La muerte de la agricultura y el campo



En el día de hoy, 21 de noviembre de 2009, una inmensa movilización agraria ha colapsado Madrid exigiendo medidas para la salvación del sector. Un sector esencial para nuestra existencia; un sector de gran capacidad y potencialidad competitiva; un sector que custodia un modo de vida tradicional y sano; un sector que asegura la preservación de la naturaleza, siempre que se ejerza la actividad productiva con responsabilidad. El campo ha sido conducido a la ruina y con él se han cebado todas las grandes injusticias del sistema liberalcapitalista: la explotación del trabajo frente a la dignidad del mismo, el carácter urbanita de la Revolución con todos sus prejuicios frente al mundo rural y la necesidad de crecimientos económicos sin freno moral ni respeto por los modos tradicionales de producción ni por la calidad de lo producido.


Sometidos a la usura de préstamos de grandes bancos que absorvieron a las cooperativas del crédito agricola, a la imposición a la baja de pequeños precios por el gran capital para luego especular con los mismos y que el consumidor pague por los mismos productos hasta treinta veces más, a estúpidas regulaciones que nunca redundan en mejor calidad sino en puras trabas burocráticas al tiempo que proliferan cultivos transgénicos y altamente perjudiciales, así como a la competencia de un mercado mundial que impone los productos de fuera antes que los propios, la dura actividad agraria hoy en día es contraproducente. El agricultor y el ganadero pierden dinero dejándose la vida en el campo mientras los grandes capitales de distribución se enriquecen de modo fraudulento. El gobierno socialista de ocupación de España y el gobierno mundialista de la U.E. imponen normas absurdas, regulaciones e impedimentos, pero son incapaces de regular el mercado y acabar con los abusos.





Desde las primeras políticas liberales desamortizadoras el campo ha sido herido de muerte. La voracidad capitalista y el neomarxismo pueden terminar de acabar con un modo de vida y producción tradicional ajeno a la misera moral del nihilismo postmoderno.