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Tema: Alzamiento anticomunista y posterior aplastamiento del pueblo húngaro (1956)

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    Alzamiento anticomunista y posterior aplastamiento del pueblo húngaro (1956)

    Alzamiento anticomunista y posterior aplastamiento del pueblo húngaro (1956)

    Revista FUERZA NUEVA, nº 512, 30-Oct-1976

    HUNGRÍA: “SALVAD NUESTRAS ALMAS”

    El alzamiento anticomunista del pueblo magiar (año 1956) no puede ni debe ser olvidado

    “Los estudiantes y trabajadores húngaros, las mujeres y los niños, han hecho más que los ejércitos y los diplomáticos para cerrar al comunismo las puertas del porvenir. Han dado más y han hecho más. Lo que han hecho ha sido exponer la pérfida hipocresía del comunismo ante los ojos de Asia, África y el mundo entero. Mientras haya en cualquier país personas que recuerden la matanza de Hungría, la Rusia soviética no podrá presentarse ante el mundo como benefactora de la humanidad. Los muertos húngaros le han arrancado la máscara. Y, en sus tumbas, estos mártires tienen todavía entre sus dedos jirones de esa máscara”. He aquí unas palabras del escritor Archibald Mac Leish, escritas hace veinte años (1956), sobre lo que significó el alzamiento anticomunista del pueblo húngaro en octubre de 1956. No es preciso decir que guardan su plena validez, aunque con algunos matices.

    Con las manos vacías

    Nos referimos al Ejército. Es cierto que el heroísmo del pueblo magiar, de sus obreros y estudiantes, de las mujeres y los niños que desafiaban a los tanques soviéticos con las manos vacías, seguirá siendo una lección inmortal sobre el cinismo y la brutalidad del comunismo. Pero no hay que olvidar -y esto tiene excepcional importancia desde el punto de vista práctico- el papel del Ejército, cuya contribución fue decisiva entonces y lo será en el futuro en cualquier nación que quiera cerrar el avance a la amenaza roja. En Hungría, las tropas húngaras, escapando a la argolla de hierro del terrorismo de sus comisarios políticos, se batieron al lado del pueblo contra las divisiones invasoras. El nombre del coronel Maleter -asesinado por los rusos tras ser atraído a una trampa- se ha hecho legendario. Es el símbolo del honor militar en los pueblos sojuzgados del Este.

    Y, en el resto del mundo, el retroceso del comunismo en los países en que se le derrotó en estos veinte años se debe también al Ejército. Citemos los casos de Uruguay, Bolivia, Brasil y Chile. El más reciente, de hace sólo pocas semanas, ha sido el de Tailandia, donde las fuerzas militares y la Policía, unidas a la juventud estudiantil, han eliminado al Gobierno “democrático” que estaba entregando aquel país asiático a los comunistas. Si en otros territorios y pueblos no ha sucedido así -recordemos la entrega de Vietnam, Laos y Camboya-, se debió a la tortuosidad de los políticos, traidores y perjuros, que engañaron a los soldados y a los pueblos, entregándoles con las manos atadas a la esclavitud marxista.

    Esto es algo que no debemos olvidar jamás. Que no deben olvidar jamás los jefes responsables de las Fuerzas Armadas: el Ejército no puede ser cómplice, en nombre de una “neutralidad” apolítica mal entendida, del sacrificio de una nación entera al gran Leviatán comunista y sus cómplices.

    El canto de un pueblo

    “Arriba, magiares, la Patria os reclama / ¡Actuad en esta hora, ocurra lo que ocurra! / ¿Seréis libres o esclavos? / ¡Elegid el destino que vuestro pecho ansía!”

    Las estrofas solemnes y ardientes del canto nacional húngaro se desbordaron, ahora hace veinte años, en la gran manifestación de los estudiantes de Budapest frente a la estatua del general Bern, el héroe polaco que participó en la revolución magiar de 1848. Era el grito de protesta de un pueblo entero después de doce años de esclavitud comunista, representada por uno de los más siniestros personajes de la Europa oriental: Geroe, conocido como “Pedro” en las Brigadas Internacionales enviadas por la URSS a España (1936), y en las que participaron -aunque algunos nos lo quieran hacer olvidar ahora- el socialista italiano Pietro Nenni, los comunistas Marty y Togliatti, laboristas ingleses y los “buenos demócratas” norteamericanos de la Brigada Abraham Lincoln. Toda una resaca internacionalista que cayó sobre nuestra Patria. Algunos de sus hombres siguen ocupando los máximos puestos en los países comunistas de Europa oriental. Eso también se nos quiere hacer olvidar, multiplicando las genuflexiones diplomáticas y comerciales ante esos tristes personajes.

