En este artículo igual encontráis, como yo, un innegable tufo nacionalista antiespaño, no obstante, creo que aporta algún que otro dato interesante :
Por Carlos Larrinaga, Profesor de la Universidad del País Vasco.
3 de septiembre de 2002, 01:43
Guerras Carlistas e Inmigración - Parte 1
La Ley de 21 de julio de 1976 señalaba en sus dos primeros artículos lo siguiente, a saber:
"Art. 1º: Los deberes que la Constitución política ha impuesto siempre a todos los españoles de acudir al servicio de las armas cuando la ley los llama, y de contribuir en proporción de sus haberes a los gastos del Estado, se extenderán, como los derecho constitucionales se extienden, a los habitantes de las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava del mismo modo que a los demás de la Nación.
"Art. 2º: Por virtud de lo dispuesto en el artículo anterior, las tres provincias referidas quedan obligadas desde la publicación de esta ley a presentar, en los casos de quintas o reemplazos ordinarios y extraordinarios del Ejército, el cupo de hombres que les correspondan con arreglo a las leyes".
En esta ocasión también, al igual que sucediera tras la Primera Guerra Carlista, de nuevo los soldados seguidores de Carlos VII conocieron el camino del exilio. El gobierno francés dispuso en esta ocasión que los emigrados fueran instalados en determinados departamentos del país. Esta vez los exiliados vascos no sufrieron tanta persecución policial como en 1839-40 por parte de las autoridades francesas y muchos de ellos decidieron retornar al País Vasco. En este sentido, hay que decir que el jefe del gobierno español, el conservador Antonio Cánovas del Castillo, procuró que la condición de emigrantes de estos carlistas no fuera para siempre y les invitó constantemente a volver a España. En verdad, muchos altos mandos militares así lo hicieron y algunos de ellos ingresaron en el Ejército Nacional. Es más, algunos ex generales carlistas llegaron incluso a formar parte del Estado Mayor del Ejército. Sin embargo, fueron numerosos los carlistas que decidieron emigrar a América, prefiriendo el exilio para toda la vida antes que jurar la Constitución de 1876, única condición que se les exigía para obtener el perdón político.
La importancia de estos grupos de carlistas repartidos por aquel continente hizo que el pretendiente al trono de España, don Carlos (Carlos VII), emprendiera dos grandes viajes por América. En el segundo, en el de 1887, don Carlos visitó Montevideo, donde vivía una gran cantidad de sus seguidores, y desde la capital uruguaya pasó a Buenos Aires, donde fue recibido por unos quinientos carlistas dispuestos a besar su mano.
El carlismo, tras haber sido vencido en España, cerró filas en torno a los núcleos políticos conservadores asentados en el sur de América. Así, en un intento por mantener vivo el espíritu carlista en este territorio, en 1898 Francisco Oller fue nombrado representante de don Carlos en América, quien creó juntas carlistas en Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Ese mismo año nació en Buenos Aires “ El Legitimista Español” periódico carlista por excelencia que perduró hasta 1912.
En general, se podría decir que la emigración ocasionada por las guerras carlistas debió ser mucho más importante de lo que a primera vista parece. Es verdaderamente difícil seguir la pista de los que se dirigían a América por motivos políticos, ya que rara vez indicaban a los agentes aduaneros que la razón por la que decidían instalarse en aquellos países tenía características ideológicas. En realidad, sucedía todo lo contrario. Salvo excepciones, procuraban ocultar que dejaban el fusil para montar en un barco que les debía transportar a un destino americano. No obstante, debieron ser muchos los jóvenes vascos a los que no les atrajo la idea de servir a la recién restaurada monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII o la perspectiva de pasar una larga temporada de su vida en los cuarteles del Ejército. Quizás por ello se ha detectado un adelanto en la edad de partida de los jóvenes, ya que éstos, aún sin estar exentos de la responsabilidad militar, podían ausentarse sin consignar depósito alguno antes de cumplir los 15 años. Sólo en el caso de sobrepasar esa edad era necesaria una redención de 2.000 pesetas.
