Los socialistas intentaron disuadir sin éxito a Maragall de la autocrítica



LUIS MAURI
BARCELONA

Pasqual Maragall es impredecible. Desconcertante, heterodoxo, indisciplinado, sí, pero su autocrítica sobre la reforma del Estatut no nació del arrebato ni de la improvisación, sino que fue meditada largamente.
Maragall ha ido reflexionando y modelando durante los últimos tres meses sus controvertidas opiniones de que el esfuerzo realizado para modificar la Carta catalana "no valió la pena" y que fue "un error" impulsar esa reforma sin haber cambiado antes la Constitución, según confirmaron a este diario fuentes próximas al expresidente catalán. Y ha acabado exponiéndolas en público --el miércoles pasado, en una entrevista con el periódico italiano Europa-- pese a los intentos de destacados socialistas de su confianza de hacerle ver que esas declaraciones perjudicarían al Gobierno tripartito de su sucesor y correligionario, José Montilla, además de socavar la propia imagen de Maragall.

EL CORRILLO DE SERRA
El exalcalde de Barcelona, exvicepresidente del Gobierno central y exprimer secretario del PSC, Narcís Serra, amigo personal de Maragall desde la juventud, es una de las personas que ha escuchado durante las últimas semanas los planteamientos de Maragall. El lunes pasado, en la recepción oficial de Sant Jordi en el Palau de Pedralbes, comentaba con tono de preocupación las opiniones del expresident en un corrillo de socialistas.
Durante el último mes, al menos un destacado excolaborador de Maragall en la presidencia de la Generalitat también ha intentado hacerle ver que renegar ahora de la reforma del Estatut era echar tierra sobre el Gobierno tripartito, regalar argumentos a la oposición (a CiU contra Montilla y al PP contra Zapatero) y elevar al cuadrado la notoria sensación de fatiga y de desconcierto político de la sociedad catalana.

LA "TRAICIÓN" DE ZAPATERO
Maragall abundó ayer mismo en su visión pesimista sobre el futuro del Estatut, esta vez en una entrevista que publica la revista L'Avenç en su número de mayo. El socialista catalán dice que se siente "personalmente traicionado" por Zapatero, quien había prometido apoyar el Estatut que aprobara el Parlament. Afirma: "El Zapatero federalista ha dejado paso a un Zapatero felipista. Es un paso atrás para el federalismo". Y lamenta, como ya hizo en un artículo publicado el 31 de agosto del 2006 en EL PERIÓDICO, que el líder del PSOE prefirió que Montilla ocupase su lugar en la Generalitat.

TAREA BALDÍA, MANDATO INÚTIL
Maragall no ha sido sensible durante las últimas semanas ni siquiera al argumento que le han expresado algunos socialistas de que declarar baldío el esfuerzo de la reforma estatutaria era tanto como tachar de inútil su propio mandato en la Generalitat. No en vano el expresident fue en su día el principal y más entusiasta impulsor de la reforma, incluso contra las presiones desaceleradoras de su propio partido, el PSC.
La presidencia de Maragall quebró abruptamente a media legislatura, tras un convulso y vertiginoso periodo que puso al descubierto su falta de autoridad en el Govern y en su propio partido. Pese a las sacudidas de aquel Dragon Khan político, razonaban los citados interlocutores del expresident, el mandato de Maragall aún podía salvarse para la historia como el del nuevo Estatut. Pero, insistían, si el propio Maragall denigra ahora de la reforma de la Carta, él mismo destruye el único estandarte que le queda de su presidencia.
"Podía pasar a la posteridad como el president del Estatut, pero él solito va a conseguir quedar como el president de las crisis permanentes", sentenció ayer una fuente gubernamental.

PROFUNDO ENOJO
La orden de Montilla al Gobierno catalán y al PSC de que no engorden esta polémica apenas oculta el profundo enojo que Maragall ha causado en la presidencia de la Generalitat, justo cuando esta se encuentra embarcada en la compleja negociación sobre el despliegue del Estatut con el Ejecutivo central, bajo la espada de Damocles del Tribunal Constitucional.
Diversas fuentes socialistas --algunas próximas a Maragall-- imputan al expresident un intento de trasladar a la sociedad catalana su frustración y su disgusto personal por el fracaso de su mandato y su descabalgamiento de la presidencia.

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