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Tema: La Espada del Cid

  1. #1
    Avatar de Donoso
    Donoso está desconectado Technica Impendi Nationi
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    La Espada del Cid

    Un blog con artículos interesantes:

    http://laespadadelcid.wordpress.com/
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  2. #2
    Avatar de Litus
    Litus está desconectado "El nombre de España, que hoy
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    Re: La Espada del Cid



    Un buen articulo sacado de esta dirección.



    Desintegración moral y social.

    Posted on August 24, 2007 by laespadadelcid

    “¿Sabes que pasarán los siglos y la Humanidad proclamará por boca de sus sabios que no existe ninguna verdad, ni el crimen, ni el pecado, que sólo hay una cuestión de hambrientos?” F. M. Dostoievski.

    “En esto reside el gran misterio y la gran tragedia del hombre moderno, que pierde lo esencial sin darse cuenta de que lo ha perdido. Porque si quieres que los hombres sean hermanos, haz que edifiquen una torre, pero si quieres que se maten, arrójales dinero” Antoine de Saint-Exupéry.

    Los humanos en el siglo xxi vivimos en una sociedad tecno-económica globalizada. Para su análisis se podría proceder desarrollando largamente esta caracterización. Pero adoptemos otra perspectiva. Describamos a una persona corriente de nuestro mundo, alguien que refleje de forma paradigmática cómo es el mismo.

    Pongamos a una quinceañera cualquiera, llamémosla María, chica con familia, estudios escolares, amigos, etc. Pues bien, preguntémonos, ¿cuáles son sus inquietudes?, ¿cómo es la vida de esta chica? Estamos en un sábado cualquiera, María se levanta a mediodía, desayuna (seguramente con lo light y lo desnatado presente), mientras mira la televisión, con suerte podrá averiguar algunas de las intimidades de personajillos que prefiero no calificar. Es posible que converse con conocidos y desconocidos a través de internet (aprendiendo el deformado lenguaje digital) o del teléfono móvil. Además, en internet podrá encontrar multitud de páginas denominadas para adultos sin ninguna oposición; cuando llegue la hora de la comida, la aplazará para el momento que ella estime oportuno, y la comida familiar no será tal. La tarde la pasará en uno de esos grandes centros (de concentración) comerciales, comprando y probándose gran variedad de prendas grabadas en su cerebro a través del bombardeo publicitario, y cuya moda viene avalada por la firma de alguno de sus ídolos (ya sea actriz, cantante u otro artista); luego, María se introducirá en un enorme cine para disfrutar y aprender de una película romanticona; al salir, degustará una fabulosa hamburguesa (o una ensalada baja en calorías). Una vez en casa, empleará un par de horas en preparase para salir y participar en un botellón. Si no la han de atender los servicios sanitarios, tendrá la oportunidad de machacarse los tímpanos en la discoteca de moda, al tiempo que sonríe a algún chavalito. Para acabar el día es probable que lo haga con un acto sexual, quizá con un desconocido hasta esa noche. María merece por fin un descanso tranquilo ya en su cama.

    Esta es la manera de comportarse de cualquier joven corriente de nuestros días, y muy pocos podrán decir que no participan en alguna de estas actividades. Estas personas no se sienten vinculadas a unas costumbres, ya sean familiares o regionales, no amarán la Naturaleza, y les será imposible pensar en lo religioso; el motor de sus ¿vidas? es la autosatisfacción material, y sus dioses se llaman David Bisbal y Zara, creen sólo en ellos y en lo que diga el horóscopo. ¿Cómo van a amar a una Patria, si no saben lo que eso significa? Sus amigos son aquellos con los que más se divierten o les son útiles. En fin, todo ello hecho posible gracias a la sociedad capitalista globalizada en que vivimos.

