Antonio Primo de Rivera nos recordaba a los catalanes que “la pólvora romántica es la de las anulaciones”. El gran ideal de la Cataluña cristiana y tradicional, atacada por el cesarismo y el galicanismo borbónico, se ha convertido en un motivo sainetesco y sentimentaloide del catalanismo burgués, en explosión absurda y masónica de la “Acció Catalana” y la “Esquerra Republicana de Catalunya” y en convocatoria de alienación para incorporarnos a los países esclavos dominados por la URSS, bajo el pretexto dialéctico del 11 de septiembre, que la carencia de historiadores catalanes con visión de la filosofía cristiana de la historia hace posible. ¿Se quiere mayor anulación?
Realidad de los hechos
En el periódico comunista “Le Travailleur Catalan”, órgano comunista que se edita en Francia, en su número del 22 de septiembre de 1967, glosaba el sentido del intento de incidentes ocurrido en Barcelona el 11 de septiembre del pasado año. Con una desconexión total con las causas, ideología y razones de la lucha histórica del 11 de septiembre de 1714, ahora la mixtificación romántica del catalanismo meramente pasional se presta a convertirse en un argumento más al servicio del marxismo.
La guerra de Sucesión es la primera guerra tradicionalista. Se combatió, en Cataluña, contra lo que ya se llamaba “los progresos del siglo”, del siglo de Voltaire, del centralismo y del liberalismo.
Autores liberales como Amador de los Ríos sostienen que “la parte ilustrada del país” era partidaria de Felipe V, mientras que “los enemigos de las novedades” lo eran del archiduque Carlos. Antonio Aulestia en su “Historia de Catalunya”, confiesa que la lucha estaba entablada entre los defensores de la tradición española y los innovadores del humanitarismo” (Tomo III, pág. 149). Moliné y Brasés, en las notas que puso en la misma historia, afirma que “Cataluña tomó el partido más netamente españolista” (Tomo III, pág. 154). El político liberal Manuel Silvela declara que los catalanes fueron en aquella ocasión partidarios “de lo que significaba más la unidad de España”. Un autor eminentemente izquierdista y anticlerical, diputado de la Esquerra Republicana de Catalunya”, Antonio Rovira y Virgili escribe que “hasta cierto punto, los herederos e 1640 y 1714 son los carlistas de la montaña catalana”, ya que el catalanismo actual tiene otra filiación. (“Historia de los movimientos nacionalistas”, pág. 495).
Los héroes de aquella lucha eran eminentemente católicos. La Generalísima de las fuerzas que defendían la ciudad era la Virgen de la Merced, por acuerdo tomado el 9 de septiembre de 1714. Los nombre de los regimientos que defendían Barcelona eran estos: 1. Batallón de la Coronela, “Santísima Trinidad”; 2. “Inmaculada Concepción”; 3. “Santa Eulalia”; 4. “Santa Madrona”; 5. “San Severo” y 6. “Rosario”. Regimiento de Caballería de San Jorge; Regimiento Corazas de San Miguel; Regimiento de la Fe; Villarroel; Concepción, Santa Eulalia; Nuestra Señora del Rosario; San Narciso (compuesto de alemanes); Nuestra Señora de los Desamparados; Fusileros de San Miguel, y Fusileros de San Vicente Ferrer. Durante el mismo bloqueo se forma otro Regimiento bajo el patronazgo de San Jaime.
Ante las famosas apelaciones ante Felipe IV contra las demasías del conde-duque de Olivares, el canónigo Pablo Claris, como consta en los “Registros de correspondencia de la Generalidad de Cataluña”, definía así la lucha catalana: “Todo el Principado está puesto en armas y han elegido cuatro plazas fuertes, dentro de Cataluña, en las que habrá dentro de pocos días, unos 60,000 hombres, además de los somatenes armados, pero todo ello se hará salvando la obediencia y lealtad al Rey Nuestro Señor, del cual no podemos creer que quiera que sus soldados vengan acá a quemar, robar y matarnos, conforme nos tienen amenazados. Vuestra merced puede asegurar ahí a las personas con quienes hablare, que estas precauciones no se hacen con otra intención que no sea la de Dios Nuestro Señor”.
Monarquismo de Rafael de Casanova
Jamás fue desmentido el monarquismo de los defensores de Barcelona. Basta recordar el laudo dado por Rafael de Casanova en la misma mañana de 1714. Dice así: “De parte del excelentísimo señor consejero principal, coronel-gobernador de la plaza y armas y fuerte de Montjuich, se dice, advierte y ordena a todos en general, que catorce años en adelante, sin ningún pretexto ni excepción de persona alguna, tome las armas y se presente a la defensa de esta excelentísima ciudad y bajo la bandera de la invicta Virgen y Mártir Santa Eulalia. Patrona de esta nuestra ciudad, sin excepción de los de “La Coronela” y sus agregados, ni de los que se encuentran en guardia en los baluartes, ni menos el tercer batallón, que está en guardia en los portazgos, acudan prontamente, luego, bajo pena de la vida, en la plazuela de Junqueras, pues así conviene al servicio del Rey y de la Patria. Rafael de Casanova, Conseller en Cap, coronel-gobernador”.
