Jacinto Verdaguer, “L’Atlantida” y el catalanismo histórico



Revista FUERZA NUEVA, nº 564, 29-Oct-1977

VERDAGUER, “L’ATLANTIDA” Y EL CATALANISMO HISTÓRICO

Jacinto Verdaguer, nacido el 17 de mayo de 1845, falleció el 10 de junio de 1902. Es indudablemente el poeta máximo de Cataluña y de la misma España. En este año (1977) se celebra el centenario de la publicación de “L’Atlántida”, premiada el 6 de mayo de 1877, en los Juegos Florales de Barcelona. Diversos actos -en general muy mediocres, espaciados y sin demasiada resonancia-, quieren conmemorar este acontecimiento. Pero no debemos pasar por alto esta fecha sin profundizar en la obra de Verdaguer, gloria pura y límpida de la fe católica y de la España tradicional.

Nos duele mucho que en un libro que tiene muchos quilates de verdades como puños –“Cataluña traicionada”, de Felio Vilarrubias-, por una falta de óptica histórica lamentable, junto a páginas formidables, se inserte un comentario sobre Verdaguer de un hecho anecdótico y que no presupone nada en la línea total de su obra poética y de su actitud. No, Verdaguer, nacido en Folgarolas (Barcelona), en el meollo más levítico del Vich de entonces, en una casa sencilla -su padre era cantero-, con verdadera vocación sacerdotal, a pesar de las vulgaridades torpes de José Miracle y de otras ligerezas de Sebastián Juan Arbó en dos biografías con lunares garrafales, compartió su vida de seminarista con el ejercicio del trabajo del campo. Ya en Tona, jovencísimo, vislumbró la envergadura épica de “L’Atlántida”,cuya primera titulación era “L’España naixent”.

Otro gran literato catalán, Lorenzo Riber, describe así el contenido de “L’Atlántida”:

L’Atlántida”es el nacimiento geológico de España, salvada por Dios del remolino sorbedor que tragó un mundo, del cual sólo ejerce como estela funeraria el Teide que respira fuego humoso… España en la mente de Verdaguer es la herencia dela Atlántida. El Ángel de la España emergente recibió la corona de manos del Ángel de la tierra hundida que, según los geólogos autorizados, se extendía desde las Azores hasta el Cabo Verde…Si L’Atlántida fue el nacimiento geológico de España, el Canigó es el nacimiento histórico de Cataluña”.

En 1867, ya actúa en la “Font del Desmai”, en Vich. Allí nace su amistad con Federico Mistral. En 24 de septiembre de 1870, es ordenado sacerdote y destinado al servicio de la parroquia de Viñolas de Orís. Después, capellán de la Transatlántica, lo que le permitió correr los mares y que cuajara “L’Atlántida”,triunfalmente premiada, como ya hemos indicado, en 1877. Después, Verdaguer prosigue su obra literaria. Sus “Idil-lis i Cants mistics”, su “Oda a Barcelona”, el “Canigó”, hasta las “Flors del Calvari”, “Santa Eulária”, sin olvidar sus otras obras –“Patria”, “Veus del Bon Pastor”, “Lo somni de Sant Joan”,“Caritat”,“Montserrat”,“Aires del Montseny”, “En defensa propia”, “Dietari d’un pelegrí a Terra Santa” y el resto de su caudal inmenso de poeta total, en la lírica, lo épico,lo religioso, y una prosa insuperable.

Calidad genial de “L’Atlántida”

Algunos no perdonan que Verdaguer haya sido el cénit literario de Cataluña y les duele por su absoluto sentido católico. Entonces escriben novelerías sobre poesías juveniles perfectamente encuadradas en la psicología de la edad, y buscan cinco pies al gato pretendiendo que “L’Atlántida” tenga “un robusto sentido esencialmente pagánico”. No se puede exigir que todos los ojos sean sanos. Las telarañas impiden muchas veces la visión limpia. El canónigo Llovera, verdadero humanista, aunque no siempre cuerdo en alguna intervención política, refuta magistralmente la objeción. Nos dice:

“(Verdaguer) tiene, y muy hondo, y muy vivo, el verdadero sentido místico de la naturaleza: el que define San Pablo al afirmar que, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios hácense perceptibles al espíritu humano por el reflejo que de ellas hay en todas sus criaturas; el sentido místico a que obedecía el Salmista, al cantar que los cielos pregonan la gloria del Supremo Hacedor… ¿Qui com Déu? es, todo él, un canto a Dios visto a través de sus obras en el universo…Y, ¿qué diremos de Canigó? En él, el sentimiento religioso,y en su forma netamente específica de cristiano, al lado también, como en L’Atlántida, del sentimiento de naturaleza,estámucho más explícito, ya que no más hondo, y adquiere mucha mayor extensión que en el primero de los dos poemas. Aquí, como en L’ Atlántida, se revelan, pujantes, los dos grandes sentimientos del alma de Verdaguer: el sentimiento de la naturaleza y el sentimiento de la divinidad”.

