FALACIAS Y SOFISMAS
Juan Manuel de Prada
(ABC, 6 de junio de 2016)
Decía Bernanos que la democracia es una forma política cuyo fundamento filosófico es “la indiferencia entre lo verdadero y lo falso” y su finalidad práctica “la dictadura económica, esperando poder ser, allá en el futuro del dirigismo universal, algo aún peor”. Y, como si quisiera confirmar esta demoledora definición de Bernanos con ejemplos prácticos, ha aparecido el gobernador del Banco de España soltando por esa boquita todo el catecismo del dirigismo universal.
Luis María Linde ha recomendado, para reducir la excesiva contratación temporal, “potenciar el atractivo de la contratación indefinida, evitando que su excesiva protección siga incentivando la temporalidad y desincentivando la creación de puestos de trabajo estables”. Aquí Linde usa una falacia lógica de libro, no exenta de recochineo, a la que recurren frecuentemente los demagogos, a veces con éxito. Se trata de presentar la causa de un mal como su remedio, al modo malicioso y socarrón en que lo hacía el ciego cabrón del Lazarillo de Tormes, que después de descalabrar al protagonista estampándole una jarra de vino se burlaba de él, aplicándole vino en las heridas y diciéndole con sorna: “¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud”. Linde afirma que, para fomentar la contratación indefinida, lo mejor es evitar su “excesiva protección”; es decir, propone que el despido se abarate (¡todavía más!) y que el trabajador sea despojado de garantías legales (¡todavía más!). Es tan grotesco como afirmar que, para fomentar el matrimonio, lo mejor es evitar su “excesiva protección”; para lo cual se despenaliza el adulterio, se fomenta el divorcio y se exonera a los cónyuges de sus deberes recíprocos. Salta a la vista que se trata de una burda falacia; pero lo cierto es que esto, exactamente esto, se hizo para destruir el matrimonio, y la gente picó el anzuelo tan ricamente. Linde pensó sin duda que una falacia que tanto éxito ha procurado a los demagogos en ocasiones anteriores serviría también en esta; pero para que una falacia tan gruesa funcione se requiere, además de gente corrompida que ya no distinga lo verdadero de lo falso, una golosina a modo de cebo que la ofusque (así, para destruir el matrimonio, se ofreció la golosina de santificar laicamente las debilidades de la carne); a Linde se le olvidó –tal vez demasiado urgido por el dirigismo universal-- ofrecer la golosina que disfrazase su burda falacia lógica.
En otro momento de su intervención, Linde recurrió sin rebozo al sofisma, defendiendo la “adecuación de los salarios” a las condiciones específicas de cada empresa; o, lo que es lo mismo, que los salarios no estén fijados por convenio, sino que se determinen en cada momento, en función de la situación por la que atraviesa la empresa. Aquí Linde desliza un sofisma más sibilino, pues parte de una premisa plausible para justificar el descenso de los salarios; sin embargo, escamotea la conclusión lógica que exige la justicia: si un trabajador acepta reducir su salario cuando la empresa para la que trabaja se halla en pérdidas, a cambio debe participar de sus beneficios cuando se halle en ganancias. Linde, sin embargo, soslaya esta exigencia de la justicia, pues pretende que los salarios se “adecuen” cuando la empresa atraviesa dificultades, pero no cuando goza de una situación aliviada. En definitiva, lo que propone es que el trabajador padezca las pérdidas y no disfrute de los beneficios, que es el procedimiento favorito del dirigismo universal. Nadie podrá discutir que Linde sea un riguroso servidor del fundamento filosófico y la finalidad práctica de ese dirigismo universal. Tampoco que sus palabras vayan a darle un chorro de votos a Podemos.
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