Ahora bien, no todos los que huyeron a América, y en concreto a Argentina, lo hicieron en su condición de carlistas. Como ya se ha dicho, la ley de 1876 imponía el servicio de quintas a los jóvenes vascos de la misma manera que al resto de los españoles. Sabemos, sin embargo, que en todo el País Vasco, tanto peninsular como continental, existió a lo largo del siglo XIX un rechazo extendido a servir en el ejército. Y como ejemplo de ello se puede señalar que en 1842 el Consejo General del departamento francés de los Bajos Pirineos empezó a tomar serias medidas para frenar la costumbre de muchos mozos vasco-franceses de no presentarse a filas. En 1850, los vascos de este departamento constituían ellos solos el 50% de las deserciones del total de Francia. Así, se sabe que entre 1852 y 1855 hubo 1.311 desertores en el País Vasco francés. Como paso preventivo el gobierno francés no concedió pasaportes a los jóvenes de 19 años por un tiempo, a fin de que no partieran hacia América. La medida, sin embargo, no fue exitosa, ya que dichos jóvenes escapaban de la legalidad pasando la frontera en dirección a España y embarcando en Pasajes hacia las republicas sudamericanas. De esta manera, los buques que salían de Bayona con pasajeros legales empezaron a atracar en Pasajes antes de emprender la travesía con el objeto de recoger emigrantes ilegales.
Hay que decir, sin embargo, que la evasión del servicio militar no fue una realidad exclusiva de los vascos del sur de Francia, sino también de los vascos peninsulares. En efecto, tras la Segunda Guerra Carlista el País Vasco tuvo que contribuir a los reemplazos del Ejército de tierra. El evitar el reclutamiento fue una de las razones aducidas a veces para emigrar. Por ejemplo, la anteiglesia de Begoña, junto a Bilbao, afirmaba que el deseo de riquezas es la causa primordial de los pocos que se dirigen al Nuevo Mundo y en los últimos años la ley de reclutamiento y reemplazo del Ejército que por desgracia de sus habitantes rige en estas vascas provincias como en el resto de España también constituyó un motivo de emigración.
De esta forma, Bayona y Burdeos eran los puertos que servían de embarque a los desertores de estos jóvenes. El problema empezó a preocupar a las autoridades españolas desde la década de los sesenta, cuando ya el Negociado de Quintas del Ministerio de Gobernación se quejaba del gran número de jóvenes de Asturias, Galicia y otros puntos del litoral Cantábrico que emigran, huyendo del servicio de las armas, al interior de la Península, a países extranjeros y a nuestras posesiones de Ultramar. Precisamente, para evitar este tipo de situaciones, el gobierno había determinado proveer a todos los mozos cédulas de identificación en las cuales se hicieran constar, aparte de sus señas personales, su vinculación o no con el servicio de las armas. Esta medida, sin embargo, no llegó a tener demasiado éxito y en el caso de las deserciones de los mozos vascos la derrota carlista y la imposición del servicio obligatorio en el ejército español pudo reforzar aún más este comportamiento. En este sentido, cabe mencionar a las numerosas partidas clandestinas que actuaban desde ambos lados de la frontera franco-española para facilitar la deserción y la emigración a América de los jóvenes vascos de las dos vertientes del Pirineo.
Los diferentes autores que han estudiado el fenómeno de la emigración vasca contemporánea a América están de acuerdo en considerar que el evitar el servicio militar obligatorio fue una de las más claras motivaciones que impulsaron a los vascos a cruzar el Atlántico con el fin de empezar una nueva vida. En este sentido, es más que probable que muchos vascos que estaban entonces surcando los océanos trabajando como marineros, al tener conocimiento de la nueva medida, no regresaran nunca o bien volvieran después de muchos años y tras haberse instalado en algún lugar del continente americano. Sea como fuere, en la conciencia colectiva vasca y en lo que al asunto migratorio concierne, se hace patente, pues, la constatación del hecho que relaciona las pocas ganas de cumplir el servicio militar con la emigración a América. Además, si se tiene en cuenta que la obligatoriedad de dicha prestación había sido impuesta por un gobierno liberal como vencedor, el rechazo hacia la institución castrense aún tiene una más clara explicación. Así las cosas, debieron ser bastantes los vascos que desertaron y pasaron a engrosar las filas de los emigrantes que marchaban a Sudamérica.
Es más, se puede hablar también de factores de atracción por parte de estos países, tal como ya se ha mencionado más arriba, y del papel jugado por los enganchadores en el propio País Vasco y en Navarra a la hora de conseguir personas dispuestas a partir para ultramar. En el caso de Vizcaya, por ejemplo, está bien documentada la existencia de agentes de emigración en los años posteriores a la Segunda Guerra Carlista. La información existente para algunas localidades de esta provincia sugiere que la actividad de los enganchadores se centraba sobre los posibles emigrantes de escasos o nulos medios. Las promesas que realizaban se referían a jornales muy respetables que en pocos años supondrían una buena fortuna. En otros casos nos encontramos con personas que emigraban con la intención de dedicarse al comercio. Esta futura actividad les venía posibilitada por parientes o amigos que residían en América desde hacía años. Así, los nexos familiares o de amistad jugaron una vez más un papel importante para un grupo de emigrantes cuyo número dentro del conjunto es muy difícil de valorar, aunque se puede decir que no fueron una mayoría. Al contrario, se trató más bien de una minoría privilegiada.
