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Tema: El monasterio de Poblet, cíclicamente de la gloria a la ruina (Meditación política)

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    El monasterio de Poblet, cíclicamente de la gloria a la ruina (Meditación política)

    El cisterciense monasterio de Poblet, panteón de los reyes de la Corona de Aragón, cíclicamente de la gloria a la ruina (Una meditación política)


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 113, 8-3-1969

    Meditación política en Santa María de Poblet (I)

    (por Jaime Tarragó)

    En Cataluña hay un monasterio que sintetiza la historia de la Corona de Aragón, en la que estaba integrado el Principado de Cataluña. (En el mismo, Felipe II, en 1564, en la placidez del monasterio populetano, concibió la idea de la erección de San Lorenzo del Escorial). En 1151, se levantan ya lo que han de ser los amplios muros de Poblet. El siglo XIV representa un fastuoso desarrollo de las obras del citado cenobio cisterciense. El abad Copons, el rey Pedro “el del punyalet”, convierten en una enorme fortaleza, con torres y almenas singulares, la fábrica cisterciense.

    El ilustre escritor don Felio A. Vilarrubias condensa así la historia arquitectónica de Poblet:

    Es cerrado el ciclo gótico en el siglo XV, por una obra casi única en su género y con cuya pieza arqueológica Poblet se enriquece con un nuevo elemento: el civil. Nos referimos al Palacio Real que ordena construir Martín el Humano, en 1397, y cuya gigantesca fábrica, de exquisitas proporciones, dejó inacabada la muerte de aquel monarca, con lo cual se extinguía en el trono de Aragón y la dinastía de la Casa de Barcelona… Cierra el medievo una concepción totalmente nueva en la historia cultural de nuestros reinos, que imprimirá un nuevo estilo político y, con él, la concepción del imperio que Fernando el Católico, con su política mediterránea e italiana, llevará a su punto más alto.
    Poblet ha sido el panteón de Alfonso I el Casto, del gran Jaime I el Conquistador, del Ceremonioso Pedro III, de Juan I el Cazador, del rey Martín, de Jaime el Desdichado, de Fernando el de Antequera, de Alfonso IV y Juan II, así como de las reinas esposas de los antedichos monarcas, príncipes y próceres catalanes, como los de las casas de Moncada, Cardona, Cervera, Anglesola, Urgel, Bas, Rivelles y muchas otras. Durante siglos, Poblet fue fuente de espiritualidad, faro de cultura y centro de la grandeza catalanas”.

    Pero llegó el siglo XIX…

    España padecía la tremenda decadencia que la masonería, la ilustración, el volterianismo, traducido en el liberalismo político, desmedulaban su imperio y quebrantaban nuestra unidad moral. El Estado había perdido conciencia de su misión y la fuerza de su autoridad andaba malvendida en manos de turbas endiabladas y agentes malvados de las sectas. El 22 de julio de 1835, en Reus (Tarragona) se asesinaron multitud de religiosos. En el día de Santiago, ya quedaban pocos monjes en Poblet. En aquellos días vino, efectivamente, la dispersión total de los monjes. Tumbas y altares, con brutales hachazos, fueron destrozados; el archivo, destruido; los doseles artísticos, labrados en nobles maderas, maltratados y rotos; la momia de Don Jaime el Conquistador, como la de otros reyes, vilmente profanadas.

    Victor Gebhardt dice (año 1864):

    En vano se busca en la historia el relato de una devastación más ciega llevada a cabo con más brutal frenesí. ¿Qué hombres de corazón, podemos también preguntar nosotros, no se estremecen a la vista y a la sola idea de esa vasta e implacable ruina, de esa desolación universal, de esos restos que yacen aún alrededor de nosotros, lúgubres, informes, profanados? ¿En qué invasión de bárbaros se vio nunca destruir y devorar a la vez tantos monumentos admirables, tantos recuerdos populares, tantos tesoros de arte y de poesía, tantos recursos para la caridad pública y para las necesidades apremiantes de los pueblos?”

    ¡Era la obra del Estado liberal! Del Estado español, que había perdido la noción de los destinos de la Patria. En 1846, con Poblet totalmente devastado, se nombran dos guardas, con el sueldo de un real diario, para conservar lo que a mansalva, desenfrenada y locamente, había sido destruido. Los restos de los reyes de la Corona de Aragón fueron salvados por el celo del reverendo don Antonio Serret y el patriotismo de don Pedro Gil, recogiéndolos amorosamente entre las ruinas, y trasladados posteriormente a la catedral de Tarragona.

