Dos Papas sobre el problema de Sión


Cuando hace unos días recibió PP Franciscus en audiencia a Benjamín Netanyahu, recordé otra audiencia papal, supongo que por cierta conexión, en paralelo antitético, de una y otra escena. Me refiero a cuando Theodor Herzl procuró un encuentro con Pio X, con intención de que el Papa Sarto apoyara o recomendara su gran proyecto.

La reseña de aquel histórico encuentro la hace el propio Herzl, no me aclaro si en una especie de diario o en una carta a un amigo suyo italiano. Cuando guardé el texto (no recuerdo en qué página lo leí, hace ya varios años) anoté también que apareció publicado por vez primera en 1956, en un libro titulado "La Terre Retrouvée". Tengo sobre lo mismo otra referencia, un artículo en italiano firmado por Tullia Catalan, en un monográfico elaborado en la Universidad de Bolonia, "Dossier - Antisemitismo e Chiesa cattolica in Italia (XIX-XX sec.)". El artículo de T. Catalán, donde aparece un fragmento de la conversación entre Pio X y Th. Herzl, versa sobre el eco del sionismo en la prensa italiana de principios del siglo XX; la cita figura en el epígrafe "-1904 a 1917: dalla visita di Herzl alla svolta della dichiarazione Balfour" (leer aquí)

El texto donde se cuenta la audiencia es, como he dicho, del mismo Theodor Herzl. Supongo que no existe ninguna otra fuente, salvo si hubiera alguna documentación al respecto en los archivos de la Santa Sede, que tampoco me consta. Herlz narra en primera persona, citando a San Pio X de memoria, describiéndole con poca empatía, despectivamente, con una carga evidente de prejuicios que, a tenor de la conversación habida (si fue tal y como él refiere), vería confirmados. Así y todo, al dar cuenta de su breve parlamento parece exponer con bastante credibilidad lo que dijo el Papa (o, por lo menos, su argumento principal), reconociendo, incluso, la impresión de 'grandeza' que supo percibir en algún momento de aquella audiencia. Esto es lo que escribió Herzl:

Ayer fui recibido por el Papa Pío X. Me recibió de pie y tendió la mano que no besé. Se sentó en un sillón, especie de trono para “los asuntos menores” y me invitó a sentarme cerca de él. El Papa es un sacerdote lugareño, más bien rudo, para quien el Cristianismo permanece como una cosa viviente, aún en el Vaticano. Le expuse mi demanda en pocas palabras. Pero, tal vez enojado porque no le había besado la mano, me contestó de modo demasiado brusco:

— No podemos favorecer vuestro movimiento. No podemos impedir a los judíos ir a Jerusalén, pero no podemos jamás favorecerlo. La tierra de Jerusalén si no ha sido sagrada, ha sido santificada por la vida de Jesucristo. Como jefe de la Iglesia no puedo daros otra contestación. Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor. Nosotros no podemos reconocer al pueblo judío.

De modo que el antiguo conflicto entre Roma y Jerusalem, personificado por mi interlocutor y por mí, revivía en nosotros. Al principio traté de mostrarme conciliador. Le expuse mi pequeño discurso sobre la extraterritorialidad. Esto no pareció impresionarlo. “Gerusalemme”, dijo, no debía a ningún precio, caer en manos de los judíos.

— Y sobre el estatuto actual, ¿qué pensais vos, Santidad?

— Lo sé; es lamentable ver a los turcos en posesión de nuestros lugares Santos. Pero debemos resignarnos. En cuanto a favorecer el deseo de los judíos a establecerse allí, nos es imposible.

Le repliqué que nosotros fundábamos nuestro movimiento en el sufrimiento de los judíos, y queríamos dejar al margen todas las incidencias religiosas.

— Bien, pero Nos, en cuanto Jefe de la Iglesia Católica, no podemos adoptar la misma actitud. Se produciría una de las dos cosas siguientes: o bien los judíos conservarán su antigua Fe y continuarán esperando al Mesías, que nosotros los cristianos creemos que ya ha venido sobre la tierra, y en este caso ellos niegan la divinidad de Cristo y no los podemos ayudar, o bien irán a Palestina sin profesar ninguna religión, en cuyo caso nada tenemos que hacer con ellos. La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo y no podemos admitir que hoy día tenga alguna validez. Los judíos que debían haber sido los primeros en reconocer a Jesucristo, no lo han hecho hasta hoy.