    ¿Cómo había caído Hungría, forja de un pueblo libre y orgulloso, en manos del comunismo? No hagamos a los comunistas el honor de suponer que contaron con la adhesión de los húngaros. Los húngaros fueron democráticamente engañados gracias al truco de las elecciones. Se durmieron confiados en la vitoria del partido de los Pequeños Propietarios en las urnas, donde alcanzaron el 57 por 100 de los votos, mientras los comunistas sólo lograron el 17 por 100. Todavía hay panglossianos -o “tranquilizantes”- que acostumbran a decirnos a los españoles que el reconocimiento del Partido Comunista no sería peligroso porque Santiago Carrillo perdería unas elecciones en que sus huestes obtendrían pocos votos. Lo sucedido en Hungría, como en otros países de la Europa oriental, exime de más comentarios. En la “puzta” magiar la presencia de las tropas soviéticas hizo el resto. Y tampoco hay que olvidar que, según una táctica muy conocida -aunque nadie escarmienta en cabeza ajena-, los comunistas no necesitaron utilizar mucha violencia para hacerse cargo del poder: les bastó que se les concediera algunos sillones ministeriales en un Gobierno de coalición de todos los partidos, socialistas, liberales y burgueses de izquierda. Ellos se encargaron de enviar a la cárcel a estos asociados benévolos.

    Y los martirios

    La patria de San Esteban fue sojuzgada también, después del largo martirio de sus sacerdotes y religiosos. Se dirá cómo pudo ocurrir esto. Léanse las páginas estremecedoras del heroico cardenal Mindszenty: hubo en las filas católicas las ovejas negras partidarias de la colaboración con el comunismo, que se encargaron de debilitar y romper la resistencia de la Iglesia y de sembrar la confusión entre los fieles. ¿A qué nos recuerda esto en la Europa occidental de hoy?

    Hasta que el pueblo no pudo soportar más. El 23 de octubre de 1956 estalló la revuelta al grito de “¡Jamás seremos esclavos!”. Entre este día y el día 4 de noviembre, Hungría, sobre todo Budapest, vivió las jornadas más heroicas que jamás haya escrito con su sangre un pueblo alzado indefenso contra el comunismo.

    Se combate para conquistar la radio. Se derriba la estatua de Stalin. La juventud es segada por los tanques y las ametralladoras soviéticas ante el Parlamento. Pero consiguen la victoria: la dimisión del siniestro Erno Geroe. Victoria a medias, porque se hace cargo del poder otro comunista, Imre Nagy, que se presenta como “moderado” -hoy diríamos “eurocomunista” o “socialista con rostro humano”-, que promete al pueblo negociar con los soviéticos la retirad de las tropas. Podía suponerse, sin embargo, lo que iba a suceder por este detalle: de la jefatura del Partido se hace cargo el también comunista Janos Kadar, que había sido ministro del Interior durante el proceso del cardenal Mindszenty, bestialmente torturado.

    Al mismo tiempo, los soviéticos refuerzan paulatinamente sus tropas en los alrededores de Budapest y de las ciudades en revuelta, aunque aparentemente se hayan retirado. También en las fronteras de Hungría amasan divisiones traídas de otras regiones, incluyendo feroces divisiones asiáticas.

    La represión

    Durante una semana entera, Hungría vive con la ilusión de que va a ser libre. El cardenal Mindszenty es puesto en libertad por un grupo de patriotas. La estrella roja es arrancada de la bandera nacional, que yo vi flameando aquellos días con un renovado orgullo, con un tremendo agujero en el centro, sobre las cabezas de miles de jóvenes que empuñaban las armas que habían encontrado al azar.

    Se combatió duramente en las provincias. En Magyarovar, la Avo comunista mató a 85 manifestantes. Una de las fotografías más terribles de aquellas jornadas húngaras fue precisamente la del montón de cadáveres en Magyarovar, rodeados por una muchedumbre silenciosa y dramática. Sobre sus tumbas ardieron en el otoño húngaro las pálidas velas del recuerdo de un pueblo entero.

    Veinte años después, al hace el análisis de aquella lucha desesperada, se llega a la conclusión de que los patriotas perdieron por varias razones. Por falta de una dirección coordinada y enérgica: en el Gobierno seguía el comunista Imre Nagy, rodeado por un grupo de políticos de los cuales los mejor intencionados eran pálidos demoliberales que aspiraban a que todo volviera a la misma situación anterior al asalto del poder por los comunistas, como si la experiencia no hubiera servido para nada.

