LA COLONIZACIÓN FINANCIERA DE ESPAÑA
Imágenes: Carga carlista, según el genial pintor Ferrer Dalmau. Estación de trenes del siglo XIX, Ilustración Americana y Española.
GOBIERNOS LIBERALES VENDIERON ESPAÑA A LOS ROTHSCHILD
Mediada la lectura de un libro que recomiendo: “Los Rothschild. Historia de una dinastía”, de Herbert Lottman, Biblioteca ABC: PROTAGONISTAS DEL S. XX (Las biografías que construyeron el siglo), Barcelona, año 2003, 412 pp.
Como no creo en teorías de la conspiración, me lanzo a comentar este libro. Si este blog padeciera alguna censura, aquellos que se atrevieran a semejante atentado contra la libertad de pensamiento y expresión, estarían con ello dándole la razón a todos los paranoicos que creen en una conspiración judeo-masónica: ¿cómo la llamaba Francisco Franco…? ¡Ah, sí! Contubernio judeo-masónico.
Tras mediar su lectura, el libro de Lottman se muestra muy elocuente, más en lo que calla que en lo que dice; aunque también lo que dice no deja de tener su aquél. El libro es una almibarada apología de la familia Rothschild, y Lottman se las pinta para hacer que los Rothschild nos sean muy simpáticos, casi dan ganas de invitarlos a comer. La plutocrática estirpe de los Rothschild –el libro se centra, sobre todo, en la rama francesa de la familia: cuyo patriarca fue Jacob Rothschild- se nos presenta como una familia modélica, cuyos miembros han sido todos, cada uno de ellos, en el curso de la historia ejemplos vivos de virtudes cívicas y patrióticas; hasta el momento –repito que llevo el libro mediado, puede ser que me encuentre alguna sorpresa- ningún Rothschild ha aparecido postrado en la miseria del alcohol, ningún desquiciado hay en el árbol genealógico, ningún suicida, ningún pervertido sexual… Nos alegra mucho ver que existen familias tan felices y tan bien avenidas; familias que han prosperado en lo económico sin ocasionar trastornos severos a sus descendientes.
Los R. aparecen caracterizados como un clan filantrópico, amante de la paz, de la humanidad y del arte. Desde sus orígenes en el gueto de Frankfurt, con su epónimo Mayer Amschel Rothschild, la familia R. (a partir de ahora emplearé “R.” para no tener que escribir el apellido al completo; aunque advierto que al albur iré alternando la inicial “R” con apellido entero), la familia R, digo, fue a partir del siglo XVIII adquiriendo cada vez mayor protagonismo: como es sólito en familias que acumulan tanto poder, la tendencia que se impuso entre ellos fue la endogamia, todo queda en casa; es algo que en modo alguno podemos reprocharles, dado que las Casas Reales también son muestra de la misma costumbre de enlazarse con la parentela. Una lectura atenta del libro, y nadie confunda la atención con el atentado, arroja luces –poquitas, pero ciertas- sobre el desenvolvimiento de la historia española durante el siglo XIX.
La historia de España durante el siglo XIX ha venido caracterizada por los historiadores como la implantación, lenta pero imparable, del liberalismo: las libertades económicas, políticas, sociales… Los valores tan queridos a la Revolución Francesa -y a nuestra vicepresidenta afrancesada: la libertad, la igualdad y la fraternidad… Toda esa felicidad... Se iría imponiendo -nos cuentan los progresistas al borde de la exultación, babeando de utopismo. -Sí, siguen diciéndonos esos mismos: esos avances, esos adelantos inefables irían abriéndose paso, a pesar de la empecinada y cavernaria intransigencia, a regañadientes de la reaccionaria y tozuda intolerancia y pese al oscurantismo de los tradicionalistas -y, cómo no, de la Iglesia Católica. Y esa es la historia de España que se les cuenta a los jóvenes de 2º de Bachillerato. Pero, a poco que se rasque… La historia adquiere otro color. En efecto, el XIX español es un siglo que, al igual que en el resto de Europa, se caracteriza por antonomasia por su profundo sesgo “revolucionario”. En España, los únicos que se opusieron al desmantelamiento de las estructuras del Antiguo Régimen en todos los planos (económico, social, político, cultural…) fueron nuestros antepasados carlistas, la contra-revolución autóctona. Todas las guerras carlistas que jalonan el siglo -podríamos incluir en esta gesta la lucha de los realistas militantes del Ejército de la Fe (1822) contra el Trienio Liberal- fueron guerras de resistencia contra lo que se nos venía encima: la pérdida de las libertades efectivas en nombre, paradójicamente, de la libertad retórica. Pero no pudo ser: nuestros mayores fueron derrotados, y con ellos toda España.
