«(…) La filosofía de los eurasistas se basa en la oposición entre dos perspectivas sobre la sociedad y sobre la historia: la holística organicista, solidarista y tradicionalista, y la mecanicista, atomista, individualista y contractual. (…) Europa o la “modernidad” era interpretada negativamente en ese paradigma con el Oeste, con la decadencia y el crepúsculo de la cristiandad y con su rol, activo de propagador de un sistema de valores disolvente, antagónicos a los legítimos valores de la “verdadera humanidad” y, en resumidas cuentas, nihilista; al tiempo que se identificaba a la Santa Rusa y la “tradición” con Oriente y con la aurora de un nuevo cristianismo, eventualmente con el ascenso de una tercera Roma. Rusia se entendía no como un Estado nacional, sino como un poder o potencia de carácter cultural-continental, dotado de una misión de redención y consciente de ella como de un destino histórico abierto hacia Oriente y Occidente, y sobre todo actuante en cuanto representante d los intereses de la humanidad que se precipitaba a las tinieblas. Se oponía así, dentro de un esquema de valores contrastantes, el “cosmopolitismo” desarraigado de la América del Norte y la Europa occidental a la aspiración mística rusa de verse cada hombre transmutado en el “hombre universal”. A la manera del comunismo bolchevique, la conciencia rusa aparece aquí como dotada de una misión civilizadora, pero no de carácter económico-social, sino ético, metafísico y teológico. Se presenta este carácter como la figura inversa del mesianismo norteamericanista de la doctrina Sullivan». En: FUENZALIDA, Fernando.
La agonía del Estado-Nación. Op cit., pp. 482-483.
«Putin, desde entonces, se declaró explícitamente eurasista. Desde noviembre de 2000, Rusia hizo saber su aspiración de convertirse en un centro integrador para Asia, Europa y América». En: FUENZALIDA, Fernando.
La agonía del Estado-Nación. Op cit., p. 485.
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