Yo tenía a flor de labio la observación: “Esto ocurre en todas las familias; nadie cree en sus parientes próximos”; pero de hecho contesté: “El terror y la persecución no eran ciertamente los mejores medios para convertir a los judíos”.

Su réplica tuvo, en su simplicidad, un elemento de grandeza:

— Nuestro Señor vino al mundo sin poder. Era póvero. Vino in pace. No persiguió a nadie. Fue abbandonato aún por sus apóstoles. No fue hasta más tarde que alcanzó su verdadera estatura. La Iglesia empleó tres siglos en evolucionar. Los judíos tuvieron, por consiguiente, todo el tiempo necesario para aceptar la divinidad de Cristo sin presión y sin violencias. Pero eligieron no hacerlo y no lo han hecho hasta hoy.

— Pero los judíos pasan pruebas terribles. No sé si Vuestra Santidad conoce todo el horror de su tragedia. Tenemos necesidad de una tierra para esos errantes.

— ¿Debe ser Gerusalemme?

— Nosotros no pedimos Jerusalem sino Palestina, la tierra secular.

— Nos no podemos declararnos a favor de ese proyecto.

La audiencia de Pio X a Theodor Herzl tuvo lugar el 26 de Enero de 1904, hace poco más de un siglo. Comparando las circunstancias de la reciente audiencia de PP Franciscus al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, es evidente que el tono ha cambiado. A este respecto, la declaración Nostra Aetate marcó un hito, con su antes y su después. En el post-concilio ha destacado la constante buena voluntad manifestada por los últimos Papas, especialmente sensibles, por razones muy personales, a toda la temática judeo-israelí. Juan Pablo II y Benedicto de XVI, siendo uno polaco y otro alemán, fueron marcados en su juventud por el trauma de la IIª Guerra Mundial y la represión/persecución antisemita desencadenada por la Alemania de Hitler. Con una relación menos directa, es también evidente la proclividad, muy manifiesta, del antes Arzobispo Cardenal de Buenos Aires, hoy PP Franciscus.



A pesar de los nuevos vientos, las palabras que Herzl pone en boca de Pio X son netamente católicas, razonadas y razonablemente católicas, ni despiadadas ni insensibles, sino simplemente realistas e históricamente responsables. Imagino que de haber sabido el Papa Sarto que la erección del estado de Israel causaría una perenne crisis internacional además de ser un injusto atentado contra los derechos de la población/nación palestina, sus palabras habrían sido más graves, de un tono más severo.

Nuestra actualidad, sin embargo, se describe según la cordialidad de la audiencia papal al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, uno de los más agresivos agentes del sionismo que problematiza violentamente el Oriente Medio desde mediados del pasado siglo. Me pregunto si bajo tales circunstancias un personaje así merece ese trato.

La dictadura del diálogo impone injustas benevolencias.

Quien lea esto y piense que el que lo escribe es anti-sionista, se equivoca. Mis afectos por Israel y los judíos son muy serios. Pero también mantengo firme la opinión de que el actual estado israelí es quasi un crimen institucionalizado, una injusticia hecha nación contra todo derecho.

A los que hoy llevan esa bandera habría que hablarles como Pio X habló a Herzl: Como un Papa. Entre otras razones porque, aunque las circunstancias han cambiado, la Iglesia no, sigue siendo eadem, la misma que habló por boca de Pio X.

O, al menos, eso es lo que suponemos quienes nos reconocemos, conscientemente, católicos.

Si los hechos, si lo que está pasando, contradice nuestra suposición, conste también que no somos nosotros los extraviados. Conste.

Cuando parece darse la impresión del desconcierto, sea en las formas, sea en los actos, reconocerse uno mismo es esencial. Y no nos definimos por oposición a nadie ni por favor de ninguno, sino por identidad con lo que somos.

Mientras más, mejor.


+T.

EX ORBE