Pues, he aquí la pregunta: ¿se trataba tan sólo de implantar el progreso, decretando por Ley (in-)Orgánica la felicidad del "viva la Pepa"? Pudo haber idealistas que así lo creyeran, pero esos idealistas fueron peones de intereses muy distintos. A la luz de libros como éste de Lottman, lo que uno constata no es simplemente las convulsiones del siglo XIX -los pronunciamientos, revoluciones y multitud de guirigays que con tanto lujo nos pinta, por ejemplo, Galdós en sus “Episodios Nacionales”-, lo que se adivina, tras esas revoluciones y “reformas”, no es el establecimiento de libertades ni de las majaderías con las que se indoctrina a nuestros adolescentes desde las cátedras oficialistas. Lo que se ve entreverado en el siglo XIX es la colonización de España a manos del capitalismo financiero extranjero. Esto es: España servida en bandeja de plata al extranjero. Nuestros gobiernos liberales, lacayos y cipayos, vendiendo nuestra Patria a la banca foránea e internacional. Y aquí, a nosotros poco nos importa el origen racial y religioso de los Rothschild, lo mismo da que sean judíos o que fuesen esquimales. Los culpables no fueron los Rothschild -ellos iban como banqueros profesionales a hacer negocio-, los culpables fueron nuestros liberales españoles: desde la Regente María Cristina, con su amante el Duque de Riánsares, hasta el último figurón de la camarilla constitucionalista.
Lo que a nosotros, los tradicionalistas, puede interesarnos de este libro, auténtico panegírico que rezuma encomios y alabanzas a la familia R., es la traición a España de nuestra casta gobernante, los mismos a los que combatieron nuestros ancestros: los cristinos, isabelinos o, en términos más amplios, liberales. Pero, tengamos en cuenta que la mano de los R. en España no fue ni es la única que mete su cuchara en nuestra sopa. Los Rothschild, como los Pereire o los Laüer, son clanes de agiotistas extranjeros a los que se les franquearon las puertas para explotar a placer los recursos naturales de la nación. Nuestros gobernantes, en nombre del progreso y la libertad -como los de ahora-, consintieron a esta forastería engordar como garrapatas succionando la riqueza del subsuelo español sin reportar a España beneficios. Nuestros liberales se dejaron untar y miraban al cielo, mientras que nos expoliaban y nos hipotecaban para los restos. Como el libro es sobre los Rothschild, será lo más congruo que veamos algunas intervenciones estelares de la familia Rothschild en la España del siglo XIX.
Como banquero de Metternich, tras la derrota de Napoleón, Salomón Rothschild consigue un título de barón para él y para sus cuatro hermanos. En plena Restauración, Jacob Rothschild, jefe de la rama de los R. asentada en Francia, financia en 1823 al Duque de Angulema -sobrino del rey de Francia- los gastos que importan la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis a España. Por esta ayuda podemos incluso estarle agradecidos a los R., aunque siempre nos ha extrañado la poca celeridad con la que la Santa Alianza se hizo presente en España para corregir la desviación revolucionaria que se produjo con el pronunciamiento de Cabezas de San Juan (1820). Sin embargo, para explicar esa demora en la intervención internacional de la Santa Alianza en España, con el objeto de asentar al rey absoluto, habría que buscar las razones de esa lentitud en los intereses imperialistas de Inglaterra más que en los negocios de los Rothschild.
Empero, tras la reposición de Fernando VII como rey absoluto, la acción financiera de los Rothschild vuelve a aparecer tras las bambalinas de la Historia de España. Según Herbert Lottman, en el libro que estamos comentando:
“En la década de 1830 los Rothschild se encontraron momentáneamente en bandos opuestos de un aparente casus belli, la sucesión del trono de España, cuando Francia y Gran Bretaña se declararon a favor de la hija del rey y Austria se puso al lado de su absolutista hermano. Con todo, las más de las veces los hermanos actuaban en bloque y cuando lo hacían eran capaces de poner nervioso a un emperador.”
La guerra a la que se refiere Mr. Lottman es, como puede estar pensando el culto y atento lector, la Guerra de los Siete Años (vulgo: “Primera Guerra Carlista”).
Como se infiere de este pasaje, el conflicto entre Nathan R. (jefe de la casa bancaria en Inglaterra) y Jacob R. (jefe de la casa francesa) en un bando –el isabelino- y, por la otra banda, Salomón R. (jefe de la casa R. austríaca) es un conflicto aparente: “las más de las veces los hermanos actuaban en bloque y cuando lo hacían eran capaces de poner nervioso a un emperador”. [La negrita es nuestra.]
