Revista FUERZA NUEVA, nº 507, 25-Sept-1976
Enanos e iconoclastas CONTRA GAUDÍ
Antonio Gaudí -atropellado por un tranvía el 7 de junio de 1926, y fallecido ejemplarmente el 10 del mismo mes en el Hospital de la Santa Cruz- en este medio siglo (1976) continúa siendo actualidad por su genio artístico y por su fe católica. La obra arquitectónica de Gaudí es amplísima. Desde la Casa Vicens a un proyecto del Paseo Nacional, desde el Pabellón de la Compañía Transatlántica, en la Exposición de 1888, al Palacio Güell, desde el Colegio de las Teresianas, en la calle Ganduxer, de Barcelona, a la Casa de los Botines, en León. Desde la Casa Calvet y la Casa Mila –“La Pedrera”-, y otras edificaciones cívicas relevantes, hasta el Palacio Episcopal de Astorga, la restauración de la catedral de Mallorca y, sobre todo, su definitiva intervención en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, tras incorporarse en el proyecto de la Asociación Josefina de España, empujada por José María Bocabella, en lo que había iniciado con el arquitecto Del Villar. Era Gaudí el hombre predestinado para esta empresa volcada para los siglos futuros.
Una gloria de España
Si Alemania tiene un Walter Gropius, Suiza se honra con Le Corbusier, en los Estados Unidos brilla Frank Lloyd, España supera a todos con la mística inspirada de Antonio Gaudí, el arquitecto de Dios, como le llamaba mi confidente y amicísimo doctor Manuel Trens. La formación católica de Gaudí es la más completa entre los hombres de su entorno social. Tuvo una preparación intelectual recia. Intimó con los obispos Campins y Torras y Bagés, con el jesuita padre Casanovas, el oratoriano padre Valls y don Enrique de Ossó, el teresiano más destacado del siglo XIX y fundador ilustre. Las lecturas de Gaudí, en su aspecto religioso, se basaban en los textos litúrgicos y en los libros de dom Guéranger. Todos estos obispos y sacerdotes no tenían nada que ver ni con el liberalismo ni con el modernismo. La poderosa fe de Antonio Gaudí estuvo muy por encima de los conceptos aburguesados de Juan Maragall, también católico, pero de menos calibre teológico que el de Gaudí, a pesar de la buena amistad que les unió y de la eficacia de sus artículos en “Diario de Barcelona” en favor de la Sagrada Familia.
Personalmente, he conocido muy de cerca el reflejo de Gaudí en otras naciones, porque tuve ocasión de visitar en la Universidad de Columbia, Nueva York, la sede de los amigos de Gaudí en USA, en donde me atendió el profesor George R. Collins. Mi entrañable amigo Enrique Casanellas me citaba en su despacho de la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros, en la Vía Layetana, y con fruición me entregó documentación y bibliografía para los gaudinistas americanos. Y en todas las naciones civilizadas Gaudí es un nombre respetado, querido, estudiado.
Tenía que llegar la ola devastadora de los impotentes y de los defenestradores, para que en la propia Barcelona surgiera una ofensiva baja, inexplicable, torpe, contra la continuación de las obras de la Sagrada Familia. Ya en 9 de enero de 1965 se publicó en “La Vanguardia” una carta firmada por lo mejorcito de cada casa, propugnando para que se abandonara la construcción del templo, convirtiendo “la actual explanada en un templo al aire libre”. Esto, además de algunos frailes y curas bobos, lo firmaban el traductor de Voltaire al catalán, Carlos Soldevilla, y también Carlos Barral, debidamente elogiado por “L’Unitá”, el órgano comunista italiano, con Juan Brossa, autor de obras ateas, y Rubió Tudurí, diputado del Frente Popular. Todo ese fárrago, con algunos artistas, arquitectos e ilustres desconocidos.
Digamos que Pío XII exhortaba a la terminación del Templo de la Sagrada Familia. Y para que se vea que no nos duelen prendas cuando son merecidas, incluso el cardenal Jubany ha publicado ahora un mensaje que reconozco tiene las dotes de la oportunidad y de la gallardía. Cualidades que, por su excepcionalidad, merecen doble aplauso.
