LA CUESTIÓN "CÁNOVAS DEL CASTILLO"
EL HISPANOESCEPTICISMO DE UN GOBERNANTE NEFASTO
Strauss, Perel y Lowann fueron los beneficiarios de aquel escándalo de la II República que le costó la carrera política a Alejandro Lerroux: el estraperlo (1934). El "Estraperlo" era un artefacto fraudulento (una ruleta eléctrica) cuyo mecanismo trucado procuraba que, accionándose a escondidas, siempre ganara -quién puede pensar lo contrario- la "banca". El sobrino de Alejandro Lerroux se dejó sobornar para introducir a sabiendas este engañabobos en el Casino de San Sebastián.
Pero, tomándonos una licencia poética, el estraperlo lo habían inventado -muchas décadas antes de su aparición- Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Cánovas fue el ingeniero de aquello que, sorprendentemente, resulta tan encomiado en los libros de Historia: la llamada "Restauración Borbónica".
¿Qué decir de Cánovas del Castillo?
Cierta literatura liberal alaba su destreza política. Dudamos mucho que merezca tanto elogio. Pues Cánovas importó el modelo político británico a España, arrinconando el tradicional modelo organizativo español en lo político y administrativo. Cánovas había estudiado la Historia de España, sobre todo la época de los Habsburgo. Y, a la luz de su praxis política, de sus estudios no parece que saliera muy contento. Famosa fue su frase: "Es español quien no puede ser otra cosa". Cánovas era un étnico-escéptico, un hispanoescéptico irremediable.
Otra de las aficiones de Cánovas, amén de la Historia (de la que, parece ser, no aprendió nada) fue la redacción de pomposos "Manifiestos": el de Manzanares y el de Sandhurst son de su cosecha. En el primero, a favor de la Revolución del 54, acaudillada por Leopoldo O'Donnell. En el segundo, tras la experiencia del sexenio revolucionario, Cánovas apostaba por la vuelta de Alfonso Puigmoltó, hijo de Isabel la de los Tristes Destinos: "restauración", desde luego que sí, restauración del caciquismo liberal, lo que equivale a adelanto infalible de la extranjerización de España, progreso desmedido del extrañamiento de España.
Los informados burgueses aplauden a Cánovas. Toda alma baja, de esas que piensan con la panza -y con lo de más abajo- ven en Cánovas al "Restaurador", al estadista por excelencia que trajo la paz y el orden a una España convulsionada por la anarquía del Sexenio Democrático. Con Cánovas se metió en cintura a los militares con propensión a intervenir en política: el pretorianismo y el militarismo de la vida política -gracias a Cánovas- fueron anulados, al menos hasta la llegada de D. Miguel Primo de Rivera. Y el derechista de turno -puede llamarse también centrista- cierra los ojos de complacencia, casi se extasía, y cree cumplido uno de sus sueños: por fin, puede mostrar que, con Cánovas, tiene un antecedente cívico impecable, sin mezcla de espadón y generalísimo.
Pero Cánovas del Castillo fue quien, en 1876, tuvo la fatal ocurrencia de suprimir los Fueros de las Provincias Vascongadas. Y, con ello, darle motivos a Sabino Arana para, tras la iluminación preternatural recibida, embarcarse en la imprevisible aventura del nacionalismo vasco.
En Vascongadas lo mataron, en Mondragón. A Cánovas. El magnicida pudo haber sido un nacionalista vasco, un carlista renegado o un fuerista exasperado -de los que iban a llorar bajo el venerable Árbol de Guernica, pero no: el pistolero que mató a Cánovas era un anarquista.
Cánovas, el historiador escéptico de España, el estraperlista del turnismo, el manifestero, fue -no nos quepa duda- un personaje nefasto. Cuando la derecha española nos lo evoca, elevándole panegíricos, no podemos hacer otra cosa que esbozar una triste sonrisa y mirar para otro lado: en todo el mundo entero no hay derecha más tonta que la española. Y, para colmo de nuestros males, no hay izquierda más hispanófoba en todo el planeta que la española.
Uno piensa que es legítimo el escepticismo en un súbdito -y, más todavía, suele ser la suerte de cualquier ciudadano. Pero cuando el escéptico es un gobernante, el escéptico se convierte en Pandora abriendo la caja de los truenos.
Y, aunque les parezca imposible a todos los hispanoescépticos de la derecha y se rían los hispanófobos de la izquierda aborígen, la única solución para España es el carlismo.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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