    Para contraste, observemos ahora a un campesino español de hace algunos siglos. Este hombre sencillo trabaja sus tierras laboriosamente, unas tierras que ya han trabajado sus padres y abuelos. Tiene su esposa, sus hijos, vive calurosamente con ellos, digieren alimentos por él cultivados. Respeta las costumbres de su región dentro de las Españas y sus fiestas religiosas. Es un buen católico, un buen padre y marido. No conoce lo escrito en los libros, pero su sabiduría es infinita. Se conforma gustoso con lo que tiene. Ama con toda su alma su tierra, su familia, a Dios, y todo ello lo condensa en su amor de Patria. Si esto le quitan no puede vivir, porque no sabría ni querría, y moriría con gloria por defenderlo. No tiene ordenador, ni teléfono móvil, tampoco conoce los grandes centros comerciales, pero él es libre con lo que tiene, pues está satisfecho con ello. Cuando deje este mundo, podrá decir que ha sido feliz, porque ha cumplido con su deber y vivido humanamente.Hemos de estimar los avances del pensamiento tecnológico y científico que se han producido en los últimos siglos, claro, pero hemos de refexionar hacia dónde se dirige y cómo queremos que sea nuestra sociedad; pues ahora que el hombre dispone de los mayores adelantos materiales ha caído sin embargo en una peligrosa fase de decadencia moral que alarma. Imaginemos la educación que recibirán los hijos de nuestra María, ¿qué podrán aprender de ella?, ¿qué sabiduría sino la del egoísmo les transmitirá, cuáles serán sus escalas de valores? ¿alguien puede pensar aún que creerán en el esfuerzo personal, el amor y el respeto, en la solidaridad o en la caridad?

    Y de la misma manera que hemos llegado al crepúsculo moral a través de la sociedad capitalista de masas, no podemos albergar la esperanza de que la izquierda progresista (la no-comunista) actual pueda hacerse cargo de la situación; en efecto, ya convive con las derechas capitalistas, está situada a su vanguardia, sólo que con el objeto de eliminar las diferencias económicas que aún pueda haber en la sociedad (y también implantar los derechos de los simios), son idénticos moralmente: no proponen valores distintos.

    En cuanto a la izquierda comunista, en pleno siglo xxi, ya no se puede hacer creer en un régimen de este tipo como viable; en efecto, la Historia, que va dando la medida del Hombre, ha demostrado que ese culto al Estado produce el mayor terror conocido hasta ahora; y esto por pensar la vida humana en abstracto, dejando de lado todo tipo de relaciones sociales surgidas naturalmente entre los ciudadanos; la vida de cada individuo entonces la organiza el Estado, para instituir la igualdad entre individuos; pero es una igualdad abstracta, por ese quedar violentadas las relaciones naturales, desgarradas hasta donde convenga; una vez se haya logrado la igualdad entre los mismos su doctrina fallida hace creer que el hombre será definitivamente feliz; quedan rezagadas de esta manera todas las costumbres, tradiciones, la familia, etc. porque tampoco harán falta, se ha conseguido ya la felicidad definitiva, para qué entonces sirven, el individuo queda como un instrumento del poder, cayendo en la nada social, y el que se oponga será eliminado por la siniestra maquinaria estatal.