    Por falta de una inmediata ayuda del exterior. Mientras el pueblo húngaro proclamaba su deseo de abandonar la subyugación del Pacto de Varsovia y declararse neutral, los norteamericanos multiplicaban sus declaraciones admirativas hacia el heroísmo de quienes se batían en las calles contra los tanques soviéticos sin otras armas que cócteles molotov, pero no pasaban de ahí. Europa occidental glorificaba a los héroes de Budapest, pero limitaba su acción a manifestaciones callejeras de protesta por la matanza; y la ONU, muy solemnemente, deliberaba y expedía comunicados de condena contra los soviéticos. Sin expulsarles del rascacielos de Manhattan, como hubiera sido lo lógico.

    En cuanto a Imre Nagy, marxista de toda la vida, se limitaba a propugnar una “reforma” del comunismo, frente al pueblo, que deseaba su total abolición; los tres viejos partidos demócratas-Pequeños Propietarios, Socialdemócrata y Campesinos Nacionales- reaparecían y, en tanto el pueblo luchaba en las calles, dedicaban su tiempo a publicar periódicos pidiendo elecciones libres, como si éstas le importaran mucho a los comunistas, que en tanto preparaban el ataque y la represión.

    Un 4 de noviembre de 1956

    Y ésta llegó, brutalmente inaudita, en un domingo, 4 de noviembre, que no olvidaré jamás, con la nieve que ya había caído sobre el triste paisaje de la ciudad de Gyor y sus alrededores, y aquellos muchachos pálidos, con el fusil en bandolera, acurrucados en las cunetas, esperando el ataque de los tanques. Gyor, desierta, blanca, presentía la nueva esclavitud, con la bandera colgando mustia de los balcones.

    A lo largo del Danubio, los tanques rusos se lanzaron al ataque contra Budapest, donde la juventud hizo prodigios de valor. Los mensajes que llegaban al mundo occidental, sordo y ciego, eran dramáticos: “Aviones de caza rusos Mig, vuelan sobre Budapest… La División de Infantería soviética marcha sobre el Parlamento… Pecs ha sido atacada… Moriremos por Hungría y por Europa… ¿Qué se sabe de la ayuda? ¡Pronto, pronto, pronto! La artillería soviética martilleó sin descanso a la martirizada Budapest. El humo era el único sudario para los cadáveres que se amontonaban en las calles. Se alzaron barricadas desde donde se disparaba hasta morir.

    Y Kadar, el comunista hecho ministro por el también comunista Imre Nagy, reapareció al servicio de Moscú, para aplastar la resistencia que se agotaba en los últimos focos de estoicismo.

    Comenzaron las deportaciones. En menos de una semana fueron deportados diez mil húngaros, y todo el que podía atravesaba la frontera austriaca para huir del terror y la matanza. “¡Salvad nuestras almas!”, decía el último mensaje lanzado al mundo occidental por los últimos patriotas húngaros que resistían con las armas en la mano.

    Y el resto fue el silencio.

    Veinte años después

    La ONU, naturalmente, no tardó en archivar sus solemnes protestas contra la Unión Soviética, y los “indignados” gobiernos occidentales reanudaron sus relaciones y su comercio con Moscú y los países comunistas, como si nada hubiera pasado.

    Se borró 1956. Pero después llegó la invasión de Checoslovaquia (1968), y también se ha olvidado como si nada hubiera sucedido. El responsable de las matanzas de Hungría fue el “buen” Kruschev. El responsable de la invasión de Checoslovaquia fue el “buen” Breznev.

    Luego (1975) llegó la Conferencia para la Seguridad y Cooperación Europea, reunida en Helsinki, que solo sirvió para “legalizar” las conquistas de Stalin y para que la Unión Soviética gane tiempo para reforzar su potencial militar, a la vez que la impunidad con que se deja actuar a los partidos comunistas -y sus cómplices socialistas, no se olvide- en los países de Occidente contribuye a la disgregación moral de lo que queda libre de Europa. A los abrazos, brindis, y acuerdos de Helsinki ha seguido, rápidamente la intervención militar soviética en Angola.

    ¿Cuál será la próxima víctima de las agresiones soviéticas?

    José Luis GÓMEZ TELLO

    Última edición por ALACRAN; 14/08/2021 a las 14:31
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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