En “L’Osservatore Romano”, del 4 de abril de 1962, se glosó la calidad genial de “L’Atlántida”. Describe su temática y concluye que:

En el décimo canto Jacinto Verdaguer narra en bellas estrofas el nacimiento de los huertos de naranjos de oro fino, cultivados hasta entonces por la reina Hesperia en el suelo de la Atlántida y que ahora se traslada a España. Surgen las grandes ciudades españolas, se puebla la tierra ibérica, la historia se desarrolla en múltiples sentidos mientras en un lugar solitario junto a la playa un anacoreta acoge a un joven milagrosamente salvado en un naufragio y le narra la fabulosa existencia dela Atlántida deshecha por las aguas y, según él, sumergida en el océano. El joven es Cristóbal Colón, y la narración del anacoreta tiene por fin incitarlo a la búsqueda de aquella tierra admirable: la fantasía de Colón triunfa sobre los cálculos de prudencia y obtiene las cáscaras de nuez del Rey Católico y se arriesga por el ignoto mar que no conoce límites. Y a la salida sobre una de las carabelas el anacoreta canta su saludo al navegante, predice su aventura y entona su saludo a la grandeza de España”.

Sí, Verdaguer es el poeta de la Hispanidad. Nadie como él ha cantado la epopeya de la España tradicional con el descubrimiento de América. Con Lorenzo Riber nos hacemos suyas estas palabras:

En la España Una, Grande, Libre; en la España soñada y fundida por Isabel, amplificada por Colón; en la España que modelan manos providenciales no puede sonar a cosa peregrina una lengua nacida en los Pirineos, sin mancha alguna de bastardía, en expresión de Menéndez y Pelayo; la lengua de Ramón Llull, que evangelizó el mundo; la lengua de San Vicente Ferrer, que evangelizó Europa; la lengua de Verdaguer, que cantó a Cataluña y a España; una lengua gloriosa (no existe imperio monolingüe): una lengua que merece alternar con su imperial hermana de Castilla y con sus otras hermanas peninsulares en un apacible, sabroso y cordialísimo diálogo de lenguas”.

“… Bon Fil d’Espanya”

Diremos más. Verdaguer no estaba contento de la España de su tiempo, de la España liberal y masónica, constitucional y decadente. En su poema “Lo Farell”, canta al Cid y a Jaime I el Conquistador. Llora cómo cae la Patria y mengua la fe, para terminar así: “… bon fill d’Espanya, treballaré per ella, -esperant que es desvetllí son adormit lleó”-. O sea,“buen hijo de España, trabajaré por ella -esperando que se desvele su león dormido”-. Como comenta Lorenzo Riber, a España “le despertó un rumor de levantamiento, una voz marcial de apellido, como diría Alfonso el Sabio, una mañana antes del día que -lo diré con palabras cervantescas-era uno de los calurosos del mes de julio. El día 18 de julio, que fue este día caluroso; el año en que despertó el león, que fue el año 36, entraron en la historia por la puerta grande, bajo un arco de triunfo”.

Cualquiera puede imaginar cómo hubiera sufrido Verdaguer al ver a Cataluña oprimida por el comunismo soviético, destruidos sus grandes templos de Santa María del Mar, la catedral de Vich, Montserrat cerrado y muertos a millares los sacerdotes y los seglares por el solo hecho de su afirmación cristiana. Aquel Verdaguer que grita en el “Canigó”, con expresión contundente: “¡antes que a tu Dios, oh España, te arrancarán tus sierras!”, no podría participar de los que aceptan una Cataluña no cristiana, ex cristiana, o integrada en una mezcolanza con ideologías ateas. Probablemente Verdaguer habría cantado y sufrido ante nuestra tragedia. Si Mistral dijo que “desde Milton aLamartine -en su caída de un ángel- nadie ha abordado las primordiales tradiciones del mundo con tanta grandiosidad y tanta potencia”, estamos seguros que Verdaguer se hubiera superado ante un hundimiento tan tenebroso para Cataluña como fue el periodo de 1931 a 1936, y de éste hasta la liberación de 1939. Verdaguer nada tenía que ver con los que admiten una Cataluña sin Dios. Si la fatídica fecha de 1898 amargaba profundamente a Verdaguer, cantor iluminado de la Reina Isabel, la Católica, y de la conquista de América, pedía a Dios que

Espanya, Espanya, del mon regina
Alça’t no dormís en tes ruines.”