En la misma tarde en que cae Barcelona, se hace una nueva declaración de monarquismo con estas palabras: “Que como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar su sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España”. Comentando dicho documento, Ferrán Soldevila afirma que “la libertad de toda España es invocada en la suprema apelación”.
Que la lucha catalana del 11 de septiembre de 1714 era esencialmente católica, española, monárquica, frente al cesarismo afrancesado, lo demuestra, además que junto con los catalanes combatían también hermanos de otras regiones. El 11 de septiembre de 1714, defendiendo la ciudad de Barcelona, cayeron tres generales heridos y cinco coroneles muertos: sólo uno de ellos era catalán. (…) De los cinco coroneles muertos, ninguno tenía apellido catalán. (…)
Impacto irrestañado
Villarroel, uno de los héroes, proclamaba que “luchamos por nosotros y por toda la nación española”. Era lo mismo que en el último documento del sitio se afirmaba como razón de la suprema resistencia, que estribaba, como decían, en que en ella “residía la libertad de todo el Principado y de toda España”.
Un agudo diagnóstico sobre los acontecimientos catalanes de 1714 lo ha hecho el catedrático de Metafísica de la Universidad de Barcelona, doctor Francisco Canals, al estudiar los orígenes del renacimiento catalán con estas palabras:
“En los primeros años de reinado de Felipe V se despertó en el Principado de Cataluña y en los demás países de la Corona de Aragón una reacción popular frente a la nueva dinastía, causa de la prolongada guerra a cuyo término leyes de Nueva Planta suprimieron su autonomía legislativa. En el comienzo de aquella guerra y entre los móviles que pusieron en tensión a los ciudadanos de Cataluña y especialmente a los estudiantes del Estudi General, uno de los más conscientes y decisivos fue el empeño de la Universidad y la ciudad por defender su estatuto jurídico cuya vigencia permitía mantener, excluyendo la multiplicidad de las cátedras según las distintas escuelas, el predominio tradicional de la opinión tomista, seguida según los testimonios contemporáneos por la mayoría de los catalanes…
Quienes se movieron por un impulso de tan concreto carácter tradicional -inconfundiblemente enlazado con una visión del mundo y un sistema de valores muy arraigados en las Españas en las últimas décadas de la dinastía austriaca- pueden ser justamente considerados como los antepasados espirituales, y fueron en muchos casos los progenitores familiares de los catalanes entusiastas de la guerra de 1793, de los combatientes del Bruch, de los carlistas de la Plana de Vich y de la montaña catalana. La tenaz memoria hogareña de las dinastías campesinas, no solo en Cataluña, sino en el hermano reino de Mallorca -el hecho nos consta por testimonio vivo de un heredero excelso de tal patrimonio de emociones y actitudes- tenía conciencia de esta vinculación. Los vigatans, después de luchar de nuevo contra el francés, se alzaron otra vez por los fueros de su Patria bajo la bandera de la Religión y del Rey frente al advenimiento del liberalismo, apoyado de nuevo por los herederos de los botiflers, de los ilustrados y fernandinos: los isabelinos, que habían de continuarse en el conservadurismo dinástico y en los centro-derechismos artificiales…
Las conexiones sugeridas podrían explicar la intermitente entrega del catalanismo conservador a la política dinástica; y a la vez, la paradójica ausencia de catalanidad esencial en los sectores más intransigentes del catalanismo, para cuyos dirigentes también la entrega a un izquierdismo jacobino y estatal constituía una tendencia profunda. Esta se hace más comprensible si se tiene en cuenta la repugnancia con que vinieron a considerar como españolización inauténtica y descatalanizadora el espíritu que desde el escarmiento de 1641 -pasando por la guerra de Sucesión, la lucha contrarrevolucionaria y antinapoleónica y cinco guerras civiles antiliberales: la del trienio constitucional, la de los agraviats, la de los siete años, la de los matiners, y la segunda guerra carlista- ha enfrentado permanentemente a la Cataluña tradicional con el moderno Estado racionalista, de importación francesa y europea, en sus fases sucesivas de absolutismo, ilustración, unitarismo liberal, socialismo...”
La mala herencia
El catalanismo de Valentí Almirall y de Prat de la Riba, contradictorios totalmente con el sentido histórico de Cataluña y la línea doctrinal de Torras y Bagés, producto del pensamiento revolucionario, ha servido en los tiempos modernos para lograr un Estatuto de pleno contenido masónico. Tal “autonomía” terminó con la entrega a la brutalidad ácrata de la C.N.T.-F.A.I. y de la Internacional Comunista. Actualmente (1968), el catalanismo, planteado desde los mismos principios liberales, izquierdistas, masónicos y marxistas, es solo un mero peón y banderín de enganche para la acción comunista.