    Restauración de Poblet

    En 1 de septiembre de 1926, el reverendo doctor Jaime Barrera publicaba en “El Correo Catalán” un artículo titulado “Poblet se está hundiendo”. En el mismo, decía:

    Prescindiendo por completo de toda nota o matiz diferencial, con voz unánime, con sinceros clamores nacidos del alma y alentados por el corazón, la prensa de Cataluña, principalmente la barcelonesa y la de Tarragona, con artículos editoriales y firmados, está diciendo con diversidad de bellas palabras y con unidad sólida de concepto: “Poblet se está hundiendo”. Poblet está en inminente ruina; de un día a otro se vendrán al suelo techumbres que fimbran, bóvedas de reparación imposible, columnas insustituibles, ventanales de calados y filigranas no rehacederos, porque no pueden tornar los magos artífices del medievo; de un momento a otro puede crujir con estrépito formidable aquel esqueleto arquitectónico de gigantescas proporciones. Poblet se nos va de las manos, después de haberse ido de nuestro corazón olvidadizo; ante un decenio escaso que falta para cumplir el centenario de su depopulación monástica. Poblet está en vísperas de una destrucción total y definitiva”.

    A pesar de los meritorios y esforzados trabajos de artistas, poetas, escritores, sacerdotes, prelados, algunas autoridades y arquitectos, la restauración de Poblet ni culminaba ni se veía cuando se convertiría en realidad. El Estado liberal, con todas las facetas del turno de los partidos políticos y la malhadada República, no tenían ningún interés eficaz para que dicha restauración se terminara felizmente.

    Tenía que ser el Estado español, nacido del Alzamiento del 18 de julio de 1936, impulsando una guerra santa de Cruzada, el que, como en tantísimas ocasiones, lograra lo que la revolución anticristiana había destruido. Después de ciento cinco años de persecución, de devastación de Poblet, el Gobierno del Generalísimo Franco, por un Decreto de 20 de agosto de 1940, del Ministerio de Educación Nacional, ofrecía en usufructo a la Sagrada Orden del Císter, el monasterio de Poblet, “visto el deseo de la Orden”, como se lee en el texto legal.

    El 24 de noviembre de 1940, Poblet queda decisivamente repoblado monásticamente. Los primeros monjes nombrados para recomenzar la vida monacal fueron los italianos dom Juan Rosavini, dom Tomás Vana, dom Martín Marini y fray Juan Fioravanti. El abad general de la Orden Cisterciense, en aquel año, era dom Edmundo Bernardini. El ministro de Educación Nacional, don José Ibáñez Martín, el director general de Bellas Artes, el marqués de Lozoya, el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional era desempeñado por don Francisco Íñiguez Almech y el comisario de la zona de Levante era don Luis Monreal Tejada. España, como en nuestros días (1969), tenía por jefe de Estado al Generalísimo Franco. Bajo este Gobierno y auspicios, el abad general de la Orden del Cister, revestido con los ornamentos sagrados, pueden tener el Te Deum de la restauración monástica.

    Después, la restauración arquitectónica: las vocaciones monásticas al Císter de catalanes y de oriundos de otras regiones españolas; las sustanciales ayudas económicas del Estado, de las Diputaciones provinciales, de la Hermandad de Poblet y amantes del gran cenobio han continuado las obras reparadoras y puesta al día de las plazas, de los palacios, de los accesos, de las naves, de las capillas laterales, de los sarcófagos y de todo el complejo monástico-arquitectónico de Santa María de Poblet.

    Don Felio A. Villarrubias, con prosa apretada y espléndida, enumera lo que significa que Poblet sea actualmente (1969) un monasterio vivo. Así lo describe el autorizado historiador:

    Poblet, monasterio vivo, ha significado:
    - el resurgimiento de una vocación de autenticismo monástico;
    - el recobro por la Iglesia de una centenaria institución que enlaza la historia eclesiástica de la Reconquista de la Edad Media con la iglesia de los tiempos modernos;
    - el renacimiento de los estudios, la investigación y la bibliografía monástica;
    - el florecimiento local, y aun nacional, de una devoción y de una piedad tradicional hacia el santoral, la mística y los escritos cistercienses y
    - el restablecimiento de una toma de contacto con el pasado, no como mero artificio arqueológico y folklórico, por parte de los pueblos, comarcas o lugares unidos por la historia con Poblet, sino, además, con evidente sentido de espiritualidad y mucho más”.