    También participan de ese culto al Estado los fascismos: se mantienen instituciones naturales e históricas como la Familia o la Patria, pero todo depende del Estado, todo es para el Estado, y no al revés, pues no es el pueblo, mediante sus necesidades, la que marca el papel del Estado.
    Tradicionalmente, en España, hasta la llegada de la modernidad tecno-económica, eran los pueblos (Las Españas) los que mediante sus leyes regionales o fueros (surgidos estos de las asociaciones naturales entre individuos) organizaban el Estado, es decir, iban marcando la medida de su actuación; nótese cuán radicalmente distinta es esta concepción del Estado del resto de las comentadas: en la sociedad consumista de masas son las empresas (el Estado es su instrumento) las que van creando las necesidades del individuo, (des)organizando su vida, y rompiendo así sus lazos sociales; su gemelo moral, la izquierda no comunista, cuyo programa incluye la destrucción de los vínculos sociales por ser estos los que impiden la igualdad (meramente económica, nunca moral, se dice que es algo privado) entre individuos; también la izquierda comunista, donde, para la definitiva felicidad del sujeto, se le deja solo ante el Estado, desarraigándole de sus raíces naturales; y el fascismo, donde el Estado marca la pauta a la sociedad, y no la sociedad la pauta al Estado.
    Qué pues. Qué nos queda por hacer. La única salida a esta situación agobiante y desesperada en que se ha sumido la humanidad es la restauración de los valores eternos que la han hecho vivir durante tantos siglos. Los valores católicos que en España han hecho al hombre arraigar en el cosmos mediante las relaciones sociales de origen natural, y que hacían a cada persona amar su tierra, unas tradiciones, una familia, y que según avanzasen y desarrollasen éstas dirigían hacia un lugar u otro los destinos de la Patria: ésta es la verdadera libertad de los pueblos. España expandió los valores católicos por el Nuevo Mundo, espíritu forjado por los años de Reconquista, donde ser cristiano significaba ser no-moro, y moro ser no-cristiano; por eso nuestro espíritu intrépido desbordó las tierras peninsulares, por ese deseo cristiano evangelizador que participaba del espíritu más genuinamente español; y de ahí que nuestras tropas no necesitasen soldados en demasía, sino que con un número adecuado de misioneros se pudo conseguir Imperio tan magnífico. Y claro, oficialmente hoy se olvida, pues al perder nuestros valores con la llegada de la modernidad tecno-económica y la sociedad industrial, se han pretendido implantar en nuestra tierra modelos políticos ajenos por completo a nuestra tradición: así perdimos la esencia de España, a partir de entonces en continua decadencia.

    Si queda alguna salida a la muerte en vida que padecemos, y si tenemos todavía algún sentido del deber y de la responsabilidad, no nos queda sino ser fieles a nosotros mismos, e instaurar como podamos los valores eternos que nunca debimos perder.
    "El nombre de España, que hoy abusivamente aplicamos al reino unido de Castilla, Aragón y Navarra, es un nombre de región, un nombre geografico, y Portugal es y será tierra española, aunque permanezca independiente por edades infinitas; es más, aunque Dios la desgaje del territorio peninsular, y la haga andar errante, como a Délos, en medio de las olas. No es posible romper los lazos de la historia y de la raza, no vuelven atrás los hechos ni se altera el curso de la civilización por divisiones políticas (siquiera eternamente), ni por voluntades humanas.
    Todavía en este siglo ha dicho Almeida-Garret, el poeta portugués por excelencia."Españoles somos y de españoles nos debemos preciar cuantos habitamos la península ibérica" .España y Portugal es tan absurdo como si dijéramos España y Catalunya. A tal extremo nos han traído los que llaman lengua española al castellano e incurren en otras aberraciones por el estilo."
    Marcelino Menéndez Pelayo.

  3. #3
    JulioHispano está desconectado Miembro novel
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    Re: La Espada del Cid

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Muy recomendables los contenidos de ese weblog; por ejemplo, éste, un texto del gran Rafael Gambra Ciudad:

    ¿Hacia dónde se encamina la humanidad?

    “Érase un buitre que me picoteaba los pies. Estoy indefenso porque es muy poderoso y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificarle los pies, que los tengo ya destrozados” F. Kafka.
    “Señora mía, veo que no entendéis los tiempos presentes: lo hecho, hecho está, y procuradnos pues novedades porque sólo lo nuevo llama ya nuestra atención” J. W. Goethe (El Diablo, en Fausto).