Desde la revista “Horitzons”, en su número dos, editada por el partido comunista en su sección catalana de P.S.U.C., en Méjico, se dice: “La revolución democrático-burguesa no es todavía la revolución socialista… Sólo la dirección del proletariado puede asegurar el éxito a la revolución democrático burguesa. Sólo el triunfo final del proletariado y el establecimiento del socialismo pueden resolver positivamente el problema secular de la democracia en España. El proletariado y su partido -el partido de los comunistas- son las fuerzas vanguardistas de esta lucha”.
Fieles a esta praxis marxista, la fecha del 11 de septiembre, totalmente desplazada de su contenido real, se transforma en cita marxista que bajo el pretexto de catalanismo y con las más extrañas colaboraciones en la intención de sus empresarios se busca la entrega de Cataluña a los mismos poderes que han ordenado el “diktat” de Checoslovaquia con la “autodeterminación” de los tanques soviéticos.
En “Le Travailleur Catalan”, del 22 de septiembre de 1967 -que inicialmente hemos citado- se reseña que en la fecha de 11 de septiembre de dicho año “por primera vez, todas las fuerzas de oposición, desde los católicos y los nacionalistas hasta los socialistas y los comunistas han coincidido en convocar una manifestación unitaria… Y la manifestación ha tenido lugar sorprendiendo hasta a los más escépticos”. Objetivamente debe reconocerse que el arte de birlibirloque del artilugio marxista ha logrado mixtificar lo que fue una lucha católica, de monarquismo tradicional, de política “antimoderna”, como fue la epopeya de Rafael de Casanova, en un motivo trasvasado de marxismo, de antiautoridad, de anti-España. El catalanismo de Valentí Almirall, de Prat de la Riba, de Carlos Cardó, ya son agua pasada ante el proceso que sus propios principios han empujado a su catalanismo, que nada tiene que ver ni con la historia, ni con la tradición, ni con la realidad de Cataluña. En la misma revista “Horitzons”, núm. 2, se burlan de los “próceres catalanes, entre los cuales hay lligueros, un editor franquista y el propietario del más fabuloso negocio de caldo en cubitos (pág. 60). Servir al diablo se paga caro. Y es desagradecido.
El rescate imprescindible
Ni la anulación de la personalidad catalana, ni la apertura y tolerancia de corrientes ideológicas laicas, progresistas, socialistas, ofrecen el encaje del problema catalán. A nuestro entender, el gran fracaso del clero catalán, de los pensadores catalanes, de las instituciones religiosas que influyen en la cultura catalana, es no haber profundizado, a la luz de la teología de la historia y del pensamiento de Balmes y de Torres y Bagés, los términos del problema catalán, que solo encuentran su solución en la política tradicional, en el regionalismo que aglutina lo específico con la unidad y en la filosofía católica. De otra suerte, si el catalanismo de Valentí Almirall y de Prat de la Riba lógicamente terminaron en el Estatuto de Francisco Maciá y en el sovietismo de la “Generalitat” de Companys y Comorera, a estas horas, con una virulencia mucho mayor, se puede pronosticar que el actual (1968) catalanismo es un mero resorte al servicio del partido comunista. Incluso basándose en una fecha tan simbólicamente católica y monárquica, antimoderna y española como lo que representa el 11 de septiembre de 1714. Ilustra esta perspectiva, la tragicómica entrevista del desgraciado abad de Montserrat, Aurelio María Escarré con Julio Álvarez del Vayo, máximo agente de la URSS en España.
¡Y esto no! Ni el Estado español puede permitir la proliferación del marxismo a través de literatura catalana, como actualmente sucede, ni puede confundirse la cultura y el ser de Cataluña con tal perversión, ni los catalanes que sientan la fe puedan ser miopes ante el marxismo, que no duda en agitar nuestra bandera para entregarnos al esclavismo y a la descristianización total.
Importa replantear todo el problema catalán, a través de la filosofía tradicional. Vázquez de Mella y Torras y Bagés, Menéndez Pelayo y Milá y Fontanals, Balmes y Víctor Pradera, Valls Taberner y Elías de Tejada, José Antonio Primo de Rivera y Tomás Caylá ofrecen puntos de arranque sólido y decisivos. Urge la continuidad doctrinal del pensamiento de Torras y Bagés y del cardenal Isidro Gomá, enlazando el pasado con el presente y el futuro y traduciéndolo en fórmulas concretas de política catalana. Que para serlo deberá proseguir la línea católica antimoderna y española de Rafael de Casanova.
Si no es así, a Cataluña, irremisiblemente se la llevará el diablo marxista. Y la historia, trocada en contradicción dialéctica, mixtificada con alienantes pasiones, habrá servido de pretexto de los apátridas. ¿Nadie despierta?
Jaime TARRAGÓ
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