    (continúa)



    Última edición por ALACRAN; 05/04/2024 a las 14:41
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: El monasterio de Poblet, cíclicamente de la gloria a la ruina (Meditación polític

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    continuación...


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 113, 8-3-1969

    Meditación política en Santa María de Poblet (y II)

    (por Jaime Tarragó)


    ... La reflexión que se impone

    Al visitar, en el pasado febrero (1969), el templo del cenobio populetano no pude menos que hacerme esta reflexión:

    Poblet es fruto de la Cataluña de la Reconquista, de los reyes cruzados, de los condes cristianísimos; logró su esplendor con los Reyes Católicos, con Felipe II, con una vida monástica ubérrima de santidad y ciencia. Al sobrevenir el liberalismo, Poblet queda destruido, despoblado, arruinado. Únicamente vuelven a entonarse las salmodias litúrgicas y vuelve a celebrarse el santo sacrificio cuando España tiene un Estado católico.

    Luego la Iglesia que, como tal, no tiene una finalidad política, sino espiritual, no puede permanecer ajena a lo temporal. Ni el liberalismo ni el socialismo ni el marxismo ni la separación de la Iglesia del Estado pueden lograr la presencia de la Iglesia en el mundo, concretamente en España. El compromiso cristiano en lo temporal implica la ordenación de las instituciones terrestres de acuerdo con el destino eterno de los hombres. Este es el sentido de la constitución conciliar “Gaudium et spes”. La “autonomía de las cosas terrestres” no significa “que las cosas creadas no dependen de Dios, y que el hombre puede usar de ellas sin referirlos al Creador”. Pues como dice el texto conciliar, “la criatura sin el Creador desaparece”.

    Ciertamente que la Iglesia Católica tiene prometida la perennidad por la promesa de Jesucristo. Pero es ley histórica que la propagación de la fe católica se ha realizado también, humana y providencialmente, con la ayuda de los Estados. La conversión de Recaredo y de Clodoveo influye grandemente en el cristianismo de España y Francia. Pero un Estado anticristiano proyecta sobre la nación su influencia descristianizadora. Enrique VIII causó la apostasía de Inglaterra, y Gustavo Wasa arrancó a Suecia de la Iglesia católica. El Asia Menor, Egipto, el África del Norte perdieron sus fervorosas cristiandades por el islamismo.

    Si España tuviera la tremenda desgracia de caer en manos de políticos llamados sedicentes católicos (*), colaboradores con el marxismo más o menos violento, conoceríamos otra vez la repetición de lo que sucedió en Poblet en 1835, a escala nacional y con caracteres apocalípticos.

    El Generalísimo Franco en su visita al monasterio de Montserrat, en 21 de mayo de 1947, al padre abad y monjes de dicho monasterio les dijo muy significativamente en aquella hora:

    La catástrofe que Europa sufre y que nosotros padecemos en nuestro suelo, como acusan las cicatrices que ostentan tantos templos en Cataluña y en todas las provincias españolas, constituye una lección y un motivo de meditación para todos nosotros, en el servicio de la Patria, en el camino de lo temporal que tenemos confiado, hemos reflexionado sobre estas lecciones para saber corregir aquellas causas que condujeron a los españoles a luchas fratricidas, pero que de no haber tenido lugar hubiera sucumbido la fe y la nación, como está sucumbiendo en estos pueblos de Europa como Polonia, Hungría, Rumanía y tantos otros países católicos, donde la planta de la barbarie y el materialismo va borrando con el nombre de Dios el sentido de la Patria.

    Yo someto a la consideración de quienes habéis abrazado el servicio de Dios y disponéis de tiempo y de lugar para el recogimiento y la meditación, el análisis de estos hechos, el por qué de que, en los momentos que en la vida de España hizo crisis la autoridad y faltó la espada guardadora del orden, las turbas sin freno se lanzasen contra los conventos, contra los templos de Dios, contra los religiosos y contra personas piadosas. ¿Por qué esta muestra de descristianización, por qué este abandono del camino de la verdad para seguir el del materialismo y el del mal?
    Estos hechos se suceden lo mismo en la vida de España que en la de los otros pueblos de Europa.

