Una mirada incisiva sobre Ché
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba – octubre 2, 2007 (Cubanet/index) - Mario Vargas Llosa,
en un artículo El Comercio / Opinion / Domingo, 25 de febrero de 2007
sobre Ernesto Guevara de la Serna, dice: “Un ser que de histórico pasa a ser
mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y
de ilusión. Es el caso de Ché”. Me acojo a la máxima del gran
escritor, pero sé que el comandante guerrillero fue convertido en icono por
intereses políticos. Su santificación aún es financiada por el gobierno
cubano y diseñada por los propagandistas del Partido Comunista que rige
la isla hace medio siglo. Más que un héroe fabricaron un producto de
mercado mediante libros, fotos, coloquios, artículos, filmes y discursos
apologéticos.
Pero la distorsión de la biografía y de los hechos que enrolaron a
Guevara tropieza ahora con un libro incisivo de Marcos Bravo, nombre de
guerra de Pedro Manuel Rodríguez, quien luchó en las filas del Movimiento
26 de julio durante la dictadura de Batista y se opuso después al
régimen comunista instaurado por Fidel Castro. La obra de Bravo es resultado
de una larga investigación, cotejos y reflexiones. Se titula La otra
cara del Che. Ernesto Guevara, un sepulcro blanqueado.
Es un texto polémico y bien escrito de 558 páginas, estructurado en
ocho capítulos y un epílogo, lo cual permite al autor analizar cada una de
las etapas vitales del personaje, sin magnificar su desempeño como
hombre, guerrillero o funcionario político y gubernamental. Fue publicado
por la editorial colombiana Solar y apareció en Bogotá en 2004. En
Cuba ha sido prohibido pues desmonta las verdades encubiertas por los
creadores del mito de Ché, a quien Bravo considera como “el extranjero que
más daño ha causado a la nación cubana después del general español
Valeriano Weyler”.
Al exponer sus datos, el autor sacude la leyenda rosa de Ché y devela
el rostro oculto de un embaucador, al que califica de falso economista,
falso médico y guerrillero mediocre. Hacer un paralelo con Fidel
Castro, no obstante la contradicción psico-social, de “riqueza sin clase en
el cubano y de clase sin riqueza del argentino”, que deriva en ambos en
un conflicto de odio y resentimientos contra todo lo socialmente
establecido.
Guevara, nos apunta Marcos, nunca se gradúa de médico, ya que no existe
una sola entrevista a ninguno de sus compañeros de curso, ni de sus
profesores. Tampoco hay foto alguna, ni el más mínimo testimonio de su
graduación. Y mucho menos el expediente académico de la supuesta
universidad donde debió cursar estudios.
La otra cara del Che, con precioso detallismo y vigor literario,
resalta los aspectos más negativos del biografiado. Entre ellos, el perenne
narcisismo, puesto de relieve en el afán por ser fotografiado y que
lleva al paroxismo en medio del naufragio del Granma. O de sus condiciones
de verdugo desde los primeros momentos de la lucha en la Sierra, al
dispararle en la cabeza al traidor Eutimio Guerra, acción que ejecuta sin
pedírsela nadie y que le aporta una mayor consideración de Castro; a
quien aprendió bien temprano a no contradecir -aunque dijera lo más
disparatado- y dejarlo ganar siempre, en cualquier cosa o competencia.
Guevara, resalta el autor, desconocía la historia de Cuba y el complejo
entramado político y social del país, por lo cual planeó el asalto a
los bancos de Santa Clara antes de tomar la ciudad, en 1958. Adoptó
después medidas que afectaron la industria y la economía insulares. Reitera
el afán del biografiado por criticar y ofender a quienes le rodeaban;
su carácter impenetrable de jefe duro e indiferente, alejado de sus
hombres en los campamentos, en los que aseguraba el mate y llenaba las
despensas. Destaca el por qué nombran a Guevara al frente de la fortaleza
La Cabaña, sede de la mayoría de los fusilamientos.
Aprecia Bravo que, para la realidad cubana, la más desatinada e
irresponsable de las aventuras de Che fue su aceptación de la investidura como
Presidente del Banco Nacional y, después, Ministro de Industria; cargo
del que fue defenestrado por el propio Castro, ante la incompetencia y
fracaso de su política económica, que lo hace caer en desgracia; de
ahí su designación como delegado de Cuba en la ONU para pronunciar un
discurso en la Asamblea General. Acto seguido inicia un extenso recorrido
por la Unión Soviética y por algunos países de África, con el fin de
explorar las posibilidades de acciones revolucionarias.
El autor valora el periplo de Guevara, su discurso en Argel, donde
critica la política de los soviéticos y les exige que paguen el desarrollo
de los países en vía de liberación, lo cual puso en guardia a la
embajada de la URSS en La Habana, ante cuyas amenazas económicas se acentúa
la desgracia del argentino. Valora que al regresar a Cuba no recibe
cargos oficiales, hasta que parte, en el más absoluto misterio, al fracaso
de la imposición insurreccional en África; otro descalabro como la
guerrilla de Masseti, orientada por él en Argentina.
La precipitada salida del Congo lo lleva a Europa, donde es sostenido
por el gobierno cubano. De nuevo, bajo las siete llaves del más
recóndito secreto regresa a Cuba. Se entrena con subordinados escogidos para la
última de sus frustradas aventuras: Bolivia.
La imposición de la guerrilla al país andino desde fuera, sin tener en
cuenta las realidades nacionales y autóctonas trajo confrontaciones y
dificultades que fueron incrementándose gradualmente hasta que Ché se
entrega -para salvar la vida- a los soldados bolivianos que lo seguían,
quienes no vacilan en matarlo días después, lo cual favorece su
conversión en paradigma revolucionario.
El escritor precisa al respecto, que el fusil M-1 con el que Ché se
rinde, no es el suyo, sino el de su compañero, el guerrillero boliviano
Willy, con quien lo cambia para justificar su entrega sin combatir, pues
el usado por él, como el de los demás jefes, era un M-2 en buen
estado. Su pistola de 9 milímetros disponía de todas sus balas al cederla.
La herida en la pierna fue un rasguño a sedal que no le impedía
caminar. Y al instante de entregarse dijo: “No disparen, soy el Che Guevara”.
No peleó hasta la última bala, como les exigió a sus subordinados,
quienes sí cumplieron el encargo y entregaron sus vidas en pos de una
ilusión imposible y extranjerizante.
Al releer este libro que circula a hurtadillas en la Isla, corroboramos
algunas certezas. Quienes crecimos bajo consignas y prometimos ser
como Ché desde el primer grado, ahora disfrutamos una biografía más humana
y veraz sobre el Cid campeador exportado por los pregoneros de nuestro
sistema. La otra cara del Che puede sacudir el hechizo de los
seguidores de ese caballero andante en otras latitudes. Tal vez los argentinos
–partidarios del coronel Juan D. Perón y del comandante Ernesto
Guevara- comiencen a cansarse de tantos héroes y molinos de vientos.
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