Ni hay Europa sin Austria, ni Austria sin Habsburgos
(Septiembre de 1945)
Austria es el nombre, de una dinastía, águila real que elevó Europa a la más alta cima, y con el viento de Dios en las abiertas alas, y el místico mensaje que le dieron las torres de España, llevó la cristiandad a las Indias inéditas.
Austria es el nombre de un Imperio, es propiamente la unidad imperial, que hace de lo diverso, armonía, y de lo heterogéneo, concierto y sentido.
Austria es el nombre de una misión, de una empresa, la de sujetar, con brida suave, es cierto, el salvaje potro cosaco, el indómito caballo eslavo del desierto.
Austria es la cifra, el número y ritmo de la cultura, el arte de convivir, de conservar la amistad, de conciliar intereses. Esplendor y resumen de la diplomacia, una cosa, ¡ay!, perdida, que en su agónico desaparecer se nos llevó todo cuanto amábamos, aquello por lo que valía la pena de habitar este diablo mundo. Austria es, era, la más bella obra de arte que haya existido: cuarteto de Haydn: violín húngaro, viola checa, bajo continuo eslavo, violoncelo germánico con voz cantante. Y aéreo, celeste, como viniendo de una Italia ideal, rafaelesca, o de una estrella remota o en un rayo de luna, un mozartiano son de flauta mágica. ¿Son cuatro voces o cinco? Sordos. ¿No sabéis que la fiesta es un jardín y el surtidor desgrana, gota a gota, su melodía silenciosa? ¿Y no sabéis, sobre todo, que las esferas son peones de música? Angeles con laúdes le dan cuerda y compás todas las noches.
El cuarteto de Haydn es así, bien educado: reverencias de minueto a la entrada, reverencias de minueto a la despedida, allegro como prólogo y epílogo, y en el centro, hueso de la fruta, el adagio. El adagio, Viena.
Austria es la civilización, la ciudad, corte y cortesía, esencia y perfume de una Europa desvanecida. ¡Ay!, la civilización es muy frágil: una flor en un búcaro. A las manos torpes se le marchita Ja flor y el búcaro se le cae. Los bárbaros balcánicos hicieron añicos Europa; Austria y búcaro.
La civilización es muy frágil y, confesémoslo, costosa. Pide riquezas, aristocracia, señorío. Ved en la casa de Mozart, en Salzburgo, la colección de tabaqueras, de miniaturas reales. Haydn gozó del mecenazgo de los príncipes Esterhazy. Beethoven va del palacio Lobkowitz al Lichnowsky, del del conde Waldstein al archiduque Rodolfo. Viena, cantata de sedas, ópera de terciopelos, necesita lana de corderos transllvanos, moreras bosnias, hilanderas bohemias. Un amplio territorio en torno, un campo dilatado y nutricio. Sin él, ni ella vive ni el campo ennoblece su rusticidad con urbanos estilos.
Por ello reconstruir Austria implicaría retornar a la doble Corona, a la convivencia de lo diverso en un contrapunto de armonías, al Imperio, que urbe hiciste de lo que antes orbe era. Es decir, a los Habsburgo. Sin ellos no hay Austria posible, y sin Austria no hay Europa, y sin Europa no hay mundo que valga la pena de vivir.
Metternich, afirmando, la solidaridad de destino entre esos términos, preveía, melancólicamente, que cada uno arrastraría al otro en su caída. Un siglo más tarde diría Marcel Proust, en los días de Sarajevo: «Austria es una mujer que va a un baile sabiendo que tiene un cáncer». Lo tenía Europa, lo tenía la cultura: el cáncer del naturalismo. Quizás la naturaleza sea, en sí, cancerosa. A los que creemos en el pecado original no nos es difícil admitir esta tesis. Cáncer es la corrupción de tejidos causada por un pululamiento de vida informe que en su autonomía altera el plan del organismo y conspira contra su finalidad. Cáncer es todo lo que no es sistema, todo lo que contraría la forma. La revolución es el cáncer de la sociedad. Europa está cancerosa desde que el naturalismo revolucionario le ha otorgado a lo informe preeminencia sobre la forma noble y artística. Eso, en política, se llama por un lado nacionalismo, por otro; democracia.
Quizás habría que corregir la frase de Proust Porque Austria no fue al baile frivolamente. Quiso imponer orden allí donde los balcánicos andaban a tiros, cuando la bala matonesca mató al archiduque. Y Europa, ya cancerada, se puso de parte de los Balcanes, y se balcanizó toda ella.
Ahora se dice que en esta guerra ha triunfado la democracia, la masa, Rusia. No es así, no es así como se puede reconstruir Austria. Nunca un casco cosaco de caballo ha lañado la porcelana rota.
Eugenio MONTES
de la Real Academia Española
|
Marcadores