La Giraldilla: Símbolo y leyenda de la ciudad de La Habana. Por Mario Martí:
El Castillo de la Real Fuerza (1539) es un baluarte de La Habana colonial que queda frente al canal de la bahía y se integra impecablemente al paisaje, con sus paredes de piedra blanqueadas por el sol y su perenne reto al tiempo desde hace casi cinco siglos.Y, en su atalaya, situada en el extremo noroeste, se yergue una figulina estilizada que, con el decursar de la historia, ha devenido un símbolo de nuestra ciudad: La Giraldilla. Hernando de Soto, un personaje protagónico en la historia de La Giraldilla:
En 1538 Carlos I, rey de las Españas, nombró Capitán General de Cuba y Adelantado de La Florida a don Hernando de Soto, a quien puso en conocimiento que había mandado hacer una fortaleza en La Habana, " ... que es en la dicha isla de Cuba, así para guardar de ella como para reparo y defensa de los navíos que van y vienen de las Indias ..." El soberano le encomendó esta misión, porque De Soto se había ganado la confianza por el coraje y audacia desplegados en las expediciones de Castilla del Oro -Panamá- y en la conquista de Nicaragua y del Perú. Inmediatamente De Soto salió del puerto español de San Lúcar con diez naves y cerca de mil hombres. Luego de tomar posesión de su cargo en la Isla de Cuba, sin perder tiempo, dejó como gobernadora de la Gran Isla a su joven esposa doña Isabel de Bobadilla, y se dispuso a afianzar el poder de España en la península de La Florida. En 1539, enfiló proa hacia La Florida con nueve naves, novecientos hombres y 300 caballos. Desembarcó en la bahía de Tampa y penetró tierra adentro. Por su carácter extrovertido entabló mistad con unos caciques y aquellos que no se plegaron al poderío español, conocieron la muerte a manos del Adelantado y sus tropas en el fuerte Alibamo. A partir de documentos de la época, ha podido reconstruirse el itinerario de Hernando de Soto: Atravesó de Sur a Norte el territorio que hoy ocupa el estado de Georgia, bajó luego hasta cerca de Mobila en la actual Alabama y se dirigió hacia el Noroeste. El 8 de mayo de 1541 descubrió el Mississippi y atravesó el río en 1542, por el sitio que actualmente ocupa Memphis y se internó en las llanuras de Arkansas. Existía una leyenda, contada desde tiempos remotos de unos indios a otros, que se refería a la existencia de la Fuente de la Juventud, cercana a las márgenes del Mississippi. De Soto, aunque sólo con 43 años, soñaba con volver a los primeros años de su vida y decidió regresar al río en busca de tan preciado tesoro, que le colmaría de riquezas y renovaría sus ímpetus. Como enloquecido, rehizo el camino. Pero su ambición le costó la vida. Allí, cerca del río, le atacó una fiebre mortal y, antes de expirar, confió el mando de su ejército a Luis Moreno de Alvarado.

Una leyenda que habla de amor:
Cuenta la tradición que doña Isabel del Bobadilla esperaba a su esposo, Hernando de Soto, durante largas horas por años enteros, en la torre de vigía (la atalaya) del Castillo de la Real Fuerza, que por aquel entonces era vivienda del gobernador de Cuba. Aquella larga espera convirtió a Isabel en un personaje legendario, que oteaba el horizonte e intentaba descubrir, más allá del alcance de su vista, las naves que traerían a su esposo de regreso al hogar. Dicen que la enamorada murió, finalmente, de amor. Unos años más tarde un artista habanero de origen canario, Gerónimo Martín Pinzón (1607-1649), -a quien define el restaurador y arquitecto don Joaquín Weiis, en su obra La Arquitectura Colonial en Cuba como artífice, fundidor y escultor-, se inspiró en aquella mujer que era un símbolo de la fidelidad conyugal y la esperanza y esculpió una figura en su recuerdo. El gobernador de la ciudad don Juan Bitrián Viamonte, cuyo mandato abarcó desde 1630 al 34, mandó a fundir la escultura en bronce y colocarla, a modo de veleta, sobre la torre añadida poco tiempo después al castillo. El gobernador Bitrán bautizó la veleta con el nombre de Giraldilla, en recuerdo de la Giralda de su ciudad natal, Sevilla. Así, la Giraldilla se fue convirtiendo en el símbolo de la ciudad de La Habana, por tradición y por su historia, con matices de leyenda y de historia de amor.
La figulina que se yergue en lo alto de la Real Fuerza:
En la torrecilla cilíndrica que sirve de vigía y que se construyó en el extremo del baluarte Noroeste, se alza contra viento, lluvia y sol, una estilizada figulina que actualmente no es la original, sino una copia realizada con gran rigor estético, pues la verdadera Giraldilla se conserva en el Museo de la Ciudad, para preservarla de los rigores de agentes externos que llegarían a destruirla. En la escultura aparece el nombre del gobernador que ordenó se fundiera en bronce. La figura es la de una bella muchacha vestida a la usanza del renacimiento español y con la Cruz de Calatrava en una de sus manos que, según palabras del doctor Manuel Pérez Beato, en su obra Rectificaciones históricas, editada en La Habana, en 1943,
  • " ... representa la Victoria, portando en su brazo derecho una palma, de la que solo conserva el tronco y, en la izquierda, en un asta, la Real Cruz de Calatrava, de cuya orden era caballero Bitrián de Viamonte; en la parte inferior del asta se ven las grapas que sujetaban la banderola que servía para dar dirección al conjunto por la acción del viento y que perdió durante algún huracán de los muchos que debe haber visto ...".
Podría añadirse que la escultura representa una mujer de pie, con ciento diez centímetros de altura, que presenta la falda recogida sobre una de sus rodillas, lo cual se aprecia admirablemente, hasta en los dobleces de la tela. Y sobre el pecho ostenta un medallón con el nombre del escultor y una corona en la cabeza. En La Giraldilla se observan rasgos que evocan las facciones de la mujer española, por lo cual se considera una representación genuina de una ciudad tan espiritualmente española como lo es La Habana. La verdad es que aún su silueta se recorta en lo alto de la fortaleza contra el azul del cielo, y su bronce resplandece con destellos dorados, casi áureos, bajo el sol. Y tal parece que otea el horizonte, sin fatigarse, por el paso de cuatro siglos, en espera de aquél que vendría cargado con el fluido mágico de una fuente fantástica, mientras ella contrinúa marcando la dirección de los vientos. (Mario Martí)
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