Sin duda, en estos casos no es fácil estimar la incidencia que la derrota militar del carlismo y la imposición del sistema de quintas pudieron tener sobre este contingente de emigrantes, pero cabe suponer que en algunos de ellos, al menos, ambos hechos debieron pesar en su opción por abandonar España y dirigirse a Argentina o a Uruguay. Sobre todo, si tenemos en cuenta el importante proceso de industrialización que se produjo en Vizcaya una vez finalizada la contienda bélica. De hecho, según los datos que poseemos, la margen izquierda de la ría de Bilbao, donde se concentró la principal actividad minera e industrial de todo el País Vasco, se consolidó como polo de atracción de personas provenientes del resto de provincias hermanas, así como de otras provincias próximas al País Vasco.
Por lo tanto, podría parecer algo paradójico que en un momento de gran oferta de empleo en la propia Vizcaya e incluso en algunos núcleos guipuzcoanos, un buen número de vascos optara por marcharse a Sudamérica. En determinadas áreas rurales las expectativas de poder dedicarse a las actividades ganaderas pudieron resultar atractivas, así como las promesas por parte de los enganchadores de ganar más dinero en suelo americano y, en varios casos, el poder emplearse en ciertos negocios comerciales, debido a la presencia de algún familiar o amigo allí instalado. Pero, en algunas circunstancias, es factible pensar que las consecuencias derivadas del término de la Segunda Guerra Carlista pudieron influir en la determinación de un número no desdeñable de personas para emigrar a Sudamérica en general y, en concreto, a Argentina. La gran frustración creada por la derrota militar del carlismo y la abolición de los fueros vascos debieron provocar, sin duda, la marcha o huida del País Vasco de ciertas personas, sumamente descontentas con la nueva realidad política entonces vigente.
Por otro lado, en lo que a Argentina se refiere, la mencionada Ley General de Inmigración y de Colonización de 1876 no vino sino a favorecer la llegada de nuevos contingentes de vascos. Precisamente a partir de ese momento se puede hablar de una política de inmigración en el sentido estricto de la palabra, ya que la ley creaba el Departamento General de Inmigración y dotaba de reglamentación a las Comisiones de Inmigración y a las Oficinas de Trabajo, cuyas obligaciones principales eran las de recibir, colocar y trasladar de un punto a otro a los recién llegados.
Así, en este contexto histórico, con una ley argentina favorable a la inmigración y con un País Vasco con una gran cantidad de personas frustradas con la actuación del gobierno liberal-moderado de Cánovas del Castillo, se fundó el 13 de marzo de 1877 en Buenos Aires la sociedad Laurak-Bat de la mano de trece emigrantes vascos. Se adoptó el mismo nombre que un año antes habían escogido los vascos de Montevideo para su centro. Sin duda, la elección de esta denominación refleja claramente la mentalidad política de sus fundadores, partidarios del mantenimiento del sistema foral del País Vasco y Navarra, es decir, de las cuatro provincias hermanas. La supresión de los fueros constituía un ataque a la forma de organización y de administración secular que hasta entonces había pervivido en esos territorios. Se trataba, en cierta medida, de que los vascos residentes en Argentina siguieran manteniendo viva la llama de la reivindicación foral y de las ideas vasquistas. Sólo así se pueden entender las palabras dichas por uno de aquellos trece fundadores de la sociedad, por Daniel Lizarralde, quien señalaba que ante la crítica situación que atravesaba el País Vasco y en el inminente peligro en que se hallaban las instituciones que desde tiempo inmemorial venían haciendo la felicidad de los euskaros, debíamos, olvidando antiguas rencillas de partidos, unirnos estrechamente todos los vascos que desde estas lejanas playas mirábamos, con toda ansiedad e interés, los sucesos que se van desarrollando en nuestro idolatrado país.
Por consiguiente, y a la luz de lo que se ha dicho, se podría concluir que, en verdad, la motivación política debió ser una de las causas que explican el fenómeno migratorio vasco hacia Argentina en particular y hacia Sudamérica en general. Muy posiblemente no fuera la más determinante, pero su importancia no debió ser despreciable. Más aún si tenemos en cuenta que cabe pensar en más de un motivo para que un joven vasco de la época tomara una decisión tan trascendental para su vida.
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