Embestida feroz y ridícula
Últimamente -es una manera de celebrar el cincuentenario de la muerte de Gaudí, por ciertos sectores-, se ha publicado una serie de venenosas notas, como teledirigidas, en que se han ido repitiendo y mintiendo con los mismos infundios. Que han desaparecido los planos de Gaudí, que es un pastiche, que sería mejor quedara como la “Inacabada”, etc. Después han venido las desautorizaciones de los que se arrogaban títulos que les venían grandes. Digamos que la información de estos antagonistas llega a la suavidad de hablar de que los proyectos de Gaudí “se perdieron durante la Guerra Civil”. Cuando la verdad es que los planos y la maqueta de la Sagrada Familia fueron destrozados por los milicianos de la Generalidad, de la Esquerra, del PSUC, y otras fuerzas democráticas. Con el agravante de que el párroco de la Sagrada Familia, mosén Gil Parés, fue asesinado, por el crimen de haber levantado y sostenido escuelas gratuitas. La Sagrada Familia fue dañada en sus altares, sacristía, órgano, pavimento, vidrieras, con una profanación salvaje. Todo esto honra mucho la vigilancia por el tesoro artístico de Cataluña, de la Generalidad del Estatuto, que ahora nos quieren servir en refrito para repetir tales andanzas.
¿Es verdad que no existen los planos de la Sagrada Familia? Juan Bassegoda Nonell, figura prócer de la arquitectura catalana y titular de la Cátedra Gaudí, contesta así:
“La Sagrada Familia tiene un equipo de técnicos responsables de la obra, quienes redactan los proyectos que deben ser aprobados por la superioridad. Ahora bien, este equipo técnico ha mantenido siempre su intención de continuar el proyecto de Gaudí. Los detractores de la construcción de la Sagrada Familia insisten en que no hay constancia del proyecto original.”
Una visita al taller de la Sagrada Familia sirve para comprobar la cantidad de modelos que sobrevivieron al incendio del archivo gaudiniano en 1936, pero incluso valiéndose de la documentación publicada hay recursos suficientes para saber que los proyectos actuales tienen hondas raíces en la idea gaudiniana. El 18 de enero de 1929 se acabó la impresión de los 500 ejemplares numerados de la edición catalana del libro Gaudí, de J. F. Ráfols y F. Folguera, publicado por la Editorial Canosa. Poco después apareció la versión en castellano. Ráfols fue el único
que alcanzó a fotografiar el archivo de la Sagrada Familia, y fueron los hermanos Canosa, arquitectos, quienes obtuvieron los clichés, parte de los cuales subsisten en negativos de cristal. Además, Ráfols hizo una ordenación de los dibujos y documentos de Gaudí a la muerte de éste. Más de seiscientas fichas componían este meticuloso trabajo, que se perdió igualmente en 1936. Repasando el libro de 1929 pueden hallarse multitud de ilustraciones capaces de dar la idea del proyecto general de la Sagrada Familia concebido por Gaudí, y esto es muy importante, dejado en estado embrionario por lo que respecta a los pormenores, para no coartar a los arquitectos, que tenían amplia libertad de movimientos dentro de los límites, definidos claramente, de la planta y el alzado. No menos de diez dibujos se reproducen en el libro, que hacen referencia al conjunto y fragmentos de las plantas y alzados, además de fotografías de maquetas de yeso. (...) Allí dejó Gaudí una perfecta demostración de cómo actuar (...) Allí se reproducen las opiniones de Alberto Sartoris, quien, siendo, en principio enemigo de la construcción de las obras, acabó afirmando rotundamente que: “la Sagrada Familia debe acabarse completamente, no importa a qué precio, pues sin ello faltaría algo indispensable en la historia de la arquitectura”.
Habla toda una autoridad
Cuando una autoridad sobre Gaudí y la Sagrada Familia como Bassegoda, apadrina y sostiene una tesis, sus razones son definitivas. ¿No enseñan el plumero los incapaces de concebir algo inspirado como Gaudí, empeñados en boicotear la terminación de la Sagrada Familia? Juan Bassegoda (... ) ha desenmascarado el furioso sectarismo de los enemigos de Gaudí y su obra:
“A propósito de las obras de la Sagrada Familia, la denominada “Comissió de la defensa del patrimonio i arxiu históric” del Colegio de Arquitectos, ha publicado en la prensa una nota sumamente pintoresca, dogmática e indocumentada que bien merece un comentario por lo curioso de sus argumentos. Es pintoresca la nota, ya que se produce en plena conmemoración del cincuentenario gaudiniano aportando la nota discordante y nada bienintencionada.
Es pintoresca cuando afirma que los estudios de Gaudí para la fachada de la Pasión se perdieron cuando la guerra civil. De todos modos, los planos y proyectos habían sido fotografiados y reproducidos muchas veces, por lo que la destrucción de los originales no supuso la necesidad de interrumpir la obra. Por otra parte, es bien sabido de todos que tal circunstancia se debió al intencionado salvajismo de grupos bien conocidos que incendiaron el archivo de Gaudí en julio de 1936.