El emperador al que pusieron nervioso era el emperador austríaco, partidario de la causa carlista. Los que salimos perdiendo fuimos, todos lo sabrán ya, los carlistas. Páginas más adelante, Lottman nos revela que:
“…al príncipe Metternich le había parecido vital tener a Rothschild de su parte durante la prolongada rivalidad por el trono de España, rivalidad que estalló en un conflicto armado en el que se enfrentaron las potencias que apoyaban a la infanta hija del fallecido Fernando VII contra las que se alineaban junto a don Carlos, el hermano del rey difunto (ambos bandos esperaban el apoyo de los Rothschild). Francia y Gran Bretaña favorecían a Isabel II frente a la Austria de Metternich, en tanto Metternich no fue el último en saber que su protegido, James [Jacob Rothschild, que cambió el nombre hebreo por el de James], había conseguido una fabulosa concesión de la regente María Cristina (que gobernaba en representación de su hija de seis años) para explotar unas minas de mercurio. Perdió don Carlos y, con él, sus partidarios austriacos, lo que permitió a Rothschild conservar las minas de mercurio que, junto con los valores en cartera austriacos, les otorgaron un monopolio internacional”.
A partir de esta concesión de la Regente María Cristina de Borbón a los Rothschild, éstos adquirirán un poder omnímodo sobre las minas de Almadén, Peñarroya y Río Tinto, “donde se extraían las materias primas que alimentarían la era industrial: cobre y hierro, plomo y zinc. En virtud de un acuerdo con el gobierno español, los hermanos [Rothschild] tenían también el monopolio de la explotación de mercurio en este país, que no tardaría en representar más del cuarenta por ciento de la producción mundial.”
Además de la actividad minera, otra de las más suculentas fuentes de enriquecimiento para los Rothschild en la España del siglo XIX fue el despliegue del tendido ferroviario a lo largo y ancho de la península. En 1865 se estableció el enlace entre Francia y España, a iniciativa de una familia judeo-francesa rival de los Rothschild, los Pereire. En 1880, cuando un cataclismo bursátil sumió a los Pereire en la ruina, los Rothschild pasaron a dominar por entero el sistema ferroviario español con unos dos mil kilómetros de ferrocarril.
La obra de Lottman resulta amena, aunque a veces su autor se nos hace empalagoso como todo escritor mercenario. Su libro es instructivo, pese a ser una apología de los Rothschild; instructivo si lo leemos con mirada crítica, claro está: creerse todo lo que cuenta Lottman es un ejercicio de ingenuidad fabuloso. Lottman es, como fue el poeta judeo-alemán Heinrich Heine, el abogado literario de los Rothschild, un digno sucesor de Henri Heine. El mismo Metternich que no era, según tenemos entendido, ningún demente antisemita y que incluso llegó a negociar con los Rothschild, pudo afirmar: “La casa de los Rothschild representa en Francia un papel más importante que cualquier gobierno, por obvias razones que yo no considero necesariamente buenas ni particularmente morales… Se las dan de filántropos y entierran toda crítica bajo una montaña de dinero”.
Los mismos Rothschild no ocultaban su afán de poder y expansión, su voracidad insaciable por la dominación de la bolsa de las naciones europeas. En 1839 Jacob Rothschild escribía a sus socios, a tenor de la crisis política que estaba sufriendo Bélgica:
“Soy de la opinión de que cuando quede zanjada la cuestión belga, esto desencadenará una gran necesidad de dinero, por lo que deberíamos aprovechar la ocasión para convertirnos en amos absolutos de las finanzas de ese país”. (citado en el mismo libro de Lottman.)
Y como todo el mundo sabe: donde manda patrón, no manda marinero. Ellos mismos, los R., lo declaran. No nos hacen falta los anatemas lanzados contra los Rothschild por Eduard Drumont, los Henry Ford o los hermanos Goncourt. Nos bastan sus declaraciones.
En cuanto a la acción de los Rothschild en España, se pone de manifiesto que las tribus liberales españolas del siglo XIX, las sociedades patrióticas y las logias también, trabajaron con ahínco y entusiasmo, sabiéndolo o sin saberlo, en la gigantesca empresa de ofrecerles nuestras minas de azogue, zinc, plomo y cobre a los amos de Europa, allanándoles el camino a las vías férreas de los Rothschild. Nuestros gobernantes liberales -moderados o progresistas- fueron agentes de la Banca Rothschild en España, fomentando la colonización financiera de España, y con ella, la pérdida de nuestra independencia. Mientras que reclamaban "soberanía nacional", la soberanía se la estaban vendiendo por cuatro céntimos a los clanes plutocráticos de allende Pirineos.
Cuando uno lee e interpreta libros como éste, pese a lo parciales que resultan, cobra el convencimiento de que el tradicionalismo español del siglo XIX llevaba la razón. Y, lo que es más importante para el presente y el futuro, que el tradicionalismo sigue llevando la razón, dado que fue y es el único camino viable para que España recobre su ser, la única vía capaz de devolvernos nuestras libertades perdidas: no las retóricas, no... Lo que queremos, lo que exigimos son nuestras libertades reales: tanto en el orden individual como en el social. Por eso mismo, el tradicionalismo fue pionero en la lucha contra los poderes económicos de la banca internacional, por eso mismo el tradicionalismo fue y tiene que ser vanguardia contra el colonialismo financiero.
Maestro Gelimer
http://librodehorasyhoradelibros.blogspot.com/
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