Pues ruinas para siempre hubiera significado para Cataluña y para España todo el triunfo comunista, servido por Companys y Tarradellas. El poeta más catalán de todos los tiempos es el más recio en su amor a España. Y esto significa medularmente “L’Atlántida”.

Los términos de una tragedia

Si la obra literaria de Verdaguer alcanza una cima inigualable, Dios permitió que en la vida de este sacerdote se abriera un abismo realmente vergonzoso. Como lema de tanta desgracia, siempre serán verdad las palabras del arzobispo de Tarragona, doctor López Peláez que, por cierto, no era catalán:

Siempre será una vergüenza para los superiores de Verdaguer el que no supiesen tratarlo con el amor y el cariño que se merecía. El pueblo no distingue… Y a la postre resultará que fue perseguido por los suyos.”

Como se sabe, Jacinto Verdaguer, después de tres años de coadjutor en Viñolas de Orís, se trasladó a Barcelona. Aquí le fue ofrecido el cargo de capellán de la Transatlántica, y más tarde de la Casa Comillas. Durante esos años Verdaguer viajó mucho. Desde 1879 a 1893, transcurre este periodo que amaga toda la gloria del gran poeta y también su verdadero calvario.

No pretendemos canonizar a Jacinto Verdaguer. Tenía defectos, fácil a las alucinaciones pseudomísticas, cuyas pruebas y engaños son patentes. No tenía cualidades para ser limosnero de los Comillas, tal como se le destinó. Un hombre de sensibilidad tan extremada podía ser fácil presa de supercherías por parte de pretendidos pedigüeños. Fue influenciado por la asistencia a la Casa de Oración de la calle Mirallers, con supuestas revelaciones, y una no discriminada administración de exorcismos. Todo esto trajo un malestar en la vida familiar de la Casa Comillas. Y la cuerda se rompió por la parte más floja.

Enterado el prelado del Barcelona de las andanzas raras de Verdaguer, respecto de iluminismos, el obispo Catalá, muy cuco, a petición de los Comillas, pide al obispo de Vich, doctor José Morgades, que lo reclame para su diócesis. Éste demora la gestión hasta un año más tarde. Finalmente, bajo pretextos, Verdaguer es apartado de Barcelona y hospedado unos meses en el palacio episcopal de Vich. Después, Verdaguer pide residencia en el santuario de la Gleva, hasta que por su propia voluntad se traslada a Barcelona, al domicilio de doña Deseada Martínez. Los motivos que le separaron de la Casa Comillas, centrados en la mala administración de las limosnas, en las influencias de histerismos iluministas, incluso en una supuesta alienación mental del poeta, en este regreso a Barcelona, en la casa en donde encontró refugio en momentos de angustia, se revelan realmente. Morgades, el obispo de Vich, y otros, imaginaban una conducta y una convivencia indigna de Verdaguer en aquella familia, por lo que los otros alegatos ocultaban la malignidad de la calumnia. Y esta era inadmisible.

Acosar a un hombre de una sensibilidad extraordinaria como Verdaguer tiene graves peligros. Morgades, hombre de cualidades de gobierno y de relevantes actuaciones episcopales y públicas, carecía del don del entendimiento para captar las reacciones de dignidad humana como Verdaguer, herido en lo más sagrado de su sacerdocio y de su honradez. Y la resistencia de Verdaguer permaneciendo en Barcelona, y en aquella casa, estalla con la suspensión “a divinis” de los obispos de Barcelona y Vich. Verdaguer fue perseguido incluso policíacamente. Y el 17 de junio de 1895 se empieza a publicar su famosa colección de artículos, hoy reunidos bajo el epígrafe “En defensa propia”. La prensa izquierdista aprovecha esta oportunidad para promover el escándalo consiguiente. Mientras tanto el catalanismo histórico, los personajes eclesiásticos y seglares más eminentes de Cataluña, guardan una reserva y se mueven en torno a Verdaguer en forma realmente descalificable.

En 1897, Verdaguer emprende un viaje a Madrid. El gran poeta de Cataluña se encuentra solo, abandonado, en su tierra. En Madrid, prontamente, se relaciona con los agustinos, entre ellos los PP. Blanco y Miguélez, que examinan con amor el caso y saben interesar al arzobispo-obispo de Madrid doctor don José María Cos y Macho. Este obispo fue un verdadero padre para Verdaguer. Y empezó el duelo epistolar entre Madrid y Vich. De Madrid salían las cartas de la verdad, de la comprensión, de la prudencia. De Vich, el cinismo de una actitud durísima, sin entrañas. Cuando, finalmente, se llega ya al desenlace de la cuestión -ha fallecido ya Deseada Martínez-, Morgades impone unas condiciones draconianas y humillantes. El obispo Cos, de Madrid, sabe sortear el enredo invitando a Verdaguer a firmar una retractación en la que afirmaba su obediencia al prelado de Vich. Y con ella tenía el permiso de incardinarse en la diócesis de Barcelona.