Es dogmática, ya que afirma sin más que las obras que ahora se llevan a cabo en el templo son una afrenta a Gaudí.
Por lo visto, la “Comissió” posee documentos secretos de Gaudí, sólo por ella conocidos, en los que se afirma que el Templo no debe concluirse.
Contrariamente, existen continuadas afirmaciones de Gaudí, a la prensa, a sus colaboradores y a todo el que le quiso escuchar, diciendo que la conclusión de la Sagrada Familia sería obra de un par de centurias, y no parece probable que el gran arquitecto confiara en alcanzar una longevidad tal como para permitirle dirigir hasta el fin de la obra los trabajos de construcción. Afrentar a Gaudí y contradecir su voluntad sería no perseverar en la continuidad de la fábrica.
Es igualmente dogmática cuando sigue afirmando que las obras son una mixtificación de la obra gaudiniana y un grave error artístico, cultural, urbanístico y pastoral. Por lo visto, la “Comissió” se atribuye competencia en campos tan diversos como el arte, la cultura, el urbanismo y también la religión. ¡Cuánto sabe! (...)
La nota es, además, indocumentada, ya que no hace referencia a las fuentes de las que obtiene tan tajantes asertos, excepto la opinión de los intelectuales de marras, cuando es posible hallar tantos o más especialistas que piensan exactamente lo contrario, con lo que se puede llegar a un enfrentamiento de pareceres, pero a ninguna demostración concluyente.
En cuanto a qué dirá la prensa extranjera, es de suponer que habrá opiniones para todos los gustos, pero hace muy poco el prestigioso «New York Times» dedicó un artículo laudatorio al esfuerzo y entusiasmo de los actuales arquitectos de la Sagrada Familia señores Bonet y Puig.
Gaudí no puede, ciertamente, dirigir personalmente la Sagrada Familia, pero su lección de arquitectura, su estilo y su voluntad de creación se perpetúan a través de sus directos discípulos y de los arquitectos que mañana les sucedan y, lo que es más importante, en el deseo de centenares de miles de catalanes que confían en que algún día la Sagrada Familia se verá terminada y completa”.
Y la Junta Constructora del Templo de la Sagrada Familia puntualizó certeramente:
“Que las obras se realizan (contrariamente a lo que sin fundamento se afirma), según los proyectos, dibujos y maquetas de Gaudí que existen y se conocen sobradamente porque fueron publicados sus originales antes de la destrucción de una parte del Templo y de sus oficinas y archivos; la maqueta de formas geométricas y precisas por su generación y escala 1 : 10, está en una vitrina del Museo en la cripta del Templo, donde toda persona técnica o profane poseída de inteligencia y buena voluntad puede estudiar y comprobar cuanto afirmamos. Que la Junta considera un verdadero insulto el dirigido por un grupo de arquitectos unos compañeros suyos del mismo Colegio, quienes con la máxima fidelidad a los proyectos y al espíritu de Gaudí, dirigen y se honran responsabilizándose en la prosecución de una obra que es y será orgullo de Barcelona y de todo el mundo; sólo una absoluta falta de ética profesional puede haber inducido a hacer una declaración semejante.
La Junta del Templo aprovecha esta oportunidad para rendir homenaje y agradecimiento a sus arquitectos. Que las obras actuales, en opinión de muchos arquitectos e intelectuales nacionales y extranjeros que muy a menudo las visitan —y que no comprenden lo absurdo de esta polémica—, son la acertada continuación de la obra de Gaudí, adaptada a las técnicas del día como él hubiese hecho, y merecen y obtienen el elogio, la ayuda y el estímulo de personas de un nivel arquitectónico, artístico, cultural y religioso que posiblemente supera al de los que han lanzado esta nota tan absurda.”
¿Cuál será la causa del odio al templo Expiatorio de la Sagrada familia?
Digamos que Antonio Gaudí era un cristiano consecuente, fervoroso, y de verdad. Él no tenía empacho en defender la fe y en plantar cara ante quien fuere. Amaba mucho a Cataluña, incluso con brusquedades propias de su temperamento. Nunca fue separatista. Pertenecía sentimentalmente a la corriente del catalanismo histórico. Tenía una afección profunda por la lengua catalana, hasta anécdotas pintorescas. Pero Gaudí tenía un gran sentido común (...) es sentencia gaudiniana: “Gobernar es prevenir y jamás transigir, porque entonces se pasa del atropello a la claudicación”.