    La reacción vitalista y existencial con que se inició el siglo xx constituyó, sin duda, un importante paso hacia una visión coherente y verdadera del universo. El espiritualismo y el pensar metafísico que durante los últimos siglos se mantuvieron a la defensiva frente a los ataques del materialismo, del determinismo -de la orgullosa concepción racionalista en suma-, parecieron durante la primera mitad del xx tomar la ofensiva y penetrar resueltamente en el propio camino de las ciencias físico-naturales. Si a principios de siglo los filósofos se disculpaban de serlo y procuraban aparecer como científicos experimentales, a mediados del mismo los científicos tenían que ser filósofos y hacían culminar sus obras en un capítulo filosófico, a menudo espiritualista. La crisis del racionalismo positivista supuso la remoción de un gran obstáculo que se oponía a la búsqueda abierta y sincera de la verdad. Era como un cristalino colocado ante las inteligencias, que orientaba su acción en un sentido cuya radical inadecuación se puso de manifiesto.
    Hemos asistido, en la plenitud del siglo xx, a un renacimiento de la metafísica en sistemas de profunda penetración intelectual. Sin embargo, estos sistemas permanecen hoy un tanto desconectados en el contexto de nuestra cultura, como aislados o colgados de sí mismos como fruto de una mera labor de especialistas. Si se comparan en su papel e influencia con las grandes construcciones teológicos-filosóficas de la Edad Media salta a la vista su falta de relación viva con un sistema cultural de ideas y creencias. La raíz de esta incapacidad actual de la filosofía para coronar y coordinar el sentido de la cultura está seguramente en la pérdida, en los albores de la Edad Moderna, de algo que era como el germen para la fecundación y desarrollo de nuestra civilización. Podemos observar ahora, en una mirada retrospectiva, cómo las grandes figuras de la filosofía no han surgido aisladamente en cualquier pueblo o ambiente, sino que han sucedido en el seno de la cultura grecolatina, primero, y de la cristiana, después, fuentes ambas de una tradición filosófica de muchos siglos de desarrollo. Ello se explica porque ese medio cultural se asentaba en un esquema básico de la realidad que constituía una comunidad de ideas y creencias. Para la cultura clásica este esquema se reducía a la dualidad y la tensión entre el mundo imperfecto y móvil de las cosas concretas y el logos o esfera superior inteligible. Este dualismo fue confirmado, en su raíz última, por la concepción cristiana del mundo que daba así una prueba de su verdad fundamental, aunque concretando y ampliando aquel esquema con las determinaciones positivas de un orden sobrenatural. La época cristiana es, así, heredera y continuadora en el plano cultural de la grecolatina, y ambas forman la columna vertebral de la cultura humana y la patria de la filosofía.
    Volvamos por un momento a nuestro ejemplo del lago: si al observador que otea el fondo oscuro de las aguas se le impone un esquema o prejuicio falso de lo que allí ha de ver, cuanto descubra lo encajará como manifestación de ello, invalidándose así su obra. La destrucción de este prejuicio deliberará de ese fracaso forzoso, y a ello corresponde la destrucción de la concepción racionalista, que hacía las veces de ese esquema previo. Sin embargo, en nuestro lago había un principio de orientación y de guía –la idea de la ciudad sepultada en su fondo-, principio que no era fruto de un capricho casual o de un idea dominante en una época, como aconteció con el racionalismo, sino producto de una iluminación superior, de una fe que era de común aceptación en aquel medio cultural y germen de su civilización. La fe no predeterminará el contenido de la filosofía, pero será hito de orientación para que las miradas no se pierdan en estériles y desesperantes sondeos. De hecho, nunca se ha dado una tradición filosófica constructiva sin este ambiente previo, y de él, precisamente, está necesitada la filosofía en su coyuntura actual.