Todavía en el documento en que se levantaba el castigo canónigo a Verdaguer, el inflexible Morgades añadía una carta infamante en la que se le quería obligar a dejar a los huérfanos de Deseada Martínez. El doctor Cos resolvió tajantemente. Aconsejó a Verdaguer que inmediatamente celebrara misa, en el oratorio de los agustinos. Era el 13 de enero de 1898. Y al día siguiente Verdaguer salía de Madrid con los hijos de Deseada Martínez, para residir con ellos, en Barcelona. El 18 de febrero, el orgullo de Morgades todavía se desahoga contra el P. Miguélez, haciendo hincapié en que él debía “atender a la moralidad del hombre y a la dignidad del sacerdote”. Continuaba Morgades con su burda obsesión estampada en la carta del 24 de diciembre de 1897, al doctor Cos: “Ojalá me equivoque, pero ni con la muerte de la fulana tengo confianza en él”. Hasta aquí la cerrazón mental del obispo Morgades.

Un significado evidente

Verdaguer es la cúspide más alta de la literatura catalana. Nadie se ha igualado ni se iguala a él. Pero Verdaguer, el vate de Dios y de España, no era un catalanista de la escuela de Prat de la Riba, de la Lliga, del neutralismo masónico en la política. Verdaguer no se parece en nada a Collell, sacerdote, sí, pero también político que no supo o no pudo lograr la impronta de la fe en el catalanismo de la Lliga. Y las izquierdas catalanistas utilizaban a Verdaguer simplemente por oportunismo sectario.

Pero Verdaguer, sacerdote por encima de todo, poeta sin igual, con equivocaciones prácticas graves, pero comprensibles y en nada en contra de la fe, en Cataluña no encontró la solución de su problema. Lo más probable es que, de permanecer en Cataluña, Verdaguer hubiera fallecido sin poder celebrar misa. Sólo su evasión a Madrid fue el camino salvador. Y allí encontró lo que no tenía en Cataluña. El afecto de Menéndez y Pelayo, Núñez de Arce, Echegaray, e innumerables sacerdotes que le prestaron el calor de su cariño. A su primera misa, devueltas las licencias, junto con el P. Miguélez asistían Núñez de Arce, conde de Cedillo, Ortí y Lara, Vázquez de Mella,Barrio y Mier,Blanca de los Ríos, y otras personalidades del primer plano nacional.

El P. Miguel de Esplugas comenta que “fue una solución nada decorosa para un prelado como Morgades, que la solución viniera de fuera, por mediación del obispo de Madrid y por benditas oficiosidades de los Agustinos de El Escorial, que Cataluña nunca agradecerá bastante”. Y en la misma línea estaba el obispo de Salamanca, fray Tomás Cámara, también totalmente inconforme con Morgades.

Y me place en esta ocasión evocar que, en mis años de corresponsal en Buenos Aires, pude tener una entrevista con Manuel de Falla, entonces residente en Altagracia, Argentina, coincidiendo con una de las visitas que también le hizo Eduardo Marquina. La conversación versó sobre Verdaguer, y allí hice observar cómo la grandeza poética de Verdaguer no tenía ningún carácter de política menuda, ya que su gran obra “L’Atlántida” era el canto al descubrimiento de América, y la música con que la enriquecía Manuel de Falla la inmortalizaba todavía más.

El catalanismo histórico, ya de derechas, ya de izquierdas, no puede afiliarse a Jacinto Verdaguer. Verdaguer nada tiene que ver ni con la Lliga ni con Prat de la Riba, ni mucho menos con Valentín Almirall. Verdaguer es una flor de la tradición hispánica de Cataluña. Es un “vigatá”, descendiente de los que lucharon contra Felipe V. Él lo cantó espléndidamente.(…)

A estas horas (1977), Verdaguer no comulgaría con los obispos catalanes que se unen al vocerío borracho reclamando un Estatuto que saben estará manejado por los marxistas de todo color. Verdaguer, el más sacerdote y el más poeta de todos los tiempos que ha cantado la fe y la tradición, se sabía muy bien aquello que León XIII les dijo a él y a Collell, en su visita a Roma, cuando el Papa regalaba la imagen que preside el monasterio de Ripoll, y Collell le daba cuenta de sus fervores catalanistas: “Mucho cuidado. Estos movimientos empiezan por ser literarios, luego pasan por políticos y, al fin, se aprovechan de ellos los elementos disolventes”.

Lo que el Papa dijo también vale para hoy. Por esto Verdaguer fue perseguido por los catalanistas. Y fue rehabilitado en Madrid, gracias a los frailes agustinos de El Escorial, y las figuras más egregias del pensamiento español.

Jaime TARRAGÓ