Pero Gaudí era la misma intrepidez cuando se trataba de defender la fe. Cuando un día Juan Maragall acompañó a Giner de los Ríos a visitar las obras de la Sagrada Familia, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza le espetó a Gaudí: “Puede estar orgulloso de haber pensado y levantado un monumento así. Esta es verdaderamente la última de las catedrales”. A lo que Gaudí contestó: “O la primera de la segunda tanda”.
Es célebre su encontronazo con Miguel de Unamuno. También Maragall acompañó a Unamuno a visitar la Sagrada Familia. Gaudí explicaba a Unamuno su proyecto e intencionalidad. Unamuno, desinteresado, componía una pajarita de papel, que calificó de “taburete racional”. Tocaron las campanas de la oración de la tarde. Gaudí se calló y visiblemente rezaba. A Unamuno, con su sombrero calado, se le veía ajeno a la plegaria de Gaudí, y éste le preguntó: “¿No es usted católico?”. Unamuno respondió con un “no” pelado. Entonces Gaudí inquirió: “Será acaso calvinista, luterano, mormón, budista, mahometano?”. El desgarrado Unamuno consumó su paradoja: “¡Qué sé yo lo que soy!”. Y Gaudí, ni corto ni perezoso, le propinó este puñetazo dialéctico: “¿Usted, profesor de lógica, no sabe lo que es?”. Al cabo de un tiempo, la pajarita unamuniana, que fue abandonada sobre la mesa del despacho de Gaudí, se achaflanaba. Gaudí mandó a Unamuno un telegrama que decía así: “Taburete nacional se nos aixarranca, ¿qué hemos de hacer?” Como es natural, Unamuno no tenía respuesta para un directo a la mandíbula, tan gracioso. (...)
Este es Gaudí. El arquitecto de irradiación universal, el feliz innovador de sinfonías de piedra, con hallazgos nuevos. Pero sobre todo el hombre que vivía para Dios y quería levantarle un templo para su culto.
Cuando estos opinan...
Cuando hoy opina contra Gaudí un escritor como Juan Oliver, que ha escrito poemas a la URSS y se ha burlado de la Biblia, con barbaridades de ignorancia supina como ésta: “¿Templo expiatorio, de qué?” y otras tan insolventes como las de Jorge Llimona y Basilio de Rubí, con una caterva de cofrades similares, la cosa ya está sentenciada. No se quiere el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia porque se aborrece la fe valiente y evangélica de Antonio Gaudí. Se hacen campañas contra la prosecución de las obras de la Sagrada Familia, porque para los planes de la subversión son más rentables los cabarets, las drogas, la pornografía, los partidos políticos y todos los medios de enfrentamiento de unos contra otros. Se rechaza la continuación de las obras de la Sagrada Familia porque Gaudí, como católico entero, no participaba de las mentiras liberales. Decía Gaudí:
“El pensamiento no es libre, sino esclavo de la verdad. La libertad no es cosa del pensamiento sino de la voluntad”.
Y con plenitud teológica, Gaudí afirmaba:
“En el cielo no hay libertad. Pues allí se posee la Verdad completa, a ella está sometida y completamente sujeta. La libertad es una cosa temporal, pasajera”.
Y, con una cordura que ya quisieran algunos que presumen de hombres públicos, Gaudí proclamaba:
“Quien manda no ha de discutir jamás. Ya que de la discusión proviene la disminución de la autoridad. De la discusión no brota la luz, sino el amor propio.”
¿Cómo han de poder tragar a Gaudí la masonería, los sectarios, los ignorantes, los ateos, los agnósticos, los herederos del laicismo de los hombres del 98, los oportunistas, que se cambian la camisa, y ahora parece que estamos en tiempo de muda, secularización y no digo de quema de iglesias porque en Barcelona algunas ya han servido para reuniones de las Comisiones Obreras y para cantar en su recinto la vociferante blasfemia de al Internacional? Esta es la razón por la cual se combate la continuación de las obras de la Sagrada Familia. Los andrajos de la falta de planos y de la infidelidad a Gaudí no logran disimular el desnudismo de la verdadera causa que quiere reducir el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia a unas “bellas ruinas”. Ruinas ya fueron por obra y gracia de la Generalidad y de la República. Y hemos de procurar que no vuelvan aquellas ideas políticas que desearían que incluso desaparecieran las ruinas para convertir el Templo de la Sagrada Familia en un campo raso.
(...)
Jaime TARRAGÓ
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