    Pero, en el conjunto de la cultura, las circunstancias han variado hoy de frente. La secularización y el abandono de unidad religiosa, que en un tiempo se estimaron como el medio de acabar con las luchas religiosas, aparecen hoy como los grandes males, que abocan al mundo a situaciones sin salida. En el terreno de la ciencia, la hipertrofia (por “monocultivo”) de su desarrollo ha convertido en problemáticos todos los aspectos del existir humano y ha planteado la posibilidad de una destrucción de la vida humana global, víctima de su propia técnica. En el campo de la política, caducada la época liberal en que se creía en el normal funcionamiento de un Estado constitucional y jurídico, sólo hay ya sitio para tiranías y los dirigismos. La década de los años sesenta se ha caracterizado, junto a la difusión de nuevas formas de racionalismo, al modo del neopositivismo, por una rápida escalada del marxismo y de la masificación tecnificada. Incluso reductos otrora inasequibles al racionalismo moderno y a sus consecuencias, como la Iglesia Católica, se han visto invadidos, en la llamada de la “época postconciliar”, por tendencias proclives a esa actitud mental, como el “progresismo religioso”. Pseudo-teólogos como el jesuita Teilhard de Chardin han servido de inspiración a tendencias eclesiásticas que reniegan de la tradición histórica de la Iglesia y abogan por una “desmitificación” cientifista de la fe y por una adaptación de la misma al “mundo moderno”, con claras tendencias al socialismo y aun al marxismo. Paralelamente con este fenómeno, otros signos de disolución amenazan súbitamente a la civilización occidental y, con ella, a su tradición filosófica. La pasada década de los setenta se inició bajo el signo de las “revoluciones culturales”. Al igual que la Revolución política de 1789 inició la disolución de la estructura institucional corporativa de la sociedad cristiana, esta nueva revolución intenta disolver la estructura de las mentes en sus convicciones básicas y en la noción de una verdad objetiva e inmutable. Como consecuencia de ello, una juventud estudiantil masificada y desarraigada de todo mundo de fe y de valores, hastiada de una sociedad tecnificada de mero “consumo”, irrumpe con su protesta violenta hacia cauces de anarquismo y de nihilismo. Fenómeno este en que podría reconocerse la auténtica y actual “rebelión de las masas”. El filósofo Marcuse y el marxismo “culturalizado” de Gramsci parecen ser los ídolos más señalados de esta sorda marea en que culminan dos siglos de espíritu revolucionario.
    ¿Cuál será el futuro de la filosofía? Caben dos posibilidades: hoy los hombres carecen de la antigua unidad de creencias, y sólo de la fe religiosa brotan los impulsos interiores, de pura honradez, que llevan a la cooperación y al sacrificio que requiere la verdadera sociabilidad. Tampoco tienen ya esa pseudo-fe en un orden de valores morales y jurídicos (de estilo kantiano o similares) que mantuvieron el orden en las últimas centurias. Como reconoce Sartre, suprimida la existencia de Dios, desaparecen esos valores previos que se mantuvieron artificialmente colgados de sí mismos. Si sólo se cree en la vida, en sus impulsos inmediatos, y en su constante evolución, puede caer la humanidad bajo el dominio de estados puramente técnicos en los que la vida del hombre, la filosofía y el mismo concepto de verdad queden sometidos a una organización dirigida, a una creación circunstancial. Tal modo de vivir y de gobernar puede llegar a ser inevitable, pero ello determinaría un trágico eclipse del espíritu humano y, con él, de la filosofía.
    Sin embargo, cabe también confiar en ese renacer de la metafísica que nos ha ofrecido este siglo nuestro, como fruto de una aguda crisis del orgulloso racionalismo moderno. En que la percepción del ser y de la contingencia del existir abran para el hombre de hoy una actitud de humildad en la cual reviva en nuestra cultura la luz de la fe y el espíritu de gratitud. Sólo así, en una renacida comunidad de creencias y voluntades, podría levantarse la filosofía del actual marasmo de dispersión e infecundidad para reencontrar, como escribiera Menéndez Pelayo, los serenos templos de la antigua sabiduría.
    RAFEAL GAMBRA CIUDAD, en HISTORIA SENCILLA DE LA FILOSOFÍA (epílogo).

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