    El hecho materialista, el fenómeno marxista, es una consecuencia directa de la falta de fraternidad cristiana de nuestra sociedad, de la siembra de libertinaje que el liberalismo nos legó, de la desesperanza de lograr bajo él la justicia ansiada; el no haber sabido reconocer el hecho social de nuestra era. Así, poco a poco, se ha ido perdiendo y olvidando la obra de redención de nuestra Iglesia, y el hombre cayó en una esclavitud quizá más dura que la de los antiguos tiempos. Y esto es lo que ofrezco como motivo de meditación para que no vuelvan jamás las hordas españolas a irrumpir en forma bárbara en la casa de Dios; si por olvido de lo social ha habido una ola de materialismo que apartó a los hombres del verdadero camino, yo espero que esta gran obra social que mi Gobierno impulsa, con ayuda de vuestras oraciones, vuelva a los ayer equivocados por el camino de lo social, a la casa de Dios”.

    Las palabras del Caudillo son el mejor colofón a mi visita de Poblet. La sociedad cristiana levantó el inmenso cenobio. El liberalismo lo destruyó con incapacidad total para restaurarlo. Sólo el Estado católico actual (1969) ha hecho posible la repoblación monástica y la vida de los monjes del Císter en Poblet.

    ¿Pero qué sería de España si los monjes y los sacerdotes, abandonando su ministerio y la oración, se lanzaran al activismo temporalista? Más, ¿qué sería de la propia vida íntima, sacerdotal y monástica de sacerdotes y religiosos, que desconocieran la tradición y el pensamiento católico del magisterio pontificio en materias políticas, que pretendieran allanar la autoridad legítima, suplantándola por la conspiración, la colaboración con el marxismo y la clandestinidad y, prácticamente, propugnaran postulados de libertad ilimitada, cuyos efectos serían, en primer lugar, el fomento de la impiedad y del ateísmo? ¿Qué pasaría si salieran de los seminarios, de las universidades católicas y pontificias, de los escolasticados y noviciados, de los centros católicos y de las parroquias peligrosos ilusos que subordinaran el bien común de la nación a políticas arbitrarias, partidistas, a la propaganda de las más irresponsables libertades y de las demagogias más violentas?

    ¡Ah, entonces el monasterio de Poblet y todos los monasterios de España, con la vida católica del país, estarían amenazados de ruina! Pues los bárbaros que destruyeron Poblet quedarían superlativamente superados por sus discípulos, que desde el interior del templo desvalijarían el dogma y la moral de la Iglesia, que es decir el mejor patrimonio espiritual que tiene la nación y los hombres de España. Si la tragedia ya apuntara a estos extremos y los propios pastores más responsables callaran, acomplejados por misteriosas consignas y tácticas incomprensibles, entonces el bien común imperativamente reclama, por parte del Estado, no sólo la conservación del orden público, de los edificios sagrados y la paz material, sino que se impone, como lo hicieron los Reyes Católicos, el cardenal Cisneros, Carlos I y Felipe II, la defensa de la fe y la marginación efectiva de las fuerzas subversivas, aunque sacrílegamente usurpen funciones y hábitos sagrados, desde la esfera temporal. Que por algo la autoridad civil tiene su origen en Dios y una misión específica que, aunque otros claudiquen, no puede abandonar. Si se repite que es la “hora de los seglares”, eminentemente es la hora de los Estados, de la autoridad.

    Todo esto me ha inspirado un paseo y visita inesperada en una tarde fría de este invierno (1969) en el monasterio de Poblet, restaurado bajo la égida del Estado católico de la España actual, que destruiría otra vez el Estado y la política consiguiente de los Santiago Carrillo, Rodolfo Llopis y sus compañeros de viaje (*).

    Jaime TARRAGÓ

    (*) Lo que sucedió desde 1976, con la llegada del rey Juan Carlos y “su” presidente, Adolfo Suárez

    .
    Última edición por ALACRAN; 06/04/2024